7. Un viajero muy bien conocido
Siguieron a Jehemia Cohnahlias a lo largo de los tortuosos pasillos orgánicos del edificio. Ahora se sentían más ligeros, pues las sombras brillantes —los Buenísimos, según les había llamado el muchacho— se habían desvanecido. Probablemente, su tarea había consistido en ayudar a Hawkmoon y a D'Averc a llegar hasta donde estaba el muchacho.
Llegaron por fin a un salón grande en el que había una mesa larga, hecha presumiblemente de la misma sustancia que las paredes, y bancos de la misma materia.
Sobre la mesa había comida. Era relativamente sencilla y estaba compuesta sobre todo de pescado, pan y verduras.
Pero lo que más atrajo su atención fue la figura que vieron en el extremo del salón. Al verla, se llevaron automáticamente las manos a las empuñaduras de sus espadas, y en sus rostros aparecieron expresiones de encolerizado asombro.
Fue Hawkmoon el primero que logró pronunciar su nombre, con los dientes apretados. —¡Shenegar Trott!
La gruesa figura avanzó pesadamente hacia ellos. Su máscara de plata parecía ser sólo una parodia de los rasgos que ocultaba.
—Buenas tardes, caballeros. Supongo que sois Dorian Hawkmoon y Huillam d'Averc.
Hawkmoon se volvió hacia el muchacho. —¿Os dais cuenta de quién es esta criatura?
—Supongo que es un explorador procedente de Europa.
—Es el conde de Sussex…, uno de los hombres del rey Huon. ¡Ha violado a la mitad de Europa! ¡Únicamente el barón Meliadus le supera en cuanto a maldad!
—Vamos, vamos —dijo Trott con voz suave y divertida—. No empecemos por insultarnos el uno al otro. Aquí estamos en terreno neutral. Los temas de la guerra son otra cuestión. Puesto que, por el momento, no nos conciernen a nosotros, sugiero que nos comportemos de modo civilizado… y no insultemos a nuestro joven anfitrión… —¿Cómo habéis llegado a Dnark, conde Shenegar? —espetó Hawkmoon furioso.
—Por barco, duque de Colonia. Nuestro barón Kalan… a quien tengo entendido que ya conocéis… —Trott se echó a reír burlonamente, y Hawkmoon se llevó la mano, de manera automática, a la Joya Negra que Kalan le había incrustado en la frente —… inventó una nueva clase de ingenio destinado a propulsar nuestros barcos a mayor velocidad sobre el mar. Creo que se basa en la misma máquina que proporciona energía a nuestros ornitópteros, aunque es algo más complicada. Nuestro sabio rey–emperador me ha encargado la misión de viajar a Amarahk con el propósito de establecer relaciones amistosas con los poderes de aquí… —¡Querréis decir para descubrir sus puntos fuertes y débiles antes de que os lancéis al ataque! —espetó Hawkmoon—. ¡Es imposible confiar en un servidor del Imperio Oscuro!
El muchacho extendió ambas manos y una expresión de preocupación apareció en su rostro.
—Aquí, en Dnark —dijo—, sólo buscamos el equilibrio. Después de todo, ése es el objetivo y la razón de la existencia del Bastón Rúnico, que nosotros estamos aquí para proteger. Os ruego que os ahorréis las discusiones para el campo de batalla, caballeros, y que participéis juntos de la comida que os hemos preparado.
—No obstante —intervino D'Averc empleando un tono más ligero que el de Hawkmoon—, debo advertiros que Shenegar Trott no está aquí para traer paz. Vaya donde vaya, siempre lleva consigo la maldad y la destrucción. Estad preparados… porque se le considera como uno de los lores más astutos de Granbretan.
El muchacho pareció sentirse desconcertado y se limitó a hacer nuevos gestos indicando la mesa.
—Sentaos, por favor. —¿Y dónde está vuestra flota, conde Shenegar? —preguntó D'Averc al tiempo que se sentaba ante la mesa y se acercaba un plato de pescado—. ¿Flota? —replicó Trott con aire de inocencia—. Yo no he mencionado nada sobre una flota… Sólo dispongo de mi barco, anclado con su tripulación a pocos kilómetros, en las afueras de la ciudad.
—En tal caso será un barco bastante grande —murmuró Hawkmoon mordiendo un trozo de pan—, pues no es habitual que un conde del Imperio Oscuro emprenda un viaje sin ir preparado para la conquista.
—Olvidáis que en Granbretan también somos científicos y eruditos —replicó Trott como si se sintiera ligeramente ofendido—. También buscamos el conocimiento, la verdad y la razón. En realidad, toda nuestra intención al unir los estados guerreros de Europa no es más que aportar una paz racional al mundo, para que de ese modo el conocimiento pueda progresar con mucha mayor rapidez.
D'Averc tosió teatralmente, pero no dijo nada.
Entonces, Trott hizo algo virtualmente sin precedentes para un noble del Imperio Oscuro: se echó la máscara hacia atrás y empezó a comer. En Granbretan se consideraba una gran indecencia tanto mostrar el rostro como comer en público.
Hawkmoon sabía que Trott siempre había sido considerado en Granbretan como un excéntrico, tolerado por los demás nobles sólo gracias a su enorme fortuna privada, su habilidad como general y, a pesar de su aspecto endeble, su considerable valor personal como guerrero.
Su rostro puso al descubierto los mismos rasgos que aparecían caricaturizados en su máscara. Era blanca, rolliza y de expresión inteligente. Los ojos no mostraban expresión alguna, pero estaba claro que Shenegar Trott era capaz de expresar lo que quisiera con ellos.
Comieron en relativo silencio. El muchacho no tocó los alimentos, a pesar de que se sentó con ellos.
Más tarde, Hawkmoon indicó con un gesto la abultada armadura plateada del conde y preguntó: —¿Por qué viajáis con una armadura tan pesada si estáis cumpliendo una misión pacífica de exploración? —¿Cómo iba a poder anticipar los peligros a los que tendría que enfrentarme en esta extraña ciudad? —replicó Shenegar Trott con una sonrisa—. ¿No os parece que es perfectamente lógico viajar bien preparado?
D'Averc cambió de tema al darse cuenta de que no obtendrían más que suaves respuestas del granbretaniano. —¿Cómo va la guerra en Europa? —preguntó.
—Ya no hay guerra en Europa —contestó Trott—. ¡Que no hay guerra! Entonces, ¿qué hacemos aquí, exiliados de nuestro propio país? —preguntó Hawkmoon.
—No hay guerra porque ahora toda Europa se encuentra en paz bajo el patronazgo de nuestro buen rey Huon —dijo Shenegar Trott con un leve guiño, casi como el que haría a un buen camarada, y que a Hawkmoon le fue imposible contestar—. A excepción de Camarga, claro está —siguió diciendo—. Y Camarga se ha desvanecido. Mi querido compañero, el barón Meliadus, se ha mostrado muy encolerizado por eso.
—Estoy seguro de que así es —replicó Hawkmoon—. ¿Y continúa queriendo vengarse de nosotros?
—Desde luego que sí. De hecho, cuando abandoné Londra corría el peligro de convertirse en el hazmerreír de la corte.
—Parecéis sentir muy poco afecto por el barón Meliadus —sugirió D'Averc.
—Me comprendéis muy bien —le dijo el conde Shenegar—. No todos nosotros somos hombres tan dementes y ambiciosos como pensáis. Yo mismo he tenido muchas discusiones con el barón Meliadus. A pesar de todo, soy leal a mi patria y a mi rey, aun cuando no esté de acuerdo con todo lo que se hace en su nombre…, y quizá tampoco con todo lo que yo mismo me he visto obligado a hacer. Yo cumplo órdenes. Soy un patriota.
—Shenegar Trott se encogió ostentosamente de hombros. —Preferiría quedarme en casa, dedicado a leer y a escribir. En otros tiempos se pensaba que era un poeta prometedor.
—Pero ahora sólo os dedicáis a escribir epitafios… y además, lo hacéis con sangre y fuego —dijo Hawkmoon.
El conde Shenegar no pareció sentirse herido por aquellas palabras, a las que contestó razonablemente.
—Tenéis vuestro propio punto de vista. Yo tengo el mío. Creo en la conveniencia última de nuestra causa: que la unificación del mundo es de la máxima importancia, que las ambiciones personales, por muy nobles que sean, tienen que ser sacrificadas a principios mucho más grandes.
—Ésa es la respuesta habitual entre los granbretanianos —argumentó Hawkmoon sin dejarse convencer—. Es el mismo argumento que el barón Meliadus empleó ante el conde de Brass poco antes de que intentara violar y secuestrar a su hija Yisselda.
—Ya he comentado antes que no estoy de acuerdo con todo lo que hace el barón Meliadus —dijo el conde Shenegar—. En toda corte siempre hay un idiota, y todo gran ideal atrae indefectiblemente a quienes sólo están motivados por el egoísmo.
Las respuestas de Shenegar Trott parecían ir dirigidas más al muchacho que escuchaba tranquilamente, que a Hawkmoon y D'Averc.
Terminaron de comer. Trott apartó su plato y volvió a colocarse la máscara plateada sobre el rostro. Después, se volvió hacia el muchacho.
—Os agradezco vuestra hospitalidad. Y ahora… me prometisteis que podría contemplar y admirar el Bastón Rúnico. Me alegraría mucho poder encontrarme ante ese artefacto legendario…
Hawkmoon y D'Averc dirigieron miradas de advertencia al muchacho, pero éste no pareció darse cuenta de ellas.
—Ahora ya es tarde —dijo Jehemia Cohnahlias—. Todos nosotros visitaremos la sala del Bastón Rúnico mañana. Mientras tanto, os ruego que descanséis aquí. A través de esa pequeña puerta —dijo señalando hacia el otro lado de la sala— encontraréis acomodo para dormir. Os llamaré por la mañana.
Shenegar Trott se levantó y se inclinó ceremoniosamente.
—Os agradezco vuestra oferta, pero mis hombres empezarían a sentirse muy inquietos si no regresara esta noche a mi barco. Mañana volveré a reunirme aquí con vos.
—Como deseéis —dijo el muchacho.
—En cuanto a nosotros —dijo Hawkmoon—, os agradecemos vuestra hospitalidad.
Pero debo advertiros de nuevo que Shenegar Trott puede no ser lo que vos creéis.
—Sois admirables en vuestra tenacidad —intervino Shenegar Trott.
Y, diciendo esto, hizo un alegre saludo con la mano y abandonó el salón.
—Me temo que vamos a dormir muy mal sabiendo que nuestro enemigo se encuentra en Dnark —comentó D'Averc.
—No temáis —dijo el muchacho sonriendo—. Los Buenísimos os ayudarán a descansar y os protegerán de todo daño del que podáis sentir miedo. Buenas noches, caballeros. Volveré a veros mañana.
El muchacho abandonó con ligereza la sala y D'Averc y Hawkmoon se dispusieron a inspeccionar los cubículos que contenían literas introducidas en la parte lateral de las paredes.
—Me temo que ese Shenegar Trott quiera hacerle algún daño al muchacho —dijo Hawkmoon.
—Será mejor que hagamos todo lo que podamos para protegerle —dijo D'Averc—.
Buenas noches, Hawkmoon.
Una vez que su amigo se hubo introducido en su cubículo, Hawkmoon hizo lo propio.
Estaba lleno de sombras brillantes y en su interior sonaba la música celestial que habían escuchado antes. Y así, se quedó dormido casi inmediatamente.