Capítulo 27

Lobo sintió que caminaba cada vez más despacio.

El bosque había dado paso a una apacible tierra de pastoreo. En el camino hacia la colina, alguien había construido una cerca de troncos que se elevaba hasta la altura de la cintura. Las casitas de campo blancas con techos cubiertos de paja salpicaban el paisaje campestre

Delante, un pequeño cartel blanco decía:

PUEBLO DE CORDERITO, 5 Kilómetros.

- Es allí -dijo Tony-. Ese es el lugar.

- No creo que debamos entrar en ese pueblo -dijo Lobo. No sabía cómo comunicarles su preocupación.

Virginia ni siquiera se giró.

- Pero Acorn dijo que el espejo está ahí.

Lobo saltó delante de ella, esperando que le entendiera.

- Un lobo se guía por sus instintos y no me gusta esto.

Virginia miró sobre el hombro de él. Lobo siguió su mirada. Había un espantapájaros en uno de los campos, tenía el cráneo de un carnero en la parte superior, y pieles de animales muertos en la inferior. Espantapájaros similares… o espantalobos, para ser más exactos… salpicaban el paisaje.

Varios agricultores detuvieron su trabajo, con las horcas agarradas en las manos, observaban como el trío y el macizo y pequeño Príncipe Wendell, pasaban.

Si Virginia no entendía esas miradas, no entendía nada.

- Cultivan la tierra -dijo Lobo-, y a los agricultores no les gustan los lobos. Caray, no señor. Detengámonos para desayunar y pensemos qué hacer.

- Acabas de desayunar. -Virginia avanzó adelantándolo. Sonaba divertida.

Él ya había tenido suficiente.

- Quiero otro desayuno, ¿vale? ¿Qué te crees, mi madre? ¿Me dices cuándo puedo comer y cuando no? Por qué no escribes una lista con las reglas de cosas que puedo y no puedo hacer.

No había esperado que al final saliera algo así. La luna llena. Maldijo. Podía sentir su influencia.

Virginia miró a su padre. Tony frunció el ceño. Lobo podía leer sus expresiones tan claramente como si hubieran hablado: ¿Qué mosca le ha picado a Lobo?

- Nosotros entramos en el pueblo -dijo Virginia-. Fin de la discusión. Tú puedes hacer lo que te plazca.

Tony y Virginia continuaron su marcha. Lobo echó un vistazo a su alrededor. Agricultores, espantalobos, ovejas. Cerró los ojos y luego suspiró. Ningún lugar en las inmediaciones sería bueno para él. Bien podría pegarse a Virginia y Tony.

Lobo los siguió, sintiéndose abatido. El sonido de las ruedas de la carretilla de Wendell lo impulsaban hacia adelante. Virginia le odiaría ahora. Pensaría que estaba loco. ¿Y qué haría ella cuándo la noche cayera?

Lobo se estremeció. La necesitaba. La necesitaba a su lado ahora.

Tenía que decirle lo que se avecinaba.

Recogió un pequeño ramo de flores silvestres y se apresuró en llegar hasta ella. Cuando la alcanzó, empujó el ramillete bajo su nariz.

- Virginia, perdóname -dijo Lobo-. No quise ser tan grosero. Es sólo que mi ciclo se acerca. Una vez al mes me vuelvo muy irracional y furioso, quiero pelear con cualquiera que se me acerque.

Virginia le dirigió una pequeña sonrisa cómplice.

- Me suena familiar.

Aquí era donde le pedía su ayuda. Con seguridad esperaba que ella lo entendiera.

- Estaré perfectamente bien mientras me mantenga lejos de la tentación.

Coronaban una colina. Al otro lado había prados llenos de rebaños de ovejas. Ovejas bonitas, encantadoras, lanudas, todas con lazos blancos.

- Ohhhhh -dijo Lobo, muy bajo, como un gemido.

Las pastoras llevaban sus báculos mientras saltaban detrás de sus rebaños. Se sentía como si se movieran lentamente. Exquisito, dulce, muy delicioso.

Oh, no iba a sobrevivir esto.

- Mira esas ovejas -masculló él-. Marranas. No deberían estar permitidas.

Virginia lo observaba con curiosidad.

Una de las pastoras lo vio mirarlas. La chica se rió tontamente ante él. La blusa se estiraba sobre sus pechos, tenía unos ojos encantadores, la piel más hermosa.

Se acercó hacia él, con una sonrisa en su bellísimo rostro.

- Buenas. Mi nombre es Sally Peep. Soy una pastora.

- No hay ninguna duda de eso -se dijo Lobo a sí mismo.

Las demás pastoras aparentemente la vieron, y la siguieron.

Todas se subieron sobre una portilla cercana para poder verlo mejor. Él captó un vistazo de una pierna, tobillos bien torneados, carne suave…

- Dios mío, que brazos tan velludos y fuertes tienes -dijo Sally Peep-. Si mi puerta no estuviera cerrada con llave, tendría miedo de que entraras en mi casa, y soplando y resoplando hicieras volar mi ropa.

- ¿Dónde vives? -preguntó Lobo.

- Vámonos -dijo Virginia, apartándolo a empujones. Aparentemente la diversión la había abandonado. Lobo miró a las pastoras que dejaba atrás y añoró la oportunidad perdida. Pero parte de sí mismo, la parte cuerda, se alegraba de que Virginia le hubiera apartado.

Rodearon una esquina y se encontraron dentro del Pueblo de Corderito. Éste estaba formado por casitas de campo blancas y parecía demasiado limpio. Al parecer, los Peep lo poseían todo. Lobo vio carteles que anunciaban a Bill Peep como carnicero, a Gordon Peep como tendero, y a una Felicity Peep como florista, antes de abandonar la lectura de los anuncios.

La gente conducía a las ovejas con correas como si fueran perros. Lobo se mordió el labio inferior, intentando contenerse. Permitir que las ovejas pasearan por el pueblo de esa forma debería ser delito.

¿Acaso no podían ver la tentación que causaba? No era saludable.

Virginia mantenía un firme apretón sobre su brazo. Ella sonreía a la gente al pasar, devolviéndoles sus alegres y sencillos saludos. Semejante hospitalidad tampoco era saludable. Tal amabilidad debería ser proscrita.

Todas estas ovejas eran obscenas.

Lobo se mordisqueó los nudillos para contenerse. Se obligó a concentrarse en una bandera que anunciaba la Competición Anual del Cordero en el Pueblo de Corderito

¿Con qué fin? Se preguntó. ¿Las ovejas más sabrosas?

Virginia logró arrastrarlo hasta el centro del pueblo. Había mesas distribuidas, pero Lobo no se fijó mucho. Por el contrario, se concentró en el pequeño pozo. Alguien había construido un techo sobre él, y había una barra con una cuerda para ayudar a bajar los cubos.

Junto al pozo estaba la única persona de aspecto extraño del pueblo. Era tonto y tenía una expresión estúpida en la cara.

- ¿Quién está al cargo aquí? -preguntó Tony. Tirando de Wendell para acercarlo hasta él.

- Soy el idiota de pueblo, y soy el responsable del pozo de los deseos.

Tony puso los ojos en blanco,

- ¿Qué pasa, llevamos imanes o algo así? ¿Cómo atraemos a esta gente?

Si Lobo se sintiera mejor, realmente podría haber intentado contestar a eso.

- Bonito perro el que tiene ahí -dijo el idiota del pueblo, acariciando la cabeza del Príncipe-. Me recuerda a alguien.

En aquel momento, varios aldeanos pasaron por allí. Conducían un carro con un manto que debía tener seis metros de largo. Estaba hecho de pura lana de cordero. Lobo podía olerlo. Comenzó a babear. Se apartó de modo que nadie lo viera.

- ¿Para qué es eso? -preguntó Tony.

- El regalo del pueblo para el Príncipe Wendell -dijo el idiota del pueblo-. Es su manto de coronación, hecho de la más fina lana de cordero.

Tony bajó la mirada hacia el perro de oro.

- Esperemos que le guste.

- ¿Pedirán un deseo, entonces? -preguntó el idiota de pueblo-. Trae muy mala suerte pasar sin pedir un deseo.

Virginia rebuscó en sus ahorros y sacó una moneda para Tony y otra para Lobo. Por supuesto ella lo haría. Ella creía algo. Lobo también creía, sólo que no demasiado.

- Es dinero que no deberíamos malgastar -dijo Virginia.

- Eres muy remilgada -dijo Lobo-. Pero mi deseo cambiará todo eso.

Sonrió lobunamente. No estaba seguro si desear eso o ayuda para pasar la luna llena de esta noche. Virginia cerró los ojos. La concentración tensó los músculos de su cara, y Lobo comprendió que su deseo era muy importante para ella. Luego arrojó su moneda.

Tony tiró la suya al mismo tiempo y en su rostro se reflejaba un aspecto similar. Sus ojos también estaban cerrados.

Lobo cerró los ojos y deseó… con fuerza… luego tiró la moneda. Abrió los ojos cuando esta volaba por el aire. Mientras, las otras aterrizaron amortiguadas por el montón existente. La suya aterrizó un momento más tarde, haciendo el mismo sonido tintineante.

- No funciona -dijo el idiota de pueblo-. Solía ser un verdadero pozo de los deseos mágico, y la gente viajaba desde todos los reinos para pedir cosas en él. Pero ahora está seco. No ha fluido desde hace años. He hecho de esto el trabajo de mi vida…

- Aunque tu historia es emocionante -dijo Tony-, realmente estamos interesados en un espejo.

Lobo se alegró de que Tony le interrumpiera, porque estaba a punto de hacer pasar a la historia al idiota del pueblo. En el mejor de los días, Lobo no aguantaba a los tontos de buena gana. Este no era el mejor de los días.

- El espejo -decía Tony- es muy grande y negro. Nos dijeron que alguien en el pueblo se lo compró a Acorn.

- He hecho de esto el trabajo de mi vida, esperar hasta que el pozo se llene otra vez. ¿Qué opina de esto? -El idiota del pueblo sonrió. Parecía como si no hubiera oído absolutamente para nada a Tony.

Lobo apretaba los puños cuando Tony se giró para quedar frente a él.

- Tenemos un problema aquí -dijo Tony-. Este hombre es un completo idiota.

- Casi -dijo el idiota de pueblo-. Mi padre era un completo idiota, pero yo aún tengo algo de ingenio.

***

Buscaron durante toda la tarde y no encontraron a nadie que hubiera visto el espejo. Virginia se sentía cansada y desalentada. Su padre se limitaba a farfullar al Wendell de oro. Y Lobo, bueno, Lobo actuaba de un modo extraño.

Virginia se había encargado ella sola de encontrar un lugar para dormir esa noche. Parecía que nadie tenía habitaciones. El concurso anual, fuera lo que fuese eso, aparentemente había llenado el pueblo. Finalmente conoció a Fidelity, granjera, que afirmó tener algo para ellos.

Fidelity los llevó a un pequeño granero. Los ojos de Lobo parecían brillar. Virginia no estaba segura de que le gustara eso. Fidelity ni siquiera lo notó.

- Pueden quedarse aquí si les gusta -dijo Fidelity-. Puede que no sea tan elegante como estén acostumbrados.

- Este lugar huele a cerdos -dijo Tony.

Su padre nunca estaba satisfecho. Se habían alojado en lugares peores durante este viaje.

- Es grande -dijo Virginia a la mujer-. Gracias.

Fidelity asintió. Ella era extraordinariamente alegre. Tenía el mismo aspecto orondo que Virginia había asociado antes sólo con la señora Santa Claus.

Fidelity estaba a punto de marcharse cuándo Virginia dijo:

- ¿No sabrá si alguien recientemente ha comprado un espejo a un comerciante ambulante?

- Tendrías que hablar con el juez local. Él compró un cargamento de objetos al enano para los premios del concurso. Lo encontraréis si seguís el camino hasta la posada. Hacen una comida deliciosa allí, por cierto. Bueno, eso es el eufemismo del año.

Fidelity sonrió. De hecho, había sonreído desde el principio. Saludó con la mano felizmente y cerró la puerta del granero.

- Se parece a las señoras de Stepford -refunfuñó el padre de Virginia.

Lobo gimió y se agarró el estómago. Se había puesto alarmantemente pálido.

- ¿Qué te ocurre? -preguntó Virginia.

- Calambres -dijo Lobo-. Tengo que ir a la cama. Tengo que acostarme inmediatamente. -Se derrumbó sobre la cama de paja, gimiendo. Tenía un aspecto horrible.

Virginia se arrodilló junto a él y le colocó una mano sobre la frente.

- ¡Ardes de fiebre!

- ¡Deja de preocuparte tanto por mí! -exclamó Lobo-. No eres mi madre. Deja de ser tan maternal, asfixiante y mostrar un amor tan interesado como una pequeña ama de casa enana. ¡Vete! ¡Déjame en paz!

Virginia retiró la mano de su frente con sorpresa.

- No hables de esa forma a mi hija -dijo su padre. Parecía listo para pelear. Virginia estaba a punto de calmarlo (sospechaba lo que le estaba pasando a Lobo), cuando se oyó un grito fuera.

- ¡Un lobo! -gritó una mujer-. ¡Lobo!

Lobo sepultó la cabeza en la paja. Virginia y Tony corrieron fuera.

- ¡Lobo! ¡Lobo! ¡Lobo!

Doblaron por una esquina y se detuvieron en el centro del pueblo. Por lo visto, como parte de las festividades, se estaba realizando un juego. Un lugareño llevaba la cabeza de un lobo y llamaba a las puertas. Las mujeres miraban por las ventanas y gritaban. Virginia reconoció a algunas como las que le habían sonreído tan provocativamente a Lobo esa mañana. ¿Y si sospecharan quién era él?

Otros aldeanos llegaron al otro lado de la calle. Llevaban horcas, y buscaban al lobo. El lobo siguió calle abajo, hubo risas y más gritos en la distancia.

Virginia miró a su padre. Él sacudió la cabeza. Ella echó un vistazo sobre el hombro hacia el granero. Lobo había dicho que quería estar solo. Lo dejaría por un rato. Tal vez así podría dormir.

Cruzando la calle estaba el pub local. Había un letrero, o algo así, que anunciaba El Baa-Bar, y a Bárbara Peep como su encargada. Allí, quizás, podrían encontrar noticias del espejo.

Al parecer su padre tuvo la misma idea. La condujo a través de la calle hacia el bar. Era ruidoso, olía a leche, cerveza y comida frita. El local tenía muchas mesas, pero la mayoría de la gente estaba alrededor de la barra.

Virginia nunca había visto a tantos agricultores de mediana edad que tuvieran la misma apariencia. Sus mujeres sólo eran agradablemente rellenitas, como algunas mujeres más jóvenes del pueblo que estaban a punto de serlo. Los hombres jóvenes, con la misma mirada embotada que los agricultores, llevaban las camisas abiertas hasta el ombligo, eran la imagen del joven Jethro en Los Rústicos en Dinerolandia. Y desde luego había bastantes pastoras y lecheras por doquier.

Virginia medio esperaba que su padre saliera con alguna broma sobre la hija del granjero, y se alegró que no lo hiciera.

Se giró hacia él y, por primera vez, se percató que en medio de tanta conmoción, había arrastrado al Príncipe Wendell con él.

- ¿Vas a todas partes con el Príncipe? -preguntó Virginia.

Su padre pareció ligeramente avergonzado.

- Es de oro. No puedo abandonarlo por ahí. De todos modos, está bien mantenerlo en movimiento, ya sabes, como a los pacientes en coma. Hablarles y poner sus discos favoritos. -Se detuvo delante de un cartel-. Mira -dijo-, aquí está el programa de mañana.

Virginia miró detenidamente la información escrita con tiza en una pizarra. Un anuncio saltaba a la vista.