Capítulo 43

Finalmente los trolls habían servido a su propósito. Le habían traído a Wendell.

La Reina observó como arrastraban a su némesis, tan perruno ahora que sus ojos ya no parecían humanos, pasillo abajo a través de su propio palacio. Estaba amordazado, pero todavía gruñía y lanzaba mordiscos.

El Cazador estaba de pie a su lado. Estaba mejor, pero todavía no completamente sano. La chica al parecer era más dura de lo que habían imaginado.

Pero la Reina no iba a pensar en eso. En vez de ello, observó a los trolls empujar a Wendell hacia adelante.

Tenían dos cadenas de hierro atadas a su collar, pero él era fuerte y estaba decidido. Escaparía si le daban oportunidad.

Ella no le daría ninguna.

- Te espero desde hace mucho -dijo la Reina a Wendell-. Tantos días aburridos en prisión.

Los trolls le arrastraron más cerca, a pesar de sus forcejeos.

Ella se metió las manos en las mangas, en un gesto de calma.

- En verano podía ver la luz del sol sobre la pared de mi celda. Anhelaba el verano para ver el sol, y aún así cada vez que llegaba yo sabía que había perdido otro año de mi vida por tu culpa.

Sonrió. El Príncipe Wendell estaba quieto ahora, fulminándola con la mirada.

- Cuando todo esto acabe -dijo ella-. Te pondré en una cajita hasta que te acurruques y mueras de desesperación.

Él le gruñó a través del bozal.

La Reina se giró hacia el Cazador.

- ¿Dónde le capturasteis?

- A alrededor de veinticinco kilómetros de distancia, Su Majestad -dijo el Cazador.

- ¿Tan cerca? -Eso la sorprendió. ¿Qué había estado haciendo tan cerca?- ¿Qué hay de los otros?

- Oh, les matamos -dijo Bluebell.

Ella le abofeteó.

- Mentira. ¡Idiota!

- Somos extremadamente estúpidos, Su Majestad. -Blabberwort inclinó la cabeza, revelando ese ridículo moño naranja. Los perros de lanas tenían moños, no los trolls.

- Pero tenemos al perro -dijo Burly.

- Imbécil -dijo la Reina-, el perro no es ninguna amenaza para mí. La chica es la amenaza.

Sacudió la cabeza, y supo que esto no había acabado aún.

- La chica -repitió. La Reina no ganaría hasta que la chica estuviera muerta.

***

Acababan de coronar una colina en los bosques. A través de los árboles, Virginia podía ver el castillo del Príncipe Wendell. Parecía un castillo de cuento de hadas, suponía que lo era.

Lobo llegó a su lado.

- Fin del trayecto.

Ella asintió con la cabeza. El castillo estaba a solo unos ocho kilómetros de distancia. Estaba cubierto por una neblina mañanera, rodeado de acres de lagos y tierras de caza. Que precioso.

- Hemos estado persiguiendo el espejo por todas partes -dijo Tony-. ¿Quién habría pensado que al final terminaríamos aquí?

- Siempre se supuso que teníamos que llegar aquí -dijo Virginia.

Su padre le lanzó una mirada sobresaltada, pero a ella no le importó. Estaba confiando en sus instintos por primera vez en su vida.

Su padre le abrió la mochila y sacó el caldero. Empezó a llevarlo a un arroyo cercano.

- Tomaremos una taza de té antes de la recta final. ¿Quién quiere ir a buscar algo de leña?

- Iré yo -dijo Lobo.

- Voy contigo -dijo Virginia.

En realidad no quería que Lobo se alejara otra vez. No era capaz de separarse de él antes, pero todavía le costaba admitirlo.

***

Amanecer, hermoso y silencioso. Los bosques eran encantadores, pero no tan geniales como estar con Lobo. Él seguía mirándola, y ella no podía parar de mirarle a él. Podía sentir la electricidad entre ambos.

- Hay algo que realmente me gustaría que hicieras por mí -dijo Lobo-, y creo que me lo merezco, dadas las múltiples veces que te he salvado la vida.

Ella sonrió.

- Sé lo que quieres hacer, y la respuesta es sí.

- Oh -dijo Lobo, como si no hubiera esperado que ella dijera eso.

Estaban de pie a centímetros de distancia el uno del otro, en medio de la encantadora neblina matinal.

- Oh, cáspita -dijo Lobo-. Te deseo tanto.

- Lo sé -dijo Virginia-. Yo te deseo también.

- Muy bien -dijo Lobo-, tú corre a los bosques y yo me tapo los ojos.

- ¿Perdona? -Virginia frunció el ceño-. ¿Qué acabas de decir?

- A los bosques, yo me cubro los ojos y cuento hasta cien.

- ¿Hablas en serio?

- Oh, sí. -Parecía muy serio. Todo este asunto parecía significar mucho para él-. No haré trampas. Prometo que no haré trampas.

- Esa no es la cuestión -dijo Virginia.

- Muy bien, tal vez contaré un poco más rápido después de cincuenta, pero prometo que tendrás un apropiado…

- No voy a jugar al escondite -dijo Virginia.

Él se tapó los ojos con las manos y empezó a contar.

- ¡No! -dijo Virginia. Y entonces se preguntó por qué estaba protestando tanto. Él era un lobo, y todo era diferente aquí. Además, sonaba divertido.

Echó a correr. A su espalda, le oía contar.

- Ocho, nueve, veintiuno, dostrescuatrocinconueve, treinta y uno, dos, tres, cuatro, cuarenta, uno, dos, tres… ¡Qué voooyyyy!

Corrió tan rápido como pudo, pasando a través de matorrales, arbustos, aprisa, aprisa, aprisa. Pero podía oírle tras ella. Finalmente, el sonido de pasos se desvaneció, y se detuvo a recobrar el aliento.

No había señal de él. No podía oír nada excepto su propia respiración. El corazón le retumbaba en el pecho. Esto era una tontería, una estupidez, y excitante, todo al mismo tiempo. Escuchó… y se volvió sensible a todo. Los pájaros eran más ruidosos, la brisa soplaba a través de los árboles, incluso el olor del pino cercano parecía más intenso.

Y entonces oyó a Lobo a una gran distancia. Sonrió y corrió de nuevo.

Corrió hasta que creyó que le había perdido. Luego encontró un buen escondite tras un arbusto. Recobró el aliento de nuevo y pensó en una estrategia. ¿Lo dejaría cogerla o no?

De repente él saltó de los árboles y la derribó. Rodaron por la maleza, empujando, tirando, pateando y golpeándose el uno al otro, como cachorros jugando. Ella le agarró, le mordió en la oreja, entonces se besaron y arrancaron cada uno la ropa del otro, y ella rió cuando el juego se convirtió en algo que reconocía, algo que llevaba mucho anhelando.

- Lobo -murmuró y se perdió a sí misma en la sensación de amarle.

***

A Virginia y a Lobo les estaba llevando mucho rato encontrar leña. Tony se había rendido con el té hacía casi una hora y había registrado la mochila en busca de algún tipo de tentempié. Echaba de menos al Príncipe Wendell. No había comprendido lo mucho que confiaba en ese perro.

Entonces Virginia salió de los bosques. Tenía hojas en el pelo y manchas de hierba en los vaqueros. Estaba sonriendo, pero él nunca la había visto tan feliz y distraída al mismo tiempo.

- ¿Dónde está la leña? -preguntó Tony.

- Sí -dijo ella.

- ¿Para el fuego?

- No pude encontrar nada -dijo Virginia mientras pasaba caminando a su lado.

- ¿No pudiste encontrar nada de lecha en un bosque?

No le respondió, pero no tuvo que hacerlo. Lobo salió del bosque, con el mismo aspecto atontado que Virginia.

