Capítulo 12

El mareo de Virginia se estaba desvaneciendo pero mantuvo los ojos cerrados. Se sentía como si estuviese dentro de un gran zapato, un gran zapato viejo, un grande y una vieja zapatilla de deporte de la que se tenían que haber desecho antes de que pudiese apestar toda una habitación. Quería llevarse la mano a la nariz, pero no podía. Estaba atrapada.

Sus pestañas se agitaron, pero todavía no quería abrir los ojos. Sus brazos dolían, ardían en realidad, y ella estaba inmóvil. Puesto que lo último que recordaba era ser llevada, supo que esto no era bueno.

Cerca alguien se rió entre dientes. Por fin sus ojos se abrieron de repente, y vio sonriendo a los tres trolls que había encerrado en el ascensor. Uno de ellos sujetaba una aguja muy grande y una botella de tinta azul. Ella miró hacia abajo. ¡Le habían tatuado! Y no era un tatuaje bonito además, no la rosa en la que había estado pensando, o una delicada y pequeña mariposa.

En lugar de eso, era una enorme calavera de troll con serpientes, ratas y cosas que no podía identificar, y debajo estaban las palabras: JUGUETE DE TROLL.

- Está despierta -dijo el troll que la había estado llevando. Lo reconoció por su chaqueta de cuero-. Desnúdala.

Ella se encogió, pero para su sorpresa, agarraron sus pies. Le quitaron los zapatos, los calcetines y le sujetaron los tobillos.

- Ahora eres prisionera de despiadados trolls -dijo su captor.

- Despiadados -dijo la mujer.

- Sin piedad -dijo el pequeño.

Olieron sus zapatos y los examinaron detenidamente, torciéndole los dedos del pie de un lado a otro. Ella miró alrededor. Estaba en una gran habitación que tenía paredes de piedra cubiertas con tapices de piel de leopardo y otros materiales que parecían ligeramente podridos. Un fuego en la chimenea cercana cubría algo del olor con el aroma del humo. Una lámpara de araña colgaba por encima de ella, pero las luces parpadeaban como si hubiera velas en ella en lugar de bombillas. Todo estaba sucio y desmoronado, pero incluso si no fuese así, la habitación sería horrible. La mezcla de naranjas, marrones y amarillos le hacían pensar que en una mala decoración de los años sesenta.

- Mira, mira, Blabberwort -dijo el captor de Virginia, tendiéndole un zapato a la mujer.

Ella lo cogió, y sonrió.

- Gracias, Burly.

- ¿Qué pasa con Bluebell? -preguntó el pequeño, y a Virginia le llevó un momento comprender que se refería a sí mismo.

Pero los otros dos no le prestaron ninguna atención en absoluto. En lugar de eso, la mujer, Blabberwort, agarró los pies de Virginia y se cernió sobre ellos.

- Unos piececitos preciosos -dijo ella-. Muy bonitos.

El troll pequeño, Bluebell, se inclinó sobre los pies de Virginia y los olió. Virginia giró la cabeza como si fuese ella la que estaba siendo forzada a oler sus propios pies. Él parecía estar disfrutándolo mucho más de lo que ella lo haría.

El troll puso la palma de su mano contra los dedos de su pie y los presionó hacia atrás muy lentamente. Comenzaba a doler cuando él preguntó:

- ¿Quién gobierna tu reino?

El dolor fue repentino y agudo. Había torcido hacia atrás sus dedos todo lo que éstos daban de sí.

- ¿Mi reino?

- ¿Quién está a cargo? -preguntó Blabberwort.

Virginia parpadeó, no estando segura de como contestar. Realmente era difícil pensar cuándo uno estaba sufriendo.

- El Presidente -dijo finalmente.

Blabberwort se inclinó aun más cerca. Tenía una frente prominente que era la causa principal de su aspecto poco atractivo.

- Wendell estaba intentando reunir un ejército de tu reino, ¿verdad?

- No. No.

Bluebell empujó aun más fuerte sus dedos. Virginia se preguntó si éstos se romperían.

- ¡Ay! -dijo ella.

Su captor, Burly, agarró una jarra que había junto a ella y tragó su contenido. Luego se acercó, y se lo escupió en la cara. Era maloliente y pegajoso y olía a manzanas.

- Ésta podría ser una larga sesión de tortura -dijo él.

A Virginia no le gustó que la escupieran más de lo que le había gustado que le torcieran los dedos de los pies.

- Os diré cualquier cosa que queráis saber.

- Primero yo torturo -dijo Burly-. Luego tú hablas. Así es mejor. Tortura apresurada, tortura estropeada.

De repente, la puerta de madera detrás de ellos se abrió bruscamente. Virginia oyó pasos pero no podía ver a nadie. Luego la puerta se cerró de golpe.

- Papá está de regreso -dijo Burly. No parecía feliz por ello.

Los pasos cruzaron la habitación y se detuvieron delante de Virginia. Su corazón estaba palpitando, pero ella sabía que la fuerte respiración que oía no era la suya.

- ¿Papá, por qué no te quitas los zapatos? -preguntó Bluebell-. No los necesitas adentro.

Hubo un chasquido desde una pared cercana, y una puerta en la que Virginia no había reparado se deslizó hacia atrás. Detrás de ella había una pared llena de cientos de zapatos, de cada tipo que ella alguna vez hubiera visto y algunos más.

- Puedo gobernar el mundo con estos zapatos -dijo una voz que Virginia nunca antes había oído-. Soy todopoderoso.

- Vamos, Papá, ya has hecho la parte difícil -dijo Burly-. Simplemente quítatelos.

Hubo un crujido de material y un leve ruido sordo. Luego un troll más horroroso que los demás apareció. Era más alto, tenía el pelo oscuro, y sus orejas sobresalían tanto que Virginia al principio pensó que eran parte de un sombrero.

- Pudo manejarlos -dijo el troll-. Me los puedo quitar siempre que quiera.

- Pero nunca solías ponértelos a primera hora de la mañana -dijo Blabberwort-. Imagina al Rey Troll bajo la influencia…

- ¡Basta! -dijo el recién llegado. Él era el Rey Troll, entonces, más poderoso que los demás. Virginia echó hacia atrás todo lo que pudo en la silla, pero la habían atado tan fuerte que apenas podía moverse.

Él metió los zapatos en el armario y se giró hacia sus hijos.

- ¿Dónde habéis estado? Os habéis retrasado un día -luego pinchó con un dedo el estómago de Virginia-. ¿Y quién es esta? Se suponía que ibais a traer de vuelta al perro.

- Olvídate del perro, Papá -dijo Burly-. Hemos descubierto otro reino.

- Es el mítico Décimo Reino -dijo Blabberwort.

- Que siempre se ha creído que era un mito -añadió Bluebell.

- No digáis bobadas. -Había amenaza en la voz baja del rey, y una inteligencia en sus rasgos que faltaba en los de sus hijos. A Virginia le gustaba el rey aún menos de lo que los otros tres-. No hay un Décimo Reino.

- Lo hay -dijo Bluebell- y esta bruja nos metió en una caja de cerillas.

¿Una caja de cerillas? ¿Quería decir el ascensor? Virginia no tuvo tiempo en pensar acerca de eso. El Rey Troll la miró fijamente como si estuviese intentando ver en su interior.

- ¿Fuisteis capturados -preguntó lentamente- por esta chica?

- Es una bruja -dijo Bluebell.

El Rey Troll evidentemente no le creía.

- ¿Y a cuántos de sus soldados matasteis antes de ser capturados?

- Ninguno -dijo Bluebell.

- Ninguno… -Blabberwort miró a su padre de reojo-, sobrevivió.

Pero él no se tragó su mentira.

- ¿Quién quiere ser azotado primero?

Todo lo que Virginia pudo hacer fue no encogerse.

- Papá, es cierto -dijo Burly-. Puedo probarlo. Mira esto.

Sacó una bolsa de detrás de su silla. Virginia la reconoció. Había visto al más pequeño llevándola cuando los empujó dentro del ascensor. Simplemente había pensado que era parte de su atuendo.

Burly metió la mano el interior del saco y, para sorpresa de Virginia, sacó un pequeño radiocasete. Lo llevó a la superficie de la alfombra, que parecía una cosa barata hecha de piel, y lo dejó boca abajo.

Los demás trolls clavaron los ojos en él como si esperasen que algo ocurriese. Burly lo apretó, y Virginia reconoció el siseo de la cinta en blanco. El Rey Troll frunció el ceño como si eso fuese lo que ellos querían que escuchase.

Entonces, de repente, "Fiebre de Sábado Noche" sonó con gran estruendo desde el reproductor. Los trolls más jóvenes se balancearon de arriba a abajo con la música como si no pudiesen resistir su encanto, pero su padre clavó los ojos en el casete como si éste le fuera a morder.

- Se llaman los Bee Gees -dijo Bluebell con emoción-. La canción dice algo de una mortífera fiebre que sólo ataca los sábados. -Los dedos de Blabberwort hicieron un pequeño baile con el coro.

El ceño fruncido del Rey Troll creció.

- En todo esto hay algo más de lo que me cuenta la Reina.

La Reina. Virginia se quedó congelada. ¿Estaban compinchados con esa horrible reina sobre la que Príncipe les había hablado? ¿La que estaba encarcelada? ¿La que había intentado asesinar a su familia? ¿La que lo había convertido en un perro?

El Rey Troll debió ver el reconocimiento en los ojos de Virginia, pues cruzó la habitación y se detuvo delante de ella.

- Bailaras para mí -dijo él-, y cuando termines de bailar, me dirás cómo invadir tu reino.

Virginia tragó. Con fuerza.

- En realidad, no soy muy buena bailarina.

El Rey Troll se acercó a la pared de zapatos. La estudió por un momento, pasando por alto plataformas altas, tacones minúsculos, y un par de botas gigantescas. Entonces agarró los zapatos más feos de la pared, un par de hierro que parecía como si pesaran una tonelada.

- Bailarás cuando te pongas esto -dijo él.

Luego caminó hasta la chimenea y con cuidado colocó los zapatos en medio de la chisporroteante llama.

- Despertadme -dijo, estudiando la reacción de la joven-, cuándo se pongan rojos.

Ella palideció. Tenía que haberlo hecho. Sintió como si toda la sangre hubiera abandonado su cara al momento. Él sonrió sólo un poco, y salió de la habitación. Sus hijos fueron a la chimenea y observaron los zapatos calentarse.

***

Los guardias abrieron la puerta de una celda y lanzaron a Tony dentro. Él se frotó las muñecas. Tenían marcas de las esposas. La puerta resonó detrás de él y se quedó parado un momento, dejando que sus ojos se adaptaran a la penumbra.

El guardia dijo:

- La litera de en medio. -Y a Tony le llevó un segundo comprender que eso era una orden. Había una litera triple apoyada contra una pared. Sus compañeros de celda estaban ya en sus catres, de espaldas él. No podía ver sus caras.

De hecho, la única cara que podía ver era la del Príncipe Wendell, su cara humana, la cuál había sido un misterio para Tony hasta ahora. El príncipe no se parecía ni de lejos al perro, excepto que ambos tenían el pelo marrón y ojos inteligentes. En forma humana, el príncipe era apuesto de una forma insípida y tenía un perfil de mandíbula bastante hundido que le hacía parecer vagamente bobalicón.

Debajo del cuadro del príncipe estaban las palabras: