TODOS LOS INFRACTORES SERÁN CONSIDERADOS CAZADORES FURTIVOS.

A TODOS LOS CAZADORES FURTIVOS SE LES DISPARARÁ

-POR ORDEN DEL CAZADOR

Y bajo esto se encontraba un gran círculo de sangre seca, pieles, y plumas, por lo visto para advertir a todas las especies. A Virginia no le gustaba el bosque, el claro, o el aviso. Sobre todo el aviso. Mostraba un conocimiento de la lógica Aristotélica que la hacía estremecer. El Cazador era perspicaz.

- ¿Realmente sabes a dónde nos dirigimos? -preguntó Virginia a Lobo, intentando que la preocupación no se trasmitiera en su voz.

- Estoy siguiendo a mi nariz -dijo Lobo.

El chirrido de las ruedas de la carretilla del Príncipe Wendell se detuvo. Virginia y Lobo se dieron la vuelta al mismo tiempo. El padre de Virginia utilizaba todas sus fuerzas para tirar del carro de Wendell que se había atascado en un surco del estrecho camino.

- ¡Tony! -gritó Lobo-. ¡No te muevas!

Su padre pareció asustado.

- ¿Qué? ¿Por qué?

Lobo recogió un palo y lo lanzó justo delante de Tony. Se produjo un fuerte chasquido cuando una trampa de oso escondida se activó de golpe.

Virginia sintió que toda la sangre abandonaba su cara. Si esto hubiera agarrado a su padre, le habría extirpado la pierna.

- Ya está -dijo Tony-. Regresemos al camino.

- No, vamos -dijo Lobo-. Sigue moviéndote. Avancemos todo lo posible mientras hay luz del día.

- ¿Luz del día? -preguntó Virginia. Esta vez dejó notar su nerviosismo y no le importó si él lo notaba-. ¿Qué quieres decir con luz del día? No vamos a pasar la noche aquí. ¿Exactamente cuán grande es este bosque?

- El Bosque de las Mil Millas tiene aproximadamente mil millas de extensión.

Virginia pensó en ello. ¿Cuánto les llevaría atravesar el bosque? Un ser humano sólo viajaba una milla cada veinte minutos más o menos, tal vez menos si ibas con tu padre que arrastraba a un perro de oro sólido en una carretilla. Eso significaba, en el mejor de los casos, tres millas por hora. Había veinticuatro horas en un día, pero una persona sólo podía caminar doce horas, así que tres veces doce era treinta y seis. Una persona podría hacer razonablemente treinta y seis millas por día. Y treinta y seis para alcanzar mil…

Su mente se sobresaltó. Se obligó a concentrarse en las matemáticas. Sabía que estaba en lo cierto. Las matemáticas eran fáciles para ella. Intentó ignorar la oscuridad creciente. El bosque era bastante espeluznante con pequeños rayos de luz colándose. Ahora que la luz palidecía, el lugar se volvía absolutamente aterrador.

Veintisiete punto siete días. Así que treinta y seis entre mil equivalía a veintisiete punto siete, lo que significaba que necesitarían un mes para atravesar todo este lugar.

Virginia se estremeció. Sólo llevaba aquí dos días. Un mes le parecía una eternidad.

- No podemos caminar toda la noche -dijo Tony.

- Sí, podemos -dijo Lobo.

- Shhh -dijo Virginia-. Hay luces allí adelante.

Entraron sigilosamente en un profundo claro del bosque, donde tres carromatos formaban un pequeño campamento. Se parecían a los carromatos gitanos de las viejas películas de Bela Lugosi. Débilmente, se oyó música… música de violín. Esto hizo que Virginia deseaba bailar.

- ¿Qué hacemos? -preguntó Tony.

- Seguir y unirse a nosotros, ¿qué más?

Virginia se sobresaltó. La voz había llegado desde detrás de ellos. Se dio la vuelta. Dos hombres con ropas vistosas estaban de pie tan cerca de ella como una persona pudiera estarlo. Llevaban hachas y leña. No parecían amenazadores, pero no confiaba en nada de lo que viera en ese lugar.

Lobo, por otra parte, parecía muy nervioso. Mientras los hombres conducían a Virginia, su padre, y a Lobo al campamento, Lobo se inclinó hacia ella y susurró:

- Todos ellos son cazadores furtivos. Nos matarán si así lo deciden. No rechaces nada de lo que te ofrezcan, pero no consumas nada que no los hayas visto comer primero.

- Es igualito que comer en la casa de tu abuela, Virginia -dijo Tony.

Ella lo fulminó con la mirada. Él aún arrastraba al pobre Príncipe Wendell. Se preguntó lo que los gitanos pensarían de esto.

Su campamento no era tan temporal como había parecido desde el claro. Por todo el alrededor había pieles y carne seca de los animales que los gitanos habían matado. En una zona, había seis jaulas de madera, llenas de aves. Las aves aún estaban vivas. Éstas observaron como Virginia y su grupo entraban en el campamento.

Había aproximadamente una docena de gitanos. Uno de ellos lanzaba un gran cuchillo a un árbol y no se detuvo cuando Virginia pasó por allí.

Un tímido chiquillo de nueve años o diez se sentaba cerca de uno de los carromatos. Observó cuando Virginia pasó; entonces vio a Lobo. Los ojos del muchacho se iluminaron, pero no se movió. El muchacho tenía una expresión muy intensa en la cara. A Lobo no le pareció extraño. ¿Lo conocería el muchacho?

Alcanzaron al centro del campamento. Estaba iluminado por faroles y fogatas. Virginia no comprendió cuan espeluznante era una luz titilante hasta que la vio contra la oscuridad completa del bosque.

La luz se movió, y más de una vez ella echó un vistazo entre las sombras, creyendo que había visto algo.

De cerca la música era incluso más embriagadora. Virginia podía sentirla como una cosa viva, animándola a bailar. Los gitanos los invitaron a ella y sus amigos a sentarse, lo cual ellos hicieron. Habían interrumpido la comida de los gitanos. Sin preguntar, una mujer gitana les sirvió platos para los tres.

Virginia tomó el suyo sin mirarlo. Lobo sostuvo el suyo. Su padre jugueteó con su comida con el cuchillo. Tony probó un poco, y Virginia lo miró a modo de advertencia. ¿Habían comido los Gitanos algo de esto? Ella no lo había notado.

Él masticó como siempre hacía cuando le daban algo que odiaba, y luego sonrió poco convincentemente.

- ¿Cómo llaman a esto? -preguntó él-. ¿Carne tierna de erizo?

Virginia echó un vistazo a Lobo para ver si él podía zanjar este asunto, pero él estaba mirando al muchacho moreno.

En aquel momento, el violinista terminó una hermosa pieza musical.

- Tu turno, forastero -le dijo a Tony.

- Yo no toco.

- Entonces cántanos una canción -dijo el Gitano.

- En realidad no soy cantante.

Lobo finalmente volvió su atención a lo que pasaba.

- Canta algo, Anthony -dijo Lobo suavemente-. No vayas a insultarlos.

- No se me ocurre nada -dijo Tony.

A Virginia tampoco.

Echó un vistazo sobre su hombro. El gitano grande a su espalda estaba afilando sus cuchillos. Él vio que lo estaba mirando.

- ¿Nuestra hospitalidad no es merecedora de una canción? -preguntó él.

Su padre sonrió con su pequeña sonrisa zalamera y miró a Virginia. Ella se encogió de hombros. Entonces él comenzó, con voz ondulante, a cantar la vieja canción de Cher:

- Gitanos, vagabundos, y ladrones. -Sorprendentemente, recordaba los versos, y aún más sorprendentemente, su voz se hizo más fuerte y acabó siendo bastante más agradable de lo que solía ser.

No había oído cantar a su padre en mucho tiempo. Aun si la canción no era realmente algo que ella hubiera elegido.

Mientras su padre cantaba, Virginia reparó en otro hombre gitano que estudiaba al Príncipe Wendell. El hombre pasó sus manos a lo largo de la espalda de Wendell. Virginia quiso detenerlo, reclamar que Wendell era suyo, pero temió insultarle.

Cuándo su padre terminó de cantar, el hombre le dijo:

- ¿Es de oro verdadero?

Virginia sintió que su corazón se hundía. ¿Cómo saldrían de esta?

- Ah, no, no -dijo Tony-. Es pintura dorada. Es uno de un conjunto de dos que compré para mi camino de entrada, ya sabe, ambos van a sentarse delante de las puertas.

Pareció que el hombre gitano aceptaba la explicación. Virginia se levantó para estirar las piernas. No estaba segura que pudiera dormir aquí. Era tan extraño.

