PROPIEDAD REAL DEL PRINCIPE WENDELL, CAZA SÓLO CON PERMISO

- Oye, Príncipe, -gritó Tony-. ¿Reconoces esto? Eres el dueño de todo. Esto es tu propiedad, tu casa.

Príncipe ladró y movió la cola.

- ¿Qué dice? -preguntó Virginia.

- Tristemente -dijo Tony-, nada. Sólo está ladrando.

Virginia se quedó en silencio durante un momento. Ella y su padre se unieron a Príncipe. Él saltó hacia la mano de su padre, y su padre lo acarició distraídamente, como haría con un perro.

Caminaron siguiendo el camino, que atravesaba el bosque.

- No puedo recordar la noche en que se marchó -dijo Virginia, deseando que la conversación continuara. Se sentía como si finalmente hubiera empezado a entender su pasado-. Pero recuerdo la mañana siguiente porque intentaste hacer el desayuno y no sabías donde estaba nada.

Su padre asintió.

- Tu abuela vino a cuidarte porque yo tenía que ir a trabajar y dijo: “Mírala, está jugando con sus osos. Lo afronta bien”. Pero tenías tres osos y ponías uno aparte de los otros dos y le decías que tenía que arreglárselas por su cuenta.

Virginia recordaba eso también. La indescriptible tristeza que había sentido ese día nunca se había aliviado realmente. Tristeza y traición. Su madre la había abandonado, Virginia lo había sabido, y muy en el fondo, siempre había sabido que su madre nunca la había querido.

Pero siempre había esperado que su madre la quisiera, algún día.

- Sabía que volvería porque dejó toda su ropa -dijo Virginia-. La adoraba más que a nada y yo seguía yendo a su habitación. Y entonces, pasados unos pocos meses, dijiste de repente que teníamos que deshacernos de ella. Recuerdo doblarlo todo ordenadamente, y seguir creyendo que iba a salir revoloteando una nota de ella, dirigida a mí, sólo a mí, diciéndome cuánto me amaba. Y explicando la razón especial y mágica por la que se había tenido que ir. Todavía tengo el incontrolable impulso irrefrenable de ir a la gente y decirle: “Mi madre me abandonó cuando tenía siete años” como si eso explicará todo.

Otra vez había lágrimas en su cara. ¿Desde cuándo venía llorando tanto? ¿Era todo a causa del estrés? Se limpió la cara. No había llorado tanto en toda su vida.

- La echo de menos -dijo Virginia-. La odio y la extraño. Me siento como si fuera en un tren y chocara, y nadie viniera a rescatarme.

Su padre la miraba. Su expresión estaba llena de amor. Quizá él había estado ahí para ella, a su propia e inepta forma. Por lo menos lo había intentado.

Se encogió de hombros.

- Siempre deseé que mi vida fuera como un cuento de hadas, y ahora lo es.

Su padre parecía estar incómodo ahora, como si hubiera algo que decir.

- Incluso si la encontraras… -comenzó él.

- Nunca me quiso, ¿verdad? -preguntó Virginia-. Es por eso que se marchó.

- La culpa fue mía -dijo Tony-. Nuestro matrimonio iba mal y se quedó embarazada y quiso deshacerse de ti, a causa de su carrera.

Virginia lo miró bruscamente. Nunca lo había sabido.

Su padre se pasó una mano por su fino cabello.

- Pero yo la agobié. Ella no quería tener un hijo, fue un error, y ahí lo tienes. Éste lío es lo que es la vida, porque si no hubieras nacido, entonces no te hubiera tenido, pero…

- Pero quizás todavía la tendrías a ella.

Él asintió, pareciendo casi avergonzado, entonces se giró hacia ella. De repente un polvo rosa le cubrió la cara y se tambaleó hacia atrás, tosiendo.

- ¡Papá! -gritó Virginia-. ¡No!

Su padre cayó al suelo inconsciente. Los tres trolls surgieron de entre los árboles. Disparaban paquetes de polvo de troll. Virginia esquivó uno que golpeó el árbol tras ella.

No podía ni siquiera ayudar a su padre. Intentó coger a Príncipe… y un paquete lanzado golpeó a éste en el morro, seguido de otro. Se le quedó una cara de sorpresa perruna y cayó.

- ¡Mataste a nuestro padre, lo hiciste! -le gritaban los trolls-. Bien, nosotros vamos a darte una dosis de tu propia medicina, pequeña bruja.

Ella empezó a correr, pero antes de que consiguiera llegar demasiado lejos, un paquete de polvo la alcanzó también. Olía como a chicle, y le hizo marearse. Tenía que seguir moviéndose. Se tambaleó, y entonces cayó.

Unos pasos la rodearon, y sintió golpes sordos. Alguien la estaba pateando. Estaba perdiendo el conocimiento, pero luchó contra ello. Lo último que escuchó fue la voz del Cazador.

- Apartaros de ella. Tendréis vuestra oportunidad más tarde, después de que la Reina haya terminado.

***

Virginia volvió en sí como si despertara de un profundo sueño. Estaba tan aturdida que ni siquiera sabía dónde estaba. Alguien estaba cantando “Fiebre del sábado por la noche” a gritos, desafinando ligeramente. Pronunciaban mal las palabras. ¿Cómo de molesto era eso? Había borrachos bajo su ventana mutilando a los Bee Gees. La cama saltaba bajo ella, y le llevó un momento darse cuenta de que no estaba en una cama, estaba en un carruaje.

Abrió los ojos ligeramente. Estaba maniatada a su padre. Él todavía estaba inconsciente. Los trolls estaban delante, cantando. Estaban borrachos. Tenían al Príncipe Wendell con ellos. También estaba encadenado.

El Cazador estaba junto a ellos, intentando descansar. Tenía mal aspecto. Su cabeza estaba cubierta de sangre seca, y también su pierna. No podía creer lo difícil de matar que era este hombre.

Estaba muy confundida. Levantó la cabeza ligeramente, pero requería demasiado esfuerzo. Cerró los ojos, sólo durante un momento, y volvió a caer en el sueño.

Soñó que estaba de pie en el bosque. Era casi de noche. Tenía la sensación de que había tenido este sueño antes. Lobo estaba a unos cinco metros delante de ella. Quería ir hacia él, tocarlo, pero no se movía.

A la luz del crepúsculo él parecía muy amenazador. Cerró los ojos. Cuando los abrió otra vez, él estaba más cerca.

- Te has movido -dijo Virginia.

- No, no lo he hecho -dijo Lobo.

Estaba de pie absolutamente quieto tras ella. El crepúsculo comenzaba a convertirse en noche. Virginia intentó alcanzarlo.

- Te echo de menos -dijo ella-. Te hecho tanto de menos.

Entonces se giró para alejarse de él. En la mano, tenía el espejo mágico. Lo levantó para poder ver a su espalda. En vez de a Lobo reflejado en el cristal, vio a Blancanieves.

- Veneno es la forma en que la Reina atacará -dijo Blancanieves-. Y es la forma en que debe ser derrotada. Encontrarás tu arma en una tumba.

Virginia bajó la mirada. En la otra mano, tenía una peineta, plateada y con joyas incrustadas. Tenía púas afiladas.

- No pienses. Sé -dijo Nieve Blanca.

Virginia despertó con un sobresalto. La horrible música había parado. Levantó la vista. Los trolls se habían desmayado y el Cazador estaba durmiendo. El caballo tiraba del carro sin dirección.

Virginia asió a su padre y lo sacudió.

- ¡Papá! -cuchicheó-. Despierta.

Él sacudió la cabeza, luego abrió los ojos, y la miró parpadeando. Pareció asumir lo que les rodeaba bastante rápidamente.

- Están durmiendo -susurró ella-. Nadie nos vigila. Podemos escapar.

- ¿Cómo? -preguntó Tony-. Estamos atados.

- Saltando por la parte trasera -dijo Virginia-. No nos verán.

- Saltar -dijo Tony-. Tenemos las manos y los pies atados.

Se contoneó para poder examinar el borde del carro. Estaban sólo a un metro del suelo, pero el carro se movía a buen ritmo. El camino estaba hecho de piedras y tierra dura. Virginia casi pudo leer el miedo en él.

- De ninguna manera -dijo Tony-. Además, ¿qué pasa con Príncipe?

Virginia miró hacia Príncipe. Estaba encadenado y atado en la parte frontal del carro, pero descansaba entre las piernas del Cazador. Su cadena estaba envuelta alrededor de las botas del Cazador. No había manera cogerle sin despertar al hombre más peligroso del carro.

- No podemos llegar hasta él -cuchicheó Virginia-. Tenemos que escapar. Príncipe abrió los ojos, y por primera vez en cierto tiempo, estaban llenos de inteligencia.

- No voy a irme sin él -dijo Tony.

Príncipe sacudió la cabeza.

- ¿Qué ha dicho? -preguntó Virginia.

- Dijo que me vaya -cuchicheó Tony-. No puedo, Virginia. No puedo dejarlo con estos monstruos.

- No pienses -dijo Virginia-. Sólo hazlo. Uno. Dos. Tres.

Rodaron juntos hasta el borde del carro y se dejaron caer al suelo. Virginia respingó cuando el aire abandonó su cuerpo. La sacudida fue increíble. Su padre maldijo suavemente, y tuvieron que luchar durante un momento para conseguir desenmarañarse. Entonces Virginia levantó la vista.

El carruaje se había ido sin ellos.

Le llevó un rato, pero Virginia logró desatarse las cuerdas de los pies. Ella y su padre estaban todavía atados juntos por las muñecas, pero la cadena que las sostenía les permitía mantener algo de distancia. Estaban en el bosque, y casi estaba atardeciendo. Virginia tenía la sensación de saber dónde estaban.

Al parecer también su padre.

- ¿De qué sirve escapar si vamos a ir derechos al castillo? -preguntó.

- Encontraremos un arma -dijo Virginia dijo-. Lo soñé.

- Ah, bueno -dijo él-. Eso alivia mi mente.

Oscurecía cuando se acercaron a una señal de madera con dos flechas. La que señalaba el camino que pisaban decía: