10. Un amigo en las sombras
—Me temo, amigo Bewchard, que habéis desperdiciado vuestra generosidad con nosotros.
D'Averc no pudo evitar este comentario irónico, ni siquiera en aquella situación. Él y Hawkmoon estaban con los miembros extendidos, uno a cada lado de Bewchard. A dos de las víctimas sacrificadas se les habían cortado las ligaduras y ambos amigos habían sido colocados en su lugar. Debajo de ellos, aquellas cosas negras se elevaban y se hundían de nuevo en el estanque de sangre. Por encima, la luz procedente de la Espada del Amanecer irradiaba un brillo rojizo por toda la estancia, haciendo refulgir los rostros expectantes, vueltos hacia arriba, de los lores piratas y de Valjon, cuyos ojos inyectados en sangre contemplaban con expresión de triunfo sus cuerpos atados a los armazones que, al igual que el de Bewchard, mostraban símbolos muy peculiares.
Desde el estanque les llegaban sonidos chapoteantes producidos por las extrañas criaturas que nadaban en la sangre, en espera, sin duda, de que volviera a caer la sangre fresca. Hawkmoon se estremeció y apenas si pudo contener las ganas de vomitar. Le dolía la cabeza y sentía las extremidades debilitadas y con dolores increíbles. Pensó en Yisselda, en su hogar y en sus esfuerzos por hacerle la guerra al Imperio Oscuro. Ahora ya no volvería a ver a su esposa, nunca respiraría de nuevo el dulce aire de Camarga, ni podría contribuir a la caída de Granbretan, si es que ese momento llegaba alguna vez. Y todo eso lo había perdido en un vano esfuerzo por ayudar a un extraño, un hombre al que apenas conocía y cuya lucha era remota y poco importante, comparada con la lucha contra el Imperio Oscuro.
Pero ya era demasiado tarde para considerar todas aquellas cosas, pues iba a morir. Y moriría de una forma terrible, desangrado como un cerdo, experimentando la sensación de que la fuerza le abandonaba poco a poco, a cada nuevo latido de su corazón.
Valjon sonrió.
—Ahora no emitís ningún grito de guerra, mi querido esclavo amigo. Parecéis muy silencioso. ¿No tenéis nada que preguntarme? ¿No queréis suplicarme para que os perdone la vida…, para que vuelva a convertiros en mi esclavo? ¿No queréis pedirme disculpas por haber hundido mi barco, haber matado a mis hombres y haberme insultado a mí?
Hawkmoon le escupió a la cara, pero falló. Valjon se encogió de hombros.
—Sólo espero que me entreguen un nuevo cuchillo. En cuanto lo haya recibido y bendecido adecuadamente, os cortaré las venas, asegurándome de que muráis con lentitud, para que podáis contemplar cómo vuestra sangre alimenta a las criaturas que la esperan. Vuestros cadáveres desangrados serán enviados después al alcalde de Narleen que, si no me equivoco, es el tío de Bewchard, como prueba de que nosotros, los de Starvel, no admitimos ser desobedecidos.
Un pirata cruzó la estancia y se arrodilló ante Valjon, ofreciéndole un cuchillo largo y muy afilado. Valjon lo aceptó y el pirata se incorporó y retrocedió unos pasos.
Después, Valjon murmuró unas palabras sobre el cuchillo, levantando a menudo la mirada hacia la Espada del Amanecer. Una vez que hubo terminado, tomó el cuchillo con la mano derecha y la levantó hasta que su punta se encontró a la altura de la entrepierna de Hawkmoon.
—Ahora volveremos a empezar —dijo Valjon y empezó a cantar lentamente la misma letanía que Hawkmoon escuchara poco antes.
Hawkmoon percibió el gusto de la bilis en su boca y trató de liberarse de las ligaduras que le sujetaban. Las palabras resonaron con fuerza, el canto aumentó de volumen, hasta alcanzar casi un grado histérico. —… Espada del Amanecer, que revivís a los muertos y permitís que los vivos sigan con vida…
La punta del cuchillo acarició el muslo de Hawkmoon. —… que obtenéis la luz de la sangre de los hombres…
De un modo ausente, Hawkmoon se preguntó si, en efecto, la espada rosada obtenía su luz de la sangre. El cuchillo le tocó la rodilla y volvió a estremecerse, maldiciendo a Valjon, forcejeando inútilmente con las ligaduras. —… os rendiremos culto para siempre…
De pronto, Valjon interrumpió su canto y abrió la boca, asombrado, mirando más allá de donde estaba Hawkmoon, hacia un lugar situado por encima de su cabeza. Hawkmoon volvió la cabeza y también abrió la boca, atónito. ¡La Espada del Amanecer estaba descendiendo del techo!
Lo hacía con lentitud y Hawkmoon pudo distinguir que colgaba de una especie de telaraña de cuerdas metálicas… Y ahora había algo más en aquella telaraña… Era la figura de un hombre.
El hombre llevaba un largo casco que le ocultaba el rostro. Toda su armadura y atavíos eran de colores negro y oro, y del cinto le colgaba una enorme espada ancha de combate.
Hawkmoon apenas si pudo creerlo. Reconoció al hombre…, si es que se trataba de un hombre. —¡El Guerrero de Negro y Oro! —exclamó.
—A vuestro servicio —dijo una voz sardónica desde detrás del casco. Valjon rugió de rabia y lanzó el cuchillo contra el Guerrero de Negro y Oro. El arma se estrelló con un tintineo contra la armadura y cayó al estanque.
El Guerrero se sostuvo con una mano, enfundada en el guantelete, de la empuñadura de la Espada del Amanecer, y cortó cuidadosamente las ligaduras que sujetaban las muñecas de Hawkmoon.
—Estáis… estáis mancillando nuestro objeto más sagrado —gritó Valjon, incrédulo —. ¿Por qué no sois castigado? Nuestro dios, Batach Gerandiun, tendrá su venganza. La espada es suya, contiene su espíritu.
—Yo tengo otra versión —replicó el Guerrero —. La espada le pertenece a Hawkmoon.
El Bastón Rúnico creyó conveniente que en otro tiempo la utilizara vuestro antepasado, Batach Gerandiun, para sus propósitos, dándole poder sobre esta hoja rosada, pero ahora habéis perdido ese poder, y Hawkmoon lo posee. —¡No os comprendo! —exclamó Valjon atónito—. ¿Quién sois? ¿De dónde venís? ¿Acaso sois… podríais ser… Batach Gerandiun?
—Podría ser —murmuró el Guerrero—. Podría ser muchas cosas y muchos hombres.
Hawkmoon rogaba en su interior para que el Guerrero terminara su tarea a tiempo.
Valjon no tardaría en dejar de permanecer inmóvil. Se sujetó al armazón al ver liberadas las muñecas, tomó el cuchillo que le entregó el Guerrero y empezó a cortar ávidamente las ligaduras que le sujetaban aún por los tobillos.
Valjon sacudió la cabeza.
—Eso es imposible. Se trata de una pesadilla. —Se volvió hacia sus compañeros piratas y preguntó—: ¿Veis lo mismo que yo…, un hombre que cuelga de nuestra espada?
Todos asintieron en silencio y entonces uno de ellos se volvió y echó a correr hacia la entrada del salón.
—Llamaré a los hombres para que nos ayuden…
Hawkmoon saltó en ese preciso momento sobre el lord pirata que tenía más cerca, agarrándolo por el cuello. El hombre gritó, intentó apartar las manos de su oponente, pero Hawkmoon le giró la cabeza con fuerza hasta que le rompió el cuello. Después, con toda rapidez, extrajo la espada de la vaina del cadáver, y dejó caer el cuerpo al suelo.
Y allí estaba, desnudo bajo el resplandor de la gran espada, mientras el Guerrero de Negro y Oro se dedicaba a cortarles las ligaduras a sus amigos.
Valjon retrocedió, con una mirada de incredulidad en los ojos.
—No puede ser… No puede ser…
Entonces, D'Averc saltó al suelo situándose junto a Hawkmoon, y poco después se les unió Bewchard. Ambos iban desarmados y estaban desnudos.
Perplejos ante la indecisión de su jefe, los demás piratas permanecieron inmóviles.
Detrás del trío desnudo, el Guerrero de Negro y Oro tiró de la gran espada, acercándola al suelo.
Valjon lanzó un grito y extendió las manos hacia la hoja, tratando de arrancarla con violencia de su telaraña de metal. —¡Es mía! ¡Me pertenece por derecho! —¡Es de Hawkmoon! —exclamó el Guerrero de Negro y Oro—. ¡Él es el único que tiene derecho a utilizarla!
Valjon acercó la espada a su cuerpo, como protegiéndola. —¡Pues no la tendrá! ¡Destruidles!
Ahora, una gran cantidad de hombres entró precipitadamente en la sala llevando antorchas, y los lores piratas desenvainaron sus espadas y empezaron a avanzar hacia los cuatro hombres que estaban junto al estanque. El Guerrero de Negro y Oro desenvainó su enorme hoja de combate y la hizo oscilar ante él como una cimitarra, haciendo retroceder a los piratas y matando a algunos.
