6. Jehamia Cohnahlias
Sus pies parecieron hundirse en el suelo y las sombras brillantes les rodearon por completo mientras avanzaban hacia la centelleante oscuridad de la torre.
Un dulce sonido llenaba los pasillos… Era un sonido muy suave, como una canción de cuna celestial. La música incrementó su sensación de bienestar mientras ellos se introducían más y más en aquella extraña construcción orgánica.
Y entonces, de repente, se encontraron en una pequeña habitación llena con la misma radiación, pulsante y dorada, que habían visto antes desde la barca.
Y la radiación procedía de un muchacho.
Se trataba de un muchacho joven, de aspecto oriental, con una piel suave y morena, vestido con ropas en la que se habían cosido joyas en tal cantidad que ocultaban la tela.
Les sonrió y su sonrisa fue comparable a la suave radiación que le rodeaba. Era imposible no amarle de inmediato.
—Duque Dorian Hawkmoon de Colonia —dijo con dulzura, inclinando levemente la cabeza—, y Huillam d'Averc. Os he admirado tanto por vuestras pinturas, como por vuestras construcciones, sir. —¿Estáis enterado de eso? —preguntó D'Averc atónito.
—Son excelentes. ¿Por qué no hacéis más?
D'Averc se puso a toser, desconcertado.
—Yo…, supongo que perdí la inspiración. Y luego la guerra…
—Ah, claro. El Imperio Oscuro. Ésa es la razón por la que estáis aquí.
—Así lo suponía…
—Me llamo Jehamia Cohnahlias —dijo el muchacho, que volvió a sonreír—. Y ésa es la única información directa sobre mí que puedo ofreceros, por si se os ocurriera hacerme más preguntas al respecto. Esta ciudad se llama Dnark, y a sus habitantes se les conoce en el mundo exterior como los Buenísimos. Creo que ya habéis conocido a algunos de ellos. —¿Os referís a las sombras brillantes? —preguntó Hawkmoon—. ¿Es así como los percibís? Sí…, las sombras brillantes. —¿Son seres sensibles? —siguió preguntando Hawkmoon.
—Sí, lo son. Y quizá incluso algo más que sensibles.
—Y esta ciudad, Dnark, es la legendaria ciudad del Bastón Rúnico.
—En efecto.
—Resulta extraño que todas esas leyendas sitúen su posición no en el continente de Amahrek, sino en Asiacomunista —observó D'Averc.
—Quizá no sea una coincidencia —dijo el muchacho sonriendo—. Es muy conveniente que existan esas leyendas.
—Comprendo.
Jehamia Cohnahlias sonrió serenamente.
—Me imagino que habéis venido para ver al Bastón Rúnico, ¿verdad?
—Al parecer, sí —contestó Hawkmoon, incapaz de experimentar el menor temor ante la presencia del muchacho—. Primero, el Guerrero de Negro y Oro nos dijo que viniéramos aquí, y después, cuando nos negamos, se nos presentó su hermano…, un tal Orland Fank…
—Ah, sí —sonrió Jehamia Cohnahlias—, Orland Fank. Siento un afecto especial por ese servidor particular del Bastón Rúnico. Bien, vayamos al salón del Bastón Rúnico. —Entonces, frunció ligeramente el ceño—. Pero, un momento, casi se me olvidaba. Primero querréis refrescaros un poco y encontraros con un viajero compañero vuestro. Alguien que os ha precedido hasta aquí sólo por cuestión de horas. —¿Lo conocemos?
—Creo que habéis tenido algún contacto con él en el pasado. —El muchacho casi pareció flotar al abandonar la silla donde había permanecido sentado—. Por aquí. —¿Quién podrá ser? —murmuró D'Averc dirigiéndose a Hawkmoon—. ¿A quién conocemos nosotros capaz de venir a Dnark?