Capítulo 30

El Juez estaba arrodillado e inspeccionaba los dientes de las ovejas. Por primera vez, Tony se alegraba de no tener el trabajo del Juez. Virginia estaba de pie incómoda al lado de Sally Peep, quien seguía lanzándole miraditas llenas de odio. Tony estaba menos preocupado por Sally que por el resto de la familia Peep. Estos señalaban al cordero de Virginia y refunfuñaban furiosos.

Finalmente el Juez se puso de pie.

- Tres hermosas muchachas, y tres hermosos corderos. Es el concurso más difícil de juzgar en mucho tiempo. -Echó un vistazo a las concursantes-. Pero doy a Mary y su oveja ocho puntos de diez, y un merecido tercer lugar.

Hubo corteses aplausos, y Mary pareció a punto de llorar. Tony tuvo que apartar la mirada de ella, pobrecita. No tenía ni idea de que el concurso estaba amañado.

El Juez puso primero una mano sobre el dorado cordero de Sally, luego sobre el rosado de Virginia.

- Ambos corderos son tan hermosos -dijo-. ¿Cómo tomar una decisión? Tengo que darle a Sally Peep diez puntos de diez.

Tony maldijo por lo bajo. Ahora tendrían que encontrar otro modo de conseguir el espejo. Pero la familia Peep aclamó, chilló y chocaron los cinco. El Juez esperó pacientemente hasta que las ovaciones terminaron, y luego añadió:

- Pero tengo que darle a Virginia Lewis diez puntos de diez también.

- ¿Un empate? -dijo Wilfred-. No puede declarar un empate. Alguien tiene que ganar.

La muchedumbre gritaba y discutía. Algunas personas corrían, gritando la noticia a aquellos que no habían logrado oírla. Tony observaba todo esto maravillado. Por lo visto nadie había sobrepasado a la familia de Peep en años.

- Tengo que ganar -dijo Sally Peep-. Los Peep siempre ganan.

- ¿Qué tal si tú te quedas el trofeo y yo con el espejo? -preguntó Virginia.

- ¡Ambos son míos! -Sally saltó de arriba abajo, literalmente-. ¡No es justo!

Toda la zona estalló en enfrentamientos verbales. Tony se mantuvo apartado, escuchando los insultos que los Peep lanzaban al Juez y a Virginia. Virginia seguía mirando al espejo, como si estuviera pensando en escaparse con él.

El Juez golpeó su mazo para imponer silencio.

Todos dejaron de gritar y se volvieron hacia él.

- Esto es una competición de pastoras -dijo el Juez-. Establecemos una prueba de obstáculos, y quien guíe a sus ovejas hacia el redil en menos tiempo será la ganadora, se utilizarán sólo perros pastores y órdenes. ¿Suena bastante justo?

- ¡No! -dijo Virginia-. Yo no tengo un perro pastor.

- Entonces parece que ganaré, ¿verdad? -dijo Sally.

La familia Peep rió. Una pequeña Peep dio un puntapié a Virginia en la espinilla. Ella se agarró la pierna y bajó la mirada. La niña gruñó. Tony estaba horrorizado.

Pero no parecía que los aldeanos lo notaran. Por lo visto la falta de deportividad de los Peep no molestaba a nadie, sólo a él y a Virginia. Varios de los hombres del pueblo establecían un recorrido de obstáculos. Alguien pidió ayuda a Tony, pero él de alguna forma eludió hacerlo.

Tony apretó un puño y comenzó a pasearse. Tenía que hacer algo ¿Pero qué? Todo esto había parecido tan buena idea esta mañana.

- ¡Maldición! -refunfuñó-. Maldición. ¿Dónde, por el amor de Dios, podemos conseguir un perro pastor con tan poca antelación?

- Perdóneme. -El idiota de pueblo se había colocado sigilosamente a su lado y le tiraba de la manga.

- Ahora no -chasqueó Tony-. Tengo que pensar rápido.

- Pero usted tiene un perro -dijo el idiota.

No llamaban a este tipo el idiota del pueblo por nada.

- Por si no lo has notado -comenzó Tony-, este perro es…

Tony se detuvo. Tenía una mano en la cabeza de oro del Príncipe Wendell. En menos de treinta segundos encajó todas las piezas.

Agarró la mano del idiota y se la sacudió.

- Cierto. Eres un genio -le dijo Tony al idiota. El idiota parecía confuso. Pero Tony no se preocupó. Tomó la cuerda del Príncipe Wendell, y le gritó a Virginia-: Entretenlos. Ahora vuelvo.

Entonces corrió calle abajo. Por suerte, todos los Peep se preparaban para el concurso. Tony se figuró que quizás tenía quince minutos. No tenía ni idea de cuánto le llevaría a Sally Peep hacer el recorrido.

Pareció llevarle una eternidad llegar a la granja, y mucho más conseguir meter al Príncipe Wendell dentro del granero. Las ruedas de la carretilla seguían atascándose. Finalmente, Tony cogió en brazos a Wendell y lo llevó dentro.

Seguramente Wendell sería más fácil de poner en el balde de lo que había sido esa maldita oveja, pero cuando Tony empezó a bajar al perro, el peso del oro tensó la cuerda, y la palanca se rompió. La cesta giró fuera control, golpeando el fondo del pozo con un gigantesco chapoteo.

Tony intentó mirar en el interior del pozo. No podía ver nada en la oscuridad, ni siquiera con las pequeñas luciérnagas de luz. ¿Qué haría si los Peep regresaban, no había pasado nada y había un perro de oro en su pozo?

No quería meter la pata. No esta vez.

- Pozo de los deseos -dijo, intentando no sonar desesperado-. Ah, mágico pozo de los deseos, usa tu curación… um, o lo que sea… de agua para devolver a la vida a este pobre perro atrapado en un cuerpo de oro.

- Sólo tenías un deseo. -La voz del pozo de los deseos parecía horriblemente disgustada.

- Lo sé, lo sé -dijo Tony-. Pero esto es muy importante.

- Oh, muy bien -dijo el pozo-. ¿Pero juras que este es el último deseo de hoy?

- Sí, sí, lo juro.

Se oyó un gemido y las aguas burbujearon. Sólo algunas estrellas se elevaron, y eran débiles. Tony se retorció las manos. Después de unos momentos, el sonido se detuvo.

Tony tiró de la cuerda, manipulándola lo mejor que podía. El perro era pesado, y lamentó no tener algo de ayuda. Intentó con ahínco no pensar en las millones de formas en que esto podría salir mal.

Finalmente tuvo el balde a la vista, y su corazón literalmente se hundió. El príncipe Wendell aún era una estatua de oro.

- No puedo creerlo -dijo Tony.

Entonces la estatua sufrió un pequeño temblor y finas grietas de oro aparecieron. El Príncipe Wendell sacudió la cabeza como un perro intentando secarse a sí mismo, y el oro voló por los aires como gotitas.

- ¡Funcionó! -gritó Tony-. ¡Funcionó!

Wendell saltó del balde y aterrizó en la tierra. Se sacudió un poco más, y hasta el último vestigio de oro cayó. Se giró y miró mareado a Tony.

- Ey, Príncipe, muchacho, bienvenido -dijo Tony-. ¿Qué siente al estar de vuelta en el mundo real?

El Príncipe Wendell se abalanzó contra Tony y le mordió el tobillo con tanta fuerza que Tony gritó de dolor. Príncipe se echó atrás, y Tony saltó sobre un pie, aferrándose la herida.

- Idiota -dijo el Príncipe Wendell-. ¿Por qué me convertiste en oro?

- Fue cosa del calor del momento -dijo Tony, comprobando la piel alrededor de su tobillo. Estaba desgarrada y la sangre fluía-. Intentaba salvarte de aquellos trolls.

- Realmente eres el criado más incompetente que he tenido jamás. Eres un imbécil total.

- Tienes que ayudarme, Príncipe.

- ¿Ayudarte? -dijo el Príncipe Wendell-. Debes estar bromeando.

***

Virginia observó cómo terminaban de colocar los obstáculos y el pequeño redil; después observó como instalaban un cronómetro ordinario. Le recordaba a un metrónomo. Después observó a Sally Peep conducir a su perro, con una serie de silbidos y órdenes, para guiar a la oveja al redil.

El Juez había tenido una idea esplendida. Sally terminó con un tiempo de ochenta y cinco.

Virginia se preguntó si la descalificarían por no tener un perro. No veía a su padre por ninguna parte. No tenía ninguna forma de consultarle.

El Juez la miraba. Virginia iba a pedirle unos minutos más, una especie de rodeo, pero él no la miraba a los ojos. Los aldeanos se habían llevado a su cordero al otro lado del pueblo, y apenas podía verlo.

- El tiempo comienza ahora -dijo el Juez.

Ah, no, pensó Virginia. El cordero estaba de espaldas a ella.

- Aquí, oveja -dijo Virginia-. Aquí, oveja.

El cordero no se movió. Virginia podría oír los pequeños chasquidos del reloj mientras el tiempo pasaba.

- Llegando a treinta -dijo el Juez.

Virginia silbó y gritó, pero parecía que el cordero ni siquiera reparaba en ella. Los Peep comenzaron a reírse entre dientes. Algunos de los aldeanos se alejaban.

- Llegando a cincuenta.

Entonces oyó el ladrido. Virginia echó un vistazo hacia el límite del pueblo y vio a Príncipe corriendo a toda prisa hacia el cordero. El cordero lo vio también y se apresuró a alejarse de él hacia el redil, corriendo tan rápido como sus pequeñas piernas le permitían.

- ¿De dónde ha salido ese? -preguntó Sally

- Vamos, Príncipe, vamos -gritó Virginia.

- Contando setenta -dijo el Juez.

El cordero trató de escapar a un lado, pero Príncipe no se lo permitió. Wendell empujó, pellizcó y mordió al cordero, forzándolo despiadadamente hacia el redil.

- Contando ochenta -dijo el Juez.

Estaban cerca.

- Ochenta y uno.

Príncipe logró que el cordero entrara en el redil.

- Ochenta y dos.

- Redil cerrado -dijo Virginia, sintiendo un increíble alivio.

- Ochenta y tres -dijo el Juez-. Virginia la Pastora es la ganadora de este año.

Los aldeanos aclamaron, gritaron y chocaron los cinco unos con otros. La algarabía era estridente. Debían llevar deseando desde hace mucho tiempo que los Peep perdieran.

- No, no -dijo Sally-, no es justo.

Virginia se apresuró hacia el Príncipe Wendell. No había notado hasta ahora cuanto lo echaba de menos. Lo abrazó fuertemente, y él se lo permitió.

- Bien hecho, Príncipe -dijo Virginia.

Sally Peep bajó como una tromba del escenario y gritó algo a uno de los Peep más viejos. Después se alejó bufando. Virginia sepultó su rostro en el cuello de Príncipe.

- Ven y recibe tu premio, muchacha -dijo el Juez.

El espejo. En medio del entusiasmo de ver vivo al Príncipe Wendell, casi lo había olvidado. Ella y Príncipe cruzaron el estrado, y su padre se unió a ellos.

Su padre fue quién realizó el discurso.

- Gracias, gracias -dijo Tony-. Fue un esfuerzo de equipo. Una sola persona no podría haberlo hecho. Gracias.

El Juez entregó a Virginia el espejo. Era más pesado de lo que se esperaba, pudo verse reflejada en el cristal. Se la veía ridícula con su traje de pastora, pero no le importó.

Por fin podría irse a casa.

***

Tony apenas podía contener su euforia. Tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no saltar al espejo ahí mismo en medio de la muchedumbre. Pero Virginia lo apartó de allí y le llevó al granero. El príncipe Wendell los seguía.

Tony abrió la puerta del granero de un tirón y entró.

- ¡Lobo! -gritó-. Recuperamos el espejo.

No hubo ninguna respuesta. Tony estudió detenidamente toda la zona. No vio ni rastro de Lobo.

- Ha salido -dijo Virginia. Parecía perpleja y algo más que preocupada.

- No importa -dijo Tony-. Hagamos que este espejo funcione.

Virginia apoyó el espejo contra un poste. Éste simplemente les reflejaba. Ninguna escena mágica de Central Park, nada. Las manos de Tony estaban húmedas.

- ¿Por qué no nos muestra nuestro mundo? -preguntó Tony.

- Porque no ha sido activado -dijo el Príncipe Wendell. Cada palabra que había dicho desde que fue liberado del oro, excepto los insultos que le había gritado a ese pobre cordero, goteaba sarcasmo-. Probablemente haya un mecanismo secreto en algún sitio.

Tony comenzó a examinar el marco. Después de un momento, Virginia también lo hizo.

- ¿Cómo lo atravesaste tú en primer lugar? -preguntó Tony a Príncipe.

- Caí en él -dijo el príncipe-. El mecanismo no puede ser difícil de encontrar.

Virginia presionó la parte del decorado de la cornisa, y de repente se produjo un chasquido. El espejo comenzó a vibrar y burbujear como un antiguo televisor en blanco y negro. Tony se puso en cuclillas, examinando detenidamente la tenue imagen. Gradualmente ésta se fue enfocando, completamente en color.

- Es Central Park -dijo Virginia.

- Es Wolman Rink -dijo Tony.

La imagen se hacía aún más clara cuando de repente Tony oyó unos gritos terribles.

- ¡Lobo! ¡Lobo!

Parecía la voz de una mujer. Tony miró a Virginia. Ella parecía alarmada. El Príncipe Wendell ya estaba corriendo hacia la puerta. Tony y Virginia lo siguieron.

Cuando salían, un afligido agricultor entraba corriendo en el pueblo. Parecía frenético.

- ¡Sally Peep ha sido asesinada! -gritaba.

Una multitud de furiosos Peep lo seguía, arrastrando a alguien.

- Lo tenemos -gritó otro agricultor-. Lo tenemos.

Tony necesitó un momento para ver lo que pasaba. Lobo estaba en el centro de esa multitud. Recibía puntapiés, golpes, puñetazos y era arrastrado mientras tiraban de él hacia el centro del pueblo. Su mirada se cruzó con la de Tony y vocalizó, o tal vez gritó, fue imposible diferenciarlo con todo ese ruido, ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!

Capturado en flagrante delito -gritó el agricultor-. Matemos al bastardo.

La muchedumbre era demasiado densa para pasar. Virginia comenzó a adelantarse, pero Tony la contuvo. Lobo luchaba, pero no podía escapar.

Quemadlo -gritaba la muchedumbre-. ¡Quemad al lobo!