3. El pueblo fantasma

Cargados de cadenas, hasta el punto de que casi no podían respirar, Hawkmoon y Oladahn fueron obligados a bajar innumerables tramos de escalera hasta las profundidades de la gran torre, que parecía hundirse bajo tierra tanto como sobresalía en el aire.

Los guerreros oso llegaron finalmente a una cámara que, evidentemente, había sido un antiguo almacén, pero que ahora podía servir como eficaz mazmorra.

Allí fueron arrojados sobre la dura roca. Permanecieron tendidos sobre ella hasta que una bota les obligó a darse la vuelta. Ambos se quedaron mirando, con los ojos parpadeantes, la luz de la antorcha sostenida por el fornido Ecardo, cuya máscara abollada parecía sonreír burlonamente. D'Averc, que seguía manteniendo la máscara echada hacia atrás, estaba de pie, al lado de Ecardo, acompañado por el enorme y peludo guerrero que Hawkmoon viera anteriormente. D'Averc sostenía un pañuelo de brocado sobre sus labios, y se apoyaba pesadamente en el brazo del gigante.

D'Averc tosió teatralmente y sonrió, mirando a sus prisioneros.

—Me temo que voy a tener que dejaros pronto, caballeros. Este aire subterráneo y viciado no es bueno para mí. Sin embargo, no creo que resulte dañino para dos jóvenes tan robustos como vosotros. No tendréis que permanecer aquí más que un día, os lo aseguro. He enviado a pedir un ornitóptero más grande, capaz de transportaros a ambos a Sicilia, donde en estos momentos acampa el grueso de mis fuerzas. —¿Ya os habéis apoderado de Sicilia? —preguntó Hawkmoon con aparente indiferencia—. ¿Habéis conquistado la isla?

—En efecto. El Imperio Oscuro no anda perdiendo el tiempo. De hecho… —D'Averc tosió con fingida modestia sobre el pañuelo—, yo soy el héroe de Sicilia. Ha sido mi liderazgo el que ha permitido subyugar la isla tan rápidamente. Pero ese triunfo no ha sido nada especial, ya que el Imperio Oscuro cuenta con muchos capitanes tan capaces como yo mismo. Hemos hecho numerosas conquistas en toda Europa durante estos últimos meses… y también en el este.

—Pero la Camarga sigue resistiendo —dijo Hawkmoon—. Eso es algo que debe irritar mucho al rey–emperador.

—Oh, la Camarga no podrá resistir nuestro asedio durante mucho más tiempo —dijo D'Averc confiadamente —. Estamos concentrando toda nuestra atención en esa pequeña provincia. Incluso es posible que a estas alturas ya haya caído…

—No mientras viva el conde Brass —replicó Hawkmoon sonriendo.

—En tal caso no durará mucho —dijo D'Averc—. He oído decir que fue gravemente herido y que su lugarteniente Von Villach murió en una batalla reciente.

Hawkmoon no sabía si D'Averc estaba mintiendo o no. No permitió que ningún rasgo de emoción apareciera en su semblante, pero aquellas noticias le produjeron una gran conmoción interna. ¿Estaba Camarga a punto de caer? Y, en tal caso, ¿qué sería de Yisselda?

—Es evidente que estas noticias os perturban —murmuró D'Averc—. Pero no temáis, duque, porque cuando la Camarga caiga será en mis manos si todo marcha como espero.

Tengo la intención de reclamar esa provincia como recompensa por haberos capturado. Y a estos fieles compañeros —añadió, señalando a sus embrutecidos sirvientes— les confiaré el gobierno de Camarga cuando yo no pueda hacerlo. Ellos comparten todos los aspectos de mi vida…, mis secretos, mis placeres. Por lo tanto, es justo que también compartan mis triunfos. A Ecardo lo nombraré administrador de mis bienes, y creo que a Peter lo nombraré conde.

Desde el interior de la máscara del gigante surgió un gruñido animal. D'Averc sonrió.

—Peter no tiene mucho cerebro, pero su fuerza y su lealtad son incuestionables. Quizá me decida a sustituir al conde Brass, colocando a Peter en su lugar.

Hawkmoon se agitó coléricamente entre sus cadenas.

—Sois una bestia salvaje, D'Averc, pero no os daré el placer de verme explotar, si es eso lo que pretendéis. Esperaré pacientemente a que llegue mi momento. Quizá logre escapar de vos. Y, en tal caso…, viviréis aterrorizado en espera del día en que se cambien los papeles y estéis en mi poder.

—Me temo que os mostráis demasiado optimista, duque. Descansad aquí, disfrutad de la paz, pues no volveréis a conocerla una vez hayáis regresado a Granbretan.

D'Averc hizo una inclinación burlona y se marchó, seguido por sus hombres. La luz de la antorcha se desvaneció, y Hawkmoon y Oladahn quedaron sumidos en la más completa oscuridad.

—Ah —sonó la voz de Oladahn al cabo de un rato—. Me resulta difícil aceptar seriamente mi situación después de todo lo que ha sucedido a lo largo del día. Ni siquiera estoy seguro aún de saber si esto es sólo un sueño, la muerte, o la realidad. —¿Qué os ocurrió, Oladahn? —preguntó Hawkmoon—. ¿Cómo pudisteis sobrevivir a ese gran salto en el vacío que disteis? Me imaginé que vuestro cuerpo había quedado aplastado bajo la torre.

—Y así habría tenido que ser —asintió Oladahn—, si no me hubiera visto detenido en plena caída por los fantasmas. —¿Fantasmas? Bromeáis.

—No… Esas cosas… como fantasmas… surgieron de las ventanas de la torre, me recogieron y me depositaron suavemente sobre el suelo. Tenían el tamaño y la figura de los hombres, pero apenas si eran tangibles… —¡Debisteis caer, golpearos la cabeza y luego soñasteis todo eso!

—Podríais tener razón —admitió Oladahn, quien, tras una pausa, añadió—: Pero, de ser así, aún debo estar soñando. Mirad a vuestra izquierda.

Hawkmoon volvió la cabeza, y se quedó con la boca abierta por el asombro ante lo que vio. Allí, pudo ver con toda claridad la figura de un hombre. Sin embargo, también podía mirar a través del hombre, distinguiendo el muro que se hallaba tras él, como si estuviera mirando a través de una neblina lechosa.

—Parece un fantasma clásico —observó Hawkmoon—. Resulta extraño compartir vuestro sueño…

Desde la figura que se erguía sobre ellos surgió una risa débil y musical.

—No soñáis, extranjeros. Somos hombres como vosotros. La masa de nuestros cuerpos sólo está alterada un poco, eso es todo. No existimos en las mismas dimensiones que vosotros, pero somos perfectamente reales. Somos los hombres de Soryandum.

—De modo que no habéis abandonado vuestra ciudad —dijo Oladahn—. Pero ¿cómo habéis alcanzado este… peculiar estado de existencia?

El hombre fantasma volvió a reír.

—Mediante el control de la mente —contestó—, el experimento científico y un cierto dominio del tiempo y del espacio. Lamento que sea imposible describir cómo alcanzamos este estado, ya que, entre otras cosas, lo hemos conseguido mediante la creación de un vocabulario completamente nuevo, y el lenguaje que yo tendría que utilizar para explicarlo no significaría nada para vosotros. No obstante, podéis estar seguros de una cosa…

Poseemos una excelente capacidad para juzgar a las personas, y es por ello por lo que os hemos reconocido a vosotros como amigos potenciales, y a esos otros como enemigos reales. —¿Enemigos vuestros? ¿Cómo es eso? —preguntó Hawkmoon.

—Os lo explicaré más tarde.

El hombre fantasma se inclinó hacia adelante hasta encontrarse sobre la figura de Hawkmoon. El joven duque de Colonia sintió una extraña presión sobre su cuerpo y después fue elevado del suelo. Aquel hombre podía parecer intangible, pero sin duda alguna era mucho más fuerte que cualquier ser mortal. Desde las sombras surgieron otros dos hombres fantasma. Uno de ellos cogió a Oladahn, mientras que el otro levantaba una mano y, de algún modo extraño, producía una radiación en la mazmorra que, a pesar de ser muy suave, fue suficiente para iluminar todo el lugar. Hawkmoon observó que los hombres fantasma eran altos y delgados, que tenían rostros enjutos y elegantes y ojos aparentemente ciegos.

Al principio, supuso que el pueblo de Soryandum era capaz de atravesar los muros sólidos, pero ahora se dio cuenta de que habían entrado procedentes de la parte superior de la mazmorra, ya que aproximadamente a media altura del muro se abría un largo túnel.

Quizá en un lejano pasado ese túnel fue utilizado como una especie de tobogán, para dejar caer por él sacos de mercancías.