—Apoderaos de sus espadas —les dijo a Bewchard y D'Averc—. Ahora tenemos que luchar.
Bewchard y D'Averc obedecieron las instrucciones del Guerrero y avanzaron, siguiéndole los pasos.
Pero el gran salón parecía ahora lleno con centenares de hombres, todos ellos con los ojos febriles, ávidos de cobrarse sus vidas.
—Tenéis que quitarle esa espada a Valjon, Hawkmoon —gritó el Guerrero por encima del estruendo del combate—. ¡Apoderaos de ella… o todos pereceremos!
Fueron obligados a retroceder hacia el borde del sangriento estanque, y detrás de ellos se escuchó un tenebroso chapoteo en la sangre. Hawkmoon le echó un vistazo al estanque y lanzó un grito de horror. —¡Están saliendo del estanque!
En efecto, las criaturas nadaban hacia el borde y Hawkmoon vio que eran como el monstruo tentacular con el que se habían enfrentado en el bosque, aunque bastante más pequeñas. Evidentemente, eran de la misma raza, y probablemente habían sido traídas allí mucho tiempo antes, por los antepasados de Valjon, adaptándose poco a poco de un ambiente acuático a este otro ambiente de sangre humana.
Sintió que uno de los tentáculos le tocaba la carne desnuda y su cuerpo tembló con un estremecimiento de frío terror. El peligro existente a su espalda le proporcionó la fuerza adicional que necesitaba, y se lanzó con toda su fuerza contra los piratas, buscando a Valjon, que se hallaba cerca, sujetando la Espada del Amanecer, cuya extraña radiación roja le envolvía de un modo fantasmagórico.
Al verse en peligro, Valjon movió la mano hacia la empuñadura de la espada, gritando algo y manteniéndose por un instante en una expectante espera. Pero lo que esperaba que sucediera no se produjo y él abrió la boca asombrado. Tras este breve momento de desconcierto se lanzó contra Hawkmoon levantando la espada.
Hawkmoon se inclinó a un lado, detuvo el golpe y se tambaleó, medio cegado por la luz. Valjon gritó y volvió a levantar la espada rosada. Su contrincante se agachó de nuevo bajo la estocada y levantó su espada, alcanzando a Valjon en un hombro. El lord pirata emitió un grito de rabia y lanzó una estocada tras otra, con inusitada rapidez, mientras el hombre desnudo las iba evitando con agilidad.
De pronto. Valjon se detuvo en su ataque y estudió el rostro de Hawkmoon, con una expresión en la que se mezclaban el terror y el asombro. —¿Cómo puede ser? —murmuró—. ¿Cómo puede ser?
Hawkmoon se echó a reír.
—No me preguntéis, Valjon, pues todo esto también es un misterio para mí. Pero se me ha dicho que me apodere de vuestra espada, ¡y eso es lo que haré!
Y al tiempo que decía esto lanzó otra estocada hacia su enemigo, que éste desvió con un movimiento oscilante de la Espada del Amanecer.
Sin embargo, ese movimiento le colocó de espaldas al estanque sangriento, y Hawkmoon se dio cuenta de que aquellos pequeños monstruos, de cuyos costados escamosos goteaba la sangre, empezaban a arrastrarse por el suelo. Hawkmoon, con sus continuos ataques, hizo retroceder al pirata más y más hacia aquellas terribles criaturas.
Vio como uno de aquellos tentáculos se extendía, adhiriéndose a una de las piernas de Valjon. Escuchó el grito del hombre, quien trató de cortarlo con un tajo de su espada.
En ese instante Hawkmoon avanzó hacia él, lanzó un terrible puñetazo contra el rostro de su enemigo y, con la otra mano le arrancó la espada al lord pirata.
Después, contempló sombríamente cómo Valjon era arrastrado con lentitud hacia el estanque. Contempló la escena crudamente, sin hacer nada. Permaneció allí, con las manos apoyadas sobre la empuñadura de la Espada del Amanecer, mientras Valjon era arrastrado inexorablemente hacia el estanque sangriento.
Valjon no dijo nada. Se limitó a cubrirse el rostro con las manos cuando primero una pierna, y después la otra, fueron atraídas y hundidas en el estanque.
Después, se escuchó un prolongado grito de desesperación, que terminó con un gorgoteo de terror, y Valjon terminó por desaparecer bajo la superficie del estanque.
