NOVENO REINO MINAS REALES DE ENANO

ENTRADA POZO 761

- ¿Noveno Reino? -preguntó Tony- ¿Cuando hemos salido del Cuarto Reino?

- No estoy segura de que lo hayamos hecho -dijo Virginia-. ¿Te acuerdas de aquel mapa en la Ciudad De Los Besos? El Noveno Reino es todo subterráneo. A lo mejor podemos cruzar esta montaña y salir por el otro lado.

A Tony le pareció una buena idea.

Caminaron hasta el tren. Éste se había detenido en una estación subterránea, marcada por el símbolo del dragón de nuevo, esta vez decorada con un martillo de minero y un pico cortado en ella. La enorme señal estaba iluminada desde atrás con lámparas. Le recordaba a Tony nada más nada menos que a una entrada espeluznante al infierno.

Al otro lado del arco había un vestuario. No había ninguna señal de Enanos. Sólo un agujero negro desapareciendo en la tierra.

- ¿A dónde han ido? -preguntó Tony.

- Deben de haber bajado por ahí -dijo Virginia.

Señaló al agujero. Tony miró hacia abajo. Había un tobogán que desaparecía en la oscuridad. Era de madera muy pulida y habría sido muy divertido cuando tenía, oh… digamos, doce años.

- No voy a bajar ahí -dijo Tony-. No puedes ver el fondo. No con mí mala suerte.

Príncipe también echó una mirada sobre el borde. Meneó la cola vacilantemente.

- Bueno, no hay nada aquí arriba, ¿no? -preguntó Virginia-. Abajo es el único camino.

El sonido de cristal llegaba hasta él.

- No lo creo -dijo Tony.

Virginia trepó al tobogán.

- Papá, ponte detrás de mí. Si los Enanos han bajado, debe de ser seguro.

- ¿No necesariamente? Podría tener un techo muy bajo.

Príncipe miró a Tony, luego se subió al tobogán y se sentó detrás de Virginia.

- ¿Papá?

- Podría morir -dijo él-. Quedémonos aquí arriba.

Ella lo miró con aquel aire lúgubre otra vez. No le gustó. Entonces Virginia se empujó…

- ¡No! -gritó él.

… y desapareció en la oscuridad.

Virginia bajó volando por el tobogán de madera de los mineros durante lo que pareció una eternidad. El Príncipe Wendell estaba apoyado en su espalda, haciendo sonidos que ella tomó como de alegría perruna. Su antorcha se apagó a mitad de camino, pero mucho antes de llegar al suelo supo que el sitio a donde iba estaba iluminado. Vio las luces mientras se acercaba.

El tobogán se niveló y los frenó. Salió en el fondo y se quitó de en medio, esperando que su padre estuviera justo detrás. No lo estaba. El Príncipe Wendell también se quedó de pie junto al tobogán, mirando hacia arriba esperanzado.

- Venga, Papá -se dijo a sí misma-. Puedes hacerlo.

El tobogán terminaba en un ancho túnel, pero seguí sin haber enanos. Más adelante se oía mucho estrépito y ruido. Tenían que estar allí.

Llevó su antorcha a una de las teas encendidas. Tuvo que ponerse de puntillas para volver a encenderla pero funcionó.

Entonces oyó un grito a su espalda. Se giró. Su padre se salió del tobogán y chocó con un poste al final. Se dobló de dolor.

- Lo has logrado -dijo ella.

Lo ayudó a levantarse. Caminaron hasta el final del túnel y doblaron una esquina. Entonces Virginia se detuvo. Delante de ella había una visión asombrosa.

Una gran cámara, iluminada con lámparas, estaba llena de enanos. Había armazones de madera que permitían a los enanos alcanzar la superficie rocosa. El área ya había sido extensamente minada con rampas de madera y balcones conectando la mayoría de las cámaras.

En el suelo, docenas de mineros estaban rompiendo grandes trozos de piedra. Todos usaban uniformes rojos y pequeños sombreros negros tipo fez.

- ¿Qué crees que están extrayendo? -murmuró su padre.

Virginia no lo sabía. Otro grupo de enanos estaba refinando las piedras, aplastándolas para separar la piedra de una sustancia plateada. Un poco más adelante, un grupo de enanos examinaba y clasificaba la plata, retirando impurezas… asumía que era eso lo que estaban haciendo… con cucharones.

En medio de la caverna estaba situada una enorme cuba de líquido plateado burbujeante. El aire olía ligeramente a azufre y sudor.

Mientras Virginia observaba, los enanos bajaron algo a la cuba. Entonces alguien gritó una orden, y tres enanos sacaron la cosa con un cabestrante.

Lenta y mágicamente, un brillante espejo salió de las burbujas. Todos los Enanos dejaron lo que estaban haciendo para mirar. Virginia sintió como la respiración se le quedaba atascada en la garganta.

El espejo se quedó colgando en el aire durante unos momentos, y entonces se tambaleó. Virginia dio un paso al frente para poder ver mejor.

El espejo tosió, y entonces empezó a llorar como un bebé.

- Contemplad -dijo un enano- el regalo para la coronación del Príncipe Wendell.

Toda la caverna llena de enanos gritó y aplaudió. El ruido era ensordecedor.

- ¿Oyes eso Príncipe? -dijo Virginia sobre el ruido-. Eso es para ti.

Entonces se abrió una grieta sobre ella. Se apartó del camino, pero su padre no tuvo tanta suerte. Una estalactita cayó sobre su cabeza.

Él gritó de dolor y se agarró firmemente al cráneo.

Todos los enanos de la cámara lo oyeron y se giraron.

Virginia gimió. Tener a su padre cerca se había convertido en una seria desventaja.

Varios enanos se acercaron. Virginia ni siquiera intentó correr. No tenía ni idea de adonde ir. Su padre tenía demasiados dolores para comprender que tenían problemas hasta que los enanos estuvieron encima de ellos.

La agarraron a ella, al Príncipe Wendell, y a su padre y los arrastraron a una oficina. Mientras caminaban, Virginia vio cómo los otros enanos ponían el nuevo espejo en un tendedero fuera de la oficina.

Dentro, se encontraron en una pequeña sala. Un enano que parecía ser el líder se sentó detrás de un enorme escritorio cubierto de papeles. Detrás de él había una bandera tejida al estilo de la unión, representando a enanos construyendo heroicamente espejos en todas sus etapas.

- ¿Conoces la pena por entrar en nuestra mina secreta de espejos, camarada? -preguntó el enano.

- ¿Una buena multa? -preguntó Tony.

- La muerte. Ésta es nuestra montaña.

- Os la podéis quedar -dijo Tony-. Sólo queremos volver al Cuarto Reino.

- No sabíamos que estábamos en propiedad privada -dijo Virginia.

- La ignorancia no es excusa -dijo él-. Habéis entrado ilegalmente en el subterráneo Noveno Reino y todo el que intente robar nuestros secretos morirá.

- No queremos vuestros secretos -dijo Virginia-. Solo queremos pedir vuestra ayuda. Veréis, hubo un espejo mágico que recientemente sufrió un pequeño accidente.

Los enanos que los habían llevado hasta allí jadearon. El enano detrás del escritorio se levantó indignado.

- ¡Vosotros! -gritó el Enano-. Fuisteis vosotros. Habíamos oído que habían roto un espejo mágico. ¿Fuiste los responsables por esa atrocidad?

- No, de ninguna manera -dijo Tony-. No tuvo nada que ver con nosotros.

Los demás enanos agitaron las cabezas con horror. Virginia se acercó a su padre. Un movimiento equivocado, y ambos estarían muertos.

- ¿Os dais cuenta de lo que habéis hecho? -preguntó el enano-. Habéis destruido uno de los grandes espejos viajeros. Es irreemplazable. Es parte de la leyenda de los Enanos.

- Ya te lo dije -dijo Tony-. Ni siquiera estaba allí cuando ocurrió.

- Esperad un minuto -dijo Virginia. Esperó haber oído correctamente al Enano-. ¿Habéis dicho uno de los espejos viajeros?

- ¿Uno, como si hubiera más? -preguntó Tony.

Virginia no pudo reprimir su sonrisa. Pero eso ofendió al líder de los enanos.

- ¿Por qué?, ¿no estáis satisfechos con vuestra obra? -preguntó el enano-. ¿Queréis romper a los otros dos también?

- ¿Dónde están? -preguntó Tony-. Debemos encontrarlos.

- Aquí solo encontrareis la muerte -dijo el Enano-. Llevadlos al antiguo pozo y tiradlos adentro.

- ¡No! -gritó Tony.

Los enanos agarraron a Virginia y su padre. Ella intentó luchar, pero eran demasiados. El Príncipe Wendell los siguió, pareciendo confundido. Virginia ni siquiera sabía cómo pedirle ayuda… como si hubiera algo que él pudiera hacer. Los enanos gritaron:

- ¡Esperad! ¡Mirad!

Todos los enanos se quedaron boquiabiertos y se arrodillaron. Virginia no tenía idea del por qué.

- Mirad al espejo de la Verdad -gritó un enano-. ¡Mirad!

Virginia miró en la misma dirección que los enanos. Todos miraban fijamente a un nuevo espejo. Príncipe estaba delante de él. Se le veía reflejado en el espejo, no como un perro, sino como un hombre, un apuesto rubio arrodillado a cuatro patas.

Era un espejo de imagen exacta.

Ella había sabido que el perro era el Príncipe Wendell, y hasta había aceptado que pudiera hablar. Pero hasta ese momento, no había comprendido realmente, en el fondo, que el perro que la seguía era un príncipe de verdad.

- Es el Príncipe Wendell -dijo el enano-. Nieto de la mayor mujer que alguna vez haya existido.

- Eso es -dijo Tony-. Ese es el tipo. Y yo soy su indispensable traductor.

La multitud se reunió alrededor del espejo. El Príncipe Wendell ladró a su propio reflejo.

- ¿Qué magia es ésta? -preguntó uno de los enanos.

Virginia todavía miraba fijamente a la imagen.

- No me habías dicho que tenías ese aspecto.

El Príncipe Wendell se miró a sí mismo y ladró, muy agitado. Levantó una pata y el humano en el espejo levantó un brazo.

- ¿Quienes sois, extraños viajeros? -preguntó el primer Enano.

- Estamos en una misión secreta para devolver al príncipe Wendell a su legítima forma -dijo el padre de Virginia-. Soy una persona muy importante.

- Hace mucho que las historias hablan del día en que el orgulloso príncipe estaría ante nosotros a cuatro patas -dijo el segundo enano.

- Y este es el día -dijo Tony-. Y tenemos preguntas que deben de ser contestadas.

Hubo mucho alboroto cuando los enanos comprendieron que el grupo que estaba entre ellos era muy importante. Por fin, decidieron dejar que Virginia, Tony y el príncipe hicieran una visita guiada junto al Bibliotecario. Él era el mejor, decidieron los enanos, para contestar a todas sus preguntas.

Virginia sólo tenía una. Si podían o no encontrar otro espejo que los llevara a casa.

Los enanos dieron a Tony y Virginia antorchas al comenzar la visita, después los presentaron al Bibliotecario.

El Bibliotecario los llevó a una biblioteca subterránea llena de miles de espejos. Era realmente una sala de espejos. Todos los tipos de espejos que Virginia hubiera imaginado alguna vez, y algunos que no, estaban allí.

- Espejos, espejos, espejos -decía el Bibliotecario-. Aquí están todos los tipos de espejos mágicos que podríais desear.

Virginia siguió a su padre, viendo sus imágenes cambiar en los variados espejos. Era como una casa de la risa. Algunos de los espejos los hacían gordos, otros flacos.

El Bibliotecario les contó la historia de los espejos. Algunos eran espejos de la Vanidad para hacer a la persona aún más bonita… y Virginia reparó en que funcionaba. Había muchos espejos parlantes y aun más espejos espías. Pero Virginia quedó fascinada por los espejos tramposos, su padre por los espejos eróticos, y el Príncipe Wendell por el espejo de agua.

El Bibliotecario les explicó cómo los enanos habían explorado esa área durante miles de años, buscando el mercurio, luchando con los dragones macho quienes, según dijo el Bibliotecario, eran adictos a él.

Sujetaba un vial de mercurio, dejando que Virginia lo admirara, mientras explicaba:

- Esto mercurio extremo -estaba diciendo-. El mercurio ordinario es demasiado lento para los espejos mágicos. La mayoría de los intentos de hacer un espejo mágico fracasan completamente. Pero…

- ¡Ay!

Virginia se giró. Su padre había estado pasando los dedos sobre el marco de un espejo y se había ganado una astilla.

- Eres torpe -dijo el Bibliotecario.

- Sí, lo siento -dijo Tony.

- ¿No sufrirás de mala suerte, no?

- Estamos buscando un espejo viajero -dijo Virginia, tanto para encubrir a su padre como para sacarlos de allí deprisa-. Para sustituir al que se ha roto.

- Cosa que no ha tenido nada que ver con nosotros -añadió Tony.

El Bibliotecario estudió a Tony con desconfianza. Entonces escudriñó en un estante con antiguos libros encuadernados en piel roja.

- Espejos viajeros… no se han hecho espejos viajeros desde hace cientos de años. Dudo que nuestros registros vayan tan lejos.

Abrió uno de los volúmenes, pasó el dedo sobre las entradas, lo cerró, y sacudió la cabeza.

- Como pensaba -dijo el Bibliotecario-. Hay una remota esperanza. Veamos si podemos despertar a Gustav.

Virginia miró a su padre, quien se encogió de hombros. Wendell meneó la cola como si comprendiera.

El Bibliotecario los guió a través de la caverna. Detuvo delante de un espejo antiguo. Su marco se estaba pudriéndose y olía como dientes en putrefacción. La mayor parte de la plata había desaparecido. Alguien había envuelto un chal a su alrededor como si fuera un hombre muy viejo.

El Bibliotecario tosió. Después sacudió suavemente al marco.

- Gustav. Tienes visita.

Lentamente el espejo brilló cobrando vida. Virginia lo observaba fascinada.

- Tenéis que hablar alto -dijo el Bibliotecario-. Se está quedando un poco sordo.

Ella asintió una vez y avanzó hacia el espejo.

- Gran Guardián de los Registros -dijo Virginia-, necesitamos hacerte una pregunta.

- ¿Eh? -dijo el espejo.

- Pregunta -gritó Tony-. Necesitamos hacerte una pregunta. Sobre espejos viajeros.

- Solamente respuesta daré, cuando en rima la pregunta formules bien -dijo el espejo.

- Todos los espejos antiguos hablan en verso -dijo el enano.

Virginia se inclinó hacia atrás. No era buena con rimas. Pero su padre gritó:

- ¿Dónde otros Espejos Viajeros pudiéramos encontrar, que en nuestra escapada pudieran ayudar?

- ¿Escapada? -se dijo Virginia a sí misma.

- Un precio se hubo de pagar, por tres finos espejos crear.

- Estamos al tanto -dijo Tony-. ¿Quién están los otros dos?

- ¿Eh? -dijo el espejo.

Su padre parecía impaciente:

- Nuestro espejo se rompió. ¿Qué hacer? ¿Dónde los otros dos espejos se pudieron esconder?

- El primer espejo fue para siempre quebrado, por un idiota de cuero engalanado.

Virginia miró a su padre. Él no pudo sostener su mirada.

- El segundo espejo en un lecho yace, con percebes su marco un realce.

- ¿Un lecho? -preguntó Tony, mirando a Virginia-. ¿Con percebes en él?

- El lecho marino -dijo Virginia.

- Sí -dijo el Bibliotecario-. Uno cayo al Gran Mar del Norte. Creo que podéis olvidaros de ese.

- El tercer espejo, robado fue-dijo el viejo espejo.

- ¿Quién lo robó? -preguntó Tony. Parecía nervioso. Virginia sintió como se le retorcía el estomago. Empezaba a reconocer aquella expresión. Era la expresión de la mala suerte.

Aparentemente el espejo no lo había oído así que Tony gritó:

- ¿Podrías por favor mover tu parte posterior, y decirnos quién tiene el espejo que quedó?

