Capítulo 23

El Príncipe Perro estaba metido en la cama, con las manos curvadas como patas sobre las mantas. Con esta luz parecía casi… mono. La Reina lo miró cariñosamente. Había sido realmente un muy buen perro.

Sólo deseaba poder hacerlo un mejor príncipe.

- ¿Recuerdas cómo te conté de donde viene mi magia? -le preguntó la Reina.

- ¿De la malvada madrastra del pantano?-dijo el Príncipe Perro.

- Bien, cuando ella murió y yo llegué a dominar sus espejos -dijo la Reina-, fui al Castillo Blanco. Por aquel entonces la propia Blancanieves hacía tiempo que había muerto, y su único hijo se había casado, y él mismo tenía un hijo recién nacido, el Príncipe Wendell.

- Ese soy yo -dijo el Príncipe Perro.

- Exactamente. Me convertí en su niñera, y durante tres largos años envenené lentamente a su madre, la Reina, y luego durante tres años más reconforté el corazón roto del Rey, y después me casé con él. Cuando fui llamada Reina por primera vez eso me hizo sentir, bueno… en casa.

Podía recordar cuán bien se sentía como si acabase de ocurrir ayer. Cuando se convirtió en Reina, supo prácticamente de inmediato que necesitaba más.

- Ya estaba envenenando lentamente al padre de Wendell -dijo- y pronto él también había muerto, y el pequeño Wendell, el último de la Casa de Blanca, era la última barrera para tener el poder absoluto.

Con su mano derecha, acarició la cara del Príncipe Perro. Él se apoyó en ella de la misma forma que lo hacía cuando era un perro.

- Pero mi plan fue descubierto, Wendell sobrevivió, y fui encerrada en prisión por diez mil años. Gracias a Dios abolieron la pena de muerte, eso es todo lo que puedo decir.

Se inclinó y le dio tiernamente el beso de buenas noches al Príncipe Perro. Alcanzó la lámpara, deteniéndose un momento.

- Apostaría -dijo suavemente- que ciertamente él deseará ahora mismo haberme matado.

***

Estaba calentita por primera vez en días, y estaba durmiendo en una cama blanda. Se sentía estupendamente. Se sentía… peluda.

Los ojos de Virginia se agitaron. Cuando los abrió se quedó mirando al techo intentando recordar donde estaba. Se dio la vuelta y vio que estaba en un mar de pelo.

- Oh, Dios mío -dijo-. Oh, Dios mío.

- ¿Qué? -dijo Lobo, levantándose-. ¿Qué? Válgame Dios. Cáspita.

El pelo estaba en todas las habitaciones, subiendo por las escaleras. Ella nunca había visto tanto pelo en su vida.

- Está por todas partes -dijo Virginia.

Lobo lo miraba fijamente como si no hubiese visto nunca nada parecido. Desde luego ella no lo había visto. Comenzó a hiperventilar. Él la cogió por los hombros.

- Vamos a resolverlo -le dijo. Llamó a gritos a su padre. Después de unos momentos, Tony salió de la habitación de arriba… y resbaló sobre el pelo. Se deslizó parcialmente por las escaleras, agarrándose a la barandilla.

Por un momento, miró fijamente el mar de pelo, luego corrió de vuelta por las escaleras. Virginia se sintió abandonada, pero solo por un momento. Él volvió a bajar con un par de tijeras de podar.

- Vamos a sacar esto fuera -dijo Lobo. La ayudó a atravesar todo el pelo. Les costó bastante quitar los muebles de la puerta, pero se las arreglaron.

La mañana era tan brillante como eran todas en ese extraño bosque. Lobo agarró un hacha y ayudó a Virginia a llegar cerca de un árbol.

- Quédate quieta -le avisó.

Virginia asintió. Él bajó el hacha sobre su pelo una y otra vez. No pasó nada.

Ella miró sobre su hombro. Lobo estaba ahora usando un serrucho. Lo pasaba hacia delante y hacia atrás, paró cuando los dientes se rompieron.

- Oh, no -murmuró ella.

- Prueba esto -dijo su padre, alcanzándole las tijeras a Lobo.

Lobo agitó la cabeza. Parecía que estaba buscando algo más.

Su padre se acercó y se agachó junto a ella. Intentó de cortar el pelo de la espalda. Ella podía oír las tijeras trabajar, pero sabía que no estaba teniendo suerte. Él estaba haciendo el mismo sonido desagradable que hacía cuando intentaba algo con mucha fuerza.

- Esto no es bueno -dijo Tony-. No lo corta nada.

Ella ya lo sabía, aunque no lo sabía de verdad. Se llevó las manos a la cara. El pánico que había estado sintiendo desde que comenzó a crecerle el pelo había empeorado.

- ¿Qué pasa si no para nunca de crecer? -preguntó Virginia-. Voy a morir por el pelo largo.

A través de sus dedos, vio a su padre y a Lobo intercambiar una mirada preocupada. A pesar de toda su bravuconería, estaban tan asustados como ella.

Comenzó a temblar.

- No desesperes -dijo una voz.

Miró hacia arriba. Uno de los pájaros mágicos estaba posado sobre un manzano cerca de ellos.

- Como has salvado mi vida -dijo el pájaro mágico-. Voy a decirte como cortar tu pelo.

Ella dejó escapar un suspiro. Esperanza.

- Por favor.

- En lo profundo del bosque -dijo el pájaro- hay un leñador con un hacha mágica que, cuando la blanden, no falla nunca en cortar lo que golpea, y puede cortar tu pelo y terminar con la maldición.

El pájaro extendió sus alas y se alejó volando antes de que Virginia pudiese darle las gracias.

- Pongámonos en marcha -dijo Lobo- antes de que el pelo de Virginia sea demasiado largo para moverse.

Ella le lanzó una mirada asustada. No había pensado en eso.

- Algo en este lugar me está poniendo famélico -dijo Tony.

Alargó la mano y cogió una hermosa manzana roja. Abrió la boca para darle un mordisco y Lobo gritó.

- ¡Tony no! ¿Qué estás haciendo? No te comas esa manzana.

Su padre sujetó la manzana enfrente de él y se volvió hacia Lobo.

- ¿Por qué no?

- Piensa en donde estás -dijo Lobo-. En la cabaña de Blancanieves.

- Sí, ¿y? -preguntó Tony

- Este manzano creció probablemente de las semillas de la manzana que la envenenó.

La respiración de Virginia se atascó en su garganta. Su padre tiró la manzana lejos, obviamente desilusionado.

- Tío -dijo- no puedes ser lo bastante cuidadoso en este lugar.

- Vamos -dijo Lobo-. Tenemos mucho que hacer si vamos a seguir el espejo.

El espejo. Virginia lo miró. Con la crisis del pelo se le había olvidado completamente. Se puso de pie, esperando que las nuevas noticias acerca del Leñador cambiasen su suerte para mejor.

***

Lobo se estaba poniendo nervioso. Su avance entre los árboles era dolorosamente lento. El pelo de Virginia se quedaba enganchado, y los tres pasaban más tiempo desenganchándolo que andando. Y para empeorar sus problemas, durante la última hora o así, Lobo estaba oliendo algo nuevo en el aire.

Se estaba acercando.

- Tengo un olor -dijo Lobo-. Estoy seguro de que es el Cazador. Está cerca. Tenemos que movernos más rápido.

- No puedo ir más rápido -dijo Virginia.

- Virginia -dijo Lobo- ese hombre nos va a coger en una hora más o menos.

- ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Tony.

Virginia intentaba soltar su cabello de un arbusto. Lobo lo miró y supo que correr estaba fuera de cuestión. Se paseó de arriba abajo, pensando un momento. Por primera vez en esta aventura no tenía ninguna idea.

Entonces, de repente, lo supo.

- Os esconderé y luego lo guiaré lejos. Puedo perderlo.

- Espera un momento -dijo Tony-. ¿Cómo sabemos que volverás?

- Porque mi vida está dedicada a hacerle el amor a tu hija.

Tony entrecerró los ojos.

- Eso no era lo que quería escuchar.

Lobo lo ignoró. Los padres reacios eran un lujo en ese momento.

- El Cazador es muy bueno -dijo Lobo-, pero sigue rastros. No puede oler cosas como un animal. Lo guiaré en un círculo enorme y mañana volveré por vosotros. Rápido. Podemos empezar por el Príncipe.

Le llevó prácticamente toda la hora cubrir al Príncipe Wendell, Tony, y Virginia con hojas y ramitas. El Príncipe Wendell fue el más difícil. Cada vez que Lobo pensaba que había terminado, veía otro destello de oro.

- Esto es lo mejor que puedo hacer -dijo Lobo finalmente-. ¿De acuerdo?

Hubo un ligero movimiento entre las hojas y una mano de Virginia, hermosa y pequeña se levantó y la agitó. A continuación Tony levantó una mano a tres metros de distancia. Lobo medio esperaba que el Príncipe Wendell levantara una pata dorada.

- Ni tan siquiera respiréis hasta que haya vuelto.

Las manos desaparecieron y Lobo revisó hasta estar seguro de que no había rastro de ninguno de los tres. No había huellas de pisadas, ninguna furtiva hebra de pelo, nada.

Asintió, a continuación se marchó saltando, intentando dejar un rastro que incluso el más tonto de los cazadores sería capaz de seguir.

***

A Virginia le picaban los ojos. Su nariz comenzaba a picar también. Las hojas tenían un olor otoñal y debajo de éste, olía a moho. El moho la estaba molestado desde que habían entrado en este bosque. Era medio alérgica a él, y la alergia parecía estar empeorando. Había estornudado un montón cuando estaban en la cabaña de Blancanieves, y ahora estaba respirando superficialmente para prevenir otro estornudo.

Deseaba poder hablar con su padre. Estaba a unos pocos metros y ni siquiera podía oírlo. Estaba demasiado nerviosa para dormirse. Además, tenía miedo de que si se dormía roncara, o hablara, o se moviera.

Y le preocupaba su pelo. No estaba segura de cuánto tiempo lo podría mantener oculto. Había llenado la cabaña la noche anterior. La preocupaba que pudiese llenar esta parte del bosque para cuando Lobo estuviera de vuelta.

Curioso que no tuviese dudas acerca de él. Sabía que volvería. Había sido sincero con su comentario a su padre. Lobo volvería a por ella.

Entonces se puso tensa. Había un sonido diferente en el bosque. No como pisadas. Las hojas secas que susurraban con la brisa ligera, estaban simplemente susurrando más. Se preguntó si era su imaginación estaba trabajando en exceso, o si era algo de lo que debería preocuparse. Había otras criaturas en el bosque. Pero ella sabía que era el Cazador. No sabía cómo lo sabía. Quizá estar alrededor de Lobo había afinado su sentido del olfato. Pero algo en el sonido… su ritmo regular, quizás… le decía que alguien intentaba ser muy, pero que muy sigiloso.

Las hojas no le cubrían exactamente los ojos, podía ver si los entrecerraba. Mientras miraba, un hombre alto y rubio apareció. Intentó aguantar la respiración, pero su corazón latía más rápido. Era difícil estarse en silencio de repente, cuando era real y de verdaderamente tan importante. El picor en sus ojos creció, y el deseo de estornudar creció con él. Aguantó la respiración, esperando que funcionase. El Cazador… ¿quién más podría ser este imponente hombre con tan magnífica ballesta?… se detuvo. Durante un momento aterrador, Virginia pensó que quizá estaba de pie sobre su padre. Entonces vio los ojos de su padre brillar debajo de las hojas. Virginia rezó para que el Cazador no viese lo que ella veía.

En vez de eso, el hombre miraba fijamente al suelo. Parecía estar siguiendo un rastro de algún tipo. Caminó despacio hacia ella, y ella vio lo mismo que él, una hebra de pelo que asomaba entre las hojas.

Maldición. Sabía que esto pasaría. Había deseado que su pelo dejase de crecer, pero no había funcionado.

El Cazador se acercó más y más hasta que estuvo junto a ella. Su bota derecha estaba cerca de su cara. Continuó hasta pasarla. Oyó las hojas susurrar mientras él se adentraba más en el bosque. En un momento, estaría a salvo.

Desafortunadamente, ese pensamiento hizo que su respiración fuese un poco más profunda y el estornudo que intentaba evitar llegó. Fue incapaz de pararlo. El sonido explotó en el bosque, y realmente oyó los asustados chillidos de los pájaros mientras volaban alejándose.

Se sentó. Todo había terminado.

- ¡Corre Papá! ¡Corre!

Se las arregló para ponerse en pie al tiempo que su padre salía disparado por el camino. Era un hombre alto y se las arregló para adelantarla con rapidez. Cuando lo hizo, Tony maldijo.

Virginia corrió en silencio, pero tan rápido como podía. Se sentía como si pesara cinco mil libras. El cabello era una desventaja, una grave. La hacía dos veces más pesada de lo que solía ser.

No escuchaba ningún paso tras ella. Por delante, podía ver a su padre, dejando un rastro bastante obvio. Corrió más y más rápido.

De repente algo tiró de su cabeza e hizo que sus pies se separaran del suelo. Aterrizó sobre su espalda. El aire abandonó su cuerpo en una dolorosa ráfaga. Le llevó un momento darse cuenta de lo que había pasado.

Su pelo se había enganchado en algo.

Se volvió y vio, a unos doce metros, que su pelo no se había enganchado en nada. El Cazador estaba de pie al final de este, sujetando su ballesta, y sonriendo.