AFORTUNADO PERRO JUGADOR

LE COMPLACERÍA DIVIDIR LAS GANANCIAS AL 50 POR CIENTO

El Príncipe Wendell parecía completamente humillado, y en cierta forma eso le añadía encanto. Tony sonrió. Podría funcionar.

***

En el campanario abierto que daba a la plaza, el Cazador se echó hacia atrás y dejó que el dolor lo atravesara. Su pierna estaba casi destrozada, y había perdido mucha sangre. Pero tenía que terminar el trabajo para la Reina. De alguna manera no había esperado que esos incompetentes dieran tantos problemas.

La ballesta estaba a su lado. Las otras armas estaban dispuestas y preparadas para el uso. Podía ver la mayor parte del pueblo desde aquí arriba.

Pudo ver a Virginia, Tony y a su Lobo entrar en el casino, junto con el Príncipe Wendell.

Tenía tiempo para descansar antes de hacer el trabajo para el que había sido contratado.

Con cuidado apartó los vendajes de su pierna herida. La trampa le había desgarrado el músculo hasta el hueso. Había sido una trampa eficaz. Nunca había esperado caer en ella. Afortunadamente, sabía cómo soltar la palanca y liberarse.

Lo cual era más de lo que sabían aquellos a los que perseguía. De ahora en adelante, aprovecharía cualquier ventaja que pudiera. Morirían rápida y silenciosamente. Acabaría este trabajo, aun si eso lo matara.

***

Las antorchas y las lámparas de aceite hacían de éste el casino más oscuro en el que hubiera estado Lobo. Quizás fuera el espacio reducido. Estaba acostumbrado a los casinos al aire libre, no a uno como éste, dónde se jugaba en penumbra.

En todas partes había personas arrojando los dados y riendo o metiendo monedas en las máquinas. El tintineo de las ganancias era embriagador.

Tony venía desde la ventanilla dónde había convertido las monedas en fichas.

- Vamos, equipo -dijo-. Vamos a ganar dinero.

Virginia fue en una dirección, Tony en otra, con Wendell en sus talones. Lobo frunció el ceño, buscando algo que le interesara. Por fin vio su favorita, la Ruleta de la Fortuna.

Caminó hacia allí y preguntó a la crupier que manejaba la Ruleta:

- Señorita, ¿cuál es el premio más alto posible al apostar un Wendell de oro?

- Bueno, señor -dijo la crupier-, podría querer apostar al gran Bote del Conejo Jack las probabilidades son de mil a una. Pero sólo se ha conseguido una vez.

- Con una me basta.

Lobo puso una de sus monedas en la casilla del bote pero no observó mientras giraba la ruleta. En su lugar miró hacia Virginia, que estaba jugando a los conejos de carreras. Estaba completamente entregada, gritando y agitando el puño. Parecía tan relajada.

Cruzó los dedos cuando la ruleta giraba. Si ganaba, Virginia todavía lo querría más. Pero si ganaba demasiado, ella compraría el espejo y regresaría a casa. Le dejaría…

- Mala suerte, señor, -dijo la crupier.

Lobo miró a la ruleta. Había perdido.

- Oh, gracias -le dijo aliviado.

- ¿Quiere apostar otra vez?

Lobo echó un vistazo a Virginia. Si lo perdía todo, al menos ella sabría que lo había intentado.

- ¿Señor? ¿Otra vez?

Sonrió a la crupier.

- Desde luego -dijo.

***

Virginia estaba inclinada sobre la mesa de los Conejos de Carreras, observando cómo el Revisor de Conejos se aseguraba de que los cuatro conejitos que participaban en esta carrera tuvieran seguros los arneses. Virginia no pudo evitar el preguntarse si esto no era un poco cruel, obligar a los conejos a participar en una carrera de obstáculos como si fueran caballos.

Pero ahora no podía pensar en la moralidad del asunto. No cuando tenía que ganar el dinero suficiente para volver a casa.

- Conejos de carreras, conejos de carreras, escoja al ganador y gane el bote -decía el hombre encargado de la apuesta.

Virginia había estudiado las probabilidades y escogió al conejo. Su nombre era Solvig y antes lo había hecho bien.

Los conejos estaban alineados, y entonces sonó una campanilla. Los conejos caminaron arrastrando los pies.

- ¡Vamos, Solvig! -gritó Virginia-. Vamos, Solvig. Vamos, Solvig.

El encargado radió la carrera a toda velocidad como Howard Cosell.

