16. La lucha final

Las fuerzas del Imperio Oscuro seguían saliendo desde todos los agujeros de su intrincada ciudad, como un enjambre, y Hawkmoon observó con desesperación que la legión del Amanecer disminuía a ojos vistas. Ahora, cada vez que un guerrero moría su lugar no siempre era ocupado por otro. A su alrededor, el aire estaba lleno con el olor amargo–dulzón procedente del Bastón Rúnico, así como por los extraños dibujos de luz que emitía.

Entonces, Hawkmoon distinguió a Meliadus y en ese mismo instante sintió una oleada de dolor que se apoderó de nuevo de su cerebro, haciéndole caer del caballo.

Meliadus desmontó a su vez de su corcel negro y se acercó a Hawkmoon con lentitud.

El Bastón Rúnico había caído al suelo y la mano sólo sostenía débilmente la Espada del Amanecer.

Hawkmoon se agitó, gimiendo. A su alrededor, la batalla continuaba con gran estrépito, pero parecía como si aquello ya no tuviera nada que ver con él. Sentía que la energía le abandonaba, que el dolor aumentaba de intensidad. Abrió los ojos y vio que Meliadus se acercaba con un gruñido procedente del casco, como en una expresión de triunfo.

Hawkmoon tenía la garganta seca y trató de moverse, intentó extender la mano hacia el Bastón Rúnico, que yacía sobre el empedrado de la calle, entre ambos hombres. —¡Ah, Hawkmoon, por fin! —dijo con suavidad Meliadus—. Y ya veo el dolor que sentís. Ya veo lo débil que estáis. Mi única desilusión es saber que no viviréis el tiempo suficiente para ver vuestra última derrota y a Yisselda en mi poder. —Meliadus hablaba con un tono de voz que era casi de lástima y preocupación—. ¿No podéis levantaros, Hawkmoon? ¿Acaso esa joya os está devorando el cerebro detrás de ese casco plateado que lleváis? ¿Debo acabar con vos ahora mismo, o debo concederme el placer de veros morir así? ¿Podéis responder. Hawkmoon? ¿No queréis, acaso, suplicar mi clemencia?

Hawkmoon hizo unos movimientos convulsivos tratando de tomar el Bastón Rúnico con la mano. La mano palpó el suelo ciegamente y entonces lo encontró y lo sujetó con fuerza. Casi inmediatamente sintió que la fuerza regresaba a su cuerpo… No era demasiada, pero sí lo suficiente como para ponerse de pie, aún tambaleante y permanecer allí, con las piernas separadas, todavía algo mareado. Tenía el cuerpo inclinado. La respiración era jadeante. Miró con ojos nublados a Meliadus en el instante en que el barón levantaba la espada sobre él.

Hawkmoon intentó levantar su espada para detener el golpe, pero no pudo.

Meliadus tuvo un instante de vacilación.

—De modo que no podéis luchar. No podéis luchar… Lo lamento por vos, Hawkmoon.

—Avanzó hacia él. —Dadme ese pequeño bastón, Hawkmoon. Fue por él por lo que hice mi juramento de venganza contra el castillo de Brass. Y mi venganza es casi completa.

Dádmelo ahora, Hawkmoon.

Hawkmoon dios dos vacilantes pasos hacia atrás, sacudiendo la cabeza con un gesto de negación, incapaz de hablar debido a la debilidad que sentía en todo el cuerpo.

—Hawkmoon…, dádmelo.

—No… lo… tendréis —balbuceó el duque de Colonia.

—Entonces, tendré que mataros primero.

Meliadus volvió a levantar la espada y entonces, de repente, el Bastón Rúnico palpitó en la mano de Hawkmoon con una luz más brillante, y Meliadus fijó la vista en sus propios ojos, por entre la ranura del casco de lobo, reflejados en el casco plateado de Hawkmoon.

Al verse a sí mismo, Meliadus volvió a vacilar.

Y Hawkmoon, extrayendo más energía del Bastón Rúnico, levantó su espada, sabiendo muy bien que sólo tenía fuerzas suficientes para lanzar un golpe, y que ese golpe debía matar al hombre que permanecía ante él, como transfigurado ante el reflejo de sí mismo, hipnotizado por su propia imagen.

La Espada del Amanecer se elevó y descendió de nuevo. Meliadus emitió un grito terrible y agónico cuando la hoja penetró por la articulación del hombro y descendió por todo su pecho, hasta alcanzarle el corazón. Y sus últimas palabras, que aún logró pronunciar antes de exhalar el último suspiro, fueron: —¡Maldita sea esa cosa! ¡Maldito sea el Bastón Rúnico! ¡No ha traído más que ruina sobre Granbretan!

Inmediatamente después, Hawkmoon se desmoronó y cayó al suelo, con la extraña sensación de que su propia muerte era segura y estaba cerca. Sabía que Yisselda moriría y que Orland Fank también moriría, pues ahora apenas si quedaban ya guerreros, mientras que los soldados del Imperio Oscuro seguían siendo muchos.

El Bastón Rúnico
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