Capítulo 19

A Lobo no le gustaban las habitaciones bajo las cubiertas. Lo hacían sentirse claustrofóbico, casi como si estuviera de vuelta en la prisión. Pero había momentos en que un hombre tenía que estar solo, y el afeitado era uno de ellos. Había encontrado un pequeño espejo oxidado y se afeitaba tan delicadamente como un hombre podía con un cuchillo y agua fría.

Nunca podría explicar a Virginia el por qué tenía que estar solo para esto. Un movimiento brusco, una voz fuerte, y de repente estaría sangrando.

Tenía un aspecto un poco peor por la ropa. Aunque había dormido, tenía ojeras bajo los ojos. Su cabello también necesitaba un corte. Y normalmente no se habría afeitado en un barco. Pero ahora estaba enamorado, e intentaba convencer a Virginia de que era el hombre adecuado para ella. Y un hombre enamorado se arriesgaba.

De repente la imagen en su espejo cambió. Por suerte, estaba sumergiendo la navaja en el agua fría en ese momento o con seguridad se habría cortado su propio cuello.

El rostro de la Reina estaba donde debería estar su propio reflejo…

- Hola, Lobo -dijo la Reina.

Él dejó caer la navaja y recogió el espejo con manos temblorosas.

- Márchate -dijo Lobo-. Déjame en paz.

- Consentiste en obedecerme -dijo la Reina-. Sí. Yo te controlo.

- ¡No! -gritó Lobo al espejo.

- ¿Por qué no puedo ver a tus compañeros? -preguntó la Reina-. ¿Qué magia es esa?

Él lanzó el espejo bocabajo en una litera cercana y corrió a la cubierta superior. Buscaba a Virginia, pero no la vio. En cambio, encontró a Tony, pescando. Lobo agarró el libro que había estado leyendo y lo agitó ante el rostro de Tony.

- Tony -dijo Lobo-. ¿Debo conectar contigo?

- ¿Qué? -Tony no apartó la mirada del río.

Lobo tenía que conseguir la atención de Tony. Tenía que conseguir que su mente se apartara de la Reina. Si pensaba en ella, le proporcionaría una entrada, y si tenía una entrada, entonces conseguiría a Virginia, y si conseguía a Virginia, entonces él nunca se perdonaría a sí mismo.

- Aquí lo dice en este libro, Planchando a John, que hemos perdido nuestra masculinidad y necesitamos conectar más de hombre a hombre -dijo Lobo-. ¿Y quizás esa conexión sea la pesca?

Tony no contestó. Lobo contempló el sedal de Tony, preguntándose si debía conseguirse uno propio. En realidad no quería capturar al pez. Tal vez podría desviar la atención de Tony de ese pez también. Lobo sonrió.

- Chico, me encanta pescar con mi futuro suegro.

- Quiero que te alejes de Virginia -dijo Tony-. ¿Me has oído? Tienes antecedentes penales.

- Estamos en un barco -dijo Lobo-. ¿Cómo puedo alejarme de ella?

- Vais a dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí -dijo Virginia.

Lobo se dio la vuelta. No la había visto. El amor de su vida, y no había reparado en ella cuando había subido a la cubierta. Pilotaba el barco y se la veía hermosa.

- ¿Cuál es la captura más grande que has hecho alguna vez, Lobo? -preguntó Tony.

- Una joven muchacha montañesa llamada Hilda -susurró Lobo.

- Yo cogí un salmonete una vez. Era grande si lo medimos en centímetros. -Tony alzó las manos con una yarda de separación. Ningún pez sería tan grande-. El salmonete más grande capturado en el estado de Nueva York en 1994.

- Eso no es nada -dijo Lobo-. Yo cogí un pez el año pasado. Era así de grande.

Alzó las manos dos veces más lejos que Tony.

- ¿De veras? -preguntó Tony.

- No, no -dijo Lobo-. Sólo lo inventé. ¿No estamos conectados aún?

La luz del sol destelló hacia ellos. Lobo se protegió los ojos. La luz se proyectaba desde una casita de campo de oro sólido sobre la orilla del río.

- Guau, mira eso -dijo Tony-. Tal vez fue un tío normal como yo. Apostaría a que ahora tiene cien criados.

Lobo lo dudaba, pero no dijo nada. Había visto a demasiadas personas chaladas por este pez aunque, si el rumor era cierto, sólo príncipes, nobles, y niños huérfanos capturaron alguna vez al pez mágico. Así que si el rumor era verdad, Tony estaba a salvo.

- Mira, el cebo es crucial -decía Tony-. Si este pez ha sido capturado y devuelto muchas veces será listo. Si es una tenca irá a por comida pesada, usaría un cebo grande, mientras que si es una carpa, preferiría maíz tierno o guisantes de arce, o un especial de salvado agrio si es un coto o un gobio.

- Espero que conectemos pronto, Tony -dijo Lobo-. No podré soportar muchas más de tus historias de pesca.

La caña de Tony de repente se sacudió.

- Ey, ey -dijo Tony-. Conseguí que picara.

Lobo lo miraba sorprendido. No había esperado esto.

- Es uno grande, eso es seguro -comentó Tony, trabajando la línea.

- Oh, Dios mío -dijo Lobo-. Creo que has capturado al elusivo pez mágico.

Tony consiguió apalancarse en el barco y probar a tirar otra vez. El estúpido perro se despertó y se sentó junto a ellos. Tony le dirigió una mirada airada, como si el perro hubiera dicho algo que a Tony no le había gustado.

- Ten cuidado con tu espalda, papá -dijo Virginia.

Tony continúo forcejando con el pez, tirando con fuerza. Cuando comenzó a enrollar la línea, un coro hermoso empezó a cantar. Lobo se estremeció. Tenía un mal presentimiento.

- ¿Quién intenta capturar al pez mágico? -La voz era femenina, hermosa y mágica.

La mueca de Lobo empeoró.

- ¡Lo tengo! -gritó Tony-. Lo tengo. Nene, ahora eres mío.

Cayó de espaldas en el barco, y el pez salió volando del agua. Aterrizó en su pecho antes de deslizarse lejos y agitarse en la cubierta delante de todos.

Lobo lo miró, sintiendo una especie de presentimiento y compasión. Curiosamente, no tenía hambre de pescado para nada.

- Devuélvanme inmediatamente -dijo el pez-. Exijo que me devuelvas.

Virginia dejó el timón y se arrodilló junto al pez. Lobo se puso en cuclillas junto a ella. El pez emitía diminutas estrellitas de oro.

- Concédenos el oro y te devolveremos, Flipper -dijo Tony.

- Muy bien -dijo el pez-. La primerísima cosa que toques con el meñique de tu mano izquierda se convertirá en oro.

- ¿Garantizas que no hay efectos secundarios? -preguntó Tony-. ¿Un toque y luego mi dedo vuelve a la normalidad?

- ¿Qué es esto? ¿Un concurso de preguntas al pez? -cuestionó el pez-. Me estoy muriendo. Devuélveme.

- Bien, es un trato -dijo Tony-. ¡Te devolveré!

- ¡No tú! -gritó el pez-. No me toques. Que lo haga algún otro.

Virginia tomó al pez tan rápido que Lobo no tuvo oportunidad de hacerlo. No es que quisiera hacerlo. Pero realmente quería demostrarle que podía ver comida y no sentirse tentado.

Ella arrojó al pez por la borda y este desapareció con un chapoteo. Tony sostuvo en alto su meñique maravillado.

- Tengo un dedo mágico -dijo Tony-. ¡Tengo un dedo mágico!

- Guarda esa pezuña lejos de nosotros -dijo Lobo-. Ahora tu dedo es un arma mortal, Tony.

Tony movió la mano tan lejos de su cuerpo como pudo.

- ¿Para qué queremos oro de todos modos? -preguntó Virginia.

- Qué pregunta más estúpida -dijo Tony-. Porque es oro. Cuando lleguemos a casa, podré retirarme. Hemos ganado la lotería.

Lobo no sabía por qué eso era algo bueno. Esperaba que Virginia nunca se fuera a casa. Pero no dijo nada. En cambio, se dirigió al timón.

Estaban cerca de Rivertown. Pronto verían más barcos. Adelante, vio un ruinoso castillo en la colina. Por lo visto, Tony también lo había hecho.

- Tal vez convertiré todo un castillo en oro -dijo Tony-. Como ese lugar.

- ¿Y cómo te llevarías un castillo de oro? -preguntó Virginia.

- Tienes razón, tienes razón -dijo Tony-. Tengo que elegir algo tan grande como me sea posible cargar.

Ese castillo puso nervioso a Lobo. Había algo allá arriba, algo que realmente, realmente, realmente no le gustaba.

- ¿Lobo? -preguntó Virginia-. ¿Qué pasa?

- Nada -dijo Lobo-. Sólo es una sensación.

- Eso se parece al barco de Acorn -dijo Tony-. Amarrado ahí. Allí está él.

Tony señalaba a los muelles delante de Rivertown. Y realmente parecía que uno de los barcos amarrados pertenecía a Acorn. Lobo echó un vistazo a Virginia. Parecía excitada. Se sintió aún más raro. No quería que encontrara ese espejo y se marchara.

- Todo está saliendo a pedir de boca -dijo Tony-. Nos vamos a casa con el Oro Olímpico.

El estúpido perro comenzó a correr de arriba abajo por el barco. Lobo se giró hacia el príncipe, pero no dijo nada. Parecía como si el perro sintiera lo mismo que él.

- ¿Qué le pasa al Príncipe Wendell? -preguntó Virginia.

Tony movió la cabeza.

- Dice que se siente dos personas a la vez.

Lobo miró agudamente al castillo. ¿Estaba el cuerpo humano de Wendell allá arriba?

- Dice que debe ir al castillo. -Tony examinó detenidamente al príncipe-. ¿Por qué? -le preguntó al perro-. Sólo es una ruina.

El Príncipe Wendell sacudió la cabeza, y luego de un salto sobrevoló la barandilla. Antes de que alguien pudieran detenerlo, aterrizó en el agua y comenzó a nadar hacia la orilla.

- ¡Príncipe! -gritó Tony-. Regresa.

- No podemos seguirlo -dijo Virginia-. Vayamos a buscar a Acorn y consigamos el espejo.

Esa era la chica de Lobo. Sabía lo que era importante. Pero Tony miró fijamente al perro como si estuviera perplejo, y sólo un poquito preocupado. Lo cual hizo que Lobo se preocupara un poco. Tony era un tipo agradable en el fondo, pero era, después de todo, el sinvergüenza más grande que Lobo hubiera conocido jamás.

- Estará bien -dijo Lobo, no muy seguro si eso era verdad o no-. Ahora tiene su propia misión.

***

Las manos de Blabberwort estaban doloridas, y había perdido la magia de los Bee Gees, aunque se hubiera quejado de ésta antes. La música de la caja aún sonaba en su cabeza. Se preguntó si había intoxicado sus pensamientos y si abandonaría alguna vez su mente.

Sin embargo no pensó mucho en ello, porque usó el ritmo de la música para seguir remando. Estaban justo en una curva del río. La zona parecía familiar, pero realmente no tenía tiempo para examinarla. En cambio, tenía que concentrarse en lo que hacía.

- Más rápido, más rápido -dijo Burly.

- No puedo ir más rápido -dijo Bluebell-. Mis manos están sangrando.

- Mira -dijo Burly-. El castillo en ruinas. ¿Deberíamos informar a la Reina?

Todos ellos alzaron la vista al castillo en ruinas. Un informe salvaría sus brazos durante unas horas. ¿Qué podría salir mal?

- Excelente idea -dijo Blabberwort-. Acércate a la orilla.

***

El barco estaba vacío. Nada de Acorn, nada de espejo. Virginia no se había sentido tan abatida en su vida.

Parecía que su padre se sentía de la misma manera. Contemplaba al barco como si le hubiera robado los ahorros de su vida. Lobo tenía una ligera sonrisa en el rostro, sin embargo, Virginia no quiso preguntarle el por qué. Él no decía nada, de hecho, había sido Virginia quien había realizado todas las preguntas al barquero que se encontraba en el muelle.

- Acorn ha estado aquí toda la mañana -dijo el barquero-. Se marchó… ah, no hace ni media hora.

- ¿Cuándo regresará? -preguntó Virginia.

- No lo hará -dijo el barquero-. Me cambió este adorable barco por mi poni y mi carreta. Calculo que salí ganando con el trato.

- Oh, no -dijo Virginia-. ¿Qué camino tomó?

- Dijo que tomaría el camino del bosque -dijo el barquero-. Aún podría ser capaz de alcanzarlo si se apura.

- Buena idea -dijo Lobo-. Vamos.

- ¿Y qué hacemos con el príncipe? -preguntó Tony.

Lobo miró al castillo en ruinas ansiosamente. ¿Qué le molestaba en ese lugar? No se lo diría a Virginia. Ella se preguntaría si sabía algo que no les había contado.

- Está desquiciado. Quiere estar solo -dijo Lobo-. Se me rompe el corazón, pero debemos ir tras el espejo. De todos modos, Tony, tú has dicho que no era nada más que un fastidio.

- Sí, lo sé, pero no me parece bien salir corriendo y abandonarlo. Debe haber saltado por alguna razón.

- Perderás ese espejo -dijo Lobo.

- Papá -dijo Virginia, sabiendo lo que su padre estaba pensando. Ella estaba igualmente preocupaba por el Príncipe Wendell, pero también sabía que tenían una sola oportunidad auténtica con en ese espejo.

- Quédate aquí -dijo Tony-. Regresaré en quince minutos.

Virginia suspiró, pero no intentó detenerlo. También se sentía culpable por abandonar al Príncipe Wendell. Tal vez su padre pudiera hacer algo. O al menos averiguar adonde había ido.

Le daría sus quince minutos, y luego tendría que alcanzarla. Si tenían que separarse, lo harían. Ella traería el espejo si lo encontraba.

Miró a Lobo. Lobo aún contemplaba aquel castillo, con una mirada ida en los ojos. Parecía casi asustado.

Su corazón comenzó a palpitar. Intentó gritar a su padre, pero debía estar demasiado lejos para oírla.

Había cambiado de idea. Esperaría aquí durante quince minutos, y luego iría tras él, sin importar lo que dijera Lobo.

O lo que les esperaba en ese castillo en ruinas.

***

La mañana había sido un triste fracaso. La Reina intentó contener su impaciencia. Primero ese intento interrumpido de influenciar en Lobo, y ahora esto de enseñar al Príncipe Perro cómo interpretar a un humano.

Había hecho colocar platos y cubiertos ante él en una mesa sencilla. Temía utilizar la mesa buena, creyendo que quizás él la arañaría de alguna manera. Los platos podían ser sustituidos, pero su mejor mesa no.

El Príncipe Perro estudiaba los platos frente a él como si quisiera sepultar su rostro en ellos. Era la carne. Ella lo sabía. La carne… de cualquier clase… era su comida favorita. Ella le había dado deliberadamente un trozo demasiado grande como para morderlo con facilidad.

- Esperando a comer -dijo la Reina-, intentarás guardarte la lengua en el interior de la boca. Es algo vulgar andarla mostrando todo el tiempo.

- Estoy hambriento -se quejó el Príncipe Perro-. ¿Dónde está mi tazón?

- Vas a disfrutar una encantadora comida -dijo la Reina-. Pero sólo cuando hayas aprendido a comer con cuchillo y tenedor. Hasta entonces pasarás hambre.

Le colocó un cuchillo en la mano derecha y un tenedor en la izquierda. Él los miró como si le hicieran daño en los dedos.

- ¿Desea una bebida, Su Majestad? -preguntó ella, sólo para confundirlo.

- Mi tazón de agua.

- Un vaso de agua -dijo la Reina-. Un Príncipe no bebe de un tazón.

Él puso los ojos en blanco. Bebería de la taza del inodoro si le dejaban, y ambos lo sabían.

- Un vaso de agua -dijo él-. Por favor.

A pesar de que no le gustó su tono, en realidad lo había pedido correctamente, así que le alcanzó un vaso de agua. Él lo contempló como si intentara comprender cómo meter su hocico en la abertura.

- Ahora -dijo ella-, ¿hay algo más que desees?

- Mi pelota lanuda -dijo el Príncipe Perro.

La Reina soltó un suspiro horrible y estaba a punto de sermonear al Príncipe Perro una vez más sobre el hecho de que ahora era humano y no un perro cuando la puerta se abrió. Entró un criado. No reconoció a éste tampoco. Unos años en prisión, y los cambios en el personal eran incontrolables.

- Majestad -dijo el criado-. Los tres trolls han regresado.

Ah, debían haber encontrado al Príncipe Wendell. Por fin buenas noticias. Se giró hacia el Príncipe Perro.

- Práctica el uso del cuchillo y tenedor -le dijo-. Volveré para examinarte en diez minutos.

Y luego lo dejó solo. Esperaba que su pelota lanuda no estuviera en ninguna parte a la vista.

Se apresuró en atravesar el pasillo hasta la entrada principal. Los trolls estaban de pie allí, emanando una peste inoportuna, con un aspecto completamente orgulloso.

No vio al Príncipe Wendell por ninguna parte. ¿Ellos… quizás… lo habían matado?

- ¿Y bien? -preguntó la Reina.

- Aquí estamos, Su Majestad -dijo Blury.

- ¿Y?

- Sólo eso, Su Majestad -dijo Bluebell.

- ¿Dónde está el Príncipe Wendell?

- Ah, sí -dijo Burly-. El príncipe Wendell.

- Os envié a atraparlo.

- Una noble misión para cualquier troll -dijo Blabberwort.

- ¿Entonces, dónde está?

- Una pregunta con la que nos hemos estado torturando, Su Majestad -dijo Bluebell.

- Pero aquí estamos -dijo Blabberwort.

- Y estamos siempre vigilantes -dijo Bluebell.

- ¡Idiotas! -Caminó hacia ellos y les arañó las caras con las uñas. El dolor les grabaría a Wendell en la memoria durante mucho, mucho tiempo. Ellos gritaron, pero no tanto como le habría gustado.

Algún día asaría a estos trolls sobre un hoyo abierto. Algún día, después de que trajeran a Wendell.

- Acabo de hablar con mi espejo -dijo la Reina-. El príncipe Wendell está muy cerca. Puede estar en Rivertown ya.

- Wow -dijo Burly-. Qué golpe de suerte.

- Id y encontradlo -ordenó la Reina-. Si regresáis otra vez sin el perro, os haré comer vuestros propios corazones.

La miraron disgustados mientras se apresuraban a alejarse del castillo. Ella se limpió las uñas en una cortina, luego ondeó la mano hacia uno de los criados.

- Que quiten toda esa peste a trolls de aquí -dijo y se marchó antes de oír su respuesta.

***

El pelo mojado era definitivamente una molestia. Wendell nunca se había dado cuenta de cuan pesado era. Eso reducía su avance. Y tenía que contener un ocasional estornudo. Odiaba el olor a perro mojado, aunque el perro mojado fuera él.

Estaba más seco de lo que había estado al salir del río. Casi estaba en el castillo. Mientras corría a toda prisa por el sendero vio las barras del calabozo y se encontró observando su propio rostro. O mejor dicho su rostro humano. O mejor dicho, el rostro que el perro verdadero estaba usando.

El Príncipe Perro comenzó a ladrar antes de poder contenerse y comprender que tenía que hablar un idioma real.

- Sí, por favor -dijo el príncipe de Perro-. Cambio, por favor. Cuatro patas, por favor.

El Príncipe Perro empujaba sus manos entre las barras. Sabía por instinto lo que Wendell sabía. Sólo con que se tocaran, volverían a sus verdaderas formas.

- Sí, buen perro -dijo Wendell, no muy seguro de si el Príncipe Perro podía entenderle o no-. Si al menos pudiéramos tocarnos, entonces recuperaríamos nuestra forma. Agáchate.

El Príncipe Perro se asomó todo lo que pudo. Wendell brincó tan alto como las fuerzas le permitieron, pero no podían alcanzarse completamente el uno al otro. Siguió saltando y saltando, pero en vano. Necesitaba ayuda. Quizás podría conseguir que alguien lo alzara. Tal vez Anthony y Virginia ya habían desembarcado. Tal vez ellos le ayudarían.

Corrió de regreso por el camino hacia Rivertown. ¡Y quién estaría subiendo por él sino Anthony!

- Anthony -gritó Wendell-. Me he encontrado a mí mismo.

Anthony aún no lo había visto. Entonces pareció sorprendido cuando Wendell gritó.

- ¡Príncipe! -Anthony parecía aliviado. Entonces su cara mostró una mirada de pánico-. ¡Cuidado!

Los trolls salieron dando empellones de entre los arbustos y lo atraparon. Wendell se insultó a sí mismo. Había estado tan excitado que ni siquiera se había molestado en olfatear el aire.

Reconocía a estos trolls, además. Eran los tres que habían estado persiguiéndole.

- Sostenlo mientras le doy un puntapié -dijo el macho alto a la hembra.

- Dejadlo en paz, cobardes -gritó Anthony-. Es un perro. Meteos con alguien de vuestro propio tamaño.

Entonces Anthony fue al rescate de Príncipe.

***

No estaba en ninguno de los muelles. No estaba en ninguna parte cerca a la orilla del agua. Virginia se protegió los ojos con las manos y miró hacia el castillo en ruinas.

Lobo tenía razón. Daba un mal presentimiento.

Lobo continuaba mirándola. Él tampoco veía a su padre, y lo que era peor, no le olía.

Virginia echó un vistazo sobre su hombro a los bosques de más allá.

Habían perdido el espejo. Lo sabía. Habían desperdiciado ya demasiado tiempo.

Y ahora su padre estaba perdido.

Justo cuando tenía ese pensamiento, su padre apareció de repente en el camino que bajaba del castillo. Caminaba lentamente, como si acabara de recibir la noticia de que alguien había muerto.

Virginia corrió hacia él. Lobo la siguió.

- ¡Papá! -gritó Virginia.

Su padre alzó la vista. Se apresuró hacia ella. Cuando la alcanzó, ella lo abrazó fuertemente.

- Gracias a Dios que estás bien -dijo ella-. ¿Encontraste a Príncipe?

Él no contestó.

Virginia se quedó sin respiración. Retrocedió, rompiendo el abrazo, de modo que pudiera verle el rostro.

- ¿Estás bien?

- He derrotado a los trolls -dijo Tony-. Esas son buenas noticias.

No sonaba como si fueran muy buenas noticas. Virginia lanzó a Lobo una rápida mirada preocupada. Él estaba mirando a su padre.

- ¿Alguna mala noticia? -preguntó Lobo.

Su padre tragó con fuerza. Virginia reconoció la mirada. Las noticias malas eran realmente malas, y eran culpa de su padre.

- Puedo volver con ese tío, el barquero, y pedirle prestado un cincel -dijo Tony-. Se separará de todo lo demás bastante fácil.

No decía más que tonterías, tal vez a propósito.

- ¿Papá? -preguntó Virginia-. ¿Exactamente cuáles son las malas noticias?

Sus ojos estaban oscuros y tristes. La tomó de la mano y tiró de ella hacia un montón de arbustos junto al camino. Lobo se apresuró a seguirlos.

El oro destellaba bajo la luz del sol. Virginia se detuvo, hipnotizada. Delante de ella había un cuadro vivo de oro. Tres trolls de oro, congelados en posición de ataque, conectados a un perro de oro, paralizado mientras intentaba escapar de ellos.

- Oh, Príncipe Wendell -murmuró Virginia.