Capítulo 46

Virginia estaba de pie ante la ventana de la torre mirando el frondoso bosque de abajo. Las montañas eran de plata en la distancia. Se sentía como si alguien la hubiera vaciado por dentro. Al menos ya no estaba cansada.

Llevaba un vestido que la gente de Wendell había preparado para ella. Era largo y bonito, y alguien había trenzado flores en su cabello. Querían que bajara un rato, y no estaba segura de poder hacerlo.

Se produjo un suave sonido tras ella, y comprendió que Lobo estaba allí. Se acercó a ella tímidamente llevando un ramo de flores silvestres.

Eran preciosas.

- He estado sentado fuera de tu habitación esperándote -dijo Lobo suavemente- Has dormido durante casi dos días.

- No me di cuenta de lo cansada que estaba. -Aunque sonaba tranquila, no lo estaba. Se volvió de espaldas a él. Su cuerpo se estremeció, y a pesar de sus esfuerzos por evitarlo, las lágrimas rodaron por sus mejillas.

- La maté -dijo.

Él la rodeó con sus brazos.

- No fue culpa tuya, fue…

- Fue mi destino -se lo había dicho a sí misma cientos de veces, pero todavía no lo comprendía.

- Has hecho algo muy grande -dijo Lobo-. Por ella así como por todos los demás. Tienes que perdonarte a ti misma.

- En todo este viaje -dijo Virginia limpiándose las lágrimas de la cara-, nada tenía sentido, y entonces, cuando supe que la reina era mi madre, pensé que lo entendía. Iba a reunirme con ella. Pero esto parece tan cruel, peor que no haberla encontrado jamás.

- Este no es el final del cuento -dijo Lobo-, únicamente un capítulo.

- Eso son sólo palabras -dijo Virginia.

Él le acarició la cara. Había tanta ternura en ese gesto que Virginia sintió que las lágrimas manaban otra vez.

- Ve y dile adiós -dijo Lobo-, déjala marchar.

- No puedo -dijo ella-. No puedo.

Se soltó de su abrazo y se marchó sola.

* * *

Alguien había reparado ya el techo de cristal del salón de baile y limpiado la sangre del suelo, pero Virginia seguí mirando al lugar dónde había visto por última vez el cuerpo de su madre. Era como si el punto todavía estuviera marcado.

Había una gran multitud a su alrededor, todos ya celebrando. Su padre estaba de pie a su lado, vistiendo un bonito traje, y Lobo estaba junto a él. Lobo parecía más apuesto de lo que nunca le había visto. Le había lanzado una sonrisa a la que ella no respondió.

Una fanfarria de trompetas sonó y el Rey Wendell entró en el salón de baile. Todos aplaudieron, y en la parte de atrás alguien le vitoreó. Llevaba puesta su corona… quedaba bastante bien en él… y emanaba una madurez que Virginia no había notado con anterioridad.

Inmediatamente empezó la ceremonia. Wendell invitó a Virginia, Tony y Lobo al estrado. Alguien colocó al perro, al que Virginia seguía llamando Príncipe, junto a Tony.

Uno de los cortesanos les alineó a los cuatro: primero el padre de Virginia, después Príncipe, luego Lobo, y finalmente Virginia, que miró a la audiencia. Había allí un par de cientos de personas llenando la superficie del salón de baile.

- Y ahora -dijo el Rey Wendell-, por la más grande valentía imaginable y por el coraje de enfrentarse al más temible peligro, concedo a mis queridos amigos la más alta medalla de mi reino.

La corte estalló en aplausos y Virginia sonrió para sí misma.

El Rey Wendell se detuvo delante de su padre.

- Primero -dijo-, mi sirviente temporal, Anthony. Pueblo, mirad a mi amigo, nunca más será débil ni se regodeará en la autocompasión.

- Gracias -dijo Tony.

- Nunca más será un cobarde inútil con sobrepeso que prefiere huir a luchar.

- Creo que se hacen una idea -dijo Tony.

- Nunca más se dejará llevar egoístamente por la envidia y la codicia.

- La medalla y ya está, por favor.

- Está heroicamente transformado. ¡No hay nadie más bravo que Anthony el Valeroso!

Su padre parecía más alto de lo acostumbrado. El cortesano abrió una caja de terciopelo llena de medallas y Wendell sacó una, sujetándola al pecho de Tony. Su padre se volvió hacia Virginia y sonrió abiertamente, muy orgulloso de sí mismo.