- Hola, Tony -dijo Lobo.

- Tú tampoco encontraste nada de leña, supongo -dijo Tony. Lobo pasó junto a Tony hacia Virginia.

- Sí, gracias.

Tony le observó, sintiéndose bastante confuso. Entonces jadeó. La cola de Lobo sobresalía de sus pantalones, meneándose con garbo de acá para allá.

***

Requirió algo de persuasión, pero Tony finalmente consiguió su desayuno. Casi se sentía como si estuviera comiendo solo, sin embargo, ya que Lobo y Virginia no tenían en realidad mucho que decir.

Durante toda la comida, estuvieron oyendo el retumbar distante de ruedas de carruaje. Cuando finalmente terminaron de comer, se acercaron a la linde del bosque.

Ante ellos había una carretera empedrada. El castillo estaba a menos de una milla de distancia. Había guardias patrullando las almenas.

Hubo más retumbar, y Lobo les hizo volver a los árboles. Pasó un carro, cargado de suministros. Ni un minuto después, un carruaje negro increíblemente hermoso pasó por allí.

- Todos van al castillo para la coronación de Wendell -dijo Lobo.

- ¿Por qué no entramos andando sin más? -preguntó Tony.

- Porque si no me equivoco -dijo Lobo-, este ya no es el castillo del Príncipe Wendell. Está controlado por la Reina. Y sus guardias pueden ser ahora sus ojos. No podemos confiar en nadie.

- Lobo, tengo que decirte algo -dijo Virginia-. La Reina es…

- ¿Es qué? -preguntó Lobo.

- Es mi madre -dijo Virginia.

- Lo supuse desde el primer momento en que te olisqueé.

Tony no tenía ninguna necesidad de oír esto. Fulminó a Lobo con la mirada, pero Lobo no pareció notarlo. Estaba quitándose el abrigo.

- Esperaremos a que anochezca antes de intentar entrar en el castillo -dijo.

- ¿Y qué vamos a hacer todo el día? -preguntó Tony.

Lobo dobló su abrigo en una pequeña almohada y se tendió sobre él, cerrando los ojos.

- Dormir. Estamos exhaustos, ¿verdad?

- Definitivamente -Virginia se tendió y colocó la cabeza sobre el pecho de Lobo.

- ¿Me he perdido algo aquí? -preguntó Tony.

***

La Reina estaba delante de la ventana, observando cómo se ponía el sol. Estaba intentando captar una sensación de la chica y sus compañeros, pero no podía. Eso la frustraba.

- ¿Debo anunciar el comienzo del Baile de Coronación? -preguntó el Cazador.

- Vendrán entre los demás -dijo ella-, cuando crean que están a salvo.

***

Los fuegos artificiales iluminaban el cielo. El castillo estaba iluminado con decenas de luces, lo cual hacía que pareciese incluso más un cuento de hadas. Las notas de un vals flotaban en el aire de la noche.

Virginia caminaba junto a Lobo y su padre. Se habían unido a los invitados que entraban al palacio a pie. Todo el mundo estaba bien vestido excepto ellos. Sus ropas estaban manchadas de barro, y por primera vez, Virginia fue consciente de la ramitas entre su cabello.

Tras ellos, Virginia oyó el retumbar de ruedas de carruaje. Todos los invitados abandonaron la carretera mientras un carruaje dorado pasaba por ella. Virginia captó un vistazo de pasada de la chica de dentro.

- Una princesa -susurró alguien.

Pasaron más carruajes. La carretera era imposible de transitar, así que caminaban junto a ella. Virginia casi creyó que podrían pasar hasta que vio a los guardias al borde del puente levadizo, examinando a los invitados antes de dejarlos pasar.

- ¿Qué hacemos ahora? -susurró Virginia.

Dos guardias repararon en ellos y en sus ropas sucias. Uno de los guardias señaló y fue a hablar con un hombre que parecía estar al cargo.

Lobo la agarró del brazo y la condujo debajo del puente levadizo. Tony les siguió. Lobo asintió hacia una rejilla al otro lado, entró en el agua y empezó a nadar.

¿Nadar en el foso? ¿No sabía Lobo lo que tiraban a esos fosos? Algunos castillos ni siquiera tenían cañerías.

Virginia suspiró. Suponía que no podía ser peor que algunas de las otras cosas que había hecho en este viaje.

Entró en el agua fría. Su padre la siguió, maldiciendo por lo bajo. Gracias al cielo que él le había enseñado a nadar en piscinas de ciudad. Solían jugar a un juego, ver cómo de silenciosamente podían atravesar la piscina. Entró en el juego ahora.

Lobo alcanzó la pared del castillo un momento o dos antes que ellos. Aferró la rejilla y tiró de ella. Cuando Virginia le alcanzó, pataleando en el agua, comprendió que no podría abrirla.

- Esperaba que estuviera suelta -dijo Lobo.

- Esto no va a funcionar -dijo su padre.

- Es un rastrillo -dijo Lobo-. Tal vez si pasamos nadando por debajo. Debe desembocar en el castillo en alguna parte.

- ¿Alguna parte? -preguntó Virginia.

Se asomó a través de la rejilla. Dentro había un pasadizo, pero el nivel del agua alcanzaba el techo. Estaba demasiado oscuro para ver adonde conducía.

- Olvídalo -dijo su padre.

Lobo le ignoró.

- Seguidme. Si no vuelvo dentro de un momento, o no he conseguido atravesarlo o me habré quedado atascado.

- ¡No! -dijo Virginia.

Pero él no la escuchó. Se zambulló bajo el agua y desapareció. Podía ahogarse ahí dentro. ¿Cómo iba a soportarlo ella si se ahogaba?

Se asomó a través de la rejilla, pero no vio nada.

- No hay forma de que me zambulla en el agua en la oscuridad -decía su padre-, con la esperanza de salir en la superficie en alguna parte.

No volvía. Ya había esperado suficiente.

- Debe haber encontrado el camino.

- ¿Por qué asumes eso? -preguntó Tony-. Probablemente ha salido corriendo…

Pero ella no escuchó el resto. Tomó un enorme aliento y se sumergió bajo el agua, en la oscuridad. Por un momento sintió que estaba haciendo la cosa más estúpida de su vida, y entonces comprendió que tenía que seguir haciéndolo.

Tanteó su camino a lo largo de piedras cubierta de limo. Nunca había nadado en un agua tan oscura. Se movió hacia adelante, utilizando las piernas para propulsarse, buscando cualquier tipo de luz.

Una vez pasó bajo la verja, subió, recordado que el pasadizo estaba lleno hasta el techo. Pudo tocar las piedras del techo. Si no las hubiera estado tocado, se había golpeado la cabeza con un saliente. Esto había sido una vez un auténtico pasillo.

Su respiración se estaba agotando. Sus pulmones se cansaban, suplicándole que les proporcionara aire. Siguió avanzando, sabiendo que tenía que hacerlo, y entonces saltó hacia arriba, como un corcho, saliendo de debajo de una ola.

Tomó el aliento más profundo de su vida, respirando con fuerza, contenta de estar viva.

Lobo ya se estaba subiendo al borde. Había antorchas ardiendo alrededor. Estaban en algún tipo de sótano.

Él sonrió cuando la vio.

- Nadie a la vista -dijo Lobo mientras la ayudaba a salir del agua.

- Pensé que iba a morir allá abajo -dijo ella-. Era un pozo negro.

Los segundos pasaron. Se encontró a sí misma clavando los ojos a la superficie negra como la tinta del agua.

- ¿Dónde está Papá?

Examinó la superficie en su busca, esperando que hubiera venido, esperando que no tuviese problemas.

- Ese pasadizo es muy delgado en la parte superior -dijo Lobo.

Ella le aferró la mano derecha. Su padre tenía que pasar. Tenía que hacerlo.

Finalmente se levantó. Iba a ir a por él. Estaba preparándose para zambullirse cuando su padre atravesó la superficie. Jadeando, escupiendo agua y llenando sus pulmones.

- Casi me ahogo -se las arregló para decir.

- Oh, no exageres -dijo Lobo, mientras ayudaba a Tony a salir del agua. Lobo palmeó a su padre en la espalda y éste escupió incluso más agua. Virginia hizo una mueca. Desde luego no iba a decirle lo que sabía de los fosos.

A Tony le llevó unos minutos recuperarse para el viaje, pero lo hizo. Avanzaron juntos en una piña. Cuando rodearon una esquina, Virginia comprendió que estaban en la bodega de vinos de Wendell.

- Mirad a ver si podéis encontrar alguna toalla -dijo Tony.

- ¿Toallas? -dijo Virginia-. Necesitamos armas.

- Shhhh -dijo Lobo.

Encontraron la salida a los sótanos, después subieron sigilosos las escaleras hasta la cocina. Virginia se asomó dentro. Nadie reparó en ellos. Los sirvientes preparaban frenéticamente la comida. Pudo oler la carne asada y el pato, y esas eran las fragancias que podía identificar. Su estómago rugió. Nadar siempre le daba hambre.

Se abrieron paso hasta la zona de recepción del primer piso. Algunos de los invitados estaban siendo conducidos adentro, Virginia vio su oportunidad. Hizo señas a su padre y a Lobo para que la siguieran. Se apresuraron, pasando tras una fila de mayordomos. A través de las puertas de cristal, Virginia pudo ver a los invitados reunidos en el gran salón de baile de más allá.

Lobo los condujo hacia arriba por un tramo de escaleras que conducían a los pisos superiores. El corazón de Virginia palpitaba. Estaban teniendo demasiada suerte, pero no tenía ni idea de cuánto pasaría hasta que alguien los descubriera.

Las escaleras terminaban en un hermoso pasillo. Estaba decorado mejor que nada que Virginia hubiera visto en Manhattan.

- Estas son las recámaras reales, a menos que me equivoque mucho -susurró Lobo-, y la Reina dormirá tan cerca de su Perro Impostor como sea posible. Mi deducción es que habrá puesto al Príncipe Wendell en la habitación inmediatamente contigua.

Lobo abrió una puerta y miró alrededor. Era pequeña y no estaba decorada en absoluto.

- Tal vez me equivoque -dijo.

Pero Virginia captó la misma sensación que había sentido en aquella celda hacía semanas. Entró.

- No, esta es su habitación.

Su padre empujó a Lobo dentro y cerró la puerta tras ellos. Virginia fue a uno de los grandes armarios vestidores y lo abrió. Dentro había cinco espejos, apoyados contra la pared como cadáveres.

- Mirad esto -dijo Tony.

Los espejos estaban cubiertos por sábanas. Virginia apartó la sábana de uno, y lo mismo hicieron su padre y Lobo hasta que todos los espejos quedaron al descubierto.

Su padre estaba de pie delante del último espejo.

- Este es -dijo-. Este es el otro Espejo Viajero.

Desde luego parecía familiar. El marco negro era igual al del otro; era del mismo tamaño y tenía las mismas marcas. Lobo se quedó detrás de Virginia mientras el padre de ésta accionaba el mecanismo del marco.

El espejo crujió y volvió a la vida, y lentamente el reflejo tomó la forma de una imagen. Primero la Estatua de la Libertad, después Manhattan, y finalmente se posó en Central Park.

- Mirad -dijo Tony-. Es Manhattan. Podemos volver a casa. Lo conseguimos.

Virginia miraba al espejo. Lobo la observaba a ella intensamente. Podía marcharse ahora, lo sabía, pero no estaría bien. Blancanieves había dicho que Virginia tenía que seguir su corazón, y su corazón le decía que no estaba lista para marcharse aún.

- ¿Qué? ¿Qué pasa? -le preguntó Tony-. Vamos, no te quedes ahí parada. Vámonos.

Ella sacudió la cabeza.

- No puedo volver aún.

- ¿Estás loca? -preguntó Tony-. Lo encontramos. Lobo, díselo, vamos. Vamos.

Lobo no se movió. Tenía un pequeño ceño en la cara.

- Tengo que verla primero -dijo Virginia.

- Virginia, ella no es tu madre -dijo Tony-. Sea quien sea ahora, no es Christine, no es la mujer a la que conocimos.

- Se nos ha conducido hasta aquí todo el tiempo -dijo Virginia-. ¿No lo ves? Nunca fue el espejo. Eso fue sólo un modo de traernos hasta aquí, para encontrarla.

Su padre la agarró del brazo como si fuera a arrastrarla a través del espejo.

- Tenemos que irnos a casa mientras podamos.

- No. -Virginia clavó los talones, literalmente-. Tengo que verla.

- Tu último deseo te ha sido concedido.

Todos se giraron. La Reina estaba de pie tras ellos. Junto a ella estaba el Cazador.

Virginia miró fijamente a su madre durante un largo rato. Era más bajita de lo que Virginia recordaba, y tenía algunas arrugas extra en la cara, pero era tan hermosa como siempre había sido.

Virginia estaba tan concentrada en la Reina que le llevó un momento registrar el hecho de que Lobo se inclinaba ante ésta.

- ¿Lo he hecho bien, Su Majestad? -preguntó Lobo.

Virginia sintió un escalofrío recorrerla.

La Reina asintió con la cabeza.

- Excelente.

Lobo se internó más en la habitación, tomando un trozo de caramelo y lanzándolo al aire, para cogerlo luego con la boca. Entonces sonrió con una sonrisa fría que Virginia no reconoció.

- Pensé que lo más seguro era quedarme con ellos para asegurarme de que no estropeaban sus planes -dijo Lobo.

Lo decía en serio. Por eso se había mostrado tan evasivo. ¡La había estado ayudando a ella!

- ¿Qué has hecho? -Virginia retrocedió lejos de él-. No, no, no, tú no.

Ella le amaba. Él la amaba a ella. No podía haberla traicionado. Había dicho que los lobos se emparejaban de por vida y que ella era la única.

- Es simple, Virginia -dijo Lobo-. Yo obedezco a la Reina.

Fue como si alguien la hubiera apuñalado con el corazón.

Su padre se adelantó hacia la Reina.

- Christine -dijo-, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No nos reconoces?

La Reina los miraba como si estuvieran locos.

- Nunca antes os había visto a ninguno.

- Por supuesto que sí -dijo Virginia. Era más fácil tratar con eso que con Lobo-. Soy tu hija, Virginia.

- Christine, soy Tony. No me mires como si no me vieras. Soy Tony. Yo. -Su padre dio un paso hacia la Reina, y el Cazador le empujó hacia atrás.

La voz de la Reina se volvió mortíferamente tranquila.

- He dicho que no sé quiénes sois.

- Mamá, venimos de Nueva York. Donde solías vivir.

La Reina pareció vacilar. Miraba a Virginia con una genuina inseguridad en los ojos. Entonces el momento pasó.

- Es solo magia para distraerme -dijo.

- Majestad, debemos prepararnos para el Baile de Coronación -dijo el Cazador.

- Hay tiempo suficiente -dijo la Reina-. Dejadme con la chica. Miró a Tony-. A él llevadle a las mazmorras, después traedme a Wendell. Lobo, ve a la cocina ahora.

Lobo volvió a hacer una reverencia, y no cruzó la mirada con Virginia. Se marchó. Su corazón se marchó con él. Blancanieves tenía razón. No podía esperar ser rescatada.

Tenía que rescatarse a sí misma.

El Cazador sacó a rastras a su padre de la habitación.

La Reina miró fijamente a Virginia durante un momento, después fue a otra habitación anexa, que conducía a un vestidor. No hizo intento de evitar que Virginia escapara a través del espejo. Ni siquiera lo apagó.

Virginia no estaba segura de qué debía hacer. ¿Debería escapar e intentar volver más tarde a rescatar a su padre? ¿O debía quedarse y ver lo que podía hacer ahora?

- Llevo mucho tiempo presintiéndote, a través de los espejos -dijo la Reina, mientras se cambiaba de ropa-. Pero tu imagen siempre me era negada. ¿Por qué crees que sería? A mí no me pareces muy poderosa. ¿Alguien ha estado ayudándote? ¿Alguna pequeña heroína muerta te ha escogido como mi adversaria?

Virginia se metió la mano en el bolsillo y sacó cuidadosamente la peineta envenenada.

- ¿Te gustaría bailar esta noche? -preguntó la Reina-. Podría encontrarte algo que ponerte. Una chica guapa como tú no debería quedarse sentada fuera de la pista toda la vida.

La Reina volvió a entrar en su campo de visión. Virginia ocultó la peineta a su espalda, aferrándolo como si fuera un arma.

La Reina estaba vestida con un hermoso vestido blanco. Se sujetaba los costados de la falda como una chiquilla.

- ¿Te gusta? -preguntó la Reina-. Tú puedes ir totalmente de negro.

Se acercó al armario vestidor y se admiró en uno de los espejos.

- Soy tu hija -dijo Virginia.

La Reina rió.

- Yo no tengo hijas.

- Viajaste a través de un espejo, como yo -dijo Virginia.

La Reina la miró astutamente.

- ¿Qué sabes tú sobre Espejos Viajeros?

- Sé que son un camino a casa -dijo Virginia-. También para ti. Tú no perteneces aquí mucho más que yo.

- Mientes muy bien. -La Reina sonrió-. Deberíamos unirnos.

Se acercó al Espejo Viajero y puso la mano en su marco.

- Si es de aquí de dónde vienes, ¿entonces por qué no te vas simplemente a casa? Adelante, no te detendré.

Virginia miró al espejo, después a la Reina, recordando ese único momento de inseguridad. Si podía superar eso, podría hablar con su auténtica madre y terminar con esto.

- Miras a través de él, ¿verdad? -preguntó Virginia-. De noche, miras a casa y te preguntas cómo es.

La Reina accionó el mecanismo del marco del espejo y lo apagó.

- ¿Estás segura de que no quieres una manzana? Llevas mirándolas desde que entraste.

Virginia ni siquiera había reparado en las manzanas hasta ahora. Estaban sobre la mesa, eran tan hermosas y rojas como las que crecían en las tierras de los Peep. De repente recordó lo hambrienta que estaba.

- Coge una si tienes hambre -dijo la Reina.

Virginia extendió la mano hacia una manzana, y entonces se detuvo a sí misma. No sería por su voluntad que cogería una. Sería por la de la Reina.

- ¿Qué? -preguntó la Reina-. ¿Crees que estoy intentando envenenarte? De verdad. Has leído demasiadas historias.

La Reina tomó una manzana y la mordió. Le ofreció el resto a Virginia. Virginia negó con la cabeza.

- ¿Qué te ha estado contando la gente? -preguntó la Reina-. No soy peor que cualquier otro de por aquí.

- ¿Entonces por qué todos te temen?

- En este mundo solo hay blanco y negro. Nada intermedio. Y todos interpretamos nuestros papeles. Igual que tú.

- Yo no creo en el destino -dijo Virginia.

La Reina sonrió.

- Desde luego él cree en ti.