- El que buscas jamás se volvió a ver, desde que por la Reina robado fue.

- La Reina -dijo Tony-. Eso es todo lo que necesitamos.

Echó un vistazo sobre su hombro, como había hecho todas las veces anteriores. Virginia sintió humedecerse sus palmas.

- De gran ayuda has podido resultar -dijo su padre-, pero por amor de Dios dinos dónde a la Reina encontrar.

Se estiró con la rima. Virginia nunca había pensado que resultar rimara con encontrar, aunque se escribieran de manera similar. Pero aparentemente era suficientemente bueno para el espejo.

- Está cerca y acompañada, en un lugar que no es su morada, en un castillo disimulada, donde una vez Blancanieves la Reina fue llamada.

- El castillo de Wendell -dijo Tony. Aplaudió y retrocedió un paso-. ¡Lo sabía!

Su mano se enganchó en un espejo cercano. Virginia avanzó para evitarlo, pero no lo consiguió. El espejo cayó hacia atrás. Era uno de una larga pila de espejos mágicos. Se cayeron como una pila de dominó. Todo lo que Virginia pudo hacer fue observar.

- ¡Oh, no! -dijo su padre-. ¡Oh, no! No. No.

El ruido era increíble mientras espejo tras espejo golpeaba al siguiente. Entonces todos ellos se cayeron, rompiéndose en mil pedazos.

- ¡Asesinos! -gritó el Bibliotecario-. Habéis asesinado a mis espejos.

- No -dijo Tony-. Fue un accidente.

- Asesinos de espejos. Matadlos. Matadlos.

En toda la mira, los enanos levantaron la mirada. Alguien sacó una cuerda y una gran bocina, que resonó a través de los túneles.

- Vamos -dijo Tony-. Salgamos de aquí.

Virginia empujó a Príncipe y todos corrieron, aunque ella no tuviera idea de adonde irían.

***

- La próxima persona que levante la mirada será ejecutada -dijo la Reina.

Estaba delante de todo el personal de Wendell. Estos temblaban de miedo mientras ella iba de un lado a otro de la fila. La habían descubierto, y por eso ahora pagarían… algunos de ellos con sus vidas.

- Hoy se enviaran mensajeros a todos los reyes, reinas, emperadores, y dignatarios de los Nueve Reinos, invitándolos al baile de la coronación de Wendell.

El Príncipe Perro estaba detrás de ella. Aplaudió con placer.

- Ese soy yo -dijo.

- A partir de este momento nadie abandonará el castillo a menos que yo, y sólo yo, le haya ordenado que lo haga -dijo la Reina-. Si alguien pregunta, solamente diréis que vuestro amo ha vuelto y está bien. Si oigo un rumor, un susurro de que algo no va bien, mataré a vuestros niños delante de vosotros. Regresad a vuestros deberes.

El personal se giró y se marchó en silencio. Ya no serían un problema. La mayoría había tratado con ella antes. Sabían que siempre hablaba en serio.

Se acercó al escritorio y calentó el sello del Príncipe Wendell en una vela. Delante de ella había una larga pila de invitaciones en relieve.

- ¿Vamos a dar una fiesta? -preguntó el Príncipe Perro-. Genial. ¿Pero qué hacemos cuando todo el mundo llegue?

Ella golpeó el sello caliente en la primera invitación que tenía delante.

- Matarlos a todos -dijo.

***

- ¡Mirad, allí están! -gritó un enano a su espalda.

- ¡Asesinos de espejos! -gritó otro.

Virginia corría lo más rápido que podía. Su padre se había detenido delante. El túnel no tenía salida. Su única oportunidad era bajar otro juego de toboganes.

Ella agarró al Príncipe Wendell y saltó al tobogán, apretándose contra su fondo mientras se adentraba en la oscuridad. Su padre la siguió. Virginia redujo la velocidad cuando llegaba al final y bajó.

Su padre cayó en picado más allá de ella y se desplomó en el suelo.

- Mi muñeca -dijo Tony-. Me he roto la muñeca. No aguanto mucho más de esto. Me he roto la muñeca.

- Tienes que ser más cuidadoso -dijo Virginia.

- No es culpa mía. Es mí mala suerte. -Entonces se le cayó la cara. Antes había tenido siete años de mala suerte. Ahora tenía treinta veces más-. Oh Dios mío. ¿Cómo va a ser ahorraaa?

Mientras decía esa última frase, desapareció por un agujero.

Virginia corrió al borde.

- ¿Papá? ¿Papá?

Se esforzó por ver dentro del hoyo y vio la pequeña y parpadeante luz de la antorcha de su padre en el fondo, y la forma de su cuerpo inerte diez metros más abajo.

Parecía muerto, pero no sabría decirlo. Miró a Príncipe. También él miraba hacia abajo.

Entonces suspiró. Agarró a Príncipe y lenta y cuidadosamente, bajó por el agujero. Resbaló y cayeron los últimos dos metros, aterrizando en medio de una nube de polvo.

- ¿Papá, estás bien?

Cogió su única antorcha del suelo. Había ardido casi completamente. Usó varias cerillas en intentar encenderla. Cuando lo logró comprendió que había usado la última.

Entonces oyó un sonido débil. Era su padre. Le corrían lagrimas corrían por las mejillas.

- Me he hecho algo horrible, en serio, no estoy exagerando, me he roto algo. No puedo moverme.

- Te ayudaré -dijo Virginia-. Inténtalo y…

- ¡No! -gritó de dolor-. Creo que tengo la espalda rota.

Virginia se agachó junto su padre. Tenía cara de dolor. El Príncipe también lo estaba mirando.

- Si no podemos volver a subir -dijo Virginia-, encontraremos otra forma de salir de aquí.

Levantó la antorcha. Ésta no iluminaba más que tres metros de oscuridad. El túnel en el que estaban se bifurcaba casi de inmediato. Virginia miró hacia ambos túneles, igualmente oscuros. No tenía la menor idea de cuál sería el mejor camino a seguir.

La antorcha empezó a parpadear. Era apenas un tocón, casi completamente quemada. No duraría más de veinte minutos.

- No quiero morir aquí abajo -dijo su padre.

- No lo haremos -dijo Virginia-. Encontraremos la salida, y si la luz empieza a fallar, gatearemos en la oscuridad hasta encontrar una salida.

- No puedo gatear -dijo Tony-. No puedo moverme.

- Entonces te arrastraré.

Le puso las manos bajo sus hombros, y él gritó.

Ella lo tranquilizó. No sabía qué hacer. Él no moriría aquí abajo, y no quería dejarlo solo.

Pero no tenía otra opción. Necesitaba ayuda. Y ésta no provendría de los Enanos.

- Vale, voy a continuar y encontrar una salida -dijo Virginia-. Y luego volveré enseguida a buscarte. Quizá Príncipe pueda olfatear aire fresco. Iré con él y…

- No -dijo Tony-, hay cientos de túneles. Te perderás.

Ella sacudió la cabeza.

- Papá, no tenemos otra opción.

Él temblaba de miedo. Pero ella tenía que decirle la otra cosa, la que sólo lo empeoraría todo.

- Y -dijo-, tengo que llevarme la antorcha.

- La oscuridad es total -dijo Tony-. No me volverás a encontrar.

La agarró del brazo como un hombre ahogándose. Virginia le apartó los dedos de uno en uno. Tony tragó saliva. Parecía tener siete años de edad.

- Encontraré la salida y volveré por ti -dijo ella-. Lo prometo.

Escarbó en la mochila y encontró el último resto de pan.

- Voy a dejar un rastro de migas para poder encontrarte otra vez.

Él la miró, y estaba extrañamente calmado. Sabía… diablos, ella lo sabía también… que esto era el final. Probablemente ambos morirían aquí abajo. Pero al menos morirían en el intento.

- Sal, Virginia -dijo Tony.

Ella asintió, después le besó la frente. El Príncipe Wendell observaba. Entonces ella se levantó y avanzó hacia la oscuridad. Cuando llegó a la bifurcación del camino, eligió el de la izquierda sin vacilar. Si lo pensara mejor ahora, tardaría una eternidad.

Y no tenía una eternidad.