Ella también estaba orgullosa de él. Esta aventura había sido muy buena para él.

- Para este sufrido perro -decía el Rey Wendell-, tengo una medalla de collar especial. De ahora en adelante, este confuso canido vivirá en una caseta dorada al lado de su propia montaña de huesos. Podrá orinar y defecar donde desee y mis cortesanos le seguirán limpiando.

Los cortesanos de la primera fila hicieron una mueca de dolor. Virginia reprimió una sonrisa. El Rey Wendell empezó a inclinarse para entregar al perro su medalla y se quedó congelado.

Le dijo al cortesano que le estaba ayudando:

- Quizás será mejor que no le toque, nunca se sabe lo qué puede pasar.

El cortesano fijó la medalla al collar de Príncipe. El perro ladró y meneó la cola.

El Rey Wendell evitó al perro y fue hacia Lobo, plantado allí, alto y ufano, esperando.

- Para este lobo, sin embargo, no tengo medalla -dijo Wendell.

La multitud lanzó un grito ahogado, Virginia sintió que la invadía el frío. Lobo parecía furioso.

- Cáspita, típico-murmuró.

- En su lugar -dijo el Rey Wendell-, concedo el Perdón Real a todos los lobos a lo largo y ancho de mi reino, y de ahora en adelante, los lobos serán conocidos como héroes. Porque fue un noble Lobo quien salvó los Nueve Reinos.

Lobo sonrió y saludó a la multitud.

- Eso somos los lobos para vosotros -dijo-. Buenos chicos.

Finalmente, el Rey Wendell se giró hacia Virginia. Su mirada se suavizó al mirarla.

- Y para Virginia -dijo- ¿Cómo puedo recompensarte por lo que has hecho y por lo que has perdido?

Sacó algo de su bolsillo, una flor seca.

- Esta flor me fue dada por Blancanieves cuando yo tenía siete años, el día que abandonó su castillo para siempre. Me dijo que un día volveríamos a encontrarnos, aunque nunca volvió. Ahora entiendo sus palabras.

Virginia cogió la flor y sonrió. Su mirada encontró la de Wendell y ese momento tan especial que habían compartido en aquella cueva se hizo todavía más conmovedor si cabe. No podía haber esperado una mejor recompensa por todos esos horribles días.

- ¿Una flor seca? -susurró Tony-. Yo había pensado sin lugar a dudas en algo más del tipo las Joyas de la Corona.

- Shhhh -le dijo Virginia, mientras acunaba la flor en sus manos.

- Ahora, haced pasar a esos repugnantes trolls.

Los tres trolls fueron llevados atados unos a otros con grilletes en manos y tobillos. Los tres tenían un aspecto horrible, asustados, tristes y completamente desesperanzados.

- ¡Oh, Su Majestad! -dijo Bluebell-. Sentimos profundamente esta confusión.

- ¿Confusión? -preguntó el Rey Wendell-. La pena por intentar matarme es la muerte.

- ¿De veras? -dijo Burly-. Chúpate un elfo, eso es muy duro.

- Reclamos inmunidad diplomática -dijo Blabberwort.

- Seréis decapitados -dijo el rey Wendell, asqueado-. Sacadlos de aquí.

Se arrastraron y suplicaron clemencia. Incluso Virginia empezó a sentir pena por ellos. Pero para su sorpresa, su padre dio un paso al frente.

- Su Majestad -dijo Tony-, lo que veis ante vos son tres chicos maltratados del lado incorrecto de la calle. Hoy es un día para perdonar y olvidar. Un día de nuevos comienzos.

El Rey Wendell estudió a los trolls como si los viera desde una nueva perspectiva.

- Me has conmovido con tus palabras -dijo-, pero no demasiado. Siguen siendo trolls.

- El Reino Troll no tiene líder -dijo Tony-. Envía a estos tres de regreso para restaurar la monarquía, dales otra oportunidad.

El Rey Wendell asintió.

- Muy bien, estáis perdonados. Soltadlos.

La audiencia ovacionó cuando los trolls fueron liberados. Virginia no podría decir si porque Wendell los había perdonado o porque se marchaban.

- Yo voy a sentarme en el trono -decía Burly a sus hermanos.

- No podrías sentarte ni en un retrete -dijo Blabberwort.

- Yo puedo leer sin reseguir con el dedo -dijo Bluebell.

Continuaron discutiendo mientras eran arrastrados fuera de la sala.

