3. El Guerrero de Negro y Oro

El pesado mercante turco surcó las tranquilas aguas del océano, con la espuma rompiéndose ante su quilla y su única vela latina extendida como el ala de un ave para tomar el fuerte viento. El capitán de la nave, que llevaba un fez dorado con borla y una chaquetilla bordada, con los largos y sueltos pantalones sujetos a los tobillos por bandas doradas, se encontraba en la popa de la nave, en compañía de Hawkmoon y Oladahn. El capitán señaló con un dedo los dos grandes caballos azules sujetos en el puente inferior y comentó:

—Son animales muy hermosos. Nunca he visto otros iguales por estos parajes. —Se rascó la barba puntiaguda y añadió—: ¿No estaríais dispuestos a venderlos? Una parte de este barco me pertenece y podría pagaros un buen precio.

—Esos caballos valen para mí mucho más que cualquier riqueza —contestó Hawkmoon negando con un movimiento de cabeza.

—Lo creo —replicó el capitán, sin comprender el verdadero significado de sus palabras.

Después, levantó la mirada hacia lo alto del palo cuando escuchó el grito del hombre que había allí, quien señalaba, con el brazo extendido hacia el oeste.

Hawkmoon miró en la misma dirección y observó que tres velas surgían sobre el horizonte. El capitán levantó su catalejo. —¡Por Rakar…! ¡Son naves del Imperio Oscuro!

Le entregó el catalejo a Hawkmoon y éste pudo observar con claridad las velas negras de las naves. Cada una de ellas ostentaba el símbolo del tiburón, perteneciente a la flota de guerra del Imperio Oscuro. —¿Tendrán intenciones de hacernos algún daño? —preguntó.

—Esas naves hacen daño a todas las que no son de su clase —contestó sombríamente el capitán—. Sólo podemos rezar para que no nos hayan descubierto.

Cada vez hay más naves como ésas en los mares. El año pasado… —Se detuvo para comunicar unas órdenes a sus hombres. El barco mercante avanzó con mayor rapidez cuando se desplegó la vela de estay—. Hace un año sólo había unas pocas, y la mayoría de ellas se dedicaban al comercio pacífico. Pero ahora dominan los mares. Encontraréis sus armas en Turquía, en Siria, en Persia, en todas partes, extendiendo la insurrección y ayudando a los revoltosos locales. En mi opinión, no tardarán en apoderarse del este del mismo modo que se han apoderado del oeste… Sólo necesitarán un par de años más.

Las naves del Imperio Oscuro no tardaron en desaparecer de nuevo bajo la línea del horizonte, y el capitán lanzó un suspiro de alivio.

—No me sentiré tranquilo hasta que no hayamos divisado puerto —dijo.

Avistaron el puerto turco a la caída del sol, y se vieron obligados a permanecer fuera de sus aguas hasta la mañana siguiente, cuando entraron en él, aprovechando la marea alta, y atracaron.

No mucho después, los tres barcos de guerra del Imperio Oscuro entraron a su vez en el puerto, mientras Hawkmoon y Oladahn se apresuraban a comprar todas las provisiones que podían y a seguir la ruta indicada por el mapa, hacia el este, en dirección a Persia.

Una semana más tarde los grandes caballos les habían llevado ya más allá de Ankara y cruzado el río Kizilirmac, y ahora cabalgaban por un terreno lleno de colinas, donde todo parecía amarillo y pardo bajo un sol implacable. En varias ocasiones vieron el paso de ejércitos, pero los evitaron. Los ejércitos estaban compuestos por tropas locales, incrementadas a menudo por guerreros enmascarados de Granbretan. Hawkmoon se sintió muy perturbado al ver esto último, pues no había esperado que la influencia del Imperio Oscuro se extendiera tan lejos. En una ocasión fueron testigos de una batalla, librada a cierta distancia, y observaron cómo las disciplinadas fuerzas de Granbretan derrotaban con facilidad al ejército oponente. Ahora, Hawkmoon cabalgaba desesperadamente hacia Persia.

Un mes más tarde, mientras sus caballos trotaban a lo largo de las riberas de un lago enorme, Oladahn y Hawkmoon se vieron repentinamente sorprendidos por un grupo de unos veinte guerreros que aparecieron de pronto sobre la cresta de una colina, que descendieron, lanzándose a la carga contra ellos. Las máscaras de los guerreros refulgieron al sol, aumentando así la ferocidad de su aspecto… Eran las máscaras de la orden del Lobo. —¡Vaya! ¡Los dos que busca nuestro jefe! —gritó uno de los jinetes delanteros—. Si apresamos con vida al más alto obtendremos una buena recompensa.