- Solvig pasando a Tidbit mientras se aproximan al último obstáculo…

Virginia dejó de prestarle atención. Ella estaba mirando a Solvig. Éste pasó el obstáculo final y había ganado a Tidbit en el tramo. Y entonces, de repente, salido de ninguna parte, Rumpus avanzó. Rumpus atrapó a Solvig y…

- …es Rumpus por un pelo.

Virginia cerró los ojos y suspiró. Luego pasó los dedos sobre sus fichas. Sólo le quedaban cinco.

Todo esto empezaba a parecer bastante desesperado.

***

Tony se sentó entre el espeso humo cerca de la parte posterior del casino. Las lámparas le daban a todo un olor ligeramente aceitoso, y no estaba seguro de cuáles eran las normas de seguridad aquí. Había demasiados fumadores para su gusto.

Pero no podía concentrarse en eso. Estaba en medio de un juego de riesgo con otros cuatro jugadores. Tenía una pila de ochenta fichas ante él, y lo estaba haciendo bien.

El Príncipe Wendell lo estaba observando desde el suelo, pero todavía no le había dado ningún consejo.

- Subo tus veinte -dijo uno de los jugadores. Como el resto, sujetaba las cartas muy cerca de la cara.

- Veo tus veinte y subo cincuenta -dijo Tony.

Se estaba reuniendo multitud. Aparentemente, los juegos de riesgo como éste eran raros en el Suerte-en-el-Amor.

- Igualo tus cincuenta -dijo el hombre-. Pide.

Tony le lanzó una sonrisa maliciosa.

- ¿Tienes al señor Bun El Panadero?

El hombre maldijo y arrojó las cartas a Tony. Lentamente, Tony enseñó una serie completa de Familias Felices.

- Míralas y llora -dijo Tony, recogiendo el dinero.

***

- Lo siento, señor -dijo la crupier-, no tiene suerte esta noche.

Lobo le sonrió. De hecho, le sonrió abiertamente.

- No se preocupe.

- Nunca he visto a nadie tan contento de perder como usted, señor.

- ¿Ah, pero ha estado alguna vez enamorada, señorita?

- Sólo una vez, señor -dijo ella-. De un caballero. Pero estaba casado.

Lobo colocó su última ficha en la casilla del bote.

- ¿Ve a esa chica de allí? Es la otra mitad de mi corazón. Haría cualquier cosa por ella.

La crupier hizo girar la ruleta. Chasqueó-chasqueó-chasqueó, y Lobo dejó que el sonido lo absorbiera.

Él miraba a Virginia. Aparentemente ella también estaba perdiendo. Parecía tan triste.

- ¡Oh, Dios mío! Señor, ha ganado el Bote del Conejo Jack.

Asumir y registrar las palabras le llevó un momento. Lobo se volvió hacia la crupier.

- ¿He ganado?

Echó un vistazo hacia la ruleta. En efecto, el bote se había alineado con su moneda.

- Oh, sí, señor. -La crupier parecía más excitada que él-. Felicidades. Diez mil monedas de oro. Si desea ir a la caja, puede recoger sus ganancias. ¿Señor?

De repente Lobo sonrió ampliamente.

- ¡He ganado! Espere a que se lo diga a mi chica. Diez mil monedas de oro.

Atravesó el casino, dejando atrás a los jugadores de cartas, los de dardos y a los vendedores de hechizos de suerte. Virginia todavía estaba en la mesa de los Conejos de Carreras.

- Más que suficiente para comprar el espejo -se dijo a sí mismo-. Ahora ella podrá…

Lobo aflojó el paso.

- … dejarte. Sí. Eso es lo que va a hacer. En realidad no te quiere… sólo quiere que la ayudes a volver a casa. Ella te ama… no.

Casi estaba en la mesa de los Conejos de Carreras. Virginia estaba a pocos pasos.

- No, no, ella te adora. Tus instintos lobunos nunca se equivocan. Ella te ama.

Lobo se detuvo detrás de ella y le golpeó el hombro ligeramente mientras el detestable tipo que retransmitía la carrera decía: ¿Pueden creerlo? Rumpus atraviesa la meta por tercera vez consecutiva.

Frente a Virginia no había más fichas. Ella vio a Lobo y suspiró.

- Bueno, ya está. Lo he perdido todo.

La miró. Era tan bella. En serio que no quería que se fuera.

Los lobos se emparejaban de por vida. ¿Qué haría sin ella?

- ¿Y tú qué tal? -le preguntó.

- Sí… sí, yo también -dijo Lobo.

Ella le tomó del brazo.

- Tengo que salir a tomar el aire.

Él asintió, todavía asombrado ante la mentira que había salido de su boca. ¿En qué estaba pensando? La dejó conducirlo al balcón.