Ella caminó hacia las jaulas de las aves.

- Libérame. -Virginia saltó. Miró en ambas direcciones, pero no vio de donde había llegado la vez.

- Libérame.

Ella miró detenidamente a la jaula. Una de las aves le había hablado. No estaba tan sorprendida como lo hubiera estado hacía sólo unas horas. Tal vez se estaba acostumbrando a este lugar.

- Por favor, libéranos -pidió otra ave-. Sólo somos pequeñas víctimas.

Lobo se acercó por su espalda. Pudo sentirlo antes de oírlo.

- Son aves mágicas -dijo él suavemente-. Muy raras, muy difíciles de capturar. Sólo los gitanos saben atraparlas.

- Pequeñas víctimas -dijo un ave-. ¿Entiendes esto, chiquilla? Pequeñas víctimas.

Virginia sintió el calor de Lobo contra su espalda.

- ¿Qué les pasará?

- Les romperán las alas y luego serán vendidas a gente rica.

- No lo harán, ¿verdad? -preguntó una ave-. Es horrible.

- Algunas personas las comen -dijo Lobo-, creyendo que absorberán su magia.

- No lo harán, ¿verdad? -dijo el ave-. Eso es terrible

- Tengo seis pequeños bebés que esperan ser alimentados -dijo la otra ave-. Morirán de hambre sin mí.

- Eso es tan cruel -dijo Virginia.

De repente la puerta de uno de los carromatos se abrió, y una anciana bruja surgió. Virginia nunca habría usado aquella palabra, ni siquiera mentalmente, pero no sabía otra forma de referirse a ella. La mujer parecía tener seiscientos años y haber sido la persona más perversa en el planeta durante quinientos noventa y nueve de ellos. Virginia sintió que su corazón comenzaba a correr.

La bruja fijó sus ojos centellantes en Lobo, después en Tony, y luego en Virginia. Virginia nunca había visto ojos así, y sabía que su propio miedo se le reflejaba en el rostro.

Esta mujer, o así lo susurró alguien, era la Reina de los Gitanos. Virginia comenzaba a creer que ser una Reina en este lugar no era buena idea.

- Armad la mesa -dijo la Reina Gitana.

Los demás gitanos se apresuraron a obedecer su orden. Rápidamente armaron una mesa con un mantel sobre ella y una silla a un extremo. Colocaron una baraja del tarot delante de ella, y un plato hondo con líquido rojo. Ella llamó por señas al padre de Virginia y le indicó que se sentara en la silla.

Virginia se sintió aliviada de que la bruja no le pidiera que se sentase.

La Reina Gitana repartió las cartas.

- Veo que el futuro te depara gran riqueza -le dijo a Tony.

Él sonrió.

- Me gusta cómo suena eso.

- Y pasando directamente a… -dijo la Reina Gitana.

- Eso fue sólo la habichuela que yo tenía -dijo Tony-. ¿Qué hay sobre el futuro?

- Sale El Tonto -dijo la Reina Gitana cuando ella giró otra carta.

- ¿Qué es esa carta? -preguntó Tony, señalando a la siguiente carta que ella mostró.

- El amigo del Tonto, El Zoquete -dijo la Reina, girando más naipes-. Está relacionado con El Bufón y El Tonto del Pueblo. ¿Y detrás de él, El Cret…

- ¿Podemos volver al consejo financiero? -preguntó Tony.

- No hay nada más en apariencia -dijo la Reina Gitana-. Leeré a la muchacha.

Virginia negó con la cabeza. No quería a esta mujer examinando su vida.

- No, gracias.

La Reina Gitana contempló a Virginia. Virginia apartó la mirada. La mirada de la Reina se hacía cada vez más y más malévola. O quizás Virginia sólo temía que fuera así por lo que estaba pasando.

Finalmente respiró hondo. ¿Qué daño podía hacer esto? Las cartas del tarot existían en su mundo. Y no funcionaban.

Virginia se sentó en la silla que su padre acababa de desocupar.

La Reina Gitana repartió algunas cartas, luego las contempló durante un momento antes del hablar.

- Estás llena de cólera. Ocultas mucho de ti misma.

La Reina Gitana metió la mano en su vestido y sacó unas tijeras. Con manos aquejadas por la edad se estiró hacia adelante y agarró un mechón del cabello de Virginia. Virginia intentó no echarse hacia atrás cuando la Reina Gitana lo cortó. Ésta tiró el bucle al líquido rojo.

- Tienes un gran destino que incluye retroceder en el tiempo -dijo ella.

Virginia resopló.

- Soy una camarera, así que por ahora no me sorprende.

La Reina Gitana observó su cabello mientras las hebras se separaban en el líquido.

- Nunca has perdonado a tu madre por abandonarte.

Ya era suficiente. Virginia se puso de pie.

- Como dije, en realidad no quiero que me lean la fortuna.

Lobo se deslizó en la silla, con una sonrisa en el rostro. Ofreció su mano como un niño. Virginia se apartó del camino, aliviada que él hubiera tomado su lugar.

- Amor y romance, por favor -dijo Lobo cuando la Reina Gitana tomó su mano-. Matrimonio, niños, cuanto tendré que esperar hasta la cremosa chica de mis sueños diga que sí, esa clase de cosas.

- Veo muerte -dijo la Reina Gitana-. Una joven muerta. Despedazada.

La sonrisa de Lobo se esfumó.

- Ah, no. Yo pensaba más en la línea de dos niños y tres niñas, sabe, una familia…

- Veo un fuego formándose -dijo la Reina Gitana-. Serás quemado en él.

- No. -Lobo intentó recuperar su mano, pero la Reina Gitana le retuvo con un firme apretón-. No eres lo que pareces. ¡Eres un lobo!

Se desenfundaron cuchillos por todas partes del campamento. Virginia nunca había visto tantas armas en un sólo lugar. Destellaban ante la titilante luz, como los mismos ojos de los gitanos.

Lobo no pareció alarmarse por ello. Él había dejado de forcejear. Miraba a la Reina Gitana.

- Soy un lobo -dijo suavemente-, y también lo es tu nieto.

Virginia miró al muchacho en un rincón. Éste estaba observando atentamente.

La Reina Gitana miró a Lobo durante largo rato, luego sonrió y le soltó la mano.

- Debes quedarte con nosotros esta noche -dijo ella-. Los amigos deben permanecer juntos en el peligroso bosque.

La palabra "amigo" tranquilizó un poco a Virginia. Preferiría estar en éste fuertemente resguardado lugar, intentando dormir un poco, que caminando por el bosque en la oscuridad. Se lo dijo mucho más tarde a Lobo, quien le dedicó una mirada estudiosa, como si él no estuviera seguro de preferir estar allí.

Finalmente, Virginia se acostó junto al fuego. Su padre estaba a su lado, y Lobo en algún lugar cercano. Estiró el cuello y finalmente vio a Lobo hablándole al muchachito. Había una ternura y paciencia en las maneras de Lobo que Virginia nunca antes había visto.

Sonrió y los observó durante un rato. Pero sus párpados se hacían más y más pesados, hasta que finalmente se durmió.

Soñó que estaba en el bosque. Era el crepúsculo o quizás pleno día. No podía decirlo. Pero podía ver a Lobo a aproximadamente a siete metros de distancia de ella. Con esa extraña luz, parecía todo un predador. Cerró los ojos durante un instante, y cuando los abrió, su corazón brincó. Lobo estaba más cerca.

- Te moviste -dijo ella.

- No, no lo hice.

Lobo estaba de pie absolutamente quieto, como antes. La oscuridad se convertía en noche. La luz se difuminaba rápido, y Virginia no quería estar en los bosques en la oscuridad. Echó un vistazo sobre su hombro y cuando miró hacia atrás, vio a Lobo.

- Te moviste -dijo ella.

- No me he movido una pulgada -dijo Lobo.

Pero lo había hecho. Estaba a sólo tres metros de distancia de ella. Y estaba quieto, sonriendo con una extraña sonrisa. Se sintió como si ella fuera la presa. Finalmente entendió por qué la gente hablaba de ciervos atrapados por los faros de los coches. Tenía la curiosa sensación de que, si se movía, él estaría justo a su lado.

Pero esto era tonto. Lo comprobó, y cuando se dio la vuelta, él estaba a sólo metro y medio de distancia. Echó un vistazo al camino para ver si podría escapar, y ahora estaba a menos de un metro.

No quería que consiguiera acercarse más. Temía lo que haría él.

Temía lo que haría ella.

Le miró fijamente, y no se movió.

No se movió en absoluto.