Capítulo 22

Una mano sobre su boca despertó a Virginia. Abrió los ojos y se sorprendió al ver a Lobo tan cerca. Por un momento, estuvo de vuelta en el sueño. Él debió haber visto el pánico en sus ojos, porque mantuvo la mano en el lugar un momento más de lo que probablemente debía.

Su padre estaba reuniendo sus cosas. Un poco de luz se había filtrado en el claro. Estaba amaneciendo. Pero los gitanos todavía dormían. Virginia se sentó. Lobo le puso un dedo sobre los labios sólo por si no había comprendido lo importante que era permanecer en silencio. Pero lo había comprendido. Ella quería salir de allí tanto como él.

Se peinó el cabello con los dedos, deseó un cepillo de dientes, y quitarse el polvo. Su padre ya tenía al Príncipe Wendell, y a la pequeña carretilla, apuntados en la dirección correcta; Virginia sólo podía esperar que el chirrido de las ruedas de la carreta no despertara a los gitanos. Lobo y su padre aparentemente estaban pensando lo mismo. Comenzaron a sacar al Príncipe Wendell fuera del campamento.

- Libéranos -dijo uno de los pájaros mágicos-. Por favor, libéranos.

Virginia miró sobre su hombro. Lobo y su padre tenían a Wendell a cierta distancia, donde ya no podían ser oídos. Miró hacia los pájaros. Sus diminutos cuerpos estaban presionados contra la jaula.

Les romperían las alas, o peor. Todo por ser lo que eran.

No podía soportarlo. Nunca sería capaz de vivir consigo misma. Rápidamente abrió las jaulas, y los pájaros volaron libremente.

- Virginia -susurró Lobo.

Virginia lo oyó, pero fingió que no lo había hecho. Había un montón de jaulas, y un montón de pájaros. Sabía que estaba destruyendo el trabajo de alguien, pero no le importaba.

Había vidas en juego.

Había abierto todas las jaulas. Y entonces miró hacia el carromato de la Reina Gitana. Había una jaula colgada de la puerta.

- Oh, no, por favor -le dijo Tony-. Es suficiente.

Tenía razón. Pero esa única jaula de pájaros le remordería tanto la conciencia como lo habrían hecho todas las demás. Se mordió el labio inferior. Tres peldaños de madera conducían hasta la puerta. Subió las escaleras cuidadosamente, tratando de evitar las grietas que sabía, estaban allí. Cuando llegó a lo alto, se enderezó. Tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar la puerta de la jaula. Por un momento, sus dedos rozaron el pestillo. Entonces lo golpearon y la puerta se abrió.

El pájaro mágico salió volando, pero Virginia se resbaló. Su pie golpeó los peldaños. La fuerza del aterrizaje sonó como un disparo en el aire silencioso.

Se giró justo cuando la puerta del carromato se abría. Un gitano al que nunca había visto la miró. Virginia corrió tan rápido como pudo. El gitano estaba gritando y los demás despertaban. Sólo tenía una pequeña ventaja.

Siguió el mismo camino que Lobo y su padre adentrándose en el bosque, pero no los podía ver. Sabía que ellos habían visto lo que había hecho. ¿Estaban escondiéndose?

Detrás de ella, los gitanos retumbaban a través del bosque, obviamente no les importaba lo ruidosos que eran. Virginia se detuvo por un segundo; tenía que decidir por qué camino se habían ido Lobo y su padre.

Algo le agarró el tobillo. Bajó la mirada, temiendo que fuera una trampa. Entonces ese algo le dio un tirón. Ella cayó, resbalando por una orilla. Lobo la empujó contra él mientras los gitanos pasaban corriendo.

Estaban bajo una rivera. El río corría bajo ellos. La tierra se había adherido a la espalda de su blusa. Respiraba con dificultad, y Lobo le puso un dedo sobre los labios para silenciarla. Ella lo intentaba, de veras lo hacía, pero necesitaba aire.