Entonces, los hombres fantasma se elevaron en el aire en dirección al túnel, sosteniendo a los dos hombres encadenados, entraron en él y se desplazaron hacia arriba, hasta que se pudo ver luz en el extremo más alejado… Era la luz de la luna y las estrellas. —¿Adonde nos lleváis? —susurró Hawkmoon.

—A un lugar más seguro donde podamos liberaros de vuestras cadenas —le contestó el hombre fantasma que le transportaba.

Una vez que llegaron a la parte superior del túnel y sintieron el frío de la noche, se detuvieron un momento para permitir que el que no llevaba carga alguna se adelantara para asegurarse de que no había por allí guerreros de Granbretan. Éste hizo una seña a los otros, indicándoles que le siguieran, y todos se desplazaron por las calles arruinadas de la silenciosa ciudad, hasta que llegaron a un sencillo edificio de tres pisos, que se encontraba en mejores condiciones que el resto, pero en el que no parecía existir ninguna entrada al nivel del suelo.

Los hombres fantasma volvieron a elevar a Hawkmoon y a Oladahn y, al llegar a la altura del segundo piso, pasaron a través de un amplio ventanal, introduciéndose en la casa.

Se detuvieron en una estancia vacía de todo tipo de ornamentación y los depositaron suavemente en el suelo. —¿Qué es este lugar? —preguntó Hawkmoon, a quien todavía no le parecía seguro confiar en lo que le decían sus sentidos.

—Aquí es donde vivimos —contestó el hombre fantasma—. No somos muchos.

Aunque vivimos durante siglos, somos incapaces de reproducirnos. Eso fue lo que perdimos al convertirnos en lo que somos.

Ahora, otras figuras salieron por una puerta. Algunas de ellas eran mujeres. Todas mostraban el mismo aspecto hermoso y grácil, y todos los cuerpos eran de una opacidad lechosa; ninguno de ellos portaba ropas. Los rostros y los cuerpos no parecían tener edad alguna, apenas si eran humanos, pero irradiaban tal sensación de tranquilidad, que Hawkmoon se sintió inmediatamente relajado y seguro.

Uno de los recién llegados traía con él un pequeño instrumento, apenas mayor que el dedo índice de Hawkmoon. Se inclinó y lo aplicó sobre los diferentes candados que cerraban las cadenas. Los candados se abrieron uno tras otro, hasta que, finalmente, Hawkmoon y Oladahn se encontraron libres.

Hawkmoon se sentó en el suelo, frotándose los doloridos músculos.

—Os lo agradezco —dijo —. Me habéis salvado de un desagradable destino.

—Nos alegramos de haberos sido de alguna ayuda —replicó uno de los hombres fantasma, algo más bajo de estatura que el resto—. Soy Rinal, antiguo jefe consejero de Soryandum —se presentó, adelantándose y sonriendo—. Y nos preguntamos si os interesaría sernos de alguna ayuda para nosotros.

—Me encantaría realizar cualquier cosa a vuestro servicio, en pago por lo que habéis hecho por nosotros —replicó Hawkmoon con seriedad—. ¿De qué se trata?

—Nosotros también nos encontramos en grave peligro ante esos extraños guerreros con sus grotescas máscaras bestiales —le dijo Rinal—. Porque tienen la intención de arrasar Soryandum. —¿Arrasarla? Pero ¿por qué? Esta ciudad no representa ningún peligro para ellos… y se encuentra demasiado lejos como para que deseen anexionársela.

—No tanto —dijo Rinal—. Hemos escuchado sus conversaciones y sabemos que Soryandum tiene cierto valor para ellos. Desean construir aquí una gran estructura para almacenar avíos de guerra y cientos de sus máquinas voladoras. De ese modo, desde aquí podrán enviar sus máquinas voladoras contra los territorios adyacentes, para amenazarlos y apoderarse de ellos.

—Ya entiendo —murmuró Hawkmoon—. Eso tiene sentido. Y esa es la razón por la que D'Averc, el ex arquitecto, ha sido elegido para cumplir esta misión particular. Aquí ya hay suficientes materiales de construcción que podrían ser remodelados para formar una de sus bases de ornitópteros. Por otro lado, el lugar es tan remoto que pocos se darían cuenta de su actividad. De ese modo, el Imperio Oscuro contaría a su favor con el factor sorpresa en cuanto decidiera lanzar un ataque. ¡Debemos detenerlos!

—Así debe ser, aunque sólo sea en beneficio nuestro —siguió diciendo Rinal—.

Nosotros formamos parte de esta ciudad desde hace mucho más tiempo del que podáis imaginar. Tanto ella como nosotros existimos como una misma cosa. Si la ciudad fuera destruida, nosotros también pereceríamos.

—Pero ¿cómo podemos detenerlos? —preguntó Hawkmoon—. ¿Y cómo puedo yo seros de alguna ayuda? Sin duda alguna, debéis tener a vuestra disposición los recursos de una ciencia muy sofisticada. Yo sólo dispongo de mi espada…, ¡e incluso ésa está en manos de D'Averc!

—Ya os he dicho que estamos inextricablemente unidos a la ciudad —siguió diciendo Rinal con paciencia—. Y así es, exactamente. No podemos alejarnos de ella. Hace ya mucho tiempo que nos desembarazamos de cosas tan poco sutiles como las máquinas.

Todas ellas fueron escondidas en una colina situada a muchos kilómetros de distancia de Soryandum. Ahora necesitamos una en particular, y nosotros no tenemos acceso a ella.

Vos, sin embargo, podréis obtenerla para nosotros gracias a vuestra movilidad mortal.

—Con mucho gusto —dijo Hawkmoon—. Si nos indicáis la localización exacta de esa máquina, os la traeremos. Será mejor que nos marchemos pronto, antes de que D'Averc se dé cuenta de que hemos escapado.

—Estoy de acuerdo en que esa tarea debe realizarse lo antes posible —asintió Rinal—, pero he omitido deciros una cosa. Ocultamos las máquinas en una caverna cuando aún éramos capaces de alejarnos algo de Soryandum. Para estar seguros de que nadie acudiría a buscarlas, las protegimos con una máquina bestia…, un terrible artilugio diseñado para aterrorizar a cualquiera que descubriera el lugar. Pero esa criatura de metal también puede matar…, y matará a cualquiera que, no siendo de nuestra raza, se atreva a entrar en la caverna donde están las máquinas.

—En ese caso, decidnos cómo podemos anular a esa bestia —dijo Oladahn.

—Únicamente podéis utilizar un método —contestó Rinal con un suspiro—. Tenéis que luchar contra ella… y destruirla.

—Ya entiendo —asintió Hawkmoon con una sonrisa—. De modo que acabo de escapar de una dificultad para tener que enfrentarme con otra apenas menos peligrosa.

—No —dijo Rinal levantando una mano—. No os exigimos nada. Si creéis que vuestra vida será más útil poniéndola al servicio de alguna otra causa, olvidaros inmediatamente de nosotros y seguid vuestro camino.

—Os debo la vida —replicó Hawkmoon—. Y mi conciencia no se quedaría tranquila si me limitara a marcharme de Soryandum sabiendo que vuestra ciudad será destruida, vuestra raza exterminada, y que el Imperio Oscuro contará así con la posibilidad de penetrar aún más profundamente en el este de lo que ya ha hecho. No… Haré todo lo que pueda, aunque no será nada fácil sin contar con armas.

Rinal hizo una seña a uno de los hombres fantasma, que abandonó la estancia para regresar al cabo de un rato con la espada de combate de Hawkmoon, y el arco, las flechas y la espada de Oladahn.

—Nos ha sido muy fácil recuperarlas —dijo Rinal con una sonrisa—. Y tenemos otra arma especial para vos. —Le entregó a Hawkmoon el pequeño artilugio que antes había utilizado para abrir los candados—. Esto fue lo único que conservamos cuando ocultamos nuestras otras máquinas. Es capaz de abrir cualquier cerradura… Todo lo que tenéis que hacer es apuntar hacia ella con esto. Os ayudará a entrar en el almacén principal donde la bestia mecánica guarda las viejas máquinas de Soryandum. —¿Y cuál es la máquina que deseáis que os encontremos? —preguntó Oladahn.

—Se trata de un pequeño artilugio que tiene aproximadamente la cabeza de un hombre. Tiene los colores del arco iris, y reluce. Su aspecto es el del cristal, pero al tacto parece metal. Posee una base de ónice de la cual se proyecta un objeto octogonal. Es posible que en el almacén haya dos. Si podéis, traed los dos. —¿Qué es lo que hace? —inquirió Hawkmoon.

—Eso lo veréis cuando regreséis con él.

—Si es que lo conseguimos —observó Oladahn con un sombrío acento filosófico.

El Bastón Rúnico
titlepage.xhtml
Khariel.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
autor.xhtml