4. Flana Mikosevaar

En el concierto, Flana Mikosevaar, condesa de Kanbery, se ajustó la máscara de hilo de oro y miró a su alrededor con aire ausente viendo al resto del público sólo como una masa de colores vivaces. La orquesta, situada en el centro de la sala de baile, interpretaba una melodía salvaje y compleja, una de las últimas obras de Londen Johne, el último gran músico de Granbretan, que había muerto dos siglos antes.

La máscara de la condesa era la de una ornamentada garza real, con los ojos facetados en mil fragmentos de joyas raras. Su pesado vestido estaba hecho a base de un luminoso brocado que cambiaba sus numerosos colores a medida que variaba la luz.

Ella era la viuda de Asrovak Mikosevaar, quien había muerto bajo la espada de Dorian Hawkmoon durante la primera batalla de Camarga. El renegado muscoviano, que había formado la legión del Buitre para luchar en el continente europeo, y cuyo eslogan había sido «Muerte a la vida», no fue llorado por Flana de Kanbery, quien tampoco sentía ningún deseo especial de venganza contra quien le había matado. Él había sido su decimosegundo esposo, y la feroz demencia de aquel amante sediento de sangre había servido para el placer de la condesa durante un tiempo más que suficiente, antes de que se marchara a la guerra contra Camarga. Desde entonces, ella había tenido varios amantes y su recuerdo de Asrovak Mikosevaar era tan nebuloso como el de todos los demás hombres que había conocido, pues Flana era una persona introvertida que apenas si era capaz de distinguir a una persona de la otra.

En general, tenía la costumbre de destruir a sus esposos y amantes en cuanto representaran un inconveniente para ella. El instinto, antes que la consideración intelectual, le impedían asesinar a los más poderosos de entre ellos. Esto, sin embargo, no quería decir que fuera incapaz de amar, ya que podía hacerlo apasionadamente, dedicada por completo al objeto de su amor, aunque lo cierto es que no podía mantener esa emoción durante mucho tiempo. La condesa de Kanbery no conocía ni el odio ni la lealtad. En general, se comportaba como un animal neutral, haciendo pensar a muchos en un felino y a otros en una araña, aunque su gracia y su belleza hacían recordar más al primero. Y había muchos que la odiaban y que planeaban vengarse de ella por un esposo robado o un hermano envenenado, y que habrían llevado a cabo esa venganza de no haber sido por el hecho de que la condesa de Kanbery era prima del rey–emperador Huon, el monarca inmortal que habitaba eternamente en el globo del trono, que, como una inmensa matriz, ocupaba la sala del trono de su palacio. Así pues, ella era centro de numerosas atenciones, puesto que se trataba de la única superviviente de la familia del monarca, y ciertos elementos de la corte consideraban que, si Huon era destruido, ella sería nombrada reina–emperatriz y entonces podría servir a sus propios intereses.

Inconsciente de las numerosas tramas que la involucraban, Plana de Kanbery seguía viviendo sin que nada la molestara, ya que no sentía la menor curiosidad por conocer los asuntos de nadie relacionado o cercano a ella, y sólo trataba de satisfacer sus propios y oscuros deseos, y de aliviar el extraño anhelo melancólico que anidaba en su alma y que ni ella misma era capaz de definir. Muchos se habían interrogado sobre su actitud y buscado sus favores con el único objeto de desenmascararla y ver qué les podía decir su rostro, pero éste, hermoso, de piel suave, siempre con las mejillas ligeramente arreboladas, con unos ojos grandes y dorados, mantenía siempre una expresión remota y misteriosa, ocultando mucho más de lo que pudiera ocultar cualquier máscara.

La música terminó, el público se movió y los colores adquirieron viveza a medida que los tejidos ondeaban y las máscaras se volvían, asentían y hacían gestos. Pudo ver un grupo de delicadas máscaras, correspondientes a las damas que estaban rodeadas por los cascos militares de los capitanes de los grandes ejércitos granbretanianos, recién llegados de los campos de batalla. La condesa se levantó, pero no se dirigió hacia ellos.

Vagamente, reconoció algunos de los cascos, particularmente el del barón Meliadus, de la orden del Lobo, que había sido su esposo cinco años antes y que terminó por divorciarse (una acción de la que ella apenas si se dio cuenta). Allí estaba también Shenegar Trott, recostado sobre cómodos cojines, servido por esclavas continentales desnudas, con su máscara de plata representando la parodia de un rostro humano. Y también vio la máscara del duque de Lakasdeh, Pra Flenn, que apenas tenía dieciocho años y que ya había logrado someter a diez grandes ciudades. Su casco era una cabeza de dragón de aspecto burlón. En cuanto a los demás, creía conocerlos, y terminó por darse cuenta de que se trataba de los más poderosos señores de la guerra, que habían regresado para celebrar sus victorias, dividirse entre ellos los territorios conquistados y recibir las felicitaciones del emperador. Todos ellos reían sonoramente, con actitudes orgullosas, mientras las damas revoloteaban a su alrededor. Es decir, todos excepto su ex marido Meliadus, que parecía querer evitarlos, dedicado a hablar con su cuñado Taragorm, jefe del palacio del Tiempo, y con el barón Kalan de Vitall, con máscara de serpiente, que era el gran jefe de la orden de la Serpiente y principal científico del rey–emperador. Plana frunció el ceño detrás de su máscara, recordando vagamente que Meliadus solía evitar a Taragorm…

El Bastón Rúnico
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