- No pueden haber ido lejos -dijo un gitano sobre ellos-. Buscad en los alrededores. Están escondidos en algún lugar.

La garganta de Virginia se secó. No estaban tan bien escondidos. Podía oír a los gitanos entre la maleza, rompiendo ramitas, llamándose entre ellos. Se presionó más adentro de la ribera, y así lo hicieron también su padre y Lobo.

Cayó una cascada de tierra de arriba. Había un gitano sobre ellos. Virginia cerró los ojos. Entonces escuchó la voz de la Reina Gitana, débil y aguda. El gitano sobre ellos maldijo. Cayó más tierra y entonces Virginia oyó los sonidos de los gitanos alejándose.

El bosque se volvió muy silencioso. Virginia abrió los ojos. Lobo estaba frunciendo el ceño. Su padre todavía abrazaba a Wendell. Si el príncipe estaba vivo, Virginia se preguntaba cómo se sentiría con todo esto pasando a su alrededor.

Lobo les hizo un ademán para que permanecieran en silencio. Entonces subió por la ribera y desapareció.

Un momento después regresó. El padre de Virginia se volvió hacia él.

- ¿Por qué han hecho eso?

Lobo no respondió, al menos no directamente. Se quitó el polvo y sacudió la cabeza.

- No lo entiendo. La anciana ha cancelado la persecución.

Por alguna razón esas noticias no alegraron Virginia. Se sentía como obviamente se sentía también Lobo… los gitanos no habrían cancelado la búsqueda sin una buena razón.

Su padre salió de la ribera.

- Tal vez simplemente hemos tenido suerte -dijo-. Pongámonos en marcha. Cuanto antes salgamos de este bosque, mejor. Ayudadme a llevar al Príncipe hasta que volvamos al camino.

Lobo miró al Príncipe Wendell con una antipatía que no había mostrado antes, aunque Virginia había sabido que la sentía.

- ¿No podemos enterrarlo? -preguntó Lobo-. Siempre podemos regresar en algún momento del futuro.

- No voy a dejarle -dijo Tony-. Yo lo metí en este lío, y yo lo sacaré de él.

Virginia sonrió. Su padre realmente era un caballero, aunque fuera la ruina más grande del mundo.

Pero Lobo no estaba pensando en el Príncipe Wendell. Estaba mirando sobre el hombro hacia el campamento gitano.

- Me gustaría saber por qué se rindieron tan fácilmente -dijo Lobo-. No es en absoluto propio de los gitanos.

***

La Reina Gitana miró la jaula de pájaro vacía sobre la puerta de su carromato. Siete años de trabajo arruinado. Y pensar que había ofrecido amabilidad a los viajeros. Ellos habían mostrado su verdadera naturaleza esa mañana.

Sacó la olla que contenía un mechón del cabello de Virginia y roció un polvillo gris sobre éste. El líquido se incendió incluso más rápido de lo que esperaba.

La Reina Gitana cerró los ojos y comenzó a recitar:

- Estíralo, retuércelo, hazlo crecer. Como un río, hazlo correr. Haz que tire, pinche y arranque. Haz que crezca hasta que ella entre en trance. Hazla gritar, llorar y gemir. Haz que desee querer morir.

Entonces abrió los ojos y observó el mechón de cabello quemarse. La gente nunca debería aprovecharse de la bondad de un gitano… sin importar quienes fueran.

***

Lobo se sentía inquieto. El vello de su nuca se erizaba y no estaba seguro de por qué. No era solamente por los gitanos. Sabía que éstos ya no estaban persiguiendo al grupo, pero no conocía el motivo. Quizás eso era lo que le molestaba tanto… el no saber por qué.

Guiaba a los demás a través del bosque. El chirriar-chirriar-chirriar de las ruedas de la carretilla realmente comenzaba a molestarle. El Príncipe Wendell era un enorme pedazo de oro e incluso un grano más grande aún en el trasero. Tony no era capaz de hacer esto mejor. Conociendo la propensión de Tony a arruinarlo todo, sólo empeoraría las cosas.

Todavía no había respondido a la no-tan-sutil insinuación de Lobo de librarse del Príncipe Wendell. De hecho, Tony estaba actuando de un modo un poco extraño. Continuaba mirando fijamente a Virginia, con un pequeño ceño en la cara.

Virginia debía haberlo notado también, porque miró fijamente a su padre.

- ¿Qué estás mirando?

- Tu cabello parece diferente -dijo Tony.

- Claro -dijo Virginia-. Es porque fui al estilista anoche.

- No, ha crecido -dijo Tony.

- ¿Crecido?

Lobo también miró y saltó hacia atrás de la sorpresa.

- Así que eso es -dijo.

No había crecido un poco. Había crecido muchísimo. Virginia alzó la mano y se tocó el cabello. Frunció el ceño. Ella no era consciente de lo que estaba pasando, y él no estaba seguro de querer contárselo.

Lobo miró fijamente a Tony, quien alzó las cejas pidiendo una explicación que Lobo no tenía preparada todavía. En vez de eso, los condujo hacia adelante.

Llevaban caminando cerca de una hora cuando Lobo vio un pequeño estanque al frente. Virginia lo vio también, y se apresuró hasta él. Se inclinó sobre él y miró.

El cabello le había crecido hasta la mitad de la espalda.

- Oh, no -dijo Virginia-. Está incluso más largo que hace media hora. Crece todo el tiempo. ¿Qué me está pasando? ¿Qué voy a hacer?

- ¿Trenzarlo? -dijo Tony.

Lobo cerró los ojos. Tenía que decírselo ahora.

- Los gitanos -dijo-. Tenían un poco de tu cabello. Te han maldecido.

- ¿Qué quieres decir con maldecido? -inquirió Virginia-. Basta. Esto me está asustando de verdad.

No era culpa de Lobo. Aunque él probablemente estaría tan enojado como ella si su cabello comenzara a crecer así.

Sacó un cuchillo de su bolsillo y lo sostuvo en alto, preguntándole silenciosamente si podía cortarle el cabello. Ella asintió, asustada, como si el cabello fuera una cosa ajena que se agarraba a su cabeza, en vez de que era una parte de ella.

Lobo cortó el cabello con el cuchillo, pero fue como intentar cortar una roca.

- A ver, déjame intentarlo -dijo Tony.

Lobo le pasó el cuchillo, luego se echó hacia atrás para mirar. El cabello de Virginia crecía rápidamente. Le llegaba ya cerca de las rodillas.

Tony aserró el cabello durante varios minutos, después sacudió la cabeza.

- Esto no es bueno -dijo él-. No lo cortará. Es como el acero.

- Tal vez el cuchillo está desafilado -dijo Virginia.

- No le pasa nada malo al cuchillo -dijo Lobo-. Es la maldición.

- Es horrible -dijo Virginia-. Puedo sentirlo crecer.

- Bueno -dijo Tony-, esto nunca hubiera pasado si no hubieras intentando ser la Señorita Francisca de Asís.

- Cállate -dijo Virginia-. ¿Cómo puedo detener esto? ¿Cómo puedo deshacer la maldición?

- Las maldiciones no son mi punto fuerte -dijo Lobo.

- Intenta arrancar un solo cabello -dijo Tony.

Lobo agarró un cabello y tiró.

- ¡Ouch! -dijo Virginia después de un momento-. Detente.

- No se moverá -dijo Lobo.

- Si ayudamos a recogerlo -dijo Tony-, podríamos enrollártelo como una bufanda.

Lobo lo recogió. Había un montón de cabello y era muy suave. Fragante. Hermoso incluso en su longitud. Pero sabía que era mejor no decirle eso a Virginia. Ahora mismo, estaba muy molesta.

Le enrolló el cabello alrededor, resistió la urgencia de besar su ceño arrugado, y luego los guió a las profundidades del bosque.

Caminaron durante un rato, deteniéndose de vez en cuando para sacar a Wendell de algún surco del camino o para enrollar el cabello de Virginia alrededor de su cuello otra vez. Se estaba convirtiendo un vestido de cabello andante. Era en cierto modo erótico.

Lobo se guardó ese pensamiento también.

Entonces un trueno retumbó arriba. Virginia gimió. Lobo levantó la mirada, y cuando lo hacía, un manto de lluvia cayó del cielo como si algún ser poderoso hubiera vaciado un balde.

Ondeó la mano hacia Tony… quería mantener vigilados a Tony y al Príncipe Wendell, imaginando que con este barro, quedarían atascados… y dejó a Virginia pasarle arrastrando los pies.

Parecía deprimida, casi como si hubiera abandonado toda esperanza. Tal vez debería decir algo agradable sobre su cabello sólo para que ella le gritara.

Algo de cabello se arrastraba detrás de ella. Él no dijo nada, sólo lo recogió y lo llevó como si fuera una cola.

- Lo estás sacudiendo -dijo Virginia sin girarse.

- Lo siento -dijo Lobo-. No es fácil. Tienes un montón de puntas abiertas.

- ¿Cómo de largo está ahora? -peguntó Tony.

- No preguntes -dijo Lobo.

La lluvia realmente caía con ganas ahora. El Príncipe Wendell estaba salpicado de barro, y Lobo no podía recordar la última vez que había estado así de empapado.

El cabello de Virginia pesaba mucho más mojado. No podía ni imaginar cómo se sentiría la pobre.

- No puedo ir más lejos -dijo Virginia-. Tenemos que detenernos en algún lugar.

- ¿Dónde encontraremos refugio en medio de…? -Entonces lo vio-. Cáspita, mirad.

Señaló hacia una pequeña cabaña casi oculta entre los árboles. Un relámpago centelleó y el trueno retumbó. La cabaña parecía abandonada. Pero tenía un techo en buen estado.

Corrieron hacia la puerta, Tony arrastrando a Wendell detrás de él. La puerta estaba cubierta de grafitis blancos. Lobo tuvo que patearla para poder abrirla. La puerta cayó hacia atrás con una lluvia de polvo y telarañas.

- ¿Hay alguien en casa? -preguntó Virginia.

Entraron. Todo estaba cubierto de grafitis, incluyendo varias versiones del favorito de todos los tiempos: Los elfos apestan. Pero eso no fue lo que atrajo la atención de Lobo. Su mirada aterrizó en siete tazas de peltre y siete diminutas lámparas. Estaban alineadas como si alguien todavía esperara utilizarlas, a pesar de que estaban cubiertas por años de polvo.

- ¿Qué es ese olor? -preguntó Tony.

- Los trolls han estado aquí -dijo Lobo, agachándose bajo el tejado bajo-. Les gusta marcar su territorio, de forma parecida a los… perros.

- ¿Trolls?

- No pasa nada. -Lobo se aseguró de que la puerta estuviera cerrada. La lluvia golpeaba el techo-. Nadie ha estado aquí en mucho tiempo.

Tony subió un pequeño tramo de escaleras, dejando a Wendell atrás. Lobo miró a las siete cucharas diminutas y los siete pequeños cuencos. Virginia estaba intentado averiguar el grado de humedad en el que se encontraba su cabello.

- Ey, venid a ver esto -llamó Tony desde arriba.

Lobo y Virginia subieron deprisa las escaleras. Había un pequeño agujero en el techo y las hojas habían volado hacia adentro. El piso de arriba estaba húmedo.

Sin embargo, Lobo no le dedicó a eso más que un simple vistazo. En lugar de ello, miraba boquiabierto por la sorpresa hacia las siete diminutas camas. Todas eran de madera, y todas tenían pequeños edredones y almohadas. Estaban perfectamente lisas y, a pesar de que estaban llenas de polvo y hojas, parecía como si estuvieran esperando a sus pequeños dueños para una buena noche de descanso.

- ¿Estáis pensando lo que yo estoy pensando? -dijo Tony.

Lobo sonrió ampliamente y se adentró un poco más. No pudo evitarlo. Lo invadió una curiosa alegría.

- Ésta es la casita de Blancanieves. Válgame Dios, es la casa de los Siete Enanos. Ha estado perdida durante mucho tiempo.

Su mirada se encontró con la de Virginia. Ella le sonrió.

- Mira las camas -dijo-. Son tan pequeñas.

- Este es un gran pedazo de nuestra historia -dijo Lobo-. Es una pena que el Príncipe esté tieso. Esta es la casa de campo de su abuela. ¡Cáspita!

Estaba empezando a sentir lástima por el perro. Eso era malo.

De todos modos, se quedó de pie en ese histórico lugar un momento más antes de ver que Virginia se estremecía.

- Tenemos que acomodarnos para pasar la noche, y secarte -le dijo.

Ella asintió. Tony echó una última mirada a la habitación y, a continuación, los precedió por las escaleras. Lobo se quedó sólo un momento. Entonces, le dio una palmadita a una viga de madera y sonrió ampliamente. Casi nadie había visto esto. Y él había tenido la suerte al venir aquí. Esto hacía que el bosque entero valiera la pena.

Entonces bajó las escaleras.

Les llevó casi media hora, a él y a Tony limpiar la planta baja y poner algunos muebles como barricada contra la puerta. Virginia intentaba secar su pelo con cualquier cosa que pudiera encontrar. Finalmente, se rindió y utilizó la madera apilada junto a la chimenea para encender un fuego.

Para cuando Lobo entendió lo que estaba haciendo, ya era demasiado tarde.

- En realidad no deberíamos encender un fuego -dijo él.

- No me importa. -Virginia agarró un grueso mechón de su cabello extremadamente largo y lo puso frente al fuego-. No voy a dormir con el pelo mojado.

Lobo se sentó a su lado y comenzó a ayudarla. No quería que ella metiera la cabeza en el fuego. Tony se derrumbó sobre una silla. Parecía cansado también.

- No puedo creer que esté preguntando esto -dijo Tony-, pero, ¿qué pasó con Blancanieves después de que se casara con el príncipe?

Lobo lo miró, sorprendido de que Tony no lo supiera.

- Se convirtió en una gran gobernante. Una de las Cinco Mujeres Que Cambiaron la Historia.

- ¿Cinco mujeres? -preguntó Virginia, claramente intrigada-. ¿Quiénes fueron las otras?

- Cenicienta, la Reina Caperucita Roja, Rapunzel, y Gretel la Grandiosa. Ellas formaron los primeros Cinco Reinos y trajeron la paz a todas las tierras. Pero desaparecieron hace largo tiempo. Algunos dicen que Cenicienta todavía está viva, pero no se ha mostrado en público desde hace casi cuarenta años. Ya debería estar cerca de los doscientos años. -Lobo suspiró y miró al fuego crepitante-. Los días de “Felices Para Siempre”, se han acabado. Estos son tiempos oscuros.

Virginia comenzaba a pensar que su cabello nunca se secaría. Afortunadamente, los nuevos mechones alrededor de su cabeza, crecían ya secos.

Su padre se había ido a dormir arriba hacía bastante rato. Lobo lo había ayudado a juntar cuatro de las pequeñas camas, de modo que pudiera recostarse sobre ellas. Su padre había colocado al Príncipe Wendell a los pies de una de las camas como si estuviera de guardia.

Virginia suponía que debía acostarse también, pero el fuego todavía estaba alto, y la mayor parte de su pelo todavía mojado. Y no estaba cansada.

Lobo la ayudaba a secar el resto del cabello, sosteniendo algunas partes de éste y estudiándolo como si fuera la cosa más hermosa que jamás hubiera visto. Si el cabello no la asustara tanto, eso le hubiera gustado.

