9. Interludio en el castillo de Brass
En el castillo de Brass, el conde y Oladahn de las Montañas Búlgaras montaron en los caballos con cuernos y salieron al trote, cruzaron la ciudad de tejados rojos y se alejaron hacia los pantanos, como habían adquirido la costumbre de hacer cada mañana.
El conde Brass ya se encontraba algo mejor de su malhumor y empezaba a desear de nuevo la compañía de alguien, sobre todo desde la visita que les hiciera el Guerrero de Negro y Oro.
Elvereza Tozer permanecía prisionero en una de las habitaciones de las torres, y pareció sentirse contento cuando Bowgentle le proporcionó papel, pluma y tinta y le dijo que se ganara el sustento escribiendo una obra, prometiéndole un público que, aunque pequeño, sabría apreciarla.
—Me pregunto cómo le irán las cosas a Hawkmoon —dijo el conde mientras cabalgaban juntos en agradable compañía—. Siento mucho no haber sacado la paja que me hubiera permitido acompañarle.
—Yo también —asintió Oladahn—. D'Averc tuvo mucha suerte. Fue una lástima que sólo dispusiéramos de dos anillos para utilizarlos, el de Tozer y el del Guerrero. Si regresan con el resto, todos nosotros podremos hacerle la guerra al Imperio Oscuro…
—Amigo Oladahn, ha sido peligroso aceptar la idea del Guerrero de Negro y Oro. No deberían haber ido a Granbretan para tratar de descubrir por ellos mismos el paradero de Mygan de Llandar, en Yel.
—He oído decir a menudo que resulta más seguro meterse en la cueva del león, que permanecer fuera —observó Oladahn.
—Pero es mucho más seguro vivir en un país donde no haya leones —replicó el conde Brass con una ligera sonrisa en los labios.
—Bueno, confío en que el león no los devore, eso es todo, conde Brass —dijo Oladahn frunciendo el ceño—. Puede ser perverso por mi parte, pero sigo envidiándoles la oportunidad que han tenido.
—Tengo la sensación de que pasaremos mucho más tiempo hundidos en esta inacción —comentó el conde Brass, conduciendo su caballo por el estrecho sendero que cruzaba las marismas, entre los juncos—. Me parece que nuestra seguridad no sólo se ve amenazada desde un punto, sino desde muchos…
—Esa posibilidad no me preocupa en exceso —afirmó Oladahn—, pero temo por Yisselda, Bowgentle y las gentes del pueblo, pues ellos no sienten ningún entusiasmo por la clase de actividad que tanto nos agrada a nosotros.
Los dos hombres cabalgaron hacia el mar, disfrutando de la soledad y, al mismo tiempo, anhelando que llegara el momento de la acción y el combate.
El conde Brass empezó a preguntarse si acaso no valdría la pena hacer añicos el instrumento de cristal que representaba su seguridad y la de todos, llevando así el castillo de Brass al mundo que habían abandonado, y dedicándose de nuevo a la lucha, a pesar de que no había muchas posibilidades de derrotar a las grandes hordas del Imperio Oscuro.