8. Un ultimátum

Hawkmoon se despertó tarde sintiéndose muy descansado, y en seguida se dio cuenta de que las sombras brillantes parecían estar agitadas. Habían adquirido un frío color azul y se arremolinaban de un lado a otro, como si temieran algo.

Se levantó con rapidez y se ató el cinto con la espada. Frunció el ceño. ¿Estaba a punto de producirse el peligro que tanto había temido… o se había producido ya? Los Buenísimos parecían incapaces de establecer una comunicación humana.

D'Averc entró corriendo en el cubículo de Hawkmoon. —¿Qué pensáis de la situación, Hawkmoon?

—No lo sé. ¿Se trata de Shenegar Trott que planea una invasión? ¿Tiene problemas el muchacho?

De pronto, las sombras brillantes se arremolinaron alrededor de los dos hombres y ambos se sintieron desplazados con rapidez del cubículo, llevados a través de la sala donde habían comido y a lo largo de los pasillos, a una velocidad increíble, hasta que salieron del edificio juntos y se vieron elevados en la luz dorada.

La velocidad de los Buenísimos disminuyó y los dos amigos, todavía con la respiración entrecortada a causa de la repentina acción de las sombras brillantes, se balancearon en el aire, por encima de la plaza principal.

D'Averc estaba pálido, pues no podía apoyar los pies en ningún sitio y las sombras brillantes no parecían tener sustancia alguna, a pesar de lo cual no se caían.

Abajo, en la plaza, distinguieron unas figuras diminutas por la distancia, moviéndose hacia la torre cilindrica. —¡Es todo un ejército! —exclamó Hawkmoon atónito—. Deben de ser por lo menos mil.

Eso es lo que se podía esperar de la naturaleza pacífica de la misión de Shenegar Trott. ¡Ha invadido Dnark! Pero ¿por qué? —¿No os parece obvio, amigo mío? —replicó D'Averc con una mueca—. Busca el Bastón Rúnico. Teniendo eso en su poder, ¡sin duda gobernará el mundo! —¡Pero si no sabe dónde está!

—Es probable que ésa sea la razón por la que se dispone a atacar la torre. Mirad…, ¡ya hay guerreros en su interior!

Los dos amigos contemplaron la escena consternados, rodeados por las diáfanas sombras, con luz dorada por todas partes.

—Tenemos que bajar —dijo Hawkmoon al fin—. ¡Pero si sólo somos dos contra mil! —observó D'Averc.

—Así es…, pero si la Espada del Amanecer convoca a la legión del Amanecer, es posible que tengamos éxito contra ellos —le recordó Hawkmoon.

Como si hubieran entendido sus palabras, los Buenísimos empezaron a descender.

Hawkmoon sintió que el corazón se le subía a la garganta al bajar con tanta rapidez hacia la plaza, abarrotada ahora de guerreros enmascarados del Imperio Oscuro, miembros de la terrible legión del Halcón que, al igual que la legión del Buitre, también era una fuerza mercenaria mandada por renegados que, en todo caso, eran aún más malvados que los nativos de Granbretan. Los enloquecidos ojos de los halcones miraron hacia arriba, expectantes por el festín de sangre que Hawkmoon y D'Averc parecían ofrecerles. Los picos de sus máscaras estaban dispuestos para desgarrar la carne de los dos enemigos del Imperio Oscuro, y las espadas, mazas, hachas y lanzas que llevaban en las manos eran como garras dispuestas a arremeter contra ellos.

Las sombras brillantes depositaron a D'Averc y al duque de Colonia cerca de la entrada de la torre, y apenas si tuvieron tiempo de desenvainar sus espadas antes de que los guerreros halcón se lanzaran al ataque.

Pero en ese instante Shenegar Trott apareció en la entrada de la torre y les gritó a sus hombres: —¡Alto, mis halcones! No hay necesidad de derramar sangre. ¡Tengo al muchacho!

Hawkmoon y D'Averc le vieron levantar a Jehemia Cohnahlias, sosteniéndolo por las ropas, mientras él se debatía inútilmente.

—Sé que esta ciudad está llena de criaturas sobrenaturales que tratarán de detenernos —anunció el conde—, de modo que me he tomado la libertad de garantizar nuestra seguridad mientras estemos aquí. Si somos atacados, si alguien se atreve a tocarnos, le cortaré el cuello a este muchacho. —Shenegar Trott se echó a reír burlonamente —. He tomado esta medida sólo para evitarnos a todos situaciones desagradables…

Hawkmoon hizo un movimiento, como para convocar a la legión del Amanecer, pero Trott le reprendió moviendo un dedo ante él. —¿Queréis ser la causa de la muerte de este muchacho, duque de Colonia?

Ardiendo de rabia, Hawkmoon descendió el brazo que sostenía la espada, la dejó caer y, dirigiéndose al muchacho, le dijo:

—Ya os advertí de su perfidia…

—Sí… —admitió el muchacho debatiéndose—. Me temo que… tendría que haberos… prestado más atención.

El conde Shenegar se echó a reír con su máscara refulgiendo bajo la luz dorada.

—Y ahora, decidme dónde está el Bastón Rúnico.

El muchacho señaló hacia la torre, situada a su espalda.

—La sala del Bastón Rúnico está dentro. —¡Mostrádmela! —Shenegar Trott se volvió hacia sus hombres—. Vigilad a esta pareja. Preferiría conservarlos vivos, pues al rey–emperador le encantará que regresemos no sólo con el Bastón Rúnico, sino también con los héroes de Camarga. Si se mueven, gritadme y le arrancaré al muchacho una oreja o dos. —Extrajo entonces la daga que llevaba al cinto y colocó la punta cerca del rostro del muchacho. Después, ordenó a sus guerreros—: La mayoría de vosotros… seguidme.

Shenegar Trott desapareció en el interior de la torre, seguido por la gran mayoría de sus hombres, mientras que seis guerreros halcón se quedaban para vigilar a Hawkmoon y a D'Averc. —¡Si ese muchacho hubiera hecho caso de lo que le dijimos! —se lamentó Hawkmoon.

Se movió un poco y los guerreros halcón se pusieron en guardia, precavidamente—. ¿Cómo vamos a salvarle ahora… y al Bastón Rúnico de las garras de Trott?

De pronto, los guerreros halcón levantaron las miradas, llenas de asombro, y D'Averc hizo lo propio.

—Parece ser que vienen en nuestro rescate —dijo D'Averc sonriendo.

Las sombras brillantes regresaban.

Antes de que los guerreros halcón pudieran moverse o decir nada, las sombras habían envuelto por completo a los dos hombres y volvían a elevarlos en el aire.

Desconcertados, los halcones lanzaron golpes contra sus pies, mientras ellos se elevaban, y después, al ver la inutilidad de sus esfuerzos, echaron a correr hacia el interior de la torre, para advertir a su jefe de lo que había sucedido.

Los Buenísimos se elevaron más y más alto, llevando consigo a Hawkmoon y a D'Averc. Penetraron en el hálito dorado que se transformó en una espesa neblina áurea, hasta el punto de que no pudieron verse el uno al otro, y mucho menos los edificios de la ciudad.

Parecieron estar viajando durante horas antes de que la neblina dorada empezara a ser más ligera.

El Bastón Rúnico
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