Éste ofrecía una vista sobre todo el pueblo. Había gente en las calles pero nadie más en el balcón. Y Virginia había tenido razón. El aire se olía mejor aquí afuera. También era más fresco.

Lobo la observó admirar la ciudad. Era tan hermosa.

- No estés triste -dijo Lobo.

Ella asintió con la cabeza.

- Nunca voy a volver a casa. Voy a quedarme el resto de mi vida atrapada aquí contigo. Puedo verlo. -Entonces se giró y lo pilló mirándola. Sus rasgos se suavizaron y él supo, de repente, que ella había entendido. Que quedarse con él iba estar bien.

Virginia preguntó:

- ¿Es sólo este lugar, o…?

Él contuvo el aliento. No quería estropear el momento.

- Siento como si algo… trascendental estuviera ocurriendo -dijo Virginia-. No puedo describirlo. Siento como que hay una enorme pared de agua viniendo hacia mí, pero no puedo verla. Siento como si fuera a tragarme.

Le volvió la espalda y se giró otra vez hacia la ciudad. Parecía como si la conexión se hubiera roto.

No podía dejar la mentira entre ellos.

- Virginia -dijo Lobo-, no puedo ocultarlo por más tiempo. Acaba de pasarme algo.

- A mí también -dijo ella. Sonaba feliz y triste al mismo tiempo.

- Acabo de… ¿qué?

Ella se giró hacia él. Los ojos eran muy suaves.

- Dime que es simplemente esta ciudad.

En esto, le contó la verdad.

- Bueno, es una ciudad mágica de amor, pero las flores sólo crecen dónde hay semillas. Los fuegos artificiales sólo estallan cuando los cohetes ya están listos.

Ella sonrió. Y él lo supo, por primera vez, realmente lo supo, que ella se estaba enamorando de él.

- Quizás exista el destino -dijo Virginia.

- Con toda seguridad que sí -dijo Lobo.

Detrás de él, las lámparas se volvieron rosadas. Aparecieron pajarillos salidos de ninguna parte y empezaron a piar. Era una señal de su cariño por ella, descubrir que le inspiraban sensibilidad en vez de pensar en ellos como comida.

- Quizás se supone que deba estar contigo -dijo ella.

- Con toda seguridad.

Se inclinó hacia ella. Ella cerró los ojos y abrió los labios ligeramente. Realmente iba a besarla. Sus labios casi tocaban los de ella cuando Virginia abrió los ojos de repente y se apartó.

- Mejor vamos a ver qué tal le va a Papá.

La luz rosada se esfumó Los pájaros desaparecieron. Y Lobo sintió una profunda desilusión. No sabía cómo recuperar el momento… y entonces no tuvo alternativa. Virginia estaba abandonando el balcón. Él se quedó un momento, pensando cuan cerca había estado del cielo, y luego la siguió dentro.

***

Le llevó unos un momento encontrar a su padre. Estaba en la oscura habitación cargada de humo y con varios personajes difíciles. Una multitud estaba reunida detrás de él. Virginia tuvo que empujar para abrirse paso entre ellos y acercarse a su padre. Lobo estaba justo detrás de ella.

- La señora Bone La Esposa del Carnicero completa el juego -dijo Tony, mientras enseñaba sus cartas. Luego se rió mientras recogía el dinero. Los demás jugadores arrojaron sus cartas. Luego se fueron, así como la multitud. El que repartía las cartas miró a Tony expectante.

- Papá -dijo Virginia-, bien hecho.

- Creo que he ganado casi seiscientos, pero no es suficiente. No voy a romper la banca jugando a las Familias Felices. Tengo que continuar hasta la última mesa. -Señaló a una mesa privada en la esquina. Estaba marcada para apostadores fuertes. La zona estaba tan llena de humo que Virginia apenas podía ver a los jugadores. Y lo que vio no le gustó.

- ¿A qué juegan? -preguntó Virginia.

- No importa -dijo Tony-, no hay juego de cartas en el mundo que me asuste. ¿Recuerdas nuestra semana en Las Vegas, en el 93?

- ¿Cuándo vendimos el coche?

- No, no, el año anterior.

Lo recordaba. Le ayudó a recoger las ganancias y a trasladarse a la nueva mesa. Los jugadores de allí parecían amenazadores. Había sólo tres: un enorme troll, un enano con aspecto de malo fumando un maloliente cigarro, y una anciana rica. Sonrieron lobunamente cuando llegó Tony.

Virginia iba a preguntar a Lobo qué pensaba de ellos, pero cuando se dio la vuelta, éste había desaparecido.