Hawkmoon se volvió, levantando la pesada espada, maravillado ante la luz que surgía de ella. La sujetó con ambas manos y miró para ver cómo les iban las cosas a sus amigos. Los tres formaban un grupo apretado y luchaban desesperadamente contra una multitud de enemigos. Era evidente que habrían sido arrollados de no ser porque el estanque seguía vomitando su terrible contenido.
El Guerrero vio que él poseía ya la espada y le gritó algo, pero Hawkmoon no pudo oír lo que le dijo. Se vio obligado a levantar la espada para defenderse, cuando un grupo de piratas se lanzó contra él. Los hizo retroceder y se abrió paso entre ellos, en un esfuerzo por reunirse con sus amigos.
Ahora, las criaturas del estanque abarrotaban los bordes, deslizándose sobre el suelo y dejando tras de sí un rastro húmedo. Hawkmoon se dio cuenta de que su posición era virtualmente desesperada, pues se hallaban atrapados entre una horda de hombres armados por un lado, y las criaturas del estanque por el otro.
El Guerrero de Negro y Oro trató de gritar algo, pero Hawkmoon tampoco pudo escucharlo. Continuó combatiendo, intentando desesperadamente llegar hasta donde estaba el Guerrero, cortando una cabeza aquí, un brazo allí, acercándose poco a poco a su misterioso aliado.
La voz del Guerrero volvió a sonar y en esta ocasión Hawkmoon escuchó sus palabras. —¡Llamadlos! —rugió—. ¡Llamad a la legión del Amanecer o estamos perdidos! —¿Qué queréis decir? —replicó Hawkmoon frunciendo el ceño.
—Tenéis el derecho de estar al mando de la legión. Llamadla. ¡En nombre del Bastón Rúnico, hombre, llamadlos!
Hawkmoon detuvo una estocada y atravesó al hombre que se la había dirigido. La luz de la hoja parecía estar desvaneciéndose, pero eso podía deberse al hecho de que tenía que competir con la luz procedente de las antorchas que iluminaban la sala. —¡Llamad a vuestros hombres, Hawkmoon! —volvió a gritar el Guerrero de Negro y Oro con desesperación.
Hawkmoon se encogió de hombros y, sin poder creer en lo que decía, gritó: —¡A mí la legión del Amanecer!
No sucedió nada. En realidad, él no había esperado que sucediera nada. No tenía fe en las leyendas, como ya había expresado en alguna ocasión.
Pero entonces se dio cuenta de que los piratas empezaban a gritar y que unas nuevas figuras habían aparecido procedentes de alguna parte… Se trataba de figuras extrañas que resplandecían con una luz rosada, que lanzaban estocadas a su alrededor con inusitada ferocidad, destrozando los cuerpos de los piratas.
Hawkmoon lanzó un profundo suspiro y quedó maravillado ante lo que veían sus ojos.
Los recién llegados iban vestidos con armaduras muy ornamentadas que, de algún modo, parecían pertenecer a épocas pasadas. Iban armados con lanzas decoradas con penachos de cabelleras, con enormes mazas de combate cubiertas de entalladuras, y gritaban, aullaban y mataban a sus enemigos con una increíble ferocidad, eliminando a gran cantidad de piratas en el término de pocos instantes.
Sus cuerpos eran morenos, llevaban los rostros cubiertos de pintura, en los que sobresalían unos ojos negros y abultados, y de sus gargantas surgían palabras extrañas.
Los piratas luchaban ahora con desesperación, logrando a veces atravesar a alguno de los relucientes guerreros. Pero en cuanto uno de aquellos hombres moría, su cuerpo se desvanecía y un nuevo guerrero aparecía, surgido de no se sabía dónde. Hawkmoon trató de averiguar de dónde venían, pero no pudo descubrirlo… Giraba la cabeza para mirar hacia otro lado y en cuanto volvía la vista allí había un nuevo guerrero luchando.
Jadeante, Hawkmoon se reunió con sus amigos. Los cuerpos desnudos de Bewchard y D'Averc mostraban distintos cortes, pero ninguno de ellos revestía gravedad.
Permanecieron inmóviles, contemplando cómo la legión del Amanecer se encargaba de destrozar a los piratas.
—Éstos son los soldados que sirven a la espada —les dijo el Guerrero de Negro y Oro—. Gracias a ellos, y porque así convenía a los designios del Bastón Rúnico, los antepasados de Valjon se hicieron temer en Narleen y sus alrededores. Pero la espada se vuelve ahora contra la gente de Valjon para recuperar aquello que se les entregó.
Hawkmoon sintió que algo le tocaba en el tobillo, se volvió y lanzó un grito de horror. —¡Las criaturas del estanque! ¡Me había olvidado de ellas!
Cortó el tentáculo con un tajo de la espada y retrocedió.
Al instante, una docena de guerreros radiantes aparecieron entre él y los monstruos.
Las lanzas adornadas con penachos se elevaron y cayeron, las mazas golpearon y los monstruos intentaron retroceder. Pero los soldados del Amanecer no se lo permitieron.
Los rodearon, ensartándolos con las lanzas, machacándolos con las mazas, hasta que no quedó de ellos más que una masa negruzca que manchaba el suelo de la estancia. —¡Está hecho! —exclamó Bewchard con incredulidad—. Hemos vencido. El poder de Starvel ha sido finalmente vencido. —Se inclinó y recogió una antorcha caída—. Vamos, amigo Hawkmoon, dirijamos a vuestros guerreros fantasma hacia la ciudad. Matemos todo lo que encontremos a nuestro paso. Incendiémoslo todo.
—Sí… —empezó a decir Hawkmoon, pero el Guerrero de Negro y Oro sacudió la cabeza.
—No…, la legión del Amanecer no es vuestra para dedicarla a matar piratas, Hawkmoon. Sólo es vuestra para que podáis cumplir con la tarea que os tiene asignada el Bastón Rúnico. —Hawkmoon vaciló. El Guerrero colocó una mano sobre el hombro de Bewchard —. Ahora que ya han muerto la mayoría de los lores piratas y que Valjon ha sido destruido, nada impedirá que vos y vuestros hombres regreséis a Starvel para terminar el trabajo que nosotros hemos iniciado esta noche. Pero a Hawkmoon y a su espada los necesitamos para cosas más grandes. Debe marcharse pronto.
Hawkmoon sintió entonces un acceso de cólera.
—Os estoy muy agradecido, Guerrero de Negro y Oro, por todo lo que habéis hecho para ayudarme. Pero os recuerdo que no estaría aquí de no haber sido por vuestros designios y los del pobre Mygan de Llandar, ya muerto. Necesito regresar a casa… al castillo de Brass y junto a mi esposa. Yo sólo dependo de mí mismo, Guerrero…, de mí mismo. Yo decidiré mi propio destino.
Entonces, el Guerrero de Negro y Oro se echó a reír.
—Seguís siendo un ingenuo, Dorian Hawkmoon. Sois el hombre del Bastón Rúnico, creedme. ¿Acaso creéis que sólo habéis venido a este templo para ayudar a un amigo que os necesitaba? ¡Ésa es la forma que tiene el Bastón Rúnico de ayudarnos! No os habríais atrevido a atacar a los lores piratas simplemente para apoderaros de la Espada del Amanecer, en cuya leyenda no creíais; pero, en cambio, os atrevisteis a atacarlos sólo para rescatar a Bewchard. El tejido que teje el Bastón Rúnico es complicado. Los hombres nunca son conscientes de los propósitos de sus acciones en cuanto se relaciona con el Bastón Rúnico. Ahora debéis cumplir con la segunda parte de vuestra misión en Amarehk. Tenéis que viajar al norte. Podéis costear el territorio, pues estoy seguro de que Bewchard os prestará un barco. Debéis encontrar Dnark, la ciudad de los Buenísimos, que necesitará de vuestra ayuda. Allí encontraréis las pruebas de la existencia del Bastón Rúnico.
—A mí no me interesan los misterios, Guerreros. Quiero saber qué ha sido de mi esposa y de mis amigos. Decidme…, ¿estamos ahora en el mismo tiempo que ellos?
—En efecto —contestó el Guerrero—. Nuestro tiempo se corresponde con el que habéis dejado en Europa. Pero como bien sabéis, el castillo de Brass existe en alguna otra parte…
—Eso ya lo sé —replicó Hawkmoon frunciendo el ceño, con una actitud reflexiva—.
Bien, Guerrero, quizá esté de acuerdo en aceptar el barco de Bewchard y dirigirme hacia Dnark. Quizá…
—Vamos —le interrumpió el Guerrero con un gesto—, abandonemos este lugar contaminado y regresemos a Narleen. Allí podremos discutir con Bewchard la cuestión del barco.
—Todo lo que tengo es vuestro. Hawkmoon —dijo Bewchard sonriendo—, pues habéis hecho mucho por mí y por toda la ciudad a la que pertenezco. Me habéis salvado la vida y habéis sido el responsable de la destrucción de los más antiguos enemigos de Narleen…
Podéis disponer de veinte barcos si lo deseáis.
Hawkmoon estaba sumido en profundos pensamientos. Tenía el propósito de engañar al Guerrero de Negro y Oro.