Capítulo 40

¿Quién había sido él que dijo que el Reino Enano era un lugar horrible? ¿Lobo? El corazón de Virginia se retorció. Él había tenido razón de tantas maneras. Llevaba caminando lo que parecían kilómetros ahora, marcando su camino con las migas de pan, Príncipe caminaba sigilosamente a su lado.

Su antorcha seguía ardiendo de forma intermitente, y aun cuando la llama ardía alto no ofrecía mucha protección contra la oscuridad. Los túneles de la cueva eran oscuros y fríos y, en su mayor parte, silenciosos. Agradecía la presencia perruna de Príncipe junto a ella, por su calor y su respiración.

Nunca había estado tan asustada en su vida. Su padre se había roto la espalda. Estaban atrapados en un lugar que no tenía ningún tipo de instalaciones médicas que pudieran llamarse así, y no tenía ni idea de cómo salir de estas cuevas y mucho menos cómo salir de los Nueve Reinos.

Deseaba volver a Nueva York tan desesperadamente, que podía sentirla. O, al menos, ver una cara amistosa. ¿Por qué había rechazado a Lobo? Si él estuviera aquí ahora, ella podría haberse quedado con su padre mientras Lobo encontraba una salida.

El camino se estrechaba hacia delante. Cuando Virginia se acercó más, se dio cuenta de que se había reducido a un agujero del tamaño de un hombre. Se detuvo. Ya había pasado entonces. No había ningún lugar adonde ir excepto hacia atrás. ¿Cómo podía decirle a su padre que había fracasado?

Príncipe pasó por el agujero. Ella se asomó después de él, pero no lo vio. Entonces esperó a que volviera.

No lo hizo.

No podía volver. Si se rendía ahora, su padre moriría. Respiró hondo y se metió por el agujero, la antorcha primero.

Por un momento, pensó que tendría que arrastrarse hasta que el túnel terminara delante de ella. Entonces vio una apertura. Se arrastró hacia ella, sintiendo un frío que era tan increíble, que hizo que el aire en sus pulmones se congelara.

Salió del agujero a una cueva de hielo. Era increíblemente hermosa. Por encima de ella, las estalactitas relucían, emitiendo una luz mágica. No necesitaba su antorcha ya. Se alegró por la luz. La oscuridad le había dado más miedo de lo que quería confesar.

El Príncipe Wendell estaba en el centro de la cueva. Ladró cuando la vio. Se acercó a él, y se dio cuenta de que estaba de pie cerca de un círculo de aproximadamente unos cuatro metros y medio de ancho. Una tenue luz azulada provenía de él. A medida que se acercaba, se dio cuenta de que había algo escrito alrededor de todo el círculo.

- Por siete hombres ella dio su vida -leyó Virginia-. Para un hombre bueno ella fue su esposa. Bajo el hielo la Blancanieves Caída, se encuentra la más justa de todas.

Virginia examinó el círculo. Era de hielo, y debajo de la superficie había una anciana con el pelo negro azabache. Era hermosa en su largo sueño, enterrada en el propio hielo.

- Hola, Virginia.

Virginia se giró. La anciana estaba detrás de ella, sentada en un trono tallado en la roca de la cueva. Era aún más hermosa en vida, con su piel de papel de seda, arrugada y suave, y sus impresionantes ojos azules.

- ¿Quién eres? -preguntó Virginia.

- Me conoces -dijo Blancanieves-. Yo era la anciana que reunía leña en el bosque. La niñita Cupido en la Ciudad de los Besos. Tú viaje fue una vez mi viaje, y he tratado de ayudarte.

- ¿Estás muerta?

- Bien, sí, creo que podrías llamarlo así. Soy más del tipo de hada madrina de aparición ocasional ahora mismo. Pero todavía puedo influir en cosas. Y te he protegido de varios modos, protegiendo tú imagen de los espejos de la Reina. Pero pronto tendrás que ver y ser vista.

- No te entiendo -dijo Virginia.

La anciana abrió sus brazos, y el Príncipe Wendell fue hacia ella, meneando la cola. Ella lo abrazó y acarició su cabeza.

- ¿Qué piensas de mi nieto?

Virginia sonrió. La anciana era Blancanieves. Una de las cinco grandes mujeres, había dicho Lobo.

Blancanieves estaba esperando la respuesta de Virginia.

- Me gusta.

- Creo que ser un perro ha sido muy bueno para él -dijo Blancanieves.

- Pero él ha perdido su mente -dijo Virginia.

- Por eso ahora tú debes hacerte cargo -dijo Blancanieves-. Él te necesita para salvar su reino. Todos te necesitamos.

- Oh, no -dijo Virginia-. Tienes a la persona equivocada.

- Mi madre fue una Reina -dijo Blancanieves-, y cada día cosía junto a una ventana, contemplando la nieve caer, anhelando tener una niña. Pero un día se pinchó el dedo con una aguja, y en la nieve cayeron tres gotas de sangre, y supo que moriría dándome a luz.

Virginia dio un paso adelante. Las palabras de Blancanieves eran irresistibles.

- Mi padre estuvo triste durante muchísimo tiempo, pero finalmente volvió a casarse porque se sentía solo. Mi nueva madre no trajo ningunas posesiones al castillo excepto sus espejos mágicos.

Virginia frunció el ceño. Los espejos estaban por todas partes en este lugar.

- Y cada día ella cerraba con llave la puerta de su dormitorio, se quitaba toda la ropa y decía: “Espejo, espejo, en la pared, ¿quién es la más bella de todas?”. Y el espejo clavaba la mirada en ella, y se estremecía y exploraba todos los demás espejos del mundo y a toda la gente que se mira en ellos, y después contestaba: “Mi señora es la más bella de todas”.

La historia era tan familiar, y a la vez tan fascinante al oírla de esta manera. Virginia se acercó a Blancanieves y se sentó a su lado.

- Eso la satisfacía, ya que ella sabía que el espejo diría la verdad. Es la función de los espejos, incluso los espejos caprichosos y testarudos, Virginia. Permitir que te veas a ti misma como realmente eres. Pero debes estar segura de que deseas saber la verdad.

Virginia se envolvió las manos alrededor de las rodillas y escuchó. Blancanieves siguió con el cuento de hadas, cambiando sólo pequeñas partes de él, desde el momento en que creció hasta el momento en que el espejo dijo a la madrastra de Blancanieves que Blancanieves era ahora la más bella de todas.

Cuando Blancanieves mencionó cómo su madrastra había hecho venir al Cazador para matarla, Virginia se estremeció y pensó en el hombre que había estado persiguiéndolos. Reconoció gran parte de esto como ambas cosas, como un cuento y como los acontecimientos que ella estaba viviendo ahora.

- El Cazador dijo que iba a mostrarme los animales salvajes -dijo Blancanieves-, pero los animales salvajes estaban en sus ojos, y yo sabía mientras me llevaba más y más profundamente en el bosque, que iba a matarme. ¿Puedes imaginar ese momento, Virginia, cuándo te das cuenta que eres tan horrible que tu madrastra va a tener que asesinarte?

Virginia se estremeció. Podía imaginarlo.

- Cuando él acercó su cuchillo, caí de rodillas y dije: “Déjame vivir. Déjame vivir”. Y él guardó en su sitio el cuchillo y de camino a casa se cruzó con un joven jabalí, lo mató, le quitó los pulmones, el hígado y los tomó para la Reina. Y esa noche ella los comió, creyendo que comiéndome, adquiriría mi belleza.

Blancanieves extendió la mano y tomó la de Virginia. La mano de Blancanieves estaba sorprendentemente caliente, y la piel era delicada y suave. Su apretón fue firme, sin embargo.

- ¿Has estado alguna vez en el bosque, absolutamente sola, en la más absoluta oscuridad? -preguntó ella.

- Sí - dijo Virginia, pensando sólo en cómo había estado recientemente

- Estaba tan aterrorizada que simplemente corrí en la oscuridad. Corrí hasta que quedé agotada, y allí, delante de mí, había una casita de campo diminuta.

- ¡La casita que encontramos! -dijo Virginia. Recordó como ésta había parecido un refugio.

Blancanieves la describió de esa manera también. Una vez más la historia que ella contaba se mezclaba con el cuento de hadas y se le hacía sorprendentemente familiar. El padre de Virginia solía contarle cuentos a la hora de acostarse, pero su madre nunca lo hizo. Esta narración de la historia calmó algo en Virginia y la hizo sentirse querida.

Blancanieves habló a Virginia de los enanos, de cómo los enanos se alegraron de ver a Blancanieves y cómo estos tenían debilidad por los niños debido a su altura. Hizo reír a Virginia contándole como los enanos eran campeones haciendo volutas de humo, siempre fumando sus hojas en la noche, y llevando a cabo la rutina “El que lo huele se lo queda”.

Virginia podía imaginarse la vida en aquella pequeña casita de campo con aquellos siete hombres. También podía imaginar lo tedioso que sería, haciendo todo el trabajo de casa. Pero Blancanieves no parecía haberlo encontrado tedioso.

- Pensé que había encontrado mi verdadera vocación y la felicidad -dijo Blancanieves-. Pero de un modo extraño, ellos eran justo iguales que mi madrastra, porque no querían que yo creciera tampoco. Es muy importante que entiendas esto, Virginia, porque yo había pasado de algo muy malo a algo muy bueno, pero estaba sólo a mitad del camino correcto. Ellos me amaban, pero querían que yo siguiera siendo pequeña, como ellos.

Virginia asintió con la cabeza. Príncipe suspiró y se enroscó más cerca a los pies de su abuela, como un niño que disfruta de una buena historia.

Blancanieves siguió, contando a Virginia como había advertido a los enanos acerca de su madrastra, y como ellos se volvieron completamente paranoicos con ella. Y como los miedos de ellos se convirtieron en propios.

- Ella vino a por ti, sin embargo -dijo Virginia-. Teníais razones para estar asustados.

Blancanieves sonrió ligeramente, tristemente.

- Sus espejos me encontraron finalmente. Se vistió como un viejo vendedor ambulante y caminó sobre las siete colinas hasta mi casa. Dos veces vino, una vez con un corsé para aplastar mis costillas, y luego con una peineta envenenada para drogarme. Ambas veces me enamoré de sus chucherías, pero los Enanos volvieron justo a tiempo para salvarme la vida.

Virginia había olvidado esa parte del cuento de hadas. Se inclinó más cerca, escuchando.

- Pero la última vez vino con las manzanas más hermosas alguna vez hayas visto -dijo Blancanieves, la voz temblaba por los recuerdos- y esa vez se quedó a verme morir, para asegurarse. Me sostuvo hasta que morí delante de ella, ahogándome con un pedazo de manzana.

Blancanieves hizo una pausa, luego suspiró. Virginia le apretó la mano. Blancanieves le devolvió el apretón.

- A menudo pienso, ¿por qué la dejé entrar? ¿No sabía yo que ella era mala? Y lo sabía, por supuesto que lo sabía, pero también sabía que no podía mantener esa puerta cerrada toda mi vida, sólo porque fuera peligroso, sólo porque había una posibilidad de resultar herida.

Sonrió a Virginia, con los ojos llenos de lágrimas. Apenas pudo contarle como los enanos la encontraron y lloraron su muerte, y Virginia tuvo problemas para escuchar una historia tan triste. Los enanos lloraron su pérdida durante tres días y tres noches, llorando hasta que sus ojos sangraron. No podían soportar poner a Blancanieves en la tierra, así que le hicieron un ataúd de cristal.

- Escribieron mi nombre en él con letras de oro -dijo- y que yo era una princesa, algo que yo misma había olvidado hacía mucho tiempo. Después pusieron el ataúd sobre la cumbre de una colina en la base de esta montaña.

- En la Ciudad de los Besos -dijo Virginia.

Blancanieves asintió con la cabeza.

- Un día un príncipe vino, se enamoró de mí y ofreció comprar el ataúd.

- Los enanos no vendieron, ¿verdad? -preguntó Virginia.

- No al principio -dijo Blancanieves-. Le dijeron que no podía tenerlo ni por todo el oro del mundo, pero él volvió día tras día durante un año, y al final vieron que se había enamorado de mí como ellos lo hicieron una vez. Él trajo a sus amigos para mover el ataúd, pero ellos tropezaron, y me dejaron caer, así que la sacudida movió el terrón de la manzana envenenada que se había pegado en mi garganta, y de repente abrí los ojos.

Virginia descubrió que estaba conteniendo el aliento, cautivada por una historia que conocía de toda la vida.

- En nuestra boda, los enanos me entregaron, vi en sus ojos ese destello de orgullo y dolor, y me di cuenta que había recibido algo muy especial. El amor de gente que no da su amor fácilmente, o no lo da a menudo. Pero tuve que abandonarlos para cumplir con mi destino. Hay muchísimas mentiras, pero la más grandes de ellas es la mentira de la obediencia.

Blancanieves hablaba enérgicamente ahora. Virginia frunció el ceño. Sabía que Blancanieves estaba remarcando un punto, pero no estaba exactamente segura por qué pensaba que este punto podía ser importante para Virginia.

- La obediencia no es una virtud. Quise complacer a todos menos a mí misma, y tuve que perderlo todo para aprender aquella lección. Por mi orgullo tuve que yacer en un ataúd de cristal durante veinte años para aprenderla. Cuando fui liberada, entendí. Mi marido era un hombre bueno, pero él no me rescató. Me rescaté yo misma.

- ¿Qué tiene que ver todo eso con conmigo? -preguntó Virginia.

- Todo -dijo Blancanieves-. Eres fría, Virginia. ¿Cómo te has dejado convertir en alguien tan frío?

Virginia tembló. Blancanieves puso sus brazos alrededor de ella, y Virginia sintió una corriente de lágrimas caer por su cara. Era como si se hubiera derretido. Las lágrimas cayeron y se convirtieron en sollozos. Blancanieves la sostuvo y la meció como a una niña.

- Tú todavía estás perdida en el bosque -dijo Blancanieves-. Pero las muchachas solas, perdidas como nosotras, pueden ser rescatadas. Tú estás de pie al borde de la grandeza.

- No lo estoy -dijo Virginia, intentando ahogar sus lágrimas-. Soy una inútil. No soy nadie.

- Un día tú serás como yo -dijo Blancanieves-, una gran consejera para otras muchachas perdidas. Ahora levántate.

Virginia se levantó. Se limpió las lágrimas de la cara con el dorso de la mano.

Blancanieves metió la mano en su bolsillo y entregó a Virginia un espejo de mano maravillosamente tallado.

- Este espejo te mostrará lo que haces y no quieres ver.

Virginia lo miró, pero giró el cristal de modo que no pudiera verse a sí misma.

- El veneno es el modo en que golpeará la Reina -dijo Blancanieves-. Y el modo en que debe ser derrotada. Debes encontrar la peineta envenenada con el que mi madrastra intentó matarme.

- ¿Pero qué puedo hacer yo sola?

- Note aferres a lo que sabes -dijo Blancanieves-. Yo di la espalda a mi vida ordinaria. Conozco el precio. No lo pienses. Sé.

Virginia asintió con la cabeza. Entonces su antorcha vaciló. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? Sólo tenía una luz.

- Mi luz se está apagando -dijo Virginia-. Voy a morir aquí abajo.

- Deja que la luz se apague -dijo Blancanieves-. Abraza la oscuridad.

- No puedo encontrar la salida en la oscuridad. -Sólo quedaba una llama diminuta. No sería capaz de encontrar ayuda ahora.

Blancanieves puso una suave mano en el brazo de Virginia.

- Ahora puedes pedir un deseo e intentaré concedértelo.

Virginia alzó la vista. Blancanieves le había dado esperanza.

Blancanieves sonrió.

- Pero pide el deseo correcto.

Virginia sabía lo que tenía que pedir.

- Deseo que la mala suerte de Papá acabe y su espalda ya no esté rota

- En un sentido estricto, eso son dos deseos -dijo Blancanieves- pero está hecho.

De repente, se giró y miró lejos de Virginia. Su piel pálida se puso aún más pálida, como si un pensamiento terrible hubiera cruzado por su mente.

- Tu padre está en el peligro. Ve con él.

- Lo sé, pero…

- Ve con él. Ahora. Inmediatamente -dijo Blancanieves.

Y Virginia lo hizo.

***

Tony nunca había experimentado un dolor como este antes, un dolor tan severo que era en realidad un compañero. Había oído que un dolor semejante se desvanecía porque el cuerpo no podía manejarlo, y era cierto. Si no se movía, no sentía nada por debajo del cuello.

A veces eso lo aterrorizaba aún más. Tenía que encontrar algo que hacer en la oscuridad. Contó sus respiraciones. Intentó dormir.

No tenía ni idea cuánto tiempo había pasado cuando vio una luz tenue en la distancia. Su corazón saltó. Había creído que iba a morir aquí, lentamente y solo.

- Virginia -dijo Tony-. Oh, gracias a Dios. Me estaba volviendo loco.

Sus mejillas estaban mojadas. Lamentaba no poder estirar el brazo hacia su hija, pero eso dolería demasiado.

- Había perdido toda la esperanza -dijo Tony.

- Eso fue lo correcto. -No era la voz de Virginia. Pertenecía al Cazador.

- Oh, Dios mío -dijo Tony. No podía hacer nada. Estaba atrapado aquí con este monstruo. Iba a morir.

- Me muevo despacio -dijo el Cazador-, pero siempre consigo lo que quiero.

El Cazador depositó su lámpara y miró fijamente a Tony. No había ninguna compasión en esos ojos pálidos.

- ¿Adónde llevó ella al perro?

Tony no contestó. La única cosa que tenía era su silencio. El Cazador miró los túneles bifurcados.

- ¿Qué camino siguió ella?

- Vete al infierno -dijo Tony-. Es posible que me mates de todos modos, con mi suerte.

- No te lo preguntaré otra vez. -El Cazador agarró a Tony por la garganta. El movimiento envió ondas de dolor a la espalda de Tony. El Cazador puso su cuchillo contra la piel de Tony.

- Vamos, hazlo -dijo Tony-. No me importa.

- Me lo dirás mucho antes de que mueras. -Clavó su cuchillo en la piel cercana a la nuez de la garganta de Tony. Tony se preparó a sí mismo cuando de repente ¡zas! Algo golpeó al Cazador en la cabeza.

El Cazador soltó su apretón, moviendo sus pálidos ojos. Luego dos golpes más y el Cazador cayó. Yacía completamente quieto.

Su antorcha había caído con él. Tony miró detenidamente a través de la vacilante luz para ver a Virginia, agarrando su propia antorcha, con el hierro de la parte de arriba deformado hacia fuera por la fuerza de los golpes. El Príncipe Wendell ladró sus ánimos mientras Virginia bajaba la mirada hacia el Cazador.

- Creo que lo has matado -dijo Tony, sintiendo más alivio del que nunca había sentido en su vida.

Virginia parecía diferente. Distraída, casi distante. No parecía tan feliz de ver a Tony como él de verla a ella.

- Levántate y ven conmigo -dijo Virginia.

- Mi espalda está rota -dijo Tony-. Te lo dije.

- No, no está -dijo Virginia.

- Sí, sí lo está -Se movió. No hubo ningún dolor en respuesta. Podía levantar el brazo, doblar las piernas. Casi gritó de alegría-. Está mejor. ¿Cómo sabías que estaba mejor?

Se levantó y sonrió abiertamente, sintiéndose un poco ridículo.

- Esto no es posible. Tenía la espalda rota.

- He encontrado la cosa más maravillosa -dijo Virginia-. Ven conmigo.

- ¿Encontraste la salida?

- Mejor que eso. -Ella recogió la antorcha del Cazador y bajó por la bifurcación izquierda. Tony la siguió. Su cuerpo se sentía más fuerte que nunca. O tal vez él se fijaba en ello por primera vez, reparando en lo maravilloso que era cuando todo funcionaba bien.

- ¿Hay algo mejor que una salida? -preguntó Tony.

Ella no contestó. Lo condujo rápidamente por el túnel a un lugar que se convirtió en un agujero del tamaño de un hombre. Ella avanzó lentamente por allí, y Tony la siguió.

Terminaron en una caverna enorme.

- Mira -dijo Virginia, sosteniendo la antorcha.

Era una caverna. Unas pocas estalactitas, algunas rocas. Nada más.

- ¿El qué? -preguntó Tony.

Virginia giró, claramente trastornada.

- Pero esto era…

- Creía que habías encontrado la salida.

- Sí. -Parecía distraída otra vez. Se llevó la antorcha a los labios y la apagó.

La oscuridad era completa e inmensa. Tony nunca habría deseado volver a ver una oscuridad como esa.

- ¿Qué has hecho? No nos queda ninguna cerilla.

- Estate tranquilo -dijo-. Escucha.

Todo lo que Tony oyó fue silencio. Silencio y oscuridad. Al menos su espalda no estaba rota. Esto ya era suficiente pesadilla.

- ¿Puedes oír eso? -preguntó Virginia.

- ¿Qué? -preguntó Tony-. ¿Oír qué?

Entonces oyó un sonido débil. Un estruendo en la distancia.

Virginia tomó su mano, y Príncipe topeteó la cabeza contra la palma libre de Tony. Juntos avanzaron hacia el estruendo. Éste hacía más y más fuerte, como el retumbar de truenos.

Finalmente la oscuridad dejó de ser tan completa. Tony comenzó a darse cuenta de que podía ver la forma de las rocas, a Virginia, y a Príncipe. La luz se hizo más fuerte, y cuando se acercaron más a ella, Tony reconoció un sonido como de un torrente de agua.

De repente caminaban a la luz del día. Ésta los cegó tras la oscuridad de la cueva. Tony se puso una mano sobre los ojos, luego la bajó y casi se desmayó.

Habían aparecido en lo alto de una cascada cuyo salto de agua caía cientos de metros hacia abajo. Gotitas de agua le golpeaban la cara. El viento aquí era tonificante, y las rocas que pisaban estaban mojadas.

- No mires hacia abajo -dijo Tony-. Quédate por detrás del borde, Príncipe.

Virginia sonrió abiertamente. Entonces Tony se rió. Estaban vivos. No había creído que pudieran conseguirlo, y sin embargo estaban de pie aquí, a la luz, fuera de las cuevas. Enteros.

- Estamos de vuelta en el Cuarto Reino -dijo Tony. Virginia volvió la mirada hacia la cueva. Aquella expresión distraída cruzó su cara otra vez. Sacó un hermoso espejo de mano de su bolsillo.

- ¿De dónde sacaste eso? -preguntó Tony.

Virginia sostuvo el espejo frente su cara y sonrió.

- Espejo, espejo, en mi mano, ¿quién es la más bella de la tierra?

El espejo comenzó a nublarse. Tony se inclinó y miró. La sonrisa de Virginia decayó. Ambos observaron nerviosamente cómo el contorno de una persona se formada en el cristal.

Entonces Virginia casi dejó caer el espejo debido a la impresión. Tony tuvo que agarrarle la muñeca para sostener el espejo.

- No, no, no -dijo Virginia-. No puede ser…

Tony giró el espejo de modo que pudiera ver la imagen. Y lo que vio casi detuvo su corazón.

- Oh, Dios mío -dijo Tony-. Es tu madre.