Capítulo 34

La Reina permanecía ante sus espejos mágicos. Los había aniquilado. La visión que le había sido concedida le había proporcionado una nueva determinación. Estaba preparada para tomar lo que le pertenecía.

Ondeó un brazo y le dijo al espejo:

- Tráeme al Rey Troll.

- No nos hablará -contestó el espejo.

La Reina rió con una sonrisa escueta y privada.

- Dile que sus hijos están muertos.

El espejo ondeó y de repente apareció una imagen. Un campo ardiendo, teñido de humo y enturbiado dominaba la imagen. En una esquina del campo, la reina creyó ver cabezas en estacas. Los tambores de guerra redoblaban en la distancia, y los ejércitos trolls marchaban a lo largo de la carretera, casi ocultos entre el humo.

De pronto el Rey Troll Relish saltó ante al espejo. Su cara estaba manchada de hollín y sangre, los ojos entrecerrados.

- ¡Muertos! -gritó el Rey Troll en el espejo-. ¿Muertos?

La Reina ocultó la sonrisa.

- Estarán muertos a menos que accedas a encontrarte conmigo para hablar.

El Rey Troll dio un cabezazo a su espejo, fragmentándolo. La Reina tuvo que dar un paso atrás retirándose del suyo antes de comprender que la rotura no ocurriría en su lado.

- ¡Tú, cerda malvada! -gritó.

La Reina plegó las manos bajo las largas mangas de su vestido púrpura.

- Encuéntrate conmigo en el Manzanar, a las afueras del pueblo de Corderito mañana al amanecer. Ven sólo y desarmado, o les cortaré la garganta.

- Si haces daño a…

Ondeó una mano y cortó la comunicación. Sintiéndose bien al controlar otra vez las conversaciones.

- Pues bien, no se diga más.

Se volvió hacia al criado que estaba encogido cerca de la puerta. Algún día conseguiría criados que no se acobardaran y aún así fueran eficientes.

- Empaquétalo todo y que nadie sepa que hemos estado aquí.

El criado inclinó la cabeza.

Se permitió recuperar la sonrisa, contemplando el futuro.

- Partiremos, -dijo-, cuando caiga la noche.

***

El grupo estaba sentado en la plaza del pueblo, bajo una enorme y antigua estatua de Blancanieves y los Siete Enanitos. La estatua era gris y estaba cubierta de caca de paloma. Nadie la había limpiado en cincuenta años. A Tony le preocupó sentarse tan cerca de ella.

Virginia y Lobo estaban muy juntos, y el Príncipe Wendell yacía a sus pies, con la cabeza sobre las patas. Todos parecían abatidos, pero no tan desalentados como se sentía Tony.

Estaba sentado en el borde del banco, mirando fijamente al kiosco cercano. Sabía que Wendell ya había visto los titulares: La Deshonra de Wendell: Coronación Cancelada. Observar las palabras sólo hizo que el perro se sintiera más deprimido.

- Todo está perdido -dijo el Príncipe Wendell probablemente por decimoquinta vez.

- ¿Cuánto tenemos entre todos? -preguntó Tony.

Esperaba que de algún modo consiguieran el efectivo que necesitaban para el espejo. Si al menos hubiera encontrado la forma de comprarlo antes de antes de ir en busca de Virginia. Era asombrosa la diferencia que suponía una hora.

Virginia contó la fortuna que tenían entre todos. Puso las monedas en montones diferentes exponiendo los distintos valores. Tony todavía no estaba seguro de cómo se las entendía con todo ese dinero de mentira, pero se alegró de que pudiera hacerlo.

- Exactamente treinta Wendells de oro -dijo Virginia-. ¿Cómo podemos convertir treinta monedas en cinco mil para mañana por la mañana?

Wendell suspiró. Lobo frunció el ceño. Virginia miró fijamente al dinero. Tony pensó. ¿Cómo incrementar sus activos? Encontrar un trabajo tan bien pagado sería tan difícil como ganar la lotería.

Luego se enderezó.

- Tengo una idea -dijo-. Seguidme.

Fueron al otro lado de la plaza del pueblo. Mientras caminaban, les contó su plan. A Virginia no le gustaba. Lobo se encogió de hombros. Wendell no tenía ninguna opinión, lo cual no era normal. Pero Tony estaba decidido.

Tony los detuvo frente al edificio en el que apenas se había fijado antes. El Casino Suerte-en-el-Amor. En el exterior, la gente estaba vendiendo hechizos de suerte… literalmente. Una pata de conejo por un Wendell de oro. Tréboles de cuatro hojas por cuatro Wendells de oro.

Virginia negó con la cabeza y murmuró algo sobre que los únicos que hacían dinero eran los vendedores de hechizos.

Tony la ignoró. Se aseguró de que Lobo y Virginia tuvieran diez monedas de oro. Se guardó diez para él.

- Muy bien -dijo-. Uno de nosotros tiene que ganar una fortuna antes del amanecer.

- Tengo una idea para Príncipe. -Virginia se arrodilló junto al perro real. Tony no pudo ver qué estaba haciendo, pero podría decir que el Príncipe Wendell estaba bastante agitado.

- No, Tony -dijo Príncipe-. Dile que me niego. Me niego rotundamente. Es tan humillante.

- Cada granito de arena ayuda. -siguió Virginia. Tony miró con atención hacia abajo.

Ella había colocado un letrero alrededor del cuello de Wendell. Se leía: