Capítulo 11

Sentaba bien estar en casa, si uno pretendía llamar casa a la Prisión Monumento a Blancanieves, lo cual Blabberwort desde luego no hacía. Pero era los Nueve Reinos, el mundo real, como quien fuera deseara llamarlo.

Ella iba andando detrás de Burly, quien cargaba a la bruja sobre los hombros, con su cabeza y brazos oscilando arriba y abajo como si fuera una muñeca de trapo. Parecía muy incómoda, pero no lo suficientemente incómoda para Blabberwort.

Estaban saliendo de la prisión hacia la entrada principal. Ya habían registrado el interior. Detrás de ellos las campanas de alarma estaban sonando, y se dio la vuelta para ver a los guardias de la caseta de vigilancia caer unos encima de otros, como acostumbraban a hacer los humanos al despertar del polvo de troll.

Burly les echó una ojeada y frunció el ceño con repugnancia.

- ¿Dónde está Papá? ¿Y la Reina?

- Supongo que llegamos un poco tarde-dijo Blabberwort.

- ¡Alto! -gritó un guardia-. Vosotros. Deteneos dónde estáis.

Llegaba corriendo desde la caseta de vigilancia, o en realidad intentaba correr era una forma mejor de describirlo. Llevaba una vara grande y parecía un poco asustado.

Pero Blabberwort sabía que no debía tener miedo de un humano con polvo de troll. Sus hermanos también lo sabían.

Burly extendió un brazo con un puño carnoso y, cuando el guardia se acercó, le atizó en la cabeza.

- ¿No deberíamos regresar a por el perro? La Reina estará muy enfadada.

- Por mí la reina puede chupar un elfo -dijo Bluebell-. Hemos capturado a la bruja del Décimo Reino. Vayamos a casa y contémoselo a papá.

Blabberwort sonrió abiertamente. Ya era hora de que se desquitaran. Papá estaría muy orgulloso. Y papá raras veces estaba orgulloso.

La todopoderosa bruja del Décimo Reino era de ellos para siempre.

***

Lobo había olido a los trolls antes de verlos en los pasillos de la prisión, llevando a la bella Virginia como si fuese un saco de carne. Eso le enfureció más que cualquier otra cosa, estaban tratando a su Virginia como a comida. No importaba que él hubiera planeado una vez hacer lo mismo a su abuela. No importaba que la hubiese saludado con un cuchillo de carnicero en la mano. Él había cambiado. Estaba reformado. Cargaba una bolsa de libros al hombro para probarlo.

Siguió a los trolls fuera de la prisión y ahora estaba observando desde el bosque mientras se abrían camino hasta el río. Varios barcos flotaban en él, pero ninguno de ellos pareció reparar en los trolls o la difícil situación de la bella Virginia.

El perro no estaba con ella, pero por él, como si el perro se ahorcaba. Tenía una oportunidad con Virginia ahora. Podía salvarla, ser su caballero de brillante armadura… o en realidad un abrigo azul ligeramente polvoriento… y entonces tendría su amor para siempre.

Era una imagen tan encantadora que se aferró a ella por un instante, antes de correr ladera abajo hacia el camino.

Los trolls habían alcanzado el río. Habían encontrado un barco y estaban en proceso de arrojar por la borda a sus propietarios mientras Lobo se abría camino hacia ellos. Permaneció en las sombras para que no le viesen.

Tiraron a su amada Virginia al fondo del barco y desatracaron. Lobo se acercó más. Clavó los ojos en el agua por un momento, luego en el letrero cercano que decía: