Capítulo 7

Blabberwort no podía ver la fuente de esa luz… no dejaba de parpadear. Nunca había visto una luz que tuviese un resplandor tan frío. Siseaba y saltaba y burbujeaba, pero no había llamas en ella, nada que la permitiera apagarla.

Todo este cuarto era extraño. Las puertas no funcionaban. Las paredes tenían un material aterciopelado en ellas que parecía estar pegado. Había pasado los dedos sobre cada pulgada de este lugar, y aun así no había podido averiguar cómo salir de allí.

Había una gran magia aquí, una contra la que deberían haberse protegido antes de arremeter dentro de este edificio.

Sus hermanos estaban frotándose los pies. Se habían quitado los zapatos, pero de vez en cuando los cogían y sujetaban como si fuesen un talismán.

- Estoy rememorando años anteriores -dijo Blabberwort- y siento que este es realmente el peor hechizo bajo el que alguna vez hayamos caído.

- Hemos tenido algunos apestosos -dijo Burly, asintiendo con la cabeza-, pero ninguno como éste.

Bluebell tenía los brazos cruzados. Estaba observándoles como si fuera culpa de ellos que todos estuvieran atrapados.

- Es una pequeña bruja poderosa, esa -dijo Burly-. La habría atrapado si ella…

- No me hubiese atrapado primero -completó Blabberwort.

- Absolutamente -dijo Burly..

Se miraron entre ellos; luego tantearon las paredes de la celda otra vez. Esto era peor que la Prisión Monumento a Blancanieves. Al menos allí habían tenido algo de luz natural.

Algo de comida.

Una cama.

- ¡Ya no puedo soportarlo más! -gritó Burly-. ¡Tengo que romper este conjuro!

Sacó su hacha y Blabberwort tuvo que apartarse a gatas de en medio para evitar el retroceso. Burly dio hachazos a la puerta una vez, dos veces, tres veces, y luego examinó su trabajo. No parecía haber diferencia, lo cual lo enfadó aún más. Se convirtió en una máquina de dar golpes, dando hachazos, y hachazos, y hachazos hasta que se movió de la puerta a la pared y al suelo.

De repente su pierna derecha cayó a través del suelo. Gritó. Blabberwort y Bluebell le agarraron y le levantaron.

Había un agujero en el suelo. Blabberwort miró con atención a través de él. Había un cable sujeto a este cuarto, y bajaba hacia una oscuridad impenetrable.

- Ahh -dijo Blabberwort, mirando fijamente a la negrura debajo de ellos-. Es mucho más poderosa de lo que imaginábamos.

- Chúpate un elfo -dijo Burly-. Sigue para siempre. Conduce a un profundo y oscuro lugar por debajo que no tiene fondo.

- Odio ese tipo de lugares -dijo Bluebell.

¿No lo hacían todos?

***

El cuarto de baño olía a vómito fresco y otras cosas repugnantes. Tony gimió y se agarró firmemente el estómago. Nunca había estado así de enfermo antes, ni siquiera la vez que había comido las albóndigas especiales de su suegra… que ya tenían una semana. No tenía ni idea de lo que le había poseído para comer esa habichuela o lo que fuese, que le había dado un desconocido. ¿En qué había estado pensando?

Tenía la horrible sospecha de que no había estado pensando en absoluto.

Se arrastró a sí mismo fuera del suelo del cuarto de baño y abrió el grifo, salpicando agua en su cara febril. Hipó violentamente, rezó para no tener arcadas otra vez… probablemente lo había echado todo, incluyendo la mitad de sus órganos internos… y entonces sonó el timbre de la puerta.

Maravilloso. Encantador. Sencillamente este no era el mejor día de su vida.

Usó la pared para equilibrarse mientras se tambaleaba hasta el otro cuarto. A través de los restos de la puerta, vio a Murray, que parecía bastante enfadado.

Tony se debatió entre sí abrir la puerta, no era que realmente tuviese importancia. Si la puerta tuviese una mirilla como se suponía en lugar de estar hecha trizas, podría haber tenido una opción. Pero no la tenía.

Cuando se asomó por la puerta, se encogió de miedo. Murray se lanzó sobre él, justo como había esperado.

- Está claro que nunca repara las tuberías como promete. Eso ya lo esperaba. Pero esto… -Señaló al pasillo- ¿Qué diablos es esto?

Tony se inclinó algo más, fuera de su apartamento. Vaya desastre. Además de la puerta en ruinas, el pasillo estaba cubierto de polvo rosa. Alguien había arrancado todos los cables de la caja de control del ascensor y los había arrojado a lo largo del suelo.

Sintió que el rubor subía por sus mejillas.

- Oh, lo siento, señor Murray, señor. Puedo explicarlo todo -Si bien no podía. Intentó disimular diciendo-. Me pondré a arreglarlo.

- No. No -dijo el señor Murray-. Lo de arreglarlo ya no le vale. Les quiero a usted y a su hija fuera de este apartamento hoy. Está despedido.

Oh, no. Tony no podía ser despedido de otro trabajo. No sería capaz de encontrar trabajo en ninguna parte. Especialmente un trabajo que tuviera un apartamento gratis incluido.

Nunca en su vida había intentado lamer tan duramente el culo a nadie.

- No, por favor, señor Murray…

- ¿Qué, basura asquerosa? -preguntó el señor Murray.

Tony se quedó congelado. Le habían demolido la puerta, había sido atacado con polvo rosa, había visto a un hombre que se llamaba a sí mismo Lobo, y había comido una habichuela que sabía a estiércol de murciélago. Luego había vomitado la mitad de la noche… sin mencionar otras cosas… y, sin que fuera culpa suya, había sido despedido. El señor Murray no cambiaría de parecer, sin importar cuánto le lamiese el culo. El señor Murray era un idiota y merecía saberlo.

Tony se inclinó hacia adelante como si fuese a impartir el secreto del universo.

- Deseo que usted y su familia entera me besen el culo -exclamó- y sean mis esclavos para siempre.

Los ojos del señor Murray se entrecerraron.

- ¿Qué ha dicho… amo?

Esa última palabra simplemente la expiró. Sus ojos estaban vidriosos, y tenía una postura que Tony nunca antes le había visto.

Entonces Murray se agachó y agarró a Tony por las caderas, besándole el culo. Tony aulló, apartó a la fuerza a Murray, y luego se detuvo.

Deseo que usted y toda su familia…

Tony rió nerviosamente.

- ¿Qué, oh, Amo?

- Limpia este pasillo -dijo Tony- y consigue a alguien para reparar mi puerta.

- Sí, Amo.

Murray se fue corriendo. Tony entró en su apartamento. De repente se sentía mejor. Acababa de pedir un deseo con éxito… tenía cinco más.

Entró en el dormitorio, se puso su bata y sus zapatillas, y cogió un cigarro de su alijo secreto, el único que Virginia nunca había encontrado. Entró a la sala de estar para encontrar a Murray allí, balanceándose arriba y abajo como un niño que tuviera que ir al baño.

- Tengo a alguien limpiando el pasillo, amo. Y mi madre arreglará su puerta. ¿Qué más desea?

Tony sonrió abiertamente. Murray le había hecho sentir como un sapo durante años. Sólo podía devolver el favor.

- Quiero que me limpies las botas -dijo Tony.

- Sí, Amo -dijo Murray.

- Con la lengua.

Sí, Amo -Murray parecía un poco demasiado impaciente. Disfrutaba un poquito de esto. Pero no mucho.

- Están en mi armario. Tráelas a la sala de estar para que toda tu familia pueda observar.

- Sí, Amo.

Murray gateó hasta el dormitorio. Tony entró tranquilamente en la cocina. Bueno, tenía su propio criado personal. ¿Qué más podía querer un hombre?

Abrió el refrigerador. Sólo quedaba una cerveza. No era suficiente para un hombre que acababa de convertirse en rey de su propio castillo. Cerró la puerta.

- Bien, amo de los deseos -dijo-, dame un suministro interminable de cerveza.

Se rió por lo bajo. Nadie más habría pensado en eso. Abrió la puerta y vio otra botella al lado de la primera. Cerró de un portazo furiosamente.

- ¿Dos? -dijo Tony-. ¿Es a esto a lo que llamáis una noche salvaje de dónde vienes?

Abrió la puerta otra vez y ahora había cuatro botellas. Eso estaba mejor. Cerró la puerta, luego la abrió como un niño que acabara de aprender que las puertas se abrían y cerraban. Esta vez había ocho botellas.

Cada vez que abría la puerta, el número de cervezas en el frigorífico se duplicaba. Qué guay. Abrió y cerró la puerta un par de veces, y luego contó.

Treinta y dos botellas de cerveza.

Más o menos como la canción. Pero las cervezas no estaban en la pared. Y aparecían con más rapidez de la que un hombre pudiera cantar.

- ¡Muy bien! -dijo Tony-. Oh, tienes que ver esto, Murray.

Agarró un puñado de cervezas y cerró la puerta con un pie. Llevó las cervezas a la sala de estar.

Murray agarraba firmemente una bota entre sus manos.

- Me preocupa que no estén lo suficientemente limpias, amo. ¿Lamo sus botas otra vez?

Oh, Tony estaba disfrutando esto demasiado. Sonrió.

- Enséñame la lengua.

La lengua de Murray estaba negra. Pero no lo bastante negra.

- Bueno tal vez otros cinco minutos. ¿Cómo le va a tu madre con la puerta?

- Casi he terminado, Amo -dijo la señora Murray.

Tony se asomó al pasillo. La vieja señora Murray de setenta y cinco años de edad gemía mientras intentaba encajar la puerta de vuelta a su lugar. Probablemente debería ir a ayudarla, pero entonces se acordó de todas las veces que ella le había insultado cuando le había visto en el ascensor.

No. Podía levantar esa puerta ella solita.

Algo rozó contra sus nalgas. Tony se giró para ver a Murray tratando de alcanzar su trasero otra vez. Esa era la única parte mala de este deseo.

- Oye, gracias -dijo Tony-. Una vez fue suficiente.

Murray inclinó la cabeza y retrocedió.

Tony sacó su culo de la línea de visión de Murray sólo por si acaso. Se hundió en su sillón y cruzó los pies. Luego se puso el cigarro en la boca. Se sentía mejor que nunca. Y todavía tenía cuatro deseos.

- ¿Ojala… uh… qué puedo desear?

Recorrió con la mirada el polvo rosa que cubría el suelo. Empezaba a odiar el color rosa.

- Deseo tener algo que limpie el lugar por sí mismo sin yo tener que levantar un dedo. Sí.

La puerta del armario se abrió y la aspiradora, la que no había funcionado en tres años, salió con un poderoso rugido que no había tenido en su juventud. Absorbió el polvo como si ansiara la cosa. Tony rió y aplaudió.

La vida era perfecta, y todavía le quedaban tres deseos más.

***

El edificio de apartamentos era alto, bello y viejo, y estaba hecho de un tipo de ladrillo que Lobo nunca antes había visto. Dio el último mordisco a su BLT… había tirado a la basura la L y el T, pero el B era delicioso. Más que delicioso. Era vivificante. Era suntuoso. Estaba tan cerca de la perfección como un hombre… un lobo… un hombre podía lograr en esta vida. Se lamió los dedos y contempló la dirección.

- Bien, caray-dijo-, éste debe ser el lugar.

Subió saltando las escaleras como un perrito, y fue a la puerta señalada con el número que le habían dado. Luego se detuvo un momento, se alisó hacia atrás el cabello oscuro, y practicó su encanto. Se puso las flores que había robado en la curva del brazo izquierdo y los chocolates que también había robado en la mano izquierda, la caja destacadamente expuesta. Luego llamó.

La puerta se abrió muy ligeramente. Una cadena la retuvo en el lugar. Una mujer se asomó por la puerta. Parecía mucho más mayor de lo que había esperado, y olía a sudor y perfume. Claramente no era la mujer que estaba buscando.

De todos modos, había esperado esto. Ésta tenía que ser la dueña del lugar. La antes mencionada abuela.

Mostró su sonrisa más triunfadora.

- Debe haber algún error -dijo-. Disculpe. Estaba buscando a la abuela de Virginia.

La mujer frunció el ceño ligeramente.

- Soy yo.

Oh, maravilloso. Ella se daba aires. Al menos podría utilizar su vanidad como ventaja.

Su sonrisa aumentó.

- No puede ser. La hermana de Virginia tal vez, su joven madre quizá, ¿Pero su abuela? Es usted una belleza deslumbrante.

Ella se tocó la piel. Parecía como si hubiese dormido con su maquillaje.

- Oh, bueno, todavía no me he puesto maquillaje ni nada.

Obviamente.

- ¿Puedo entrar? -preguntó. Dio un paso hacia adelante, pero ella cerró la puerta lo suficiente como para hacerle saber que no era bienvenido.

- ¿Quién es usted?

- Soy el pretendiente de Virginia -dijo Lobo-. Su prometido.

Sostuvo en alto la foto de Virginia que había robado a su padre y la besó. Luego tuvo que besarla otra vez. Y entonces una vez más para la buena suerte.

- ¿Prometido? -dijo la abuela lentamente. Obviamente estaba volviendo en sí-. Pero ella no ha dicho nada acerca de un novio.

- Muy propio de ella -dijo Lobo-. Es tan modesta. La mayoría de chicas se jactarían y presumirían de salir con el heredero de una enorme fortuna, pero no Virginia. Por favor siga su ejemplo y júzgueme por mi personalidad, no por mis lazos en sociedad.

Eso funcionó. La abuela quitó la cadena y abrió la puerta.

- Entre. Iré a vestirme.

Él se deslizó por la puerta, y colocó las flores y los chocolates en una mesa cercana.

- No necesita usted cambiarse. Se ve perfecta tal y como está.

Ella le sonrió. No había mucho que admirar en ella, no como en Virginia. Pero sería una comida deliciosa. La carne podría estar ligeramente dura, pero estaba claramente bien alimentada. Estaría rellenita y deliciosa y…

Oh, estaba siendo tan malo.

Ella se acicaló el pelo otra vez.

- ¿Me veo bien?

Él asintió con la cabeza.

- Puedo ver de dónde sacó Virginia su atractivo.

La abuela sonrió, pero la sonrisa tenía un filo duro ahora. Aparentemente la abuela pensaba que ella era más bonita que Virginia. Mala, Abuela. Mala.

- En mis días -dijo la abuela-, fui considerada una de las mujeres más bellas de Nueva York. -Agitó una mano hacia una pared cubierta con pinturas extrañas muy parecidas a la realidad. Lobo la siguió.

- Todavía es una de las más bellas -dijo.

Ella sonrió.

Fue la sonrisa lo que le perdió. No pudo evitarlo. La envolvió con sus brazos y olfateó. Sí, deliciosa. Ella forcejeó, pero no gritó. Parecía dar la bienvenida a su avance.

Le estaba gustando la abuela cada vez menos, pero estaba deseando comérsela cada vez más. Agarró el cordón de su bata y le ató las manos, luego encontró una bufanda en una de las mesas y la amordazó. Después usó la mitad inferior de la cuerda para atarle los pies.

La llevó a la cocina. Ella estaba retorciéndose ahora e intentando gritar. Las comidas eran mejores en silencio. Buscó hasta que encontró una olla grande para asar, luego la colocó en la mesa. Metió a Abuela en ella, y ella chilló aun más fuerte. Agarró el delantal de chef de la pared, y se puso un gorro de chef. La mejor comida del día debía ser preparada de la mejor forma.

Cuando buscó, encontró cuerda y la usó para atarla mejor. También encontró sal y pimienta y los echo sobre su pelo coloreado de manera tan poco natural.

Entonces se detuvo y la estudió. Realmente estaba bastante asustada. ¿Hacía un ser humano esto a otro? No, por supuesto que no.

- Soy tan malo -dijo Lobo-. No puedo creer que esté haciendo esto. De todos modos, supongo que se la verá mejor rodeada de patatas.

La mujer tenía que tener patatas en algún lado. Tenía una olla grande para asar después de todo. No vio patatas, pero sí vio el estante de especias. Lo miró fijamente, luego le pegó un coscorrón a la abuela en la cabeza con una mano.

- ¿Llama a esto una cocina? -preguntó-. ¿Dónde está el ajo? ¿El romero? ¿Tengo que trabajar con hierbas secas de hace tres años?

Se puso las manos en las caderas y la examinó.

- Oh, caray, no va a caber usted en el horno, ¿verdad? No de una pieza en todo caso.

Ella estaba chillando agudamente y negando con la cabeza. ¿Por qué no construían hornos lo suficientemente grandes para ancianas en este lugar? Estudió la puerta del horno.

Agarró un poco de ajo seco… arghh. ¿A quién se le ocurrían estas cosas? Y se lo hecho a la anciana por la cabeza. La señora mayor estaba lloriqueando. Se detuvo y la miró fijamente. Lloraba suavemente.

- ¿Qué estoy haciendo? -dijo Lobo-. Debería desatarla, pobre anciana terriblemente asustada. Debería desatarla…

Se golpeó ligeramente un dedo contra los labios, considerándolo.

- … pero antes, pondré un poco de grasa en la bandeja del horno.

- ¿Abuela? -llamó la voz de Virginia a través del apartamento- ¿Estás ya despierta?

- Oh, no -dijo Lobo-. Los invitados están levantados y el desayuno aún no está listo.

Examinó el estante de cuchillos antes de decidirse por una vieja cuchilla de carnicero. La zarandeó ante la cara de la abuela.

- ¿Afila usted alguna vez estos cuchillos?

Ella lloriqueó y se encogió de miedo como si esperase que le fuese a cortar la cabeza.

Él se dio con la palma de la mano en la frente.

- Qué comentario de tan mal gusto. ¿Cómo he podido decir tal cosa?

Oyó un sonido crujiente desde el dormitorio lejano. La hermosa Virginia. Corrió fuera de la cocina y se escabulló por la puerta abierta de la que tenía que ser la habitación de la abuela. Los disfraces. Los disfraces eran siempre buenos.

Se puso encima la redecilla para el pelo y la bata, luego se metió bajo las mantas.

- ¿Abuela? -llamó Virginia.

- Aquí dentro, querida -dijo Lobo, intentando hacer su voz suave como la de la abuela.

Se asomó bajo las mantas y vio un movimiento en el pasillo. La voz de Virginia era preciosa. Tan preciosa como su foto.

- ¿Quieres un poco de café? ¿Y tostadas? -Se estaba acercando. Estaba en el cuarto ahora, y podía oír el chirrido de sus zapatos a medida que caminaba sobre el suelo de madera dura.

- Mmmmmm… -dijo Lobo, manteniendo la voz tan aguda como podía.

- ¿Te has resfriado o algo? -preguntó Virginia.

Estaba bien cerca de la cama. Podía olerla. Ah, esa fragancia maravillosa. Era mucho mejor de cerca. Entonces las mantas volaron hacia atrás.

- ¡Sorpresa! -gritó Lobo.

Ella gritó. Él sacó de repente la cuchilla de carnicero y… se quedó congelado, golpeado por la visión que tenía ante él. Era más diminuta de lo que había pensado que sería. Delicada. Su belleza era asombrosa.

- Chico, oh, chico -dijo Lobo, clavando los ojos en Virginia-. Eres fantástica. Tu foto no te hace justicia. ¡Guau!

Reparó en la cuchilla de carnicero que tenía en la mano. Se había olvidado de que la sujetaba. De hecho, no sabía por qué la sujetaba. ¿En qué había estado pensando?

- Oh, no -dijo Lobo, intentando desesperadamente ocultarla- ¿Cómo habrá llegado esto aquí?

Virginia estaba retrocediendo hacia la puerta. Él salió de un salto de la cama, intentando detenerla.

- ¿A propósito -dijo- dónde está el perro? Durmiendo, si conozco a mi realeza.

Virginia se lanzó hacia la puerta, pero él logró llegar primero, saltando a través del cuarto y atrapándola. Algunas veces sus pequeños talentos lobunos venían bien.

- Hueles muy bien -dijo Lobo-. He captado pequeños retazos de tu fragancia antes, Virginia, pero en persona… los perfumes no son para mí. No, respondo favorablemente a la audacia de una mujer que ostenta su propio aroma. Y tú… oh, Virginia, tú hueles como una comida de domingo.

- M-mantente lejos de mí -logró decir Virginia.

- Ojos hermosos, dientes hermosos, todo lo que hay que tener y todo bien puesto… no cabe duda, estoy enamorado.

Ella agarró un florero de la mesa más próxima y se lo rompió en la cabeza. Él sintió el impacto, los pedazos rotos de cristal cayendo alrededor suyo, pero en realidad esto no le desconcertó en absoluto. De hecho, podría haberle hecho cobrar algún sentido. Tendría que esperar un rato para asegurarse, por supuesto, pero lo sintió de ese modo.

Ella abrió la puerta de un tirón y bajó corriendo por el pasillo mientras él se quedaba allí, ligeramente aturdido. Se quitó las cosas de la abuelita, obviamente un hombre no debería cortejar a una mujer llevando puesta la ropa de la abuela de ella, y la siguió. No entendía del todo por qué las mujeres de esta familia se asustaban tanto de él.

- Permíteme que te tranquilice -dijo Lobo-. Ahora que te he visto, comerte está completamente fuera de consideración. Ni siquiera estás en el menú.

Dejó la cuchilla de carnicero sobre una mesa auxiliar para demostrar sus buenas intenciones. Virginia estaba presionada contra la pared del pasillo, cerca de una ventana abierta. Su andrajosa bata azul no le hacía justicia en absoluto. Un día de estos tendría que asegurarse de que estuviese correctamente vestida. Cuando fuesen más íntimos.

- Ahora, esto te va a pillar por sorpresa -dijo Lobo-, pero ¿qué me dices de una cita?

Ella agarró un bastón que había estado apoyado contra una puerta. Sujetó el palo como si fuera una espada, blandiéndolo como si realmente supiera lo que estaba haciendo. Él dudaba que lo supiera. Tendió las manos, y se acercó.

- Vale -dijo-, hemos empezado mal. -Extendió la mano hacia ella, pero Virginia le golpeó en el costado de la cabeza. El palo se agrietó contra su cráneo. Eso sí que dolía.

Frunció el ceño, tratando de recordar lo que estaba diciendo. Oh, sí.

- Asumo toda la culpa por eso.

Eso debería ablandarla. Se acercó un paso más, y esta vez ella le dio con el bastón en las pelotas. Él gritó de dolor. Eso no había sido necesario. No había sido necesario en absoluto.

- Oh, vamos, dame una oportunidad al menos -dijo Lobo-. Eres una dama dinámica, de eso no hay duda.

Ella cogió el bastón con ambas manos y lo giró como si fuera un garrote. Le golpeó bajo la barbilla y le mandó volando hacia atrás. En el último momento, se dio cuenta de que había abierto la ventana cuando estaba junto a ella, y Lobo intentó sujetarse de los lados evitar caer a través de la misma.

Pero no surtió efecto. Cayó de espaldas desde una gran distancia. Mientras caía, vio a Virginia asomarse por la ventana, hacer una mueca, y cerrarla. Luego, mientras se giraba para ver el montón de basura debajo de él, creyó oírla chillar:

- ¡Oh, Dios mío! ¡Abuela!

Sonreía abiertamente cuando aterrizó, golpeándose la cabeza contra algo duro, y perdiendo el conocimiento.