Capítulo 10

Era difícil correr con las manos esposadas a la espalda, pero Tony estaba haciendo un excelente trabajo. Ocasionalmente, perdía el equilibrio en el sendero, pero nunca se caía. El senderismo, todos esos años atrás, demasiados incluso para pensar en ello, valía la pena ahora.

Excepto por los kilos de más, la edad, y el hecho de que apenas se mantenía delante de esos polis.

Su respiración sobrevenía en violentas bocanadas mientras se salía del camino habitual para usar el viejo atajo de Virginia. Aquí los árboles eran un poco más gruesos, y se sintió un poco más seguro. No mucho pero lo suficiente.

Cuando dobló una esquina, vio a alguien que se parecía sospechosamente a Virginia, en cuclillas delante de un perro.

- ¿Papá? -llamó la chica.

- ¿Virginia?

- ¡Papá!

Ni una palabra más. Era Virginia. Tony corrió hacia ella, no queriendo que gritase más. La policía podría oírla.

Sólo le llevó un segundo alcanzarla, pero le llevó un minuto recuperar el aliento. Cuando lo hizo, dijo:

- No creerás lo que me ha pasado.

- No estés tan seguro -dijo Virginia.

Ella estaba al lado de ese perro, que le observaba con inquietantes ojos dorados. Personas extrañas, habichuelas extrañas, perros extraños. En cierta forma todo ello tenía sentido.

- ¿Es éste el perro que quieren? -preguntó Tony-. Pues devuélvelo. ¿Por favor?

- No creo que sea un perro -dijo Virginia-. Está intentando hablar conmigo, pero no puedo comprender lo que dice.

Bueno, él podía solucionar eso, y probablemente descubrir por qué este maldito perro era tan importante.

- Mira esto. -Apartó a Virginia del camino y se agachó delante del perro. Miró fijamente los ojos del perro y dijo:

- Deseo entender todo lo que este perro está intentando decir.

Virginia le miró como si estuviese chiflado.

Tony la ignoró.

- Corréis un peligro terrible, los dos -dijo el perro. Tenía una voz sorprendentemente aristocrática.

- ¡Funcionó!

- ¿Qué? -preguntó Virginia.

- Si apreciáis vuestra vida, tenéis que hacer exactamente lo que os diga -dijo el perro-. Tenemos que encontrar el camino de vuelta.

- Está hablando -dijo Tony, señalando al perro-. Está hablando ¿No puedes oírle?

Ahora Virginia estaba mirándole realmente como si estuviese chiflado. Como si estuviese escandalosamente loco, el tipo de locura por el que encierran a la gente.

- No -dijo ella lentamente, como si estuviese hablando a un anciano que rehusaba ponerse un audífono-. No puedo oírlo.

Se oyó un crujido detrás de ellos.

- Ssh -dijo Tony.

Más crujidos. El ruido de pasos profundos, pesados. ¿La policía? Se preguntó Tony. ¿Entonces qué era ese olor?

Agarró a Virginia y la arrastró hacia los árboles. El perro estaba ya allí, mirándolos con esos inquietantes ojos.

Un instante más tarde, una de las personas que lo había atacado… aquellos a los que el tipo lobo había llamado trolls… pasó caminando tranquilamente. Ella… él… era muy alto… alta… y vestía demasiado naranja. El naranja incluso asomaba de una cola de caballo en lo alto de su cabeza.

- Está por aquí en algún lado -estaba diciendo el troll. La voz era, aterradoramente, femenina-. Marqué el árbol.

El troll que la seguía era más bajo, y su sexo era igualmente impreciso.

- Cuidado con la bruja -dijo eso. Mejor dicho, dijo él, porque la voz era grave y masculina. Eran las criaturas más feas que Tony hubiera visto jamás. Aun más feas de lo que los recordaba de cuando se habían abierto camino a hachazos hasta el interior del apartamento.

Un tercer troll los seguía, pero se mantenía en silencio, su sexo, por lo tanto, era un misterio.