El Rey Wendell dio una palmada.

- Creo que ahora es el momento de comer.

* * *

Mientras los demás se trasladaban al salón de banquetes, Virginia se alejó de la multitud y fue al mausoleo. La habitación era enorme y enteramente de piedra. Las tumbas de mucha gente se alineaban en sus muros. Hacía frío allí y olía levemente a polvo.

En medio del suelo había un ataúd de cristal abierto. El cuerpo de su madre yacía en él.

Virginia colocó la flor seca que Wendell le había dado en la mano de su madre. Después la besó en la frente. Cuando se arrodilló, un rayo de sol atravesó la gran sala desde una ventana allá en lo alto, y bañó el ataúd de luz.

- Cuando era pequeña -dijo Virginia suavemente-, tú tenías un abrigo de piel, venías a mi habitación y yo podía oler tu perfume. Frotabas la piel contra mi cara y yo sabía que de verdad, de verdad me querías.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, esta vez no intentó detenerlas.

- Yo sólo quería ser tu niñita y que me amaras.

Se inclinó sobre el cuerpo de su madre y se permitió llorar. Lloró hasta que no le quedaron más lágrimas dentro. Luego se levantó para irse. Bajó la mirada hacia su madre por última vez, y luego sonrió.

La flor seca que había puesto en la mano de su madre empezó a florecer.

Virginia se limpió la cara y se arregló el cabello antes de volver al salón de banquetes. Se sentía mucho mejor.

* * *

La comida estaba ya en todo su apogeo. No tenía hambre en realidad, pero no quería estar a solas.

Lobo estaba sentado junto al padre de ella. Los dos la vieron y Lobo la saludó:

- Aquí, señorita.

Hizo que sus compañeros de mesa se apartaran para dejarle sitio en la extremadamente larga mesa. Cuando ella se sentó le dijo:

- ¿Qué quieres comer?

Virginia se encogió de hombros.

- Sí -dijo su padre-, debes comer un poco.

Ellos dos lo estaban celebrando, y Virginia supuso que todos se lo merecían.

- Bueno -dijo sonriendo-. Tomaré algo de pescado.

- Pescado, pescado, pescado, sí -dijo Lobo-. Camarero, traiga pescado fresco inmediatamente.

Un camarero colocó un plato ante ella. Sobre él había una trucha gorda y bien cocinada. Empezó a cortarla y vio que su padre y Lobo la observaban los dos.

- Estoy bien -dijo-. De verdad.

Retiró con el tenedor un trocito de piel y estaba por comer cuando se detuvo. Había algo dentro del pescado, y estaba… cantando. Miró hacia abajo y vio un anillo en la panza del pescado.

- Déjame quedarme en tu dedo -cantaba el anillo.

Lobo aplaudió con deleite.

- Es mi anillo de compromiso. Lo lograste.

- Por supuesto que lo hice -dijo el anillo-. Un anillo cantarín nunca falla al conseguir a la chica.

- Es el destino -dijo Lobo-. Póntelo, póntelo.

Virginia lo miró sin palabras. El anillo era incluso más bonito de lo que recordaba.

- Ha recorrido un feo y largo camino -dijo Tony.

Ella cogió el anillo y miró a Lobo.

- Sólo me lo voy a probar, ¿vale? -dijo-. Soy demasiado joven para casarme, y en cualquier caso no creo en el matrimonio.

- Yo tampoco -dijo Lobo, riendo-. Pero póntelo de todas formas.

- Soy una chica moderna -dijo Virginia.

- Y yo un hombre nuevo. Muy leído y listo para la acción.

Ella deslizó el anillo en su dedo. Éste resplandeció y una lluvia de estrellas explotó alrededor de su dedo.

- ¡Qué cremoso nudillo! -cantó el anillo.

Su padre se rió por lo bajo y se giró para hablar con la persona que había a su lado, relatando sus heroicas hazañas.

Virginia miró el resplandeciente anillo y después se volvió hacia Lobo.

- Es encantador, pero no estoy preparada todavía. -Intentó quitárselo, pero estaba atascado.

- Estoy puesto -dijo el anillo-. No se me puede quitar. Nunca más.

- No me voy a casar -dijo Virginia.

- Por supuesto que lo harás -dijo Lobo-. Nuestro hijo debe tener un padre.

- No tengo la intención de tener hijos, gracias.

- Es un poco tarde para decir eso -dijo Lobo, sonriendo ampliamente.

Ella se quedó congelada.

- ¿Qué quieres decir?

- Llevas a un cachorrillo de lobo creciendo dentro de ti -dijo Lobo.

- ¡Ja! -dijo Virginia-. En tus sueños.

- Espera y verás -dijo Lobo-. Un pequeño tipo peludo, como yo, sólo que mucho más pequeño. Créeme, soy un lobo, sé de estas cosas.

Él sonrió y le pasó gentilmente la mano por el vientre.

- Sólo sé que será un bebé mágico.

Virginia agitó la cabeza lentamente. Todo esto era demasiado.

- Vamos a tener un bebé -cantaba el anillo-. Vamos a tener un bebé.

Y lentamente Virginia sonrió.

* * *

Se sentía raro estar en el dormitorio de la Reina, pero la sensación que Virginia había tenido la primera vez que había estado allí, esa sensación de maldad, había desaparecido.

Se agachó frente al Espejo Viajero y accionó el mecanismo. En él veía reflejados al Rey Wendell, Lobo, su padre y al perro.

Virginia se incorporó.

- ¿De verdad vas a quedarte? -preguntó a su padre.

- ¿Por qué no? -dijo Tony-. ¿Qué voy a hacer en casa, dejarme gritar por Murray? ¿Ser un portero? Y no lo olvides, todavía me buscan por robo a mano armada allí.

Virginia palmeó al perro. Su padre siempre había querido un perro, y ahora tenía uno. Uno muy bueno. El perro movió la cola y sonrió con sonrisa perruna.

- No te preocupes -dijo su padre-. Sólo me quedaré unas pocas semanas y luego volveré.

Virginia no le creyó en absoluto.

- ¿Para estar cerca de Mamá? -le preguntó.

Él se encogió de hombros.

- No lo sé.

El espejo empezó a despejarse. El Rey Wendell se asomaba a él como si le sorprendiera que sus recuerdos fueran reales.

Virginia observó lo que el espejo mostraba, primero la Estatua de la Libertad, luego la isla de Manhattan con sus altos edificios.

Se volvió hacia su padre. No quería dejarle. Él la estaba mirando con su sonrisita triste y bobalicona.

- De todas formas -dijo él-, necesitas un poco de tiempo lejos de mí.

Ella se inclinó y dio una palmadita al perro. Era más fácil que mirar a la calidez de los ojos de su padre. Era la primera vez que se separaban.

Se levantó.

- Te veré pronto -dijo-. Te quiero de verdad, Papaíto.

Los ojos de él se llenaron de lágrimas.

- No me habías llamado Papaíto desde que eras una niñita.

Ella le besó y luego le abrazó.

Él la estrujó tan fuerte, que creyó que sus costillas se romperían. Después se desprendió del abrazo y cogió la mano de Lobo.

- Hasta pronto, abuelito -dijo Lobo.

Caminó junto a Virginia a través del espejo.

Y mientras todo a su alrededor se volvía momentáneamente negro, Virginia oyó a su padre decir:

- ¿Abuelito?

Y sonrió, eso le mantendría preocupado un tiempo.

Un instante después, emergieron del líquido espejo en Central Park. Anochecía y no había nadie por los alrededores, el sendero estaba vacío.

Deslizó su mano alrededor del brazo de Lobo y pasearon rodeados de árboles.

- Siempre me ha dado miedo pasear por el parque de noche, pero ya no -dijo Virginia.

Le guió hacia un banco, se sentaron y él la rodeó con su brazo.

Las luces de Manhattan le parecían extrañas. No parpadeaban como las de los Nueve Reinos. Este mundo era nuevo otra vez. Y sin embargo, lo había echado de menos.

Lobo le sonrió.

- ¿Qué vamos a hacer ahora?

Ella le devolvió la sonrisa.

- Nada -dijo ella-. Nada en absoluto.

Apoyó la cabeza contra su hombro. “Felices Para Siempre” no era una predicción. Había aprendido en su viaje a través de los Nueve Reinos que “Felices para Siempre” era en realidad otra cosa.

Si vivía cada día con el corazón, entonces sería Feliz para Siempre. Miró el parque que la rodeaba. Lobo estaba sólidamente a su lado, arropándola. Los lobos se emparejaban de por vida. Y la mayoría de las veces los humanos también. Se colocó una mano en el vientre y su anillo empezó a cantar suavemente.

Este era verdaderamente un lugar mágico, sólo que no se había dado cuenta de cuan mágico era hasta ahora.