Pero quería pensar en otra cosa. Se acercó más al calor de las llamas.

- ¿Qué le dijiste a ese niño en el campamento gitano? -preguntó.

- No mucho. Sólo cosas de lobos.

- ¿Y qué cosas de lobos?

- No necesité decirle nada -dijo Lobo-. Sólo estar con él. Él nunca había visto otro lobo. Estaba asustado. Ser diferente es un camino solitario en la vida, como ya sabes.

Ella sonrió para sí misma.

- ¿Dónde está tu madre?

Virginia se puso tensa. ¿Qué había hecho para que le preguntara eso?

- No tengo idea. Se fue cuando yo tenía siete años.

Lobo no pareció notar el frío en su voz. Dijo suavemente:

- Es triste ser abandonado cuando eres tan pequeño.

Virginia resistió el impulso de apartar el cabello fuera de su alcance.

- Para ser honesta, rara vez pienso en ella. No ha sido una parte de mi vida, en realidad.

- ¿Qué pasó? -Lobo apoyó la barbilla en una mano y se volvió hacia ella. Sus ojos parecían más cálidos y pálidos a la luz del fuego.

Virginia desvió la mirada.

- Sólo se fue de casa. ¿Acaso no lo harías tú si estuvieras casado con mi padre? Ellos eran totalmente diferentes. Ya conociste a mi abuela. Mi madre era así. Eran un completo desajuste. Nunca deberían haberse casado. En fin, fue hace mucho tiempo.

- ¿Dónde está ella ahora? -preguntó Lobo.

Todo este interrogatorio comenzaba a darle dolor de cabeza.

- No tengo ni una pista y no me podría importar menos.

- ¿No te preguntas cómo es ella?

Sabía cómo era su madre solamente por sus acciones, hacía tanto tiempo atrás. Su madre era una mujer fría que sólo se preocupaba de sí misma.

- Se podría haber puesto en contacto conmigo si hubiera querido, pero no lo hizo y está bien. No me quiere. No voy a desperdiciar mi energía pensando en ella.

- Oh -dijo Lobo. Aparentemente comenzaba a entender que para Virginia era un tema sensible.

- ¿Oh, qué? -preguntó Virginia.

- Sólo “oh” -dijo Lobo-. “Oh”, como una evasiva, un ruido alentador. “Intenta no hacer comentarios mientras escuchas”, así lo dice mi mejor libro de autoayuda.

Ella estornudó. Él le acarició el cabello. Se sentía bien.

- Debes hacer algo magnífico con tu vida -dijo él.

- ¿Ah, sí? -preguntó Virginia-. ¿Por qué?

- Porque tu dolor es muy grande -dijo Lobo.

Ella apartó de un tiró el cabello de sus manos.

- Ellos simplemente se separaron, ¿de acuerdo? ¿Es que eso nunca pasa de dónde vienes?

- Por supuesto que no -dijo Lobo-. Podemos vivir felices para siempre o acabar asesinados por horribles maldiciones.

Eso atenuó un poco su enojo. Volvió a poner el cabello a su alcance. Él lo tomó como si nada hubiera pasado.

Después de un momento, Lobo le preguntó:

- ¿No confías en nadie?

- No confío en ti, no -dijo Virginia.

Eso no pareció sorprenderlo.

- Bueno, tal vez así vez no resultes herida -dijo él-. Pero, caray, no te amarán tampoco.

Virginia resopló.

- El amor es una mierda. Amor es solamente lo que la gente dice sentir porque tienen miedo de estar solos.

- Ya veo -dijo Lobo.

El tono plano de su voz captó la atención de Virginia. Se volvió hacia él. Realmente era un hombre apuesto. Lo había notado desde el principio. Hermoso de un modo libertino.

- ¿Tienes algo que decir al respecto? -preguntó Virginia.

- No -dijo Lobo.

Pero ella sabía que sí lo tenía. Y se lo estaba diciendo sin palabras.