Capítulo 35

Lobo no podía soportar estar dentro del casino ni un momento más. Había cogido sus ganancias y se las había escondido en el bolsillo. No tenía ni idea de cómo iba a manejar esto. Por primera vez, deseó tener a alguien con quien hablar, como esa doctora cerca de la casa de Virginia. La única persona a la que tenía para hablar ahora era a sí mismo.

Caminó de un lado a otro frente al casino, zigzagueando entre los vendedores de talismanes. La mayoría de ellos, cuando veían sus ojos, se mantenían alejados de él.

- ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? -murmuró.

Luego se enderezaba.

- Si, ¿qué vas a hacer?

Se inclinaba. Parecía un dialogo entre su lado animal y su lado humano bueno.

- Le daré el dinero, aunque eso signifique perderla. Es la única cosa honorable que puedo hacer.

Apretó un puño y asintió con la cabeza.

- Si, entonces podrá irse a casa a salvo y la Reina no la alcanzará.

Una pareja de recien casados paseaba, riéndose tontamente y acariciándose. Estaban tan enamorados. Virginia y él estaban enamorados. Ella era la compañera de su vida.

- Por supuesto -murmuró-, tendrás que matarte cuando se vaya. Tu vida no merecerá la pena.

La pareja se detuvo y se besó. Él casi había besado a Virginia. Ella le había deseado antes de recuperar el sentido y apartarse. Una idea le golpeó. Podía proponerle matrimonio. ¿Qué tenía que perder? Podía darle suficiente dinero para comprar el espejo, pero gastar el resto en regalos para una propuesta matrimonial. Después sería justo y ella tendría elección.

La idea le hizo sonreír. Echó un vistazo a la puerta del casino. Tony y Virginia estaban todavía dentro. No saldrían hasta dentro de un rato. Tenía tiempo para planificar algo.

Se apresuró a través de la calle, deteniéndose para pedir recomendaciones a parejas. Finalmente encontró el restaurante que todos mencionaban.

Aporreó la puerta, fuerte, más fuerte, hasta que oyó ruido de pasos. Un hombre abrió la puerta y bostezó.

- ¿Es éste el mejor restaurante de la ciudad? -preguntó Lobo.

El hombre miró a Lobo como si estuviese chiflado.

- Son las cuatro en punto de la mañana. Márchese.

- Desearía hacer una reserva. Necesito todo el restaurante. Es para una proposición matrimonial.

- ¡Márchese!

Cerró la puerta y Lobo le vio a través de la ventana, regresando a la cama. Lobo metió la mano en el bolsillo y puso dinero contra el cristal. El hombre no se volvió, así que Lobo aporreó la ventana con los puños.

El hombre se giró; entonces su boca se abrió cuando vio el dinero en efectivo.

Lobo regresó a la puerta. El hombre la abrió, tal y como esperaba completamente despierto.

- Tiene que empezar a trabajar inmediatamente -dijo Lobo-. Los platos que tengo en mente necesitarán una atención obsesiva y mucho tiempo de aderezos y preparación.

El hombre le dejó entrar, luego fue y despertó al resto del personal del restaurante. En pocos minutos Lobo estaba en la gran cocina con muchas personas somnolientas que estaban todavía en pijama. Les dio a todos ellos algo de dinero.

- Quiero comida romántica, ya me entendéis. Comida que la vuelva loca, pero también que la deje pegada al asiento. Quiero que sienta que esta comida ha cambiado su vida. Ésta debe ser la comida más magnifica que jamás se haya cocinado.

El chef, quien por lo visto incluso dormía con su gran gorro blanco, fulminó a Lobo con la mirada.

- Soy el mejor chef de los Nueve Reinos. La gente recorre cientos de millas para probar mi comida.

- ¿Sí? -Lobo no estaba impresionado-. Pues bien, mi cita es de una dimensión diferente, así que no meta la pata.

***

Relish, el Rey Troll, inspeccionó el manzanar. Era una huerta preciosa, con grandes y fructíferos árboles. Las manzanas estaban duras y maduras, y eran rojas.

No había estado en esta parte del Cuarto Reino en mucho tiempo. Esta huerta, cerca de la Casa de la Sidra Semilla Feliz, estaba a sólo treinta millas, más o menos, de Corderito, un lugar en el que según había oído los trolls no eran bienvenidos.

Sonrió. Él les enseñaría a dar la bienvenida. Tan pronto como se deshiciese de la Reina.

Relish se giró e hizo señas con su mano derecha. Una docena de trolls armados le siguieron al interior de la huerta, caminando cuidadosamente sobre la hierba para no revelar su presencia. Los había instruido en ello, tal y como los había instruido en muchas otras cosas.

Su consejero más cercano, al menos en esta misión, avanzó sigilosamente hasta Relish.

- ¿Por qué estamos aquí tan temprano, Su Majestad? No hemos quedado con la Reina hasta dentro de una hora.

- ¡Cállate! -Relish entrecerró los ojos. El consejero acababa de perder su posición, pero él no lo sabría hasta que la misión estuviese acabada-. Ocultaros tú y tus hombres por todos lados. Cuando llegue ella, sólo debe verme a mí, desarmado, o no se acercará. ¿Entiendes?

El consejero asintió con la cabeza. Lo mismo hicieron los demás trolls.

- Sí, Su Majestad.

Corrieron a toda prisa entre los árboles, robando manzanas por el camino. Éste era un ejército bien alimentado y empezaban a acostumbrarse a la buena comida del Cuarto Reino.

Al igual que Relish. Cogió una manzana redonda y le dio un sano mordisco. El jugo bajó por su barbilla. Sonrió.

Todo esto sería suyo. Pronto. Muy pronto.

***

Virginia nunca había sabido que ver jugar a las cartas podía ser tan agotador. Especialmente cuando los jugadores jugaban a un juego de Guerra por grandes apuestas.

A lo largo de las últimas horas, su padre había eliminado al troll y luego al enano. Sólo quedaba la señora mayor, y no parecía cansada en absoluto.

- Por favor para, papá -dijo Virginia-. Por favor. Hemos ganado unos cuatro mil.

- Cuatro pueden no ser suficientes -dijo su padre-. Una partida más.

- Papá, para -dijo Virginia-. Llevas jugando toda la noche. Estás demasiado cansado.

- Una más. Para romper la banca. Puedo pillarla.

Esto era típico de su padre. Debería haber sabido que esto iba a ocurrir. Ambos, él y la señora mayor, tenían una montaña de fichas. Se miraban fijamente el uno al otro. Virginia suspiró. Su padre se había olvidado claramente de que el objetivo era recuperar el espejo y no ser el mejor jugador del casino.

- Una más para el bote, querido -dijo la mujer mayor.

Su padre empujó sus fichas. Lo mismo hizo la mujer mayor. Virginia se puso las manos sobre la cara. No podía mirar.

***

El sol se estaba alzando sobre la Ciudad de los Besos. Lobo nunca había visto un amanecer más bello. Volvía rápidamente al casino, preguntándose si Virginia le había extrañado tanto como él a ella.

Mientras se acercaba, repasaba el plan en su mente.

- Todo está hecho, preparado y listo, y todavía me quedan toneladas y toneladas de dinero. Le daré el resto a Virginia y todavía podrá comprar el…

Estaba pasando junto a una joyería y se detuvo, asombrado por su propia estupidez.

- Caramba -murmuró-. Idiota. Casi olvidas lo más importante.

Entró en la joyería. La tienda estaba llena de piedras, collares y relojes de todos los tipos. Los relojes de cuco parecía que tenían pájaros reales.

Lobo fue inmediatamente al mostrador de anillos. Dentro de una vitrina había cajas de terciopelo llenas de toda clase de anillos, desde simples hasta muy elaborados. Algunos incluso estaban acurrucados en nidos de flores diminutas. No había esperado tantas posibilidades.

El joyero apoyó las manos en la vitrina y sonrió a Lobo.

- Muy buenos días, señor. ¿En qué le puedo ayudar?

- Quiero un anillo de compromiso -dijo Lobo-, y no cualquier anillo corriente.

El joyero se puso una mano en el corazón, como si las palabras de Lobo le hubiesen ofendido.

- No vendemos anillos corrientes, señor. Hábleme un poco de la dama. ¿Es una chica grande?

- No -dijo Lobo-. Es muy esbelta.

- ¿Fea o bonita?

- Es bellísima -dijo Lobo-. ¿Está tratando de insultarme?

- Desde luego que no, señor -dijo el joyero-. Simplemente estoy tratando de adaptar el anillo a la dama. Algunos anillos podrían abrumarla.

- Ningún anillo es más bello que mi chica.

- Oh, señor, qué romántico -dijo el joyero-. Parece una chica entre un millón.

- Lo es.

- Entonces no debería insultarle mostrándole estos anillos ordinarios, labrados en oro y diamantes.

Alcanzó la vitrina y cerró la caja con los anillos corrientes.

- Ni tampoco estos, hechos a mano por príncipes enanos.

Cerró la caja con los anillos cubiertos de flores.

- Regálese los ojos con estos en su lugar.

El joyero abrió una caja de satén que previamente había estado cerrada. Sólo había seis anillos dentro. Destellaban como por arte de magia. Pequeñas estrellas rebotaban en ellos aumentando su brillo.

El joyero llevó la caja a la parte superior de la vitrina, y los anillos bailaron de arriba abajo cuando Lobo los miró.

- Elíjeme -dijo un anillo.

- No, elíjeme a mí -dijo un segundo anillo.

Hablaban con pequeñas voces diminutas. Lobo estaba encantado.

- Señor, no deseo ser poco delicado, pero estos anillos son terriblemente caros.

- El dinero no es obstáculo -dijo Lobo.

- Usted es mi clase de caballero, señor -El joyero cerró de golpe la caja, casi pillando los dedos de Lobo.

- Parecían bastante bonitos para…

- Oh, no, no, señor -dijo el joyero-. Para usted tengo en mente algo único.

El joyero hizo una floritura al girarse y apartó unas cortinas púrpuras de debajo de los relojes de cuco. Detrás de las cortinas había un nido de plumón y en el interior estaba el más grande y bello anillo de compromiso que alguna vez hubiera visto. El anillo emanó una lluvia de destellos que iluminaron la habitación.

- Es un anillo cantarín, señor.

Lobo sonrió.

- Caray. Un anillo cantarín. Tiene que ser mío.

Cuando se inclinó sobre el anillo, éste centelleó.

- Cómo deseo permanecer, en el dedo de tu amada… -cantó el anillo.

El joyero se inclinó junto a él y dijo:

- La dama que se lo ponga en el dedo no tendrá elección. Simplemente dirá, si quiero.

- ¿Está seguro?

- Ningún anillo cantarín ha sido rechazado jamás.

- ¿Nunca?

- Viene con una garantía de amor de por vida -dijo el joyero.

- Me lo quedo.

- Es suyo. Por la ridícula suma de siete mil Wendells de oro.

¿Siete mil Wendells el oro? Lobo se puso una mano sobre el corazón. Era el anillo o el espejo. Pero si Virginia se ponía el anillo, olvidaría el espejo.

Tranquilo. Quizás pudiese regatear.

- ¿Siete mil?

- ¿Hay algún problema, señor? Hay anillos más modestos para damas menos importantes si…

- No -dijo Lobo-. No, me lo llevo.

***

Amanecer en un manzanar. La Reina casi sonrió. Al otro lado del manzanar estaba Relish, el Rey Troll. Parecía menos temible que a través de su espejo. Cuando él la vio, comenzó a andar hacia ella.

Ella caminó hacia él también. ¿Por qué no reunirse a medio camino? Sería la última vez.

Él se abrió la chaqueta para mostrar sus caderas.

- Estoy desarmado y solo.

Ella se abrió la capa.

- Como yo.

Se detuvieron a diez pies el uno del otro. Ella se alegró. No quería acercarse demasiado.

- He hecho lo que me pediste -dijo el Rey Troll-. Ahora, ¿Dónde están mis hijos?

La Reina sonrió.

- Para ser totalmente honesta, no tengo ni idea. Simplemente los usé como excusa para conseguir que te reunieras conmigo.

El Rey Troll frunció el ceño.

- Entonces te mataré.

- ¿No deseas conocer mi gran plan primero? -preguntó.

- Conozco tu plan desde el principio -dijo-. Colocar al príncipe impostor en el trono y gobernar el Cuarto Reino tú sola.

Ella se acercó un paso a él. Era tan estúpido como había pensado. Bien.

- ¿Crees que pase siete años pudriéndome en la cárcel, sólo para gobernar uno de los Nueve Reinos? Me quedaré con todos.

- ¿Pero donde entro yo? -preguntó él.

- Sí, bueno -Ese era el problema, ¿no?-. Entiendo lo que quieres decir.

- Ya he oído bastante -dijo él-. ¡Trolls, levantaros!

Una docena de trolls salieron de la huerta y la rodearon. Todos ellos llevaban armas, y algunos las apuntaron contra ella.

Estaba completamente atrapada.

El Rey Troll se paseó tranquilamente hasta ella, seguro de su victoria. El muy idiota.

- No esperabas esto, ¿verdad? -preguntó-. Mis hombres llevan aquí escondidos la última hora.

- Estoy impresionada por tu sagacidad -Le miró y sonrió muy, muy lentamente-, y si hubieses llegado dos horas antes, me habrías encontrado envenenando todas las manzanas.

El Rey Troll se puso una mano alrededor de la garganta, y pareció asustado por primera vez desde que le conocía. Al su alrededor los demás trolls comenzaron a respirar con dificultad y a caer.

- El veneno es una gran ciencia para mi -dijo ella sonriendo-, y según veo he calculado bien el tiempo.

El Rey Troll cayó sobre sus rodillas. Con la mano que tenía sobre su garganta había empezado a aferrársela. Sus hombres habían comido más y se estaban muriendo más rápido. Se caían hacia adelante, sobre sus estómagos, olvidando las armas. Sólo quedaba el Rey Troll, con los ojos desorbitados, lleno de incredulidad.

- Ya conoces el dicho. Un ejército marcha sobre su estomago.

Arrancó una de las manzanas del árbol, y la embutió en la boca abierta del Rey Troll. Luego éste cayó hacia adelante.

La Reina contempló el desastre. Tan fácil, una vez recordó cómo hacerlo. Luego se inclinó y agarró una espada. La acunó contra ella durante un instante y después la clavó con toda la fuerza de su ira no expresada.

Una chica siempre necesitaba un trofeo. Eso hacía que cualquier otro disidente se mostrara mucho más civilizado.

***

La partida había durado toda la noche. Virginia no tenía ni idea de qué hora era, pero a juzgar por su reloj interno, había sido eterna. Todo el mundo en el casino estaba congregado alrededor de esta mesa. Su padre todavía parecía alerta. Tiraba una carta cuando la señora mayor tiraba otra. Virginia sentía como si hubiese perdido el hilo del juego.

Entonces alguien la rozó. Miró a su espalda. Lobo estaba allí con una amplia sonrisa en la cara.

- ¿Dónde has estado? -susurró.

- Sólo salí a dar un paseo -dijo.

Su padre echó una carta. Entonces la señora mayor otra. Luego su padre otra. Y luego ¡zas! La mano de su padre golpeó la baraja de cartas.

Pero cuando Virginia miró, se dio cuenta de que la mano de la señora mayor estaba debajo de la de su padre.

- Lo siento, querido -dijo la señora mayor a Tony-. Más suerte la próxima vez.

Su padre hundió la cabeza entre las manos mientras la señora mayor recogía la montaña de fichas. Allí tenía que haber miles y miles de Wendells de oro, lo suficiente como para comprar el espejo dos veces.

Y su padre lo había perdido todo.

- Oh, no -dijo Virginia. Ella se había quedado sin dinero. Lobo estaba claramente sin dinero. Su padre estaba sin dinero. No podía ni jugar otra mano.

La señora mayor empujó las fichas hacia ella, luego empezó a separarlas en dos montones iguales.

- Bueno -dijo mientras las separaba-, a mí me has traído suerte, así que un trato es un trato. Aunque supongo que preferirías una galleta antes que este dinero.

Virginia miró a su padre. Tenía los ojos abiertos de par en par. Juntos, ella y su padre, miraron debajo de la mesa.

Sentado en el otro extremo, al lado de la señora mayor, estaba…

- ¡Príncipe! -exclamó Tony.

Llevaba todavía puesta la pancarta que le proclamaba el perro de la suerte que juega juegos de azar.

- Entonces adiós -dijo la señora mayor. Dejó la mitad de sus ganancias sobre la mesa para el Príncipe Wendell y se fue. El Príncipe Wendell se levantó sobre sus patas traseras para inspeccionar el dinero. Lobo le miraba fijamente como si nunca hubiese visto un perro antes.

Pero Virginia se abalanzó sobre las fichas.

- ¿Qué hora es? -preguntó Virginia-. Puede que ya sea demasiado tarde.

De alguna manera lograron hacer efectivas las fichas y llegar a la sala de subastas. La subasta ya había comenzado cuando entraron.

Y, en subasta, estaba su espejo.

- ¡Oh, no! -murmuró Virginia.

- Por última vez -estaba diciendo el subastador-, tres mil ochocientas piezas de oro. ¿Alguien da más?

En la primera fila, un anticuario de gran tamaño colocó las manos sobre su amplio estómago. Obviamente pensaba que el espejo iba a ser suyo.

- A la una…a las dos…

- Cinco mil piezas de oro -gritó Tony desde detrás de Virginia.

La enorme sala resonó con las exclamaciones de la audiencia.

- Cinco mil -dijo el subastador-. ¿Alguien da más de cinco mil Wendells de oro?

El anticuario negó con la cabeza indignado.

- Cinco mil -dijo el subastador-. ¿Alguien da más de cinco mil?

Virginia juntó las manos. Lo tenían. Nadie más iba a pujar.

- A la una…a las dos…

- Diez mil -dijo una voz desde el otro lado de la sala.

Virginia sintió un escalofrío bajando por su espalda. Conocía esa voz. Se giró. El Cazador estaba de pie en la parte trasera, con sus claros ojos puestos en ella. Estaba sujetando una pipa y no parecía en absoluto herido.

- Es él -le dijo a su padre.

- A la una -dijo el subastador.

Su padre parecía perdido. No tenían suficiente para comprar el espejo. Pero se giró de todos modos.

- A la dos -dijo el subastador-. Adjudicado al caballero de la pipa. ¿Su nombre, señor?

- Señor Cazador. Pagaré inmediatamente. -Se puso de pie y siguió a los asistentes del subastador mientras llevaban el espejo a la oficina trasera.

- Eso es nuestro -dijo Tony.

- Y el siguiente artículo de la subasta -dijo el subastador-, es un extraordinario trabajo de troll en oro de 22 quilates, titulada Furia Congelada.

Virginia no había visto a los trolls antes. Los observó con el ceño fruncido, luego negó con la cabeza. Lobo estaba mirándolos fijamente con la boca abierta. Su padre miraba al Príncipe Wendell.

- Vamos -dijo Virginia-. ¿Qué estamos haciendo aquí parados?

Corrieron hacia la oficina, pero los dos guardias que estaban afuera los detuvieron.

- Sólo se permite a los compradores aquí dentro -dijo un guardia.

Virginia sintió una frustración familiar. Los guió por la puerta principal y por los alrededores. Tenía que haber una salida trasera aquí en alguna parte. Finalmente la encontró.

También estaba protegida.

Su padre la alcanzó, jadeando con fuerza.

- ¿Hay un hombre allí dentro comprando un espejo? -le preguntó al guardia.

- Había -dijo el guardia-. Se acaba de ir hace un segundo.

- No -dijo Tony-. ¿Por dónde se ha ido?

El guardia se encogió de hombros. Virginia miró calle abajo, su padre en la otra dirección.

- Tú vas por ahí -dijo Virginia-. Yo iré por aquí.

Ella se apresuró calle abajo, con Lobo a su lado, pero no vieron a nadie. Nada.

El Cazador se había evaporado, llevándose su espejo con él.