Capítulo 9

- Creo que te sigues guardando algo -dijo la doctora Horovitz-. ¿Qué te preocupa realmente?

Esta mujer era increíble. Lobo se mordió el labio inferior, saboreó la sangre, pensó en comida, y entonces recordó su dilema. Se incorporó en el diván, se pasó una mano por el pelo y examinó detenidamente los libros. Todos tenían títulos científicos y no parecían ser de ninguna ayuda.

- De acuerdo, de acuerdo -Lobo se inclinó hacia delante y agarró a la doctora Horovitz por el brazo-. Doctora, he conocido a una chica estupenda, y me gusta mucho, mucho, mucho. Pero el caso es…

No podía decírselo. No debía decírselo. La diferencia entre su naturaleza animal y su naturaleza humana era tan… tan… personal.

- Dilo -la doctora Horovitz le alentó ligeramente-. Dilo.

Lobo asió el brazo de la silla, tratando de contenerse, pero incapaz de hacerlo.

- No estoy seguro de si… si… si la quiero o quiero comérmela.

- Oh -dijo la doctora Horovitz.

Lobo se puso de pie de un salto. La doctora Horovitz no se movió, lo que la convertía en el primer ser humano que no se encogía de miedo cuando él estaba de ese humor. Se paseó frente a ella, cogidas las manos tras su espalda.

- La culpa es de mis padres -dijo Lobo-. Los dos eran inmensos. No podían dejar de comer. Todos los días cuando volvía a casa de la escuela me decían comete esto, comete aquello, cómetela a ella…

- No debes castigarte a ti mismo -dijo la doctora Horovitz

- Debo, debo -dijo Lobo-. Soy malo. He hecho muchas cosas malas. Pero ese no era yo, comprende. Eso era cuando era un lobo.

Se derrumbó sobre el diván. Éste protestó bajo su peso, el cual no era considerable… ¿verdad?

- Doctora, quiero cambiar. Quiero ser una buena persona. ¿No puede el león abrazarse con el cordero? ¿No puede el leopardo cambiar sus manchas?

La doctora Horovitz miró su reloj. Se deslizó las gafas sobre la nariz y dijo:

- Realmente tengo que ver a mi siguiente paciente ahora.

Lobo no podía creer lo que estaba escuchando. Se puso de pie, la doctora Horovitz se levantó, poniéndole una mano en la espalda y empujándolo hacia la puerta.

Le acababa de confesar su más profundo y oscuro secreto, y a ella ni siquiera le importaba.

- Pero estoy desesperado, doctora -dijo Lobo.

- Problemas tan profundos no es posible arreglarlos en una sola sesión.

- Pero estoy enamorado y estoy hambriento -dijo Lobo-. Y necesito ayuda ahora. Écheme un cable.

De alguna manera ella le había llevado hasta la puerta. Esta mujer le controlaba y él ni siquiera quería comérsela.

Ella se inclinó y cogió un trozo de papel de su escritorio.

- Aquí tiene una lista de lecturas que le recomiendo encarecidamente -su tono no había cambiado en toda la sesión. No parecía sentir la urgencia que él tenía-. Ahora, ¿por qué no viene a verme la próxima semana?

- ¿No lo entiende? -preguntó Lobo-. No voy a estar aquí la próxima semana.

Ella inclinó la cabeza con desaprobación.

- No me va a intimidar con amenazas de suicidio.

Entonces le empujó hacia la puerta y la cerró tras él. Nunca había sido manipulado tan hábilmente en toda su vida. Se volvió, pensando en aporrearla y decidió que ya había dejado suficiente dignidad en esa habitación. No necesitaba echar el resto golpeando la puerta como un muchacho.

Expulsado del nido, había sido expulsado del nido. Ya le había pasado antes una vez. Al menos ella le había dado una lista con instrucciones, lo cual era más de lo que le habían dado sus padres.

Estaba solo, aunque la verdad sea dicha, estaba mejor así.

***

Los brazos de Tony le dolían. Parecía que se los fueran a sacar del sitio.

Estaba rodeado por la policía, e incluso el pasillo olía a cerveza. Delante, vio a la anciana señora Murray trabajando en los cables del ascensor. ¿Cuándo había adquirido sus habilidades esa anciana señora?

Uno de los policías lo empujó hacia delante. Tony tropezó, preguntándose cómo había pasado de cerveza gratis; hermosas y dispuestas mujeres y una mochila llena de dinero a los últimos quince minutos.

- Si cooperas y nos das el nombre de tu camello -estaba diciendo el poli-, tal vez podamos hacer algo por ti.

Tony negó con la cabeza.

- ¿Qué camello? -preguntó-. Yo no tomo drogas.

Habían llegado cerca del ascensor. La señora Murray los miraba, como si no notara nada fuera de lo corriente. ¿No se suponía que la familia Murray eran sus siervos? ¿No deberían intentar salvarlo? ¿O tenía que pedirlo?

Y si lo pedía, entonces los policías podrían dispararle a ella, y por mucho que le desagradara la vieja bruja, no quería ser el causante de su muerte.

- Acabo de arreglar el ascensor, amo -dijo la señora Murray.

Bravo por ella. Los polis siguieron empujándolo hacia las escaleras.

- Dijiste que no recordabas haber robado el dinero -dijo el poli-, porque estabas bajo la influencia de esas setas mágicas.

- Habichuelas, no setas -dijo Tony-. Sí comí la habichuela pero… Oh Dios.

Lo empujaron hacia el hueco de las escaleras. Tenía que concentrarse para mantener el equilibrio. No había escapatoria. Todo había sido muy extraño desde que esas criaturas habían destrozado su puerta. Y esa habichuela, esa habichuela mágica. ¡Qué maldición había resultado ser!

Casi deseaba no habérsela comido, pero eso le había enseñado el poder inimaginable de los deseos. Así que apretó los labios firmemente y se concentró en sobrevivir a los próximos minutos.

***

La extraña luz centelleante había vuelto. Blabberwort fulminó con la mirada a sus hermanos. Parecía como si se hubiesen derretido y luego vuelto a rehacerse juntos. Sus ojos eran grandes, sin brillo y tristes.

Entonces la luz se fue. La oscuridad era absoluta. Se rodeó las rodillas con los brazos. La eternidad en este lugar podía ser malditamente larga.

Cuando la luz volvió, Bluebell tenía su larga frente arrugada. Era como si de verdad estuviese teniendo un pensamiento.

- Creo que debemos estar en su bolsillo -dijo Bluebell.

La luz se fue. Lo cual fue bueno. De ese modo no sería capaz de ver la reacción de Blabberwort.

- ¿Qué? -preguntó Burly.

- Creo que ha debido encogernos y nos ha metido en una caja de cerillas en su bolsillo.

- Eso es ridículo -dijo Burly-. Te estás derrumbando. Contrólate. ¿Cómo podemos estar en una caja de cerillas, idiota? ¿Dónde están las cerillas?

- Exacto -Blabberwort no podía estar más de acuerdo. ¿De dónde había sacado Bluebell esa idea? Era demasiado tonta para llamarla idea.

La luz volvió.

- Lo siento -dijo Bluebell-. Era una estupidez. Sólo es que estoy muy hambriento, eso es todo.

Todos estaban hambrientos. Blabberwort entrecerró los ojos. Eso planteaba otro problema completamente diferente. Tendrían que comer en algún momento. Los trolls tenían un apetito tremendo. Y ninguno de ellos había traído comida.

- Qué has querido decir. -Por lo visto Burly había tenido el mismo pensamiento-. Suéltalo, vamos.

- No he querido decir nada -dijo Bluebell-, sólo he dicho que tenía hambre. No leas cosas en todo lo que digo.

Pero ya era demasiado tarde. La idea había salido a la luz. Blabberwort miró fijamente a sus hermanos. Ninguno de ellos parecía muy apetitoso, pero al final, ella lo sabía, eso probablemente podría cambiar.

- En realidad yo también estoy hambrienta -dijo Blabberwort.

Quiero salir de esta caja antes de que comencemos a comernos unos a otros -gritó Bluebell al límite-. No puedo soportarlo más…

De repente la caja se movió. Los tres golpearon la pared. Algo zumbó. Las luces volvieron, todas ellas, y no sólo la molesta parpadeante, y la caja comenzó a caer.

Blabberwort se levantó y sus hermanos también. Miraban las paredes de la caja como si ellas tuviesen las respuestas.

- Nos estamos moviendo -gritó Burly.

- Estamos cayendo -le corrigió Blabberwort.

Bluebell se cubrió la cabeza

- ¡Estamos a punto de llegar al infierno! ¡Preparaos!

La caja dejó de moverse y despacio se abrieron las puertas. Blabberwort conocía este sitio. Lo había visto antes, sólo que entonces estaba oscuro.

- Esto no es el infierno -dijo Burly-. Por aquí es por donde hemos llegado.

- Evidentemente magia -dijo Blabberwort-. ¿Cómo lo ha hecho?

Ante la mención de ella, se miraron los unos a los otros. El ataque podía venir de cualquier dirección y en cualquier momento. Se aplastaron contra las paredes y salieron con cuidado de la habitación, mirando en todas direcciones para asegurarse de que no había nadie alrededor.

No había nadie.

Entraron en el área principal, donde imágenes en blanco y negro se mostraban en otras pequeñas cajas. Así era como llevaba la cuenta de sus prisioneros. Blabberwort pensó en enseñar esto a los otros, pero cambió de idea cuando se dio cuenta de que no iban a ser atacados.

Burly y Bluebell parecía haber advertido lo mismo al mismo tiempo. Soltaron un grito de alegría y salieron corriendo por la puerta.

Blabberwort les siguió. Se dirigían de vuelta a los árboles, a la hierba y a las cosas familiares. Y no podía esperar a llegar allí.

***

Nunca antes había estado sentado en la parte de atrás de un coche de policía, especialmente no con las manos esposadas. Mientras conducían fuera de su barrio, Tony miró alrededor buscando ayuda. Mucha gente caminaba por la calle, pero apartaban la mirada como si fuese él quien hubiera hecho algo malo.

Todo lo que había hecho había sido comerse una habichuela mágica que sabía a… bueno, no iba a volver a lo mismo otra vez… pero eso no era un delito grave, por amor de Dios. ¿No podían esos polis entender eso?

Quizás podría hacer que lo entendieran.

Se inclinó hacia la malla que lo separaba de ellos.

- Escuchen -dijo Tony a los dos polis del asiento delantero-. ¿Podemos hacer un trato? Les puedo dar cualquier cosa que quieran, lo prometo. Una casa en los Hamptons, coches, barcos, mujeres. Todavía me quedan dos deseos.

- No se está haciendo ningún favor a sí mismo intentando sobornarnos -dijo uno de los polis.

- ¿Qué tengo que perder? -dijo Tony. Pensó por un momento, tragó fuerte y suspiró. Le quedaban dos deseos. Bien, no podría utilizar ninguno de ellos si no salía de aquí-. De acuerdo, deseo poder escapar de este coche de policía ahora.

Los polis se rieron. Luego el conductor se puso completamente blanco.

- Paul -gritó el conductor-. Se han roto los frenos.

Oh, genial. Eso no era a lo que Tony se refería. El coche se lanzó pasando un semáforo en rojo, dispersando a los peatones. El conductor giró el volante, ¿es que no enseñaban a los policías a detener vehículos sin frenos en la academia?, y el coche golpeó el bordillo de la acera, subiéndose en ella, fallando por poco a un vendedor de knish y estrellándose dentro de una tienda.

Los cristales saltaron alrededor de ellos. Tony parpadeó dos veces. No estaba herido. Pero los polis lo estaban. Estaban inconscientes. Los miró fijamente por un momento antes de comprender lo que había hecho.

***

Un lugar maravilloso. Lobo no sabía quien había tenido la idea de poner todos los libros del mundo en un solo lugar, pero esto era fabuloso. Un día cuando no estuviese buscando a Virginia y persiguiendo al Príncipe Wendell, volvería y leería todo lo que había sobre comida, ¡una sección entera!, y cocina, y especias y…

Pero ahora mismo tenía más libros de los que podía llevar. Los llevaba en equilibrio bajo la barbilla, y seguía intentando coger uno o dos que se resbalaban.

La mujer junto a él, la “empleada”, como le había dicho que se llamaba, parecía un poco abrumada. Por lo visto, nunca antes había tenido a nadie que quisiera leerlo todo de la sección de auto-ayuda, al menos no todo a la vez.

- Me ha sido de gran ayuda, señorita -le dijo Lobo a la recepcionista de la librería-. Muchas gracias. Si mi plan tiene éxito, ciertamente la invitaré a la boda.

Ella le sonrió con incertidumbre y desapareció en uno de los pasillos. Lobo puso su brazo libre alrededor de sus libros para que ninguno de los clientes pudiese cogerle uno. Luego caminó hacia la puerta principal.

La ventana, que estaba bien cuando había llegado, estaba ahora rota y uno esos carruajes mecánicos sin caballos estaba empotrado dentro. Ese era el problema de intentar conducir sin el beneficio de un caballo.

Había una multitud alrededor, y unos hombres de azul intentaban salir del vehículo

- ¡Detengan a ese hombre! -gritaba uno de ellos.

Lobo se fijó. El hombre estaba señalando a una figura familiar que corría calle abajo. ¡El padre de Virginia, Tony!

Mejor que mejor. Lobo apretó firmemente los libros y atravesó la puerta a la carrera. Una empleada diferente intentó alcanzarlo.

- Señor, ¿ha pagado eso? -le preguntó, pero él la ignoró. Había atravesado la pequeña barricada que había ante la puerta y las sirenas saltaron. Pero no podía detenerse ahora.

Tony se dirigía al parque, y Lobo corrió tras él, todavía sujetando firmemente la pila de material de investigación contra su pecho.