Tony miró a Virginia. No parecía sorprendida de verlos. En lugar de eso, los observaba atentamente. Sólo el perro parecía nervioso. Los tres esperaron hasta que los trolls desaparecieron antes de salir de su escondite.

- Vale -dijo Tony-. ¿Qué es lo siguiente?

- Lo siguiente -dijo el perro, conduciéndolos fuera del camino-, es salir de aquí. Necesito encontrar el espejo mágico. Me devolverá a mi casa. No puedo hacer nada aquí, así.

- ¿Un espejo mágico? -repitió Tony. No sabía por qué estaba teniendo problemas con este concepto. Los trolls a la luz del día no parecieron molestarle tanto.

- Es un espejo -dijo el perro dentro de la cabeza de Tony-. Pero podría no parecer un espejo a este lado. Tenéis que mirar con mucha atención.

Tony miró por encima de su hombro. Creyó ver a un montón de hombres de azul peinando el bosque. En lo alto, un helicóptero de la policía pasó de largo zumbando y él se agachó.

- ¿Por qué van tantos agentes de policía tras de ti? -preguntó Virginia-. ¿Y por qué llevas esposas?

- Creen que he atracado un banco -dijo Tony-. Te lo explicaré más tarde.

- Dejad de parlotear y ayudadme a encontrar el espejo -dijo el perro.

- Estamos buscando un espejo mágico -dijo Tony a su hija.

- Por supuesto que sí -dijo Virginia.

Y más valía que lo encontrasen pronto, pensó Tony, o iría a parar a la cárcel. Se le habían acabado todos los deseos.

- Buscad un trozo del bosque que no encaje -dijo el perro-. ¡Estoy seguro de que es por aquí por donde vine… ¡Ahí! Ahí está. Mirad.

Tony miró al bosquecillo de árboles que el perro estaba mirando fijamente pero no vio nada más que maleza y árboles.

- Allí -dijo el perro. Sonaba exasperado.

- Sí, hay algo extraño… -Tony frunció el ceño. Era casi como si hubiese un lugar en blanco entre los árboles. Un lugar en blanco palpitante del tamaño de un espejo de cuerpo entero. A medida que se acercaba, se dio cuenta de que no estaba en blanco. Era negro.

Virginia se detuvo a su lado y miró también. Se mordió el labio inferior.

Tony entrecerró los ojos. Parecía como si hubiese una habitación más allá, una habitación llena de trastos viejos ruinosos.

- ¿Qué es eso? -preguntó él.

- Miiirad -dijo la mujer troll a corta distancia detrás de ellos-. Allí están.

Tony miró por encima de su hombro. Los tres trolls estaban corriendo en su dirección, seguidos por algunos policías. El helicóptero había volado de regreso y también llevaba ese camino.

- Si apreciáis vuestra vida seguidme -dijo el perro mientras se metía de un salto en el espejo. La imagen se apagó y luego reapareció.

- Haz lo que dice -dijo Tony, empujando a Virginia hacia el espejo con el hombro-. Rápido.

Virginia se metió de un salto en el espejo tal como hizo Tony. Sintió como si hubiese saltado a caucho mojado. Todos los sonidos de Central Park desaparecieron, incluso el pesado giro del helicóptero en lo alto, y entonces repentinamente entró en el cuarto que había visto a través de la abertura.

Olía a polvo y a moho. Había platos de metal esparcidos por todas partes y cortinas estropeadas, y varias sillas rotas. Era peor que el almacén del edificio de apartamentos.

- ¿Dónde diablos estamos? -susurró Tony.

- No lo sé -dijo Virginia-. Pero estoy bastante segura de que no es Central Park.

- Estamos en el extremo más al sur de mi reino, donde fui atacado y convertido en un perro.

El perro los condujo hacia el pasillo y hasta un estrecho vestíbulo.

- Ésta es la Prisión Monumento a Blancanieves, que guarda a los criminales más peligrosos de los Nueve Reinos.

- Retrocede un segundo -dijo Tony-. ¿Los nueve qué?

