Capítulo 31

Virginia hizo una pausa fuera de la celda. Nunca había visto a Lobo tan deprimido. Estaba sentado con las manos colgando entre las rodillas, y la cabeza gacha. Aún sostenía con fuerza Siente el Miedo y Hazlo de Todas Formas en la mano derecha, pero estaba claro que no podía concentrarse en el libro.

Virginia no sabía cómo podría concentrarse en nada, con todos aquellos gritos y golpes ahí fuera. Había creído que el sonido de los chillones aldeanos sería más débil allí. En cambio, parecía un constante goteo de agua: ¡Quemad al Lobo! ¡Quemad al Lobo!

No sabía cómo decirle lo que iba a pasar a continuación.

El carcelero la dejó entrar a la celda. Lobo alzó la vista, y cuando la vio, la esperanza inundó sus ojos. Se levantó.

-Virginia. Todo esto ha sido un tremendo error.

-Mira, Lobo -comenzó Virginia, pero él no la dejó continuar.

-¿Cómo va mi caso?

Ella se acercó a la ventana de la celda y miró el exterior. Él se acercó. Los chillones aldeanos habían montado un poste de madera en el suelo. Ahora estaban apilando a su alrededor madera suficiente para crear una hoguera.

Echó un vistazo a Lobo.

-Nos vamos a ir a casa.

Si Virginia había creído antes que parecía deprimido, comprendió que ahora lucía peor.

-No -jadeó él.

-No pertenecemos a este mundo -dijo Virginia-. No tiene nada que ver con nosotros. Sea cuál sea el lío en que te has metido, es…

El cuerpo de Lobo se estremeció, y se alejó de ella. Virginia se llevó una mano a la boca. No había querido herir a Lobo, pero sabía que no había otra opción. Ella no pertenecía allí, y Lobo debía haberse metido en líos como este antes. En realidad, lo había hecho; por eso había estado en la Prisión Monumento a Blancanieves.

-Oh, no empieces a llorar, por favor -le dijo suavemente, sin poder hacer nada.

Él no respondió. Seguía temblando, y se negaba a mirarla.

No había nada más que Virginia pudiera hacer. Respiró hondo y le dijo la verdad.

-Lo siento, pero nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.

***

El espejo lo tenía atrapado. Central Park en todo su esplendor, si uno quería llamarlo así. Si entrecerraba los ojos, podía ver un envoltorio de Mounds Bar arrugado junto al camino.

-Mira, Príncipe -dijo Tony-. Esa es nuestra casa.

-No es mi casa, Anthony -dijo el Príncipe Wendell-. Y no puedes pensar en ir a casa mientras sigas siendo mi criado.

Tony mantuvo la atención en el espejo. Cerca del envoltorio había una servilleta de Nathan’s. Se le hizo la boca agua pensando en un auténtico perrito caliente.

-Por última vez -dijo Tony- no soy tu criado. No sé porqué deshice el hechizo del oro. Me estaba acostumbrando a un poco de paz y tranquilidad.

-¿Paz y tranquilidad? -dijo el príncipe-. Para mí no había paz ni tranquilidad, era como estar enterrado vivo. No podía hablar, ni moverme, pero, ¿adivina qué? Podía oírlo todo, cada tonto y estúpido comentario que hacías.

Tony se quedó helado. No se había dado cuenta de aquello.

-¿Todo?

-Sí -dijo Príncipe-. Y no te confundas, eres realmente el hombre más aburrido con el que me he cruzado.

Se abrió la puerta del granero y entró Virginia. Parecía triste. A Tony aquello no le gustaba, pero sabía que Virginia le había cogido cariño a Lobo. Decirle adiós debía ser duro.

-¿Y bien?, ¿le diste las malas noticias? -preguntó Tony.

-Sí -dijo ella. Luego cerró los ojos-. Más o menos.

-¿Más o menos?

-He aceptado a representarlo -dijo Virginia.

-¡Virginia! -Justo cuando estaba a punto de saborear un perrito caliente. Cuando Central Park estaba a su alcance, su hija decidía defender a aquel criminal.

-No creo que haya matado a nadie. -Sonaba a la defensiva.

-Eso es lo que quieres creer -dijo Tony-. Hay una chica muerta ahí fuera, y podrías haber sido tú. Es un lobo. Eso es lo que hacen los lobos.

-Es la primera cosa inteligente que has dicho -dijo Príncipe.

-Tenemos el espejo -dijo Virginia-. Podemos irnos a casa en cualquier momento.

-Entonces hagámoslo -dijo Tony. Tenía que dejárselo claro-. Ahora, en ese momento, antes de que nos convirtamos en cerdos gigantescos o nos persigan duendes o lo que sea que esté por pasar en esta casa de locos.

Virginia se cruzó de brazos.

-No voy a irme sin intentar ayudarle.

Tony soltó una maldición y apagó de golpe el espejo. Central Park desapareció, junto con su sueño de un hogar. Virginia nunca antes había actuado como su madre. Y, para ser sinceros, tampoco lo estaba haciendo ahora. Pero a él se la recordaba todo el tiempo.

Al menos, él reaccionaba igual a la hija como solía reaccionar ante la madre. Agarró el espejo y echó un vistazo por encima del hombro. Estaban solos en el granero. Entonces alzó el espejo y lo colocó en la parte trasera de un viejo carro que el príncipe Wendell había descubierto anteriormente. Con ambas manos, comenzó a cubrirlo de paja.

Pero no importaba lo mucho que lo intentase, no podía quedarse callado.

-No solías ser tan obstinada -dijo-. Eso es algo que te ha enseñado él.

-Sí. -Virginia parecía casi serena. Su mirada se encontró con la de él-. Alguien tenía que hacerlo, ¿no es así?

***

La sala de justicia hacía también de sala de reuniones del consejo municipal. Virginia lo había aprendido mientras aprendía todo lo que podía sobre lo que se esperaba de ella como representante legal de Lobo. Se encontraba fuera de la cerrada puerta de la sala de justicia, esperando, con su exposición en una mano, y la peluca en la otra.

Se ajustó la capa negra y luego se puso la peluca de lana de cordero en la cabeza. Había visto pelucas como aquellas en las películas británicas cuando los personajes iban a juicio, pero nunca se había imaginado que tendría que ponerse una.

A su padre le llevó un minuto darse cuenta.

- ¿Qué llevas puesto? -le preguntó.

- No me quedaba otra -dijo Virginia-. Es obligatorio. -Sonó más a la defensiva de lo que había deseado. Aquella era la primera vez que recordaba haber desafiado a su padre, y no se sentía cómoda con ello.

- Tú no sabes nada en absoluto de la ley de aquí -dijo Tony-. O de cualquier otra parte, puestos a ello. Debería haberlo representado yo.

- ¿Quién te quitó aquellas multas de aparcamiento? -le preguntó Virginia-. ¿Quién tomó la foto demostrando que el parquímetro estaba roto?

- Esto es un caso de asesinato -dijo Tony.

- La justicia es universal -dijo Virginia.

En ese momento, dos guardas le trajeron a Lobo sujeto con grilletes. Él no parecía tan deprimido como el día anterior, el hecho de que ella se hubiese quedado para defenderlo le había levantado el ánimo, pero aún tenía un aspecto terrible. Virginia sabía que no había dormido nada.

- No servirá de nada, mi blanca abogada -dijo Lobo-. Ya hemos perdido. El jurado local no será imparcial conmigo.

- Eso es lo que no quiero oír. Pensamiento negativo. -Virginia agitó el dedo delante de su nariz. Entonces empujó para abrir la puerta de la sala de justicia. Desde dentro se podía oír cómo la gente comenzaba a entonar ¡Quemad al lobo!-. Cualquier jurado puede ser influenciado, todo lo que se necesita es un g…

No finalizó la frase. Iba a decir que todo lo que se necesitaba era un grupo de ovejas, pero fue con eso exactamente con lo que se encontró. Doce ovejas, sentadas en el palco del jurado.

La sala de justicia olía a lana húmeda.

Virginia condujo a Lobo a través de la diminuta y atestada sala de justicia hasta la mesa de la defensa. El lugar estaba repleto de Peep, y todos parecían iguales. A Virginia le dio escalofríos. No podía imaginarse cómo se estaría sintiendo Lobo. El escribano del tribunal gritó: “El honorable Juez. Todos en pie.”

Todo el mundo se levantó. Alguien detrás de Virginia susurró en voz alta.

- Quemad al lobo.

El juez entró, evaluó la multitud, y luego se sentó. Todos los demás también tomaron asiento.

El juez golpeó con su martillo para abrir la sesión. Después se inclinó hacia delante y dijo:

- No encuentro gran placer en sentenciar a este lobo a muerte por el terrible crimen que ha cometido.

Virginia estaba sorprendida. Se puso en pie de un salto.

- Protesto, su señoría. Aún no hemos oído ninguna prueba.

- Oh, está bien entonces -dijo el Juez-. Pues proceda, rápido y breve, por favor.

Aquello la sorprendió. Todo el asunto la tenía sorprendida. Había esperado que aquello fuese algo más parecido a Perry Mason. El único problema era que se suponía que ella era Perry, lo que significaba que tenía que encontrar la forma de liberar a Lobo.

Virginia caminó hasta el palco del jurado, e intentó no estornudar cuando el olor a lana mojada se volvió más fuerte.

- Señoras y señores del jurado, ovejas y carneros, antes de que abandonen esta sala hoy, no solamente habré probado que la inocencia de mi cliente más allá de cualquier duda razonable, sino que también habré desenmascarado al verdadero asesino.

Virginia estaba comenzando a acostumbrarse a aquello. Se giró hacia el Juez con una floritura, y entonces se dio cuenta de que él no le había estado prestando ninguna atención. Estaba hablando con un guardia de la sala.

- Sólo una taza de té de limón -estaba diciendo el Juez-, y un trozo de tarta de Rosie Peep, gracias.

Virginia esperó hasta que hubo terminado lo que estaba haciendo.

- Mirad a este pobre hombre ante vosotros. ¿Es un lobo? ¡No! Es un desconocido. Y un desconocido es igual a lobo y un lobo es igual a un asesino… ¿es eso lo que estamos diciendo?

- Muy bien dicho. -El juez le sonrió-. Ahora, la sentencia.

- Su señoría -dijo Virginia-. Sólo acabo de empezar. Me gustaría llamar a mi primer testigo.

- Lo siento -señaló el Juez-. Yo creo que hemos terminado.

***

Virginia estaba representado algunas partes de cosas que había visto en la televisión. Tony lo sabía porque había visto los mismos programas con ella. Ahora mismo estaba interrogando a Wilfred Peep, intentado probar que no había podido identificar a Lobo en la oscuridad.

Sólo que su truco no estaba funcionando. Quería que él leyese una tarjeta para demostrar que su vista no era buena, y los demás le chivaban la información moviendo mudamente los labios.

El juez estaba convencido de la culpabilidad de Lobo… y Tony no estaba muy seguro de que estuviese equivocado… y confraternizaba con la gente en lugar de escuchar las pruebas. ¿Y quién iba a confiar en un jurado de ovejas cuando se enfrentaban a un lobo?

Aquello estaba amañado, y no importaba cuánto lo intentase Virginia, no iba a lograrlo. Tony lo había sabido desde que él y el Príncipe Wendell tomaron asiento varias filas más atrás.

Ahora comenzaba a sentirse un poco culpable por haberle dicho a Virginia que se rindiera. Ella era la única que intentaba ayudar a Lobo. Si lo hubiesen dejado abandonado a su destino, en ese momento estaría siendo quemado.

Tony se estremeció y se giró hacia Wendell.

- Tenemos que ayudarle -susurró Tony.

El Príncipe Wendell sacudió su peluda cabeza.

- Es un lobo. ¿Qué esperabas? Sólo ha hecho exactamente lo que llevo todo el rato diciendo que haría.

- Virginia cree en él -dijo Tony-. Y, bueno, yo quiero creer en él.

Tony comenzó a ponerse de pie. El príncipe Wendell le lanzó mirada agria que fue de algún modo mucho más efectiva al venir de la cara de un perro.

- Nada de lo que puedas decir -le dijo Wendell imperioso-, me hará ayudarle.

- Entonces lo haré yo -susurró Tony, y se deslizó fuera de la fila. Después de un momento, el príncipe Wendell lo siguió. Mientras Tony caminaba por el pasillo, oyó a su hija llamar a Betty Peep al estrado.

El juez le tomó juramento a Betty Peep, y después Virginia le preguntó:

- ¿Cuál es su profesión?

- Pastora -dijo Betty Peep.

- ¿Pastora o tentadora?- preguntó Virginia.

- ¡Soy una buena chica! -estaba diciendo Betty Peep cuando Tony salió por la puerta-. Ese lobo vino hacia nosotras, e intentó tocarnos y enseñarnos su cola.

La puerta se cerró de golpe a la vez que Lobo gritaba:

- ¡Eso es mentira! Ellas me provocaron a mí.

- Y apostaría a que no costó mucho -dijo el príncipe Wendell en el silencio del pasillo.

- Shhh -le dijo Tony. Condujo a Wendell afuera y bajaron la calle hasta que llegaron a la esquina de la granja Peep. Caminó hasta que encontró el lugar del asesinato. No fue tan difícil como creyó que sería. El contorno de Sally Peep había sido marcado con pintura, cayado incluido.

Si algo eran allí, eran rigurosos.

Tony se colocó delante del lugar y miró al príncipe Wendell. Wendell parecía un poco confuso.

- ¿Qué puedes oler? -le preguntó Tony al príncipe.

- El olor de tu cuerpo -dijo el príncipe.

Tony se cruzó de brazos. Iba a ayudar a Lobo, y para ello iba a utilizar al príncipe Wendell.

- Ni siquiera lo has intentado -dijo Tony, imitando el tono imperioso de Wendell-. Venga, mira a ver qué puedes oler.

- ¿Por qué no te pones tú a cuatro patas y miras a ver qué hueles? -le dijo Príncipe-. Sobre todo hay pies y excrementos al nivel del suelo… ¿se te ha ocurrido alguna vez?

Tony lo fulminó con la mirada. Wendell suspiró y luego, de mala gana, bajó la cabeza y olisqueó.

- ¿Hueles algo? -le preguntó Tony.

***

Acababa de firmar su propia sentencia de muerte. Virginia estaba demasiado conmocionada para hablar.

Pero no así el juez.

- Y luego mataste a Sally Peep.

- Un par de muslos de pollo no me convierten en un asesino -dijo Lobo-. Tomé pollo para cenar, lo admito. Pero no toqué a ninguna chica. Lo juro.

- Entonces, ¿por qué mentiste? -dijo el Juez.

Los Peep se pusieron de pie gritando, “¡Quemad al lobo! ¡Matad al lobo!”. Comenzaron a agitar los puños. Les salía saliva de la boca. Virginia nunca había estado en medio de ninguna turba antes.

- Yo no lo hice -gritó Lobo a la multitud-. ¡No lo hice!

Hasta ahí habían llegado. Virginia tenía que hacer algo. Se puso de pie e intentó abrirse paso a través de la multitud. Ella le creía. Creía que él había matado a los pollos y que no había matado a Sally Peep.

Pero tenía que probarlo de alguna forma.

- ¡Por supuesto que él no lo hizo! -gritó Virginia. La sala de justicia se quedó en silencio, a excepción de algún ocasional “Quemad al lobo”-. Pero si él no mató a Sally Peep, ¿entonces quién fue? Me pregunto. Porque ha llegado el momento de que señale al verdadero asesino. Anoche hubo un hombre rondando por ahí vestido como un lobo. Oh, sí. Un hombre con una máscara de lobo y el verdadero asesino.

La sala de justicia al completo jadeó.

Envalentonada, Virginia sacudió el puño.

- Y ese pedazo trozo de basura asesina es quien debería estar ahora en ese estrado.

- El honor de hacer de lobo en la feria anual siempre ha ido a parar a un miembro impecable de nuestra sociedad -dijo el Juez.

- No me importa -dijo Virginia-. Traed al depravado, dejadme interrogarlo y os garantizo de qué tendremos a nuestro asesino.

- Y como dicho honor recayó en mí la semana pasada -continuó el Juez- estoy encantado de aceptar.

El silencio fue tan intenso que Virginia pudo escuchar su propia respiración. Enrojeció.

- Lo siento terriblemente, su señoría.

Se sentó. Había perdido el caso, y no sabía que más hacer. Pero le dio un apretón al brazo de Lobo y se inclinó para tranquilizarlo lo mejor que pudo.

- Está en el bote -susurró.

Entonces alguien le golpeó la cabeza con un jugoso tomate.

- ¡Quemadla a ella también! -gritó un Peep.

El resto de los Peep continuaron el gritó.

- ¡Que los quemen a los dos! ¡Que los quemen a los dos!

- Miembros del jurado, habéis oído las pruebas, muchas de ellas ridículas -dijo el Juez a las ovejas. Hablaba en voz alta para que vuestra voz se extienda por encima de los gritos.

Cuando habló, un alguacil desbloqueó las puertas a ambos lados del palco del jurado.

- Los que crean que es inocente, entrad al corral de la derecha. Los que crean que es culpable, al de la izquierda.

Virginia se inclinó hacia delante y observó los dos corrales. Se levantó para protestar.

- ¡El corral de la izquierda está lleno de comida!

Pero a nadie pareció importarle, excepto a Lobo, quien se llevó las manos a la cabeza. Todas las ovejas entraron en el corral de la izquierda.

- Oh, no -dijo Lobo-, la gitana tenía razón. Una chica muerta. Un lobo quemado.

Virginia se estremeció, y entonces le cogió de la mano.

- Por veredicto unánime -dijo el Juez- te declaro culpable de este atroz asesinato. Te sentencio a ser quemado en la pira. Hagámoslo de inmediato antes de que comience el concurso de Marroz Maravilloso.

- ¡Quemad al lobo! -entonó la multitud. Sonaban alegres-. ¡Quemad al lobo!