Capítulo 6

Tony despertó lentamente. Había un olor terrible en su nariz, algo como a carne rancia, y se preguntó si las costillas que Virginia que le había dejado no estarían en mal estado. Se las había comido rápidamente, y después se había dormido.

Sentía los ojos pegados como con chicle, y tenía un sabor de boca horrible. Y había estado babeando. Odiaba cuando babeaba en sueños. Se limpió la cara y sintió que se quedaba adormilado otra vez, pero algo se lo estaba impidiendo. Algo ruidoso.

El timbre de la puerta estaba sonando.

Y sonando.

Y sonando.

- Seas quien seas -dijo Tony- vete…

Había un hombre fuera, en la puerta. Un hombre al que no reconoció. ¿Cómo es que podía verlo a través de la puerta? Se restregó los ojos. Tenía que despertar.

- Buenas noches. -El hombre sonrió cálidamente mientras atravesaba la puerta. Por eso Tony podía verlo. Alguien había astillado la madera. ¿No había soñado eso? Esto era exactamente como si estuviera dormido. No es que importara mucho ahora mismo. Había un extraño en su apartamento.

Tony se levantó, balanceándose sólo un poco, deseando poder despertarse del todo.

El hombre contempló el apartamento y pareció olisquear algo.

- Veo que los trolls te han visitado primero.

¿Trolls? Tony frunció el ceño. ¿Qué hacía este tipo aquí?

- No importa -estaba diciendo el hombre-. Me llamo Lobo, y he venido con una propuesta para ti. Esta noche y sólo por esta noche estoy autorizado a hacer una oferta única, concretamente el final a todos tus problemas personales y financieros.

Un artista del timo. Tony se cruzó de brazos.

- Un paso más y llamo a los polis.

Lobo sonrió abiertamente. El nombre le iba bien. Ponía a Tony muy nervioso.

- Yo estoy… estoy al cargo aquí -dijo Tony-. Esto es propiedad privada.

Lobo rondó por el cuarto, probó el sofá, recorrió con sus dedos el respaldo del sillón de Tony. Luego se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña pero muy elaborada caja de oro. La abrió de golpe y surgió de la misma un brillo trémulo. La luz que emitía tenía un olor ligeramente desagradable, como estiércol de vaca seco.

Tony inclinó la cabeza y resopló ligeramente para sacarse el olor de la nariz.

Dentro de la caja había una habichuela negra del tamaño de su pulgar.

Lobo dijo:

- Bajo los términos de este contrato, estoy… a cambio de información en cuanto al paradero de tu hija… en condiciones de ofrecerte una habichuela mágica que, una vez comida, te concederá seis gloriosos deseos.

Seis deseos. ¿Qué era esto? ¿La norma no eran tres?

Era como si Tony estuviera en un cuento de hadas, cosa que definitivamente no estaba. Estaba en su apartamento.

Lobo no pareció notar su vacilación. Había encontrado una fotografía enmarcada de Virginia y la había recogido, estudiándola.

- ¿Ésta es ella?

¿Cómo sabía este tipo de la hija de Tony? ¿Qué estaba pasando aquí?

- Ésta no puede ser ella -dijo Lobo.

- ¿Por qué no? -preguntó Tony.

- Es suculenta -dijo Lobo-. Guau, menuda chica de ensueño, cremosa.

Pasó una mano sobre la foto, con aspecto hipnotizado. Tony lo estudió detenidamente. Este tipo era realmente extraño, y Tony no estaba seguro de que le gustase la forma en que Lobo miraba a su hija… o al menos la fotografía de su hija. Primero la miraba como un cachorro enfermo de amor y ahora la miraba con lascivia como si quisiera…

- Sabrosa o no -dijo Lobo-, ¿dónde está?

Como si Tony se lo fuera a decir. No después de aquella última mirada.

- Ella está… no ha vuelto del trabajo aún.

Lobo inclinó la cabeza y luego la sacudió con reprobación, como si hubiera cogido a Tony en una mentira.

- Oh, ha vuelto, ¿verdad? Puedo olerla.

Le tiró la habichuela a través de la habitación y Tony la atrapó. Estaba caliente, y comenzó a saltar dentro de su mano.

- ¡Eh! -dijo Tony- ¿qué está haciendo esto?

Lobo se deslizó más cerca de Tony y sus ojos llamearon en verde. Parecieron llenar sus cuencas, volviéndolo todo, incluso el blanco, del color de las esmeraldas.

- Seis geniales deseos -dijo Lobo-. Imagínate tener todo lo que desees.

La habichuela rebotaba con insistencia contra su mano. Todo lo que deseara. Hmmm.

- Y por el aspecto modesto de tu entorno -dijo Lobo- seguro que hay muchas cosas que te gustaría cambiar.

Por supuesto que las había. Primero compraría un nuevo sillón, de cuero de verdad esta vez, y luego comenzaría con las paredes. El empapelado estampado le hacía sentir como si estuviera en un decrépito burdel. Asintió con la cabeza ligeramente y dijo:

Bueno, yo… ¡No!

¿En qué había estado pensando? De verdad lo había considerado. Pensaba dejar a esto… este… lobo acercarse a su hija.

- ¡Sal de mi apartamento!

El grito de Tony no pareció desconcertar a Lobo en absoluto. Sus ojos se habían vuelto tan verdes que le recordaron a Tony a un bosque. Un bosque mágico.

- Seis maravilloso deseos…

- Yo… -Había una razón por la que estaba protestando. Sólo que no podía recordarla.

- ¿Sí? -preguntó Lobo.

Seis deseos. Cualquier cosa que quisiera. Podría conseguir más que un sillón. Podría conseguir mil sillones. Podría conseguir suficiente dinero para tener un sillón nuevo cada día. Sonrió sólo un poco. Era una sonrisa boba, lo sabía, pero la idea de tener todo que quisiera era más de lo que se había permitido contemplar hasta ahora.

- Sólo suponiendo que esto… esta cosa funcionara -dijo Tony- ¿qué evita que pida un millón de dólares?

La habichuela todavía brincaba con insistencia en su mano. Realmente quería probar esto.

Lobo agarró una costilla sobrante del plato del suelo, junto al sillón de Tony. Se llevó la costilla a la boca y la recorrió con los dientes, limpiando la carne del hueso como si fuera simplemente salsa. Pero su mirada permaneció fija en Tony.

- Puedes pedir lo que quieras. -Lobo lanzó el hueso por encima del respaldo del sillón de Tony.

El cerebro de Tony no estaba funcionando tan bien como quisiera. Aquel prolongado sueño lo había afectado. ¿O eran esos ojos?

- Pero debe haber algún truco.

- Oh, no. -Lobo sacó de golpe un contrato de su bolsillo y habló muy rápido-. Este es un acuerdo de deseos múltiples estándar: seis deseos, sin posibilidad de retirar los deseos una vez hechos, sin posibilidad de gastar cinco deseos y luego desear otros mil… Bien, vamos, ¿es justo o no? ¿Ahora, dónde está tu encantadora hija?

Lobo empujó un bolígrafo delante de Tony. Los ojos de Lobo parecían aún más verdes. Tony alcanzó el bolígrafo. Seis deseos. Seis maravillosos deseos. Casi tocaba la pluma y entonces se detuvo.

¿Qué había dicho Lobo sobre su hija?

- Espera un momento -dijo Tony-. ¿Para qué la quieres?

- Oh, para nada malo -dijo Lobo-. Simplemente para recuperar a mi perrito, a quien ella encontró antes.

- ¿Tu perro? -preguntó Tony.

- Hay hasta una recompensa -dijo Lobo-, la cual tengo intención de entregarle personalmente. -Lobo sonrió. Tenía unos dientes bonitos. Y unos agradables ojos verdes. La habichuela todavía saltaba en la mano de Tony. La miró; después observó su propia mano alcanzar la pluma y garabatear una firma. No recordaba haber dado a su mano esa instrucción, pero de alguna manera eso no importaba. Este hombre parecía muy agradable, después de todo, y había perdido a su perro.

- Si no está en el trabajo estará con mi suegra. -Pensar en su suegra le revolvió el estómago-. Ella siempre está tratando de volver a Virginia contra mí.

- ¿Le gustan a tu suegra las flores? -preguntó Lobo.

- Le gusta el dinero -dijo Tony-. Esa es la única cosa que le impresiona.

- Dirección por favor -inquirió Lobo.

La mano de Tony se movió por propia voluntad de nuevo, anotando la dirección. Por el rabillo del ojo, vio a Lobo acariciar la fotografía de Virginia y luego metérsela en el bolsillo. Tony quiso protestar, pero descubrió que no podía.

- Ha sido un placer -dijo Lobo.

Aquella habichuela saltarina todavía estaba golpeando contra su palma. Tony la miró. En realidad no parecía una habichuela. Parecía un escarabajo de gran tamaño. Tal vez no quería hacer esto después de todo.

- ¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que esto surta efecto? -preguntó.

- No te preocupes -dijo Lobo-. Las tres primeras horas son las peores.

- De acuerdo -dijo Tony. Después de todo tenía sentido. O mejor dicho, no lo tenía. Frunció el ceño-. ¿Qué significa eso?

Pero Lobo ya se había ido. Tony ni siquiera lo vio marcharse. Bueno, habían firmado un trato, y Lobo había hecho ciertas promesas.

- Cualquier cosa que quiera… -susurró Tony.

Tomó un profundo aliento, luego se tragó la habichuela. Esperó. No se sentía diferente. Ni siquiera estaba más despierto. ¿Si un hombre comía una habichuela mágica, no debería sentir algo? ¿Aunque fuera un pequeño cosquilleo de poder mágico?

Por lo visto no. Se encogió de hombros.

- Muy bien -dijo, comenzando así la idea-. Para mi primer deseo…

El estómago se le retorció en horrible agonía. El dolor disparó a través de su abdomen y su espalda, hasta su garganta, y apenas pudo retener el contenido de su estómago.

Las tres primeras horas son las peores, había dicho Lobo.

Y esto era lo que había querido decir.

Tony cerró los ojos.

- ¡Oh, Dios mío! -gimió cuando el dolor empeoró.

***

Virginia abrió la puerta del apartamento de su abuela en Gramercy Park. Se puso el dedo en los labios para que Príncipe no ladrara… de todos modos no parecía gustarle tanto hacerlo como a otros perros… y luego atravesó la puerta. Príncipe la atravesó con ella.

Comenzaba a cerrar la puerta cuando su abuela gritó:

- ¿Quién es?

- Sólo yo, Abuela. -Virginia se dio la vuelta. Su abuela estaba de pie en el otro extremo del pasillo. Llevaba puesto su albornoz de terciopelo y tenía el cabello teñido de color melocotón echado hacia atrás, en un estilo años sesenta pasado de moda. Llevaba puesto demasiado maquillaje, como de costumbre, pero eso encajaba con el estilo del apartamento: suntuoso y magnífico, al menos en términos de la década de 1930.

- ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? -Su abuela tenía la mano sobre el corazón-. Casi me muero del susto. -Entonces bajó la mirada hacia Príncipe-. Y en nombre de Dios ¿qué es eso?

La anciana tiró del perro hacia delante y miró detenidamente a su cara. Él luchó por liberarse. Virginia descubrió que no le gustaba la forma en que su abuela lo manipulaba.

- Lo encontré -dijo Virginia-. Es un perro callejero.

Príncipe le lanzó una mirada fulminante.

- Un perro callejero -dijo la abuela, disgustada-. Bien, llévalo a algún sitio y haz que lo eliminen. Probablemente esté plagado de pulgas.

Probablemente Príncipe tenía menos pulgas que cualquier otro perro del planeta. No es que su abuela supiera eso. La abuela dejó ir a Príncipe y, luego se tambaleó ligeramente hacia a un lado.

Virginia suspiró. Su abuela estaba borracha de nuevo.

- No lo quiero cerca de Roland.

Roland, el caniche mimado de su abuela, yacía en su almohada de satén. Miraba a Príncipe con recelo, entrecerrando sus pequeños ojos de perro. Ahora bien, Roland tenía los ojos de un caniche con inteligencia de caniche. Príncipe tenía ojos humanos. Virginia estaba cada vez más convencida. Nunca había creído, hasta esta noche, que una persona pudiera ver inteligencia en los ojos de un animal.

- Cuando te vi -dijo la abuela- sólo durante un momento pensé que eras tu madre.

Allá vamos de nuevo.

- Siento decepcionarte -dijo Virginia.

- Ella volverá un día, ya sabes -dijo la Abuela-. Simplemente aparecerá sin decir una palabra. ¿No crees que podría estar en Aspen? Adoraba la nieve.

- Creo que habría vuelto ya -dijo Virginia-. Catorce años es mucho para un aprés ski.

- No seas mala, querida -dijo la abuela-. ¿Quieres una copa de champán?

Se sirvió un vaso de una botella casi vacía. Virginia echó un vistazo al final del pasillo, hacia el dormitorio de su abuela, donde la cama cubierta de satén estaba ligeramente desordenada y el canal de compras conectado.

Quedarse aquí la volvería loca, pero era mejor que irse a casa con la puerta rota y aquellos trolls psicópatas atrapados en el ascensor.

- ¿Te importaría que me quedara a pasar la noche? -preguntó Virginia.

Su abuela sonrió. Era una sonrisa de regodeo maligno.

- Te ha echado. Sabía que pasaría. -Su voz se elevó mientras se hundía en sus propias imaginaciones-. El corte de tu frente. Te ha golpeado…

- No seas estúpida -dijo Virginia disgustada. Odiaba tratar con su abuela cuando estaba bebida. Lo cual resultaba ser la mayor parte del tiempo-. Me caí de la bici.

Roland avanzó hacia Príncipe y ladró. Príncipe se alejó como si el pequeño perro no fuera nada más que una mosca.

- ¿Por qué no te vienes y vives conmigo? -preguntó la abuela-. Podrías tener mucho más espacio aquí. Podrías ser alguien en sociedad, Virginia. Tienes la belleza de tu madre.

- No quiero ser alguien en sociedad -dijo Virginia.

- Mi debut en el Ritz Carlton fue como una coronación -dijo la abuela, perdida claramente en el recuerdo-. Salí en la portada de cada revista de sociedad. Y tu madre… a los diecisiete años era tan hermosa que hacía daño mirarla. Podría haber tenido a cualquier soltero de Nueva York. ¿Y con quién terminó?

Virginia conocía ese guión como si hubiera sido escrito en piedra.

- Papá.

- A las pruebas me remito -dijo la abuela.

La abuela se inclinó hacia delante y se sirvió más de la botella. Después recogió su vaso y lo balanceó mientras hablaba.

- Se lo di todo. Si al menos hubiera sido como tú. Tú nunca te enfadas o gritas, ¿verdad? Eres una buena chica.

Una muchacha buena, tranquila, que apretaba los puños a menudo. Virginia se mordió la lengua. Literalmente. La abuela no pareció notarlo. Recogió una boquilla, puso un nuevo cigarrillo en la punta, y lo encendió, luego se lo puso en su boca pintada de rojo como la estrella de una película de la época de la Depresión.

- Puedo ver que está volviendo a pasar. Eres camarera, ¡por amor de Dios! ¿A quién vas a conocer? ¿A un candidato a cocinero de comida rápida? No tires tu vida por la ventana como hizo ella.

Roland ladró a Príncipe. Virginia observó esto por el rabillo del ojo, preguntándose qué haría Príncipe. Príncipe miró por encima de ambos hombros, y luego pegó un puñetazo a Roland en la cara.

El pequeño perro aulló y la abuela lo recogió.

- Me lo llevo lejos de tu perro viejo y malo -dijo, y se fue muy ofendida a su dormitorio, arrastrando el humo como una villana de Disney.

¿Le pegó un puñetazo? Virginia frunció el ceño. Sólo debía habérselo parecido. Suspiró y bajó por el pasillo hasta la habitación de invitados. Príncipe la siguió, pareciendo muy satisfecho consigo mismo. Esperó hasta que él estuviera dentro del cuarto, y después cerró la puerta.

¿Era un fracaso como su abuela decía? No se sentía una fracasada. Pero no se sentía como una persona de éxito tampoco. Era sólo una camarera que había conseguido un golpe en la cabeza, heredado un perro que parecía más humano que canino, y que encerraba a malvados trolls en ascensores.

No sabía qué parecería todo esto por la mañana, pero tenía la sensación de que no podía ponerse mucho peor.