EL ENIGMA DE LA «TAPADA» Y SU INSEPARABLE LA «DUEÑA»
El amor, el verdadero amor, que nada tiene que ver con el hecho fisiológico, es romántico o novelesco en Las mil y una noches, porque surge siempre en una forma inesperada, anómala y en pugna con la ley, que en Oriente rige con la misma fuerza que en todas partes, en punto a controlar y encauzar el aspecto social de ese sentimiento, al parecer tan íntimo y solitario; el Islam, con toda su facilidad para la unión de los sexos, resulta tan severo como cualquier otro régimen tocante a la unión de los corazones; podéis comprar una hermosa esclava en el mercado, pero no hacer vuestra, sin más ni más, a esa mujer que visteis, al pasar, tras una celosía o entre la muchedumbre de una fiesta y os miró bajo el velo de un modo tal que fijó vuestro destino.
Allí, como en todas partes, hay obstáculos que se oponen a la unión de los enamorados: altas tapias, esclavos armados de alfanje, guardan los harenes; viejas pegajosas, inquisitoriales, siguen a la joven señora dondequiera que va, y a todos esos obstáculos hay que agregar aún ese otro, más terrible todavía, de la voluntad paterna, que de antemano fija el sino amoroso de los jóvenes.
Lograr un amor anhelado es allí, casi siempre, una empresa heroica, en la que hay que poner tanto valor como astucia, y que no se llevaría a cabo si no fuese porque, como es sabido, los obstáculos avivan el amor, y ese tesoro femenino, tan bien guardado, tiene un alma y desea ser robado por el ladrón de amor y, en último término, porque hay una llave mágica que abre todas las puertas, y es el bolso, de que el Tenorio se sirve cuando falla su espada.
No hay quien pueda encerrar en redomas herméticas esa esencia volátil del amor, y sus mismos guardianes se truecan, llegado el momento, en sus servidores y auxiliares.
Ni la autoridad de un padre ni la de un marido pueden evitar que dos enamorados se unan; en el propio alcázar del jalifa penetra el amor furtivo, conducido por los mismos que debían estorbárselo, y esa mecánica de obstáculos no hace más que complicar las cosas y tornar más interesante la aventura.
Hasta los genios mismos intervienen, cuando es preciso, para facilitar la unión de los enamorados y, aun en ocasiones, para unir a dos criaturas que no se aman, pero que son dignas de amarse, burlando la voluntad de padres o monarcas, en beneficio de la ley eugenésica.
El amor triunfa finalmente de todo, aunque para llegar al gozo haya de pasar las cuentas de un rosario de dolores; todo se reduce a que lo que debía ser idilio se convierta en drama.
Dramático, y trágico a veces, es el amor en Las mil y una noches, por desarrollarse en ese ambiente de obstáculos en que los enamorados quedan a merced de sí mismos y han de hacérselo todo; el amor allí es aventura y toda aventura tiene mucho de riesgo y de fraude; el joven y la joven están expuestos a todos los engaños, incluso el propio; no saben realmente lo que eligen y ceden muchas veces a sugestiones falaces y funestas.
Hay dos personajes típicos en Las mil y una noches que también se dan, y por las mismas causas, en nuestra novela del siglo XVI y son «la tapada» y «la dueña», que vienen a ser dos naipes aleatorios en el juego del albur erótico; pueden dar la fortuna o la desgracia, y por ello merecen un ligero estudio literario.