—Me temo, lord Dorian, que estamos condenados —dijo Oladahn con serenidad.

—No queda más escapatoria que morir luchando —dijo Hawkmoon sombríamente, desenvainando la espada.

Si los caballos no hubieran estado tan cansados, habría tratado de huir a uña de caballo, pero sabía que eso sería inútil ahora.

Los jinetes con máscaras de lobo no tardaron en rodearles. Hawkmoon contaba con la ligera ventaja de querer matarlos, mientras que ellos le querían coger vivo. Golpeó de lleno a uno en plena máscara con la empuñadura de su espada, medio cortó un brazo de otro, atravesó la ingle de un tercero y derribó a un cuarto de su caballo. Ahora combatían ya en las aguas superficiales del lago, con los caballos chapoteando en el agua.

Hawkmoon vio que Oladahn se estaba defendiendo bien, pero el pequeño hombre lanzó de pronto un grito y cayó de la silla de su montura. Hawkmoon ya no pudo verle, rodeado de enemigos como estaba, pero lanzó maldiciones y redobló sus esfuerzos.

Ahora, le presionaban tanto que apenas si disponía de sitio para maniobrar la espada.

Se dio cuenta, con una oleada de angustia, de que no tardarían en apresarle. Siguió revolviéndose e hiriendo a sus enemigos, ensordecido por el entrechocar de los metales y con las narices llenas del olor de la sangre.

Entonces notó que la presión cedía y, a través de un bosque de espadas levantadas, vio que un aliado se le había unido en su lucha. Ya había visto con anterioridad a aquel hombre…, pero sólo en sueños, o en visiones muy similares a los sueños. Se trataba del mismo hombre que había visto en Francia y más tarde en Camarga. Iba vestido con una armadura completa de colores negro y oro, y un largo casco le cubría la cabeza por entero. Manejaba una enorme espada de más de metro y medio de longitud, y montaba un caballo blanco de batalla, casi tan grande como el del propio Hawkmoon. Cada vez que lanzaba un golpe caía un hombre, y pronto no quedaron más que unos pocos guerreros lobo montados, los cuales no tardaron en volver grupas y alejarse a todo galope por el agua, dejando atrás a los muertos y heridos.

Hawkmoon vio que uno de los jinetes caídos se esforzaba por levantarse. Entonces vio que otra figura se incorporaba a su lado: era Oladahn. El pequeño hombre conservaba la espada en la mano y se defendía desesperadamente contra el granbretaniano.

Hawkmoon obligó a su caballo a avanzar sobre el agua y osciló la espada con fuerza para golpear al guerrero lobo en la espalda, atravesándole la cota de malla y el cuero y hundiendo la hoja en la carne. El hombre cayó con un gemido de dolor, y su sangre contribuyó a enrojecer aún más las aguas ya rojas.

Hawkmoon se volvió hacia donde el Guerrero de Negro y Oro permanecía silenciosamente sentado en su silla.

—Os agradezco vuestra ayuda, milord —le dijo al tiempo que limpiaba la hoja de su espada—. Me habéis seguido durante un largo camino.

—Mucho más largo del que imagináis, Dorian Hawkmoon —dijo la voz profunda y sonora del guerrero—. ¿Os dirigís a Hamadán?

—En efecto…, para buscar al hechicero Malagigi.

—Bien. Os acompañaré durante un trecho del camino. Ahora ya no os falta mucho. —¿Quién sois? —preguntó Hawkmoon—. ¿A quién debo mi agradecimiento?

—Soy el Guerrero de Negro y Oro. No me deis las gracias por haberos salvado la vida, pues todavía no os habéis dado cuenta de para qué la he salvado. Vamos.

Y el guerrero inició la marcha, alejándose del lago. Algo más tarde, mientras descansaban y comían, con el guerrero sentado frente a él, Hawkmoon le preguntó: —¿Conocéis bien a Malagigi? ¿Estará dispuesto a ayudarme?

—Le conozco —contestó el Guerrero de Negro y Oro—. Quizá os ayude. Pero debéis saber que Hamadán se ve asolada en estos momentos por la guerra civil. Nahak, el hermano de la reina Frawbra, intriga contra ella, y cuenta para ello con la ayuda de muchos que llevan la misma máscara de quienes hemos derrotado junto al lago.

El Bastón Rúnico
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