- Reinos -El perro se levantó sobre sus patas traseras. El movimiento fue raramente formal-. Soy el Príncipe Wendell, nieto de la difunta Blancanieves y próximamente coronado Rey del Cuarto Reino. ¿Y quién se supone que eres tú?

Tony miró a Virginia quien, dado no podía oír al perro, no tenía ni idea de lo que éste estaba diciendo. Tony se puso un poco más derecho también mientras contestaba.

- Soy Tony Lewis, conserje. -Intentó dar a esa última palabra tanta dignidad como le fue posible-. Creo que ya conoces a mi hija Virginia.

- ¿El perro está hablando otra vez? -preguntó Virginia.

El perro… el Príncipe Wendell… Tony no podía creer que le creyese, pero lo hacía, se puso a cuatro patas y ladeó la cabeza.

- Shhh -dijo-. Puedo oler a los trolls.

- Shhh -dijo Tony a Virginia-. Puede oler a los trolls.

Virginia puso los ojos en blanco, pero entonces ella olió también, y sus ojos se abrieron de par en par. Tony también percibió el hedor familiar.

Los tres se escondieron detrás de algunos barriles justo a tiempo. Los trolls habían llegado aparentemente a través del espejo. Estaban atravesando el mismo vestíbulo, con la enorme y fea mujer a la cabeza.

- ¿Qué haremos cuando tengamos nuestro propio reino? -preguntó ella.

- Sirvientes -dijo el pequeño macho-. Debemos tener centenares de sirvientes para sacar brillo a nuestros zapatos.

- Y tendremos fiestas del calzado donde haya que cambiarte de zapatos seis veces por hora -dijo el tercer troll. Aparentemente también era macho.

- ¡Y a cualquiera que encontremos con los zapatos sucios le cosemos la cara a guantazos! -dijo la mujer como si le gustase esa idea.

Continuaron hablando mientras pasaban. Subieron un tramo de escalera, todavía mascullando sobre zapatos. Cuando sus voces se desvanecieron, Tony, Virginia y el Príncipe Wendell salieron de su escondite.

- Debemos encontrar la celda de mi madrastra -dijo el príncipe Wendell-. Quizás haya una pista que nos diga a dónde ha ido. Seguidme.

- Dice que le sigamos -dijo Tony a Virginia.

Virginia miró por encima de su hombro como si prefiriese volver a través del espejo a adentrarse más en este lugar. Pero continuó. El Príncipe Wendell los guió subiendo las escaleras, y de repente Tony se dio cuenta de que de verdad estaban en una prisión. Había puertas de celdas por todas partes, y pasillos altos y oscuros. Los guardias, sin embargo, estaban dormidos en el suelo, con polvo rosa en las caras.

- ¿Qué les ha pasado a todos? -preguntó Tony.

- Lo mismo que te pasó a ti -dijo el Príncipe Wendell-. Polvo de trolls.

Con razón su apartamento había estado tan mugriento. El propio recuerdo de las cosas hizo a Tony desear estornudar. Un guardia se dio la vuelta y gruñó en su sueño.

- Y está empezando a pasarse el efecto.

- Papá, vámonos a casa -dijo Virginia.

- No puedo volver todavía, ¿verdad? -chasqueó Tony. Algunas veces Virginia era tan desconsiderada-. Central Park está lleno de policías buscándome.

- Bueno, no podemos quedarnos aquí. -Virginia se ajustó el cuello de su sudadera azul. Evidentemente no estaba a gusto. Ni él tampoco. Había entrado corriendo a una prisión para librarse de ir a otra y por alguna razón no le gustaba la ironía de ello.

El Príncipe Wendell les condujo algunas columnas más hacia el interior del comedor principal de la prisión. Estaba vacío, pero todavía olía a cuerpos grasientos y sucios. En una pared había un mapa gigante. El Príncipe Wendell brincó sobre una mesa cercana cuando Tony y Virginia se acercaron al mapa.

Estaba dibujado a mano y era más bonito que los mapas a los que estaba acostumbrado. Una gran flecha roja señalaba un área señalando la Prisión Monumento a Blancanieves, y debajo de la flecha, decía: