Capítulo 37

El príncipe Wendell esperaba en la plaza de la ciudad, con la cuerda colgando por detrás del cuello. Esperaba que el nudo suelto no resultase muy obvio para el Cazador.

También esperaba poder concentrarse lo suficiente como para escapar. Así pues había sido completamente honesto con Anthony. Wendell comenzaba a olvidar las cosas, y tenía impulsos caninos. Podría oír la voz de la Reina una y otra vez en su mente.

«¿Te gustan los perros, Wendell? Porque vas a pasar el resto de tu vida como uno de ellos».

Hasta hacía poco, había creído que escaparía con sus facultades intactas. Ahora no estaba tan seguro.

Finalmente oyó un ruido. El Cazador se acercaba por la plaza. Wendell sólo pudo captar apenas un vislumbre del hombre, un aroma a dolor y sangre seca y antiguas muertes. No era un olor agradable.

El Cazador cojeaba. La herida que los otros le habían infringido en esa casa del árbol aparentemente había sido realmente severa.

Wendell miró hacia arriba. Vio a Anthony en el tejado de la casa de subastas. Después Wendell bajó la mirada otra vez. El Cazador estaba muy cerca.

Esperó hasta que el Cazador estuvo a punto de alcanzarlo, entonces hizo una finta. El falso nudo se desató, tal como debía hacer, y Wendell corrió.

Miró por encima del hombro y vio al Cazador preparar su ballesta. Entonces Wendell se apresuró a doblar una esquina. Tal vez había mentido a Tony. Tal vez no podía enfrentarse al Cazador. No había contado con el arco.

Pero de repente se encontró con un mar de gente. Salían de los edificios, desembocando en las calles, gritando, dando alaridos y celebrando.

En lo alto, estallaban fuegos artificiales. No tenía ni idea de por qué. No era día de fiesta, ¿no? ¿Había olvidado eso también?

Las campanas repicaban a lo lejos y la gente gritaba. Wendell miró por encima del hombro. El Cazador lo miraba, pero no podía disparar, no con toda esa gente alrededor.

Entonces Wendell prestó atención a lo que decía la multitud.

- ¡El Rey Troll está muerto! -gritó alguien entre el gentío-. El Príncipe Wendell ha matado al Rey Troll y a doce de sus hombres. Está de camino a casa. ¡La crisis ha terminado!

- Consigue tu copia de recuerdo del Times del Reino -gritaba un vendedor de periódicos-. El regreso del Príncipe. Felices para siempre.

Wendell sintió que la cola se le metía entre las piernas.

Esto no puede ser, dijo Wendell para sí mismo. Es una mentira. Yo soy el Príncipe Wendell. ¡Soy yo!

- ¡Aquí viene! -gritó un hombre-. ¡Aquí viene!

Wendell se dio la vuelta. Allí estaba su carruaje. Y allí estaba el Príncipe Perro, asomándose por la ventana, con la lengua colgando. Estaba sujetando algo y lo agitaba.

- ¡Nacido para ser Rey! -gritaba el populacho-. ¡Nacido para ser Rey!

Cuando el carruaje pasó, Wendell finalmente vio lo que era. La cabeza del Rey Troll colgaba de la mano del Príncipe Perro.

- Larga vida al Príncipe Wendell. Larga vida al Príncipe Wendell.

Wendell observó el carruaje desaparecer por una esquina, igual que su vida.

Al Cazador no se le veía por ninguna parte.

***

Lobo se alejó solo del restaurante. Estaba oscuro, y sus extremidades le parecían tan pesadas que apenas podía moverlas. Su vida había terminado. De verdad.

Se detuvo delante del río y sacó el anillo de su bolsillo. Después sacó éste de su caja.

- ¿Qué haces? -preguntó el anillo-. ¿Qué crees que estás haciendo, perdedor?

Contempló el anillo un momento. Tenía razón. Era un perdedor. Nunca, jamás, debió haber esperado hacer de Virginia su esposa. Ella merecía algo mucho mejor que él.

Con un suspiro, echó el anillo al agua. Hubo una onda, y entonces surgió un pez, sujetando el anillo en su boca. El pez agitó la cola y desapareció en la oscuridad para siempre.

Lobo miró las ondas durante un momento. Entonces éstas se combinaron para formar una cara familiar.

La Reina. Ella le sonrió.

- Ahora ya ves lo que llevo diciéndote todo el tiempo. No eres nada sin mí. Regresa. ¿Volverás conmigo?

- Sí -dijo Lobo, y se dio la vuelta, solo, hacia la noche.

***

Estaba demasiado borracho para subirse a un tejado. Demasiado borracho y demasiado viejo. Por supuesto, si no estuviera borracho, no habría llegado al tejado en primer lugar. Se hubiera quedado abajo, frente a la puerta cerrada.

Tony resbaló, lanzando una teja suelta a la calle de abajo. Aterrizó con un fuerte ruido.

Ten cuidado, se dijo a sí mismo.

Esperaba que el Cazador no lo hubiera oído. Tony encontró la torre abierta y se deslizó adentro. Allí había armas, pero no una ballesta. Esperaba que el Príncipe Wendell pudiera arreglárselas con eso.

Cogió la bolsa del Cazador. La abrió y sonrió. Dentro estaba el espejo.

Lo levantó. La maldita cosa era pesada. Mucho. Ahora era demasiado viejo, estaba demasiado borracho, y no tenía equilibrio. Tendría que esperar que los dioses de la suerte estuvieran con él esta noche.

Trepó de regreso al tejado. Comenzaba a cruzar las tejas cuando perdió el equilibrio, resbaló, y cayó de espaldas.

Tony gritó y cayó resbalando por el tejado algunos metros antes de intentar atrapar una teja suelta. Lo consiguió, y perdió el agarre sobre el espejo. Éste se deslizó hasta el borde del tejado y se detuvo allí, colgando de la cornisa.

Miró el espejo durante un largo momento. Bueno. Así que los dioses de la suerte no estaban con él. Pero tenían que estar con algún miembro del grupo. Con alguien, tal vez Virginia. Tony tenía que hacer esto por su hija.

Bajó por el tejado centímetro a centímetro para alcanzar al espejo. Sus dedos casi tocaban el borde dorado. Se deslizó más hacia adelante y sus dedos rozaron el metal.

El espejo resbaló ligeramente, hasta que la mayoría de su peso estuvo en el borde. Se mantenía equilibrado balanceándose arriba y abajo como un columpio chiflado.

Tony se estiró, para alcanzar el espejo. Lo tocaba por fin cuando éste resbaló del tejado y desapareció en la oscuridad.

***

Virginia estaba sentada sobre un banco en la plaza del pueblo. Nunca en su vida había pasado de la felicidad a la tristeza tan rápidamente. Todavía estaba llorando. Lobo no se había dado cuenta de lo que había hecho. Había arruinado su fe en los hombres y había destruido su esperanza de volver a casa, todo de un solo golpe.

Bueno, al menos las cosas no pueden ir peor, se dijo a sí misma.

De repente algo cayó junto a ella en la oscuridad. Aterrizó y se hizo mil pedazos. Se agachó y entonces notó que lo que se había roto frente a ella era el espejo mágico.

Miró hacia arriba y vio a su padre, mirando con absoluto desamparo desde el tejado.

Ahora estaba total, real y verdaderamente atrapada aquí. Sola. Para siempre.

***

- Todo se puede arreglar con un poquito de pegamento -dijo Tony.

Estaba intentando recoger los trozos del espejo. Trataba de meterlos en una bolsa que había encontrado. Virginia no se había movido. De hecho, lo miraba con una expresión que nunca antes le había visto. Cólera, rabia, una furia total y absoluta. Pero no decía ni una sola palabra.

- ¿Vas a ayudarme? -preguntó Tony a Virginia-. ¿Vas a quedarte ahí parada todo el día sin decir nada?

- No me hagas decir nada. -Su voz fue baja, ronca.

- ¿Dónde se ha metido Lobo?

- Se ha ido, ¿vale? Ha regresado al lugar de donde vino.

Tony continuó recogiendo los pedazos. Estaba completamente sobrio. Más sobrio de lo que había estado en su vida. Ni siquiera tenía resaca. Supuso que era a causa de la adrenalina.

- Idiota -dijo Virginia-. Ese espejo era nuestra única forma de volver a casa.

Bueno, al menos le decía cómo se sentía. Pero él ya sabía que lo había hecho mal. Al menos intentaba arreglarlo, tratando de encontrar algún tipo de solución.

Comenzaba a parecer como si no hubiera ninguna.

Entonces llegó el Príncipe Wendell, con el rabo entre las piernas. Parecía tan alterado como Tony.

- Anthony -dijo el Príncipe Wendell.

Tony no podía encargarse ahora de un perro aristocrático.

- Ahora no.

- Anthony -dijo Príncipe-. ¿Cómo es estar asustado? ¿Qué se siente?

- ¿Cómo que qué se siente? -preguntó Tony-. Es como estar asustado.

De repente se dio cuenta de lo que decía, y de lo que el Príncipe Wendell preguntaba. Algo pasaba. Tony miró a Wendell, lo miró de verdad. No parecía un príncipe. Tenía el aspecto de un perrito asustado.

- Ten cuidado con tus patas con todo ese cristal -le dijo Tony amablemente.

- Se me va la cabeza -dijo Príncipe-. Se me encoge el cerebro.

Tony no podría soportar otra crisis.

- Te lo estás imaginando.

- Mis sueños se vuelven cada vez más como los de los perros. Y cuando me despierto, me lleva más y más tiempo recordar quién soy. Y en lugar de llamarte Anthony, quise llamarte Entrega-galletas.

Eso entristeció a Tony. Miró a Virginia, pero ella, por supuesto, no había oído ni una palabra de lo que el Príncipe Wendell había dicho. Todavía miraba fijamente los trozos rotos de cristal como si lo hubiera perdido todo.

Tal vez lo había hecho.

Entonces sonó un grito a su espalda. Tony se giró. Se estaba formando una multitud.

- Mirad -gritó un hombre-. El rompe-espejos.

- Ha roto un espejo mágico -dijo un niño-. Siete años de mala suerte.

- Yo no creo en supersticiones absurdas -dijo Tony. Entonces oyó un sonido más extraño. Un sonido de cristales rotos, sólo que peor. Era como un repiqueteo, como una ola de trozos de cristal viniendo hacia él. El sonido le hizo estremecer y le envolvió.

Miró a Virginia. Ella tenía los ojos sin vida fijos en el gentío. No parecía oír el sonido de cristales en absoluto.

- Aquello en lo que no crees, no puede hacerte daño -dijo Tony, más bravucón de lo que se sentía.

Entonces algo le golpeó con fuerza en la cabeza.

- ¡Ay!

Se tambaleó, sujetándose la frente. Sangraba. Había una piedra a sus pies.

- ¿Qué? -preguntó Virginia.

- Ha sido un pedrusco -dijo Tony, mirando hacia arriba. Un pájaro se alejaba volando de él, como si hubiera dejado caer la roca-. ¿Qué probabilidades hay de que ocurra algo así?

La multitud empezaba a acercarse a ellos de un modo amenazador. Este gentío no tenía buen aspecto. No tan mal como el gentío que había intentado matar a Lobo, pero casi.

- Rompe-espejos -decía un hombre-. Sal del pueblo. No queremos tu mala suerte por aquí.

- ¡Fuera del pueblo!

Tony estiró el brazo hacia Wendell. Virginia negó con la cabeza, y entonces todos echaron a correr. La multitud los persiguió hasta el final de las calles empedradas, pero no continuó hacia las montañas más allá de ese punto.

La carretera era ventosa y estrecha y no era ni de cerca tan agradable como Tony podría haber esperado. Había salido únicamente con la bolsa en la mano, con los pedacitos de espejo que había podido rescatar. Esperaba que Virginia llevase algo más con ella.

- Andar sin más es inútil -dijo Virginia-. ¿Adónde vamos?

- No lo sé -dijo Tony -. Pero no podemos quedarnos en la ciudad, ¿no?

- Anthony -dijo el Príncipe Wendell-, ¿ves ese palo de allí? Justo donde vamos a llegar. Tiene el tamaño perfecto. Sé bueno y recógelo y tíralo hacia la hierba, por allí.

- No voy a empezar a tirar palos para ti -dijo Tony-, o vas a olvidarte por completo de quién eres.

- Oh, vamos. Simplemente lanza un palo.

- No.

- Sólo uno -imploró el Príncipe Wendell. Meneaba el rabo. Meneaba la cola y tenía un aspecto conmovedor

- Bueno -dijo Tony-. Sólo uno.

Recogió el palo del que hablaba Wendell y lo lanzó. Wendell corrió tras él y se lo trajo de vuelta, agitando el rabo con tanta fuerza, que su trasero entero se movía.

- ¡Eso ha sido genial! -dijo el príncipe Wendell, sonando más como la voz del perro de un anuncio publicitario que como un príncipe-. ¡Vuelve a lanzarlo!

- No.

- Vamos -dijo el Príncipe Wendell-. Sabes que quieres hacerlo.

El ruido de cristales rotos comenzó de nuevo. Era más y más fuerte. Tony buscó el origen a su alrededor, pero tenía la corazonada de que no lo encontraría.

- Oh, no -dijo Tony-, puedo oír ese sonido otra vez, ese sonido de mala suerte.

- Bueno, yo no oigo nada -dijo Virginia.

Él miró a su alrededor, dando un paso atrás para ver si alguien los seguía. Entonces gritó de dolor y cayó al suelo, agarrándose el pie.

- ¿Qué? -preguntó Virginia.

- ¡Mi pie! ¡Mi pie! -Se retorcía sobre su espada, gruñendo de dolor.

Virginia se inclinó para investigar.

- Cálmate. -Atrapó su pie ondeante y lo examinó-. Sólo es un clavo.

Lo arrancó y Tony gritó de nuevo. Podía sentir la sangre fluyendo en sus zapatos. Ambos examinaron el enorme clavo oxidado. Se miraron el uno al otro, y entonces el trueno estalló.

Los cielos se abrieron y en un instante Virginia y él quedaron empapados. Tony miró al cielo. Una nube gigante flotaba sobre ellos, pero más adelante y por detrás, el cielo era azul.

- Mira -dijo Tony, señalando hacia arriba-. Éste es el único lugar en que llueve. Sobre mí. El cielo está claro por allí. Estoy maldito. Estoy condenado. Siete años de mala suerte. No voy a pasar de una semana.

Virginia lo miró desdeñosa.

- También llueve sobre mí, Papá -dijo, interrumpiéndolo.

***

Virginia había encontrado un granero junto al camino. No era apenas un granero: el tejado casi había desaparecido y las paredes apenas se mantenían en pie, pero proporcionaba cierto refugio de la lluvia. No le mencionó a su padre su peor temor… que durante los siguientes siete años lloviera sobre él y quien estuviera a su lado.

No estaba preparada para eso.

Había una granja cerca de un cuarto de milla más adelante. Puede que cuando la lluvia se detuviera, les pidiera comida.

Su padre estaba encogido en el suelo del granero, intentando volver a armar el espejo. Trabajaba igual que lo hacía con sus rompecabezas en casa. Había utilizado la mayoría de los pedazos, pero había todavía grandes huecos.

- Vamos a tener que volver-dijo Tony-. Faltan demasiados trozos.

Virginia miró los centenares de trozos que tenían y dio una patada. Aunque tuvieran todos los pedazos, nunca podrían re ensamblar el espejo. Se quedarían atrapados aquí para siempre.

Su padre la observó. Estaba tan asustado como ella, pero como normalmente hacía, intentaba encontrar una solución. Pero él sabía igual que ella que esto no tenía solución, y nunca la tendría.

Virginia recogió uno de los trozos más grandes y lo giró.

- ¿Qué hay al dorso? -preguntó, no muy segura de qué la compelía a hacer la pregunta.

Con tranquilidad, giró un trozo tras otro. Todos tenían un dorso oscuro.

- ¿Qué estás haciendo? -gritó su padre-. Me ha llevado horas poner ésos en el lugar correcto. Los estás desordenando.

Ella no le prestaba atención. Continuó girando los pedazos hasta que encontró uno con algo escrito al dorso.

- Mira -dijo.

Él lo miró durante un momento, y luego la ayudó. Giraron un pedazo tras otro hasta que tuvieron una línea de trozos de espejo, vueltos del revés. Había un pequeño emblema de un dragón rojo, seguido de partes de palabras.

- Es alguna clase de mensaje secreto -dijo Tony-. Un hombre colorado por la guerra… probablemente se refiera a que sangra.

- ¿Sangrar? -preguntó Virginia-. Es un espejo. No es un mensaje, es el sello del fabricante. El… orado… Elaborado. Eso es. Elaborado para la Gu…

- ¿Elaborado para la Guerra de las Montañas Rag?

- Montaña -dijo Virginia.

- Parece la punta de una D… las Guerras de la Montaña del Dragón.

- No. Es una abertura más grande. -Ella movió los trozos hasta que vio algo que le gustaba-. Elaborado por los Enanos de la Montaña del Dragón.

El Príncipe Wendell se inclinó para examinar los pedazos.

- ¿La conoces? -le preguntó Tony al Príncipe. Tony se detuvo un momento, y luego le dijo a Virginia-. Cree que la conoce.

Ella sonrió.

- Bien, vayamos hacia allá -dijo Tony-. Rápido, antes que me llegue más mala suerte.

Virginia miró a través de las puertas abiertas del granero, hacia la granja en la distancia.

- Veamos si podemos pedir algunos huevos y queso en esa granja de allí -dijo Virginia.

Su padre sacudió la cabeza.

- Es ese sonido de cristales rotos otra vez -dijo él-, va y viene como una señal de radio. Vayamos. Tal vez no nos encuentre.

Virginia suspiró y sacudió la cabeza. Esperar eso era como esperar que no lloviera nunca más.

***

El granjero estaba sentado sobre una silla antigua, observando cómo el mercader de metales que había contratado trabajaba en su nueva estatua. La habitación estaba extremadamente caliente. El mercader tenía un fuego encendido, y usaba un cabestrante para sujetar la estatua sobre los nombres. El oro goteaba, cosa que el granjero se tomó como una mala señal.

- Esto no es oro -dijo el comerciante.

- Lo es -dijo el granjero, pero en realidad no tenía la seguridad que había tenido justo un momento antes. Le gustaba bastante la estatua… llamada Furia Congelada… aunque los tres trolls que había en ella fueran las criaturas más feas que había visto nunca.

- No -dijo el comerciante-. Es oro falso.

- Lo conseguí a precio de saldo porque es la cosa más fea que hayas visto jamás.

La voz de un hombre gritó.

- ¡Ay! ¡Ay!

El granjero miró al mercader. Los ojos del mercader estaban muy abiertos.

- ¿De dónde proviene ese ruido? -preguntó el granjero.

La estatua burbujeante repentinamente comenzó a temblar y a resquebrajarse. El mercader, y el granjero observaban horrorizado. Entonces la estatua explotó, salpicando oro por todas partes.

Aterrizó sobre el granjero, empapándolo de oro caliente. Cuando se enjugó las lágrimas, vio a tres trolls en el suelo, agarrándose las piernas y los brazos como hace la gente cuyas extremidades se han dormido.

- ¡Chúpate una tropa de elfos! -gritó el troll macho más grande.

El granjero se levantó y apartó su silla de una patada. El mercader estaba quitándose el oro de los ojos. Parecía aterrorizado.

- Tengo las piernas dormidas -dijo el troll hembra. Se levantó y se cayó. El tercer Troll vomitó por toda su camisa. Actuaban como borrachos y, el granjero sabía que los trolls borrachos eran peligrosos.

- Somos la vergüenza de la nación troll -dijo el primer troll.

- Sólo por ahora -dijo la hembra.

- ¡Recuperaremos la honra en nuestro camino de vuelta a la cima! -dijo el tercero mientras se tambaleaba hacia atrás.

El granjero estaba pensando en cómo escapar cuando sonó un golpe en la puerta.

***

- No creo que haya nadie en casa -dijo Tony. En realidad no se había librado del ruido de cristales rotos. Éste le había atrapado en mitad del campo y se había torcido el tobillo. Ahora estaba en el porche de un granjero, mendigando comida. ¿Cuánto más bajo podía caer?

- Si hay alguien -dijo Virginia-. Oigo ruidos.

Ella golpeó la puerta otra vez. Tony oyó el ruido de cristales rotos abalanzándose sobre él como un tren de mercancías. Intentó tirar de Virginia hacia atrás cuando se abrió la puerta.

Había tres trolls dentro, junto con dos hombres cubiertos de oro derretido.

- ¡Oh, Dios mío! -gritó Tony-. ¡Han vuelto!

- Sandalias apestosas -dijo Burly-. Son ellos.

- ¡Matadlos! -gritó Blabberwort.

Virginia salió como una bala. Igual que el Príncipe Wendell. Tony cubría la retaguardia. Miró por encima del hombro. Los trolls estaban rodando por el suelo, agarrándose las piernas.

No habían recuperado la movilidad de las piernas. Un pequeño, diminuto golpe de suerte. Tony corrió detrás de Virginia. Tenían que llegar tan lejos como fuera posible, porque ahora que esos trolls habían vuelto, no iban a rendirse jamás.