ESTA ENTRANDO EN EL TERCER REINO.

Tenía una idea de este lugar por aquel mapa bellamente dibujado que había visto antes en su sueño (esto era un sueño, ¿no? ¿Por favor?). En el Tercer Reino, decía algo acerca de los trolls.

La hierba estaba demasiado crecida aquí, y algo había muerto en ella, haciendo que el hedor de la chaqueta de cuero pareciera casi agradable. Todo, desde la madera a las boyas y a los botes, se veía mugriento y descuidado.

Hacia su izquierda había varios carros sin usar, y una carretera que concluía en una oscura y prohibitiva montaña. Hacia la cima vio un feo castillo y de algún modo supo, con la certeza de los sueños, que ese era su destino.

Volvió la cabeza otra vez, y vio delante una serie de cabañas de madera. Delante de ellas se sentaban hombres vestidos con uniformes amarillos, fumando y bebiendo sin preocuparse por su trabajo. Había tres arcos que se hallaban encima del camino.

El primero decía: CIUDADANOS TROLLS.

El segundo decía: CIUDADANOS EXTRANJEROS.

El tercero decía: ESCLAVOS.

Ese último era una muy mala señal. Virginia se estremeció. No había tenido intención de hacer una broma, pero su cabeza dolía como nunca, y podía sentir un bulto formándose en el lado derecho. Había estado en una prisión y luego alguien le había dado un golpe.

Su captor atravesó a grandes pasos el primer arco, manifestándose así como un troll. Ella se estremeció otra vez, y sintió aumentar el mareo. Este tenía que ser uno de los trolls a los que había encerrado en el ascensor. Las cosas se estaban poniendo muy, muy mal.

Los hombres en uniforme se levantaron de un salto y luego hicieron una reverencia.

- Bienvenidos de nuevo, Sus Majestades -dijeron al unísono.

Muy, muy mal efectivamente.

***

Tony ya no sentía las manos. Tal vez, si las sintiese, intentaría golpear a los guardias que le sujetaban sobre sus cabezas y luego le diría al Príncipe Wendell que saliese corriendo.

No obstante, puede que no. Estos guardias eran los hombres más duros que Tony había visto jamás… y eso que había crecido en un barrio muy malo. Pero el alcaide de la prisión parecía aun más duro. Habían llevado a Tony ante este alcaide. Parecía cruel, parecía perverso, y parecía cabreado por el polvo de troll.

Pero bueno, ¿quién no lo estaría?

Los guardias habían conducido a Tony a la oficina del alcaide. Wendell los siguió. La oficina era tan oscura y siniestra como el resto de este horrible lugar.

- Es algún tipo de conjuro -estaba diciendo uno de los guardias al alcaide-. Los muchachos y yo hemos estado sin sentido más de un día. Hemos registrado cada pulgada de la prisión pero la Reina no está, señor.

Los pequeños y brillantes ojos del alcaide se clavaron durante un rato muy largo en el guardia, como si la desaparición de la Reina fuera culpa suya. Luego el alcaide giró esos pequeños y brillantes ojos hacia Tony.

- He sido el alcaide de esta prisión durante doce años. Ningún prisionero ha escapado antes.

Tony comenzó a temblar. Pero se las arregló para sonar tranquilo mientras susurraba.

- Ese es un record muy impresionante.

- Hagas lo que hagas, no le digas que soy un perro. -El Príncipe Wendell sonaba muy cerca.

- ¿Por qué no? -preguntó Tony.

- Habla sólo cuando te hablen -exclamó el alcaide.

- Porque la Reina tiene algún plan terrible -dijo el Príncipe Wendell-. Mi reino entero podría estar en peligro. Nadie debe saber que estoy indefenso.

El alcaide crujió los dedos. Tony saltó.

- ¿Dónde está la Reina? -preguntó el alcaide. Su tono era amenazador, sus hombros eran anchos, y con ese crujir de dedos parecía como si pudiese infringir un serio daño.

¡Deseo estar en casa, ahora, en este instante! -gritó Tony-. Deseo estar de regreso en casa sin percances y metido en la cama.

Tony chasqueó los dedos y chocó sus talones como Dorothy en Oz. El alcaide clavó los ojos en él. Los guardias clavaron los ojos en él. Estaba dispuesto a apostar que también el Príncipe Wendell estaba clavando los ojos en él.

Y eso fue todo lo que ocurrió.

- Pues -dijo el alcaide- parece que no lo estás.

El estómago de Tony se revolvió y luego se debilitó, y luego dolió. Tuvo arcadas. Algo estaba subiendo, y estaba subiendo ahora. Tosió, tuvo arcadas y se inclinó. Todo ese esfuerzo y luego… una marchita cáscara negra salió volando de su boca y aterrizó en el escritorio del alcaide.

- Oh, no, Anthony -dijo Príncipe-. ¿Te tragaste una habichuela de excremento de dragón? Idiota.

Tony cerró los ojos.

- Supongo que eso significa que he agotado todos mis deseos.

El alcaide tiró a la cáscara humeante dentro de la papelera. Luego arremetió contra Tony.

- ¿Cómo escapó la Reina?

- No tengo la más mínima idea -dijo Tony.

- ¿Entonces por qué te han encontrado encerrado en su celda vacía?

- Soy una víctima inocente -dijo Tony-. En toda mi vida nunca he tenido problemas con la ley.

El alcaide levantó una muy tenue ceja.

- ¿Entonces por qué llevas puestas unas esposas?

- Porque me buscan por robo a mano armada -dijo Tony-. Pero tampoco tengo nada que ver con eso.

- Continua, Anthony -dijo el Príncipe Wendell-. Hasta ahora lo estás haciendo espectacularmente bien.

El temblor de Tony había empeorado.

- He venido aquí desde una dimensión diferente, guiado por este perro, que es en realidad el Príncipe Wendell.

- Te dije que no lo dijeras -dijo el Príncipe Wendell.

- ¿El Príncipe Wendell? -preguntó el alcaide.

El alcaide fijó sus pequeños y brillantes ojos en el Príncipe Wendell, quien sostuvo su mirada, y luego los volvió a girar hacia Tony.

- Puedo hacerte romper rocas con los dientes durante cien años.

Probablemente podía además.

- Es la verdad -dijo Tony-. Lo juro.

- Éste es el perro de la Reina -dijo el alcaide-. Le hemos permitido mantenerlo en su celda durante tres años. No insultes mi inteligencia.

- Es el Príncipe Wendell -dijo Tony-. Mira, te lo mostraré -Se inclinó y miró a Príncipe-. Ladra una vez si estoy diciendo la verdad.

El príncipe Wendell ni siquiera le miró.

- No tengo intención de ladrar, Anthony.

Oh, genial. Oh, genial. El maldito perro iba a conseguir que les mataran a ambos. Él y su estúpido orgullo.

- Sólo está avergonzado -dijo Tony. Miró hacia la puerta. Tenía que salir de aquí. Necesitaba algún tipo de plan. Tal vez la honestidad funcionaría.

Se lamió los labios.

- Debo ser puesto en libertad inmediatamente -dijo-. Creo que mi hija ha sido secuestrada por los trolls…

El alcaide golpeó en su escritorio tan fuerte que el sonido reverberó por todo en el cuarto.

- ¡Ya basta! -rugió-. Te sacaré la verdad muy pronto. Guardia, quítale las esposas, dale un uniforme de presidiario, y mételo, eh…

Pasó el dedo por una gráfica que enumeraba a todos los prisioneros. Su sucia uña se detuvo en un número, y una lenta sonrisa se extendió a través de su fea cara.

- Oh, sí -dijo el alcaide-. Mételo en la 103 con Acorn el enano y Cara de Arcilla el goblin.

- ¿Cara de Arcilla? -dijo Tony-. No quiero ser encerrado en una celda con alguien llamado Cara de Arcilla.

- ¿Qué hacemos con el perro de la Reina, señor? -preguntó uno de los guardias.

El alcaide miró al Príncipe Wendell. El perro parecía más majestuoso que nunca. ¿Cómo lo lograba, cuándo todo lo que Tony quería hacer era correr?

- Pon el horno en marcha -dijo el alcaide-. Esta noche pondré algún veneno para ratas en su cena y lo tiraremos al incinerador mañana.

Ahora la majestuosidad del Príncipe Wendell se marchitó.

- ¿Oíste eso? ¿Oíste eso, Anthony? Tienes que sacarme de aquí. Es tu deber.

Oh, sí, como si Tony pudiese hacerlo con las manos esposadas y dos guardias arrastrándolo hacia sus compañeros de celda Acorn y Cara de Arcilla. De todas formas, Tony ofreció resistencia. Se resistió, y se resistió, y se resistió otra vez, pero los guardias le aferraban fuertemente. No podía ni darles codazos. No podía escapar. No sabría adónde escapar.

Excepto a ese espejo. Dondequiera que estuviese. Aunque estaba en este edificio, parecía muy lejos.

Su única esperanza era Virginia y no tenía ni idea de donde estaba ella, o incluso si aún estaba viva.