Capítulo 20

Todos alrededor de ella, incompetentes. Y ella… tenía que ser más competente que el resto. De alguna manera sentía como si no estuviera haciendo lo suficiente.

Incluso sus espejos le fallaban.

La Reina estaba sentada al borde de su mejor mesa, con las manos sobre la superficie pulida. Medio pensó que podría ver su reflejo en esta. Espejito, espejito. Se rió al pensar en la vieja rima. No era el momento para eso aún.

Aunque podría serlo. Pronto.

Una presencia se había reunido con ella en el salón. Alzó la vista. El Cazador estaba de pie frente a ella. Sintió que sus hombros se relajaban. Finalmente, alguien competente.

Sabía que podía contar con él.

- ¿Me hizo llamar, mi señora?

Su voz era tan profunda como la recordaba. Sus ojos pálidos poseían una inteligencia casi igual a la de ella. Tenía buen aspecto. Su cabello rubio aún era fuerte, sus hombros todavía eran fornidos. Llevaba un abrigo hecho de pieles, justo como la última vez que lo había visto.

No se permitió mostrar su alivio.

- Ni Lobo ni los trolls han capturado al perro aún. Alguien está poniendo a prueba mi paciencia.

- No son nada comparados con usted. -Él se acercó por detrás y le tocó el cuello. Ella cerró los ojos ante la delicadeza de su toque. Quizás podría compartir sus miedos con él. Sólo un poco.

- No puedo verlos en mis espejos -dijo la Reina-. Algo nubla mi visión. Pero están cerca. Han dejado el río y están a punto de entrar en tu bosque.

- Los encontraré. -Su sonrisa era tan fría como la luna durante una noche de invierno-. Nada escapa al Cazador.

***

Lobo estaba de pie delante del gigantesco bosque. El sendero que serpentea a través de éste era oscuro y aterrador. Odiaba este lugar, pero sabía que era lo que los conduciría al espejo.

Su Virginia quería el espejo, y lo conseguiría para ella, aunque supiera que eso significaría perderla. Quizás podría aprender a sobrevivir en el mundo de ella.

Los libros de aquel lugar eran maravillosos.

Echó un vistazo al libro sobre el suelo del bosque, abierto en la página que él había marcado. Entonces olisqueó. El sutil aroma a tocino le hizo agua la boca.

No. Tenía que concentrarse. Estaban adentrándose en un lugar peligroso. Virginia necesitaba que él fuera fuerte.

Cerró los ojos, respiró hondo, y lentamente exhaló.

- Estoy libre de dolor, cólera, y miedo -dijo Lobo-. Cada aspecto de mi vida, está dirigido a mi más alta felicidad y realización. Todos los problemas y luchas…

Maldición. Había olvidado la siguiente parte. Abrió un ojo y echó un vistazo al libro otra vez. Tuvo que ponerse en cuclillas para leerlo. Luego se puso de pie y cerró los ojos otra vez.

- … se desvanecen. Estoy tranquilo. Yo… Yo…

El tocino se hacía demasiado crujiente. Había un débil olor a carne carbonizada en el aire. Esto rompió su concentración.

- ¡Tony! -gritó Lobo-. Estás arruinando el tocino. Puedo olerlo quemándose.

Nadie contestó. Lobo recogió su libro y se apresuró al campamento. Una cazuela desatendida estaba al fuego. Tony no miraba la carne, la cual estaba arrugada y de un marrón oscuro. Lobo agarró la cazuela y la sacó de la llama, luego hizo una mueca ante el calor que desprendía del mango de la cazuela en su palma. Con cuidado dejó la cazuela, y luego sacudió la mano para refrescarla.

- Me siento terriblemente mal -dijo Tony-. Míralo.

Lobo no pudo resistirse a mirar. El pobre perro aún era de oro, congelado con una mirada de pura determinación en su pequeña cara perruna. Tony había hecho una carretilla para él, y había atado una correa alrededor del cuello de Príncipe de forma que pudieran arrastrarle.

- Fue un simple hechizo del pescado mágico, error dedo de oro, Tony -dijo Lobo-. Era casi previsible.

- Pero lo he matado -dijo Tony.

- Las cosas tienen una forma de volver a su cauce por aquí -dijo Lobo-. Yo no me preocuparía demasiado por él.

- ¿No lo dices sólo para consolarme? -Por primera vez, Tony parecía esperanzado.

Lobo suspiró. No había nada peor que la falsa de esperanza.

- Sí, me temo que sólo lo digo por eso. Observa esta sencilla prueba de conciencia para el Príncipe.

Lanzó un palo.

- Tráelo -dijo Lobo al perro de oro-. Tráelo.

- No tiene gracia -dijo Tony.

- Podría volverse más gracioso si lo seguimos haciendo -dijo Lobo.

Virginia escogió ese momento para regresar al campamento. Cargaba un balde de agua. Lobo se alegró de que no lo hubiera visto tomándole el pelo a su padre.

- ¿Qué hacéis vosotros dos aún holgazaneando? -preguntó Virginia-. Os dije que debíais empacar.

- Sólo estábamos haciendo un sándwich -dijo Tony.

- El espejo se aleja cada vez más con el paso del tiempo -dijo Virginia-. Si perdemos el rastro, nunca volveremos a casa.

Lobo dio la vuelta al tocino, colocándolo meticulosamente en sándwiches para que Virginia creyera que había estado trabajando. Además, se temía que ella los hiciera marchar sin comer. No le extrañaba que la mujer fuera peligrosamente delgada. Dejaba que la comida fuera una segunda prioridad.

- Pero Virginia -dijo Lobo-, el desayuno es tocino. Nada hace que mis fosas nasales aleteen tanto como el olor del tocino por la mañana. Pequeños cerdos, desfilando arriba y abajo con sus colitas rizadas como sacacorchos. Tocino crepitante al freírse en una sartén de hierro.

Ella se sonrió desconcertada. Él le ofreció un pequeño sándwich, guardando el más grande para él. Tony tomó uno también. Por lo visto la culpa no lo había privado de todo su apetito.

Lobo tragó de un mordisco el sándwich de tocino y babeó. Era sin duda lo mejor que había comido en todo el día. Quizás lo mejor que comería en todo el día. Sencillamente adoraba al tocino. Tenía que compartir el sentimiento. Se lamió los labios y dijo:

- Relleno, asado, frito, mordisqueado, masticado, troceado. Degustado, engullido, acompañado de un par de pollos y tengo un hambre feroz.

Virginia parecía asqueada y Tony realmente se había vuelto verde.

- Vamos, terminad con eso y en marcha -dijo Virginia.

Lobo se preguntó si sería por algo que había dicho. Él sólo intentaba compartir.

Ella se había puesto en pie y estaba terminando de empacar. Se marcharían pronto, y no le gustaba esa tensión entre ellos.

- Virginia -dijo Lobo-. Espera un minuto. ¿Qué ves?

Ella miró alrededor, sin realmente tomarse tiempo para ver.

- Muchos árboles. Vamos.

- No, no ves nada -dijo Lobo-. Mira todo lo que ha pasado desde anoche mientras dormías.

Ella se giró hacia él.

- ¿Cómo qué?

La rodeó con el brazo, acercándola de un tirón mientras señalaba.

- ¿Ves ese claro? Pasada la medianoche un tejón lo cruzó trotando.

Ella frunció el ceño como si intentara imaginarlo.

- Luego -dijo él-, dos horas más tarde una madre zorro tomó el camino, pero nuestra presencia la asustó, y regresó a los árboles. Aproximadamente media hora más tarde otro zorro apareció, esta vez un macho, joven y en cortejo. Calculo que consiguió su avena.

Tiró de ella aún más cerca. No pareció que ella se opusiera.

- ¿Ves, ahí, dónde la maleza está alterada?

Ella asintió con la cabeza.

- Había un pequeño jabalí ruidoso que se sorbía los mocos allí. No puedo creer que no te despertara. Y directamente delante de ti, tienes que ver la guarida de un topo.

Virginia entrecerró los ojos, intentándolo.

- O allí, un venado y una gama observaron la salida del sol conmigo. Y eso que no he mencionado la fiesta del conejo que duró toda la noche, o a la comadreja, o a los faisanes. Y no viste nada.

Ella se quedó en silencio durante un momento. Él contuvo el aliento, preguntándose si Virginia habría entendido. Entonces ella sonrió.

- Reconozco mi error -dijo ella.

- Desde luego que sí -dijo Lobo afectuosamente.

- Genial -Virginia dijo-. ¿Ahora podemos irnos?

Cuando se giraron, Lobo se sobresaltó al ver que Tony ya había levantado su carretilla. Asombroso lo que la culpa hacía. Lobo echó un vistazo a Virginia, quien le hizo un gesto de no decir nada.

Se pusieron en marcha a lo largo del camino. El bosque estaba oscuro y tranquilo, casi demasiado tranquilo. Con tanta belleza en ese lugar, Lobo no se sentía cómodo. El Cazador era una presencia demasiado fuerte.

Llevaban andando un rato, cuando Tony de repente se detuvo y señaló.

- Aquí -dijo Tony-. Mirad. Definitivamente alguien ha pasado con una carreta por aquí. Se pueden ver las huellas de las ruedas.

Virginia se puso tensa. Lobo podía sentir su interés.

- Enano -dijo Lobo-. Definitivamente.

- ¿Realmente puedes oler a un enano? -preguntó Virginia.

- No. -Lobo recogió un puñado de restos fragantes. Encima había hojitas marrones del tamaño de las hormigas-. Pero esto es tabaco enano. Una clase muy fuerte de tabaco para liar. Nadie más en los Nueve Reinos lo usa. Ha tomado el camino principal del bosque, y debe estar cerca.

Lobo se adentró en el gigantesco bosque, sabiendo que Virginia y Tony lo seguirían. Podía oír el chirrido de las ruedas de la carretilla. Debía haber sido mucho trabajo para Tony arrastrar al príncipe todo el trayecto, pero no se quejaba. Eso ya era una sorpresa en sí mismo.

Si Tony podía cambiar, quizás Lobo también podría. Siempre quedaba la esperanza.

Al pasar un recodo, Lobo se detuvo. Olió algo, alguien, se acercaba a ellos. Virginia se detuvo también y lo miró inquisitivamente. Lobo sólo tuvo que esperar un momento para responder a la pregunta de Virginia.

Una anciana cargando un haz de ramitas caminaba hacia ellos. Cuando los vio, alzó una delgada y huesuda mano.

- Ah, sólo soy una pobre y vieja dama. Dadme un poco de comida.

Comida. Si hubiera pedido alguna otra cosa, Lobo se hubiera sentido obligado a ayudarla.

- Lo siento -dijo él-, pero sólo tenemos nuestros seis últimos sándwiches de tocino.

La mujer se giró hacia Tony.

- Buen señor…

Tony alargó las manos.

- Sólo doy ayuda a instituciones benéficas certificadas.

- ¿Joven dama -dijo la anciana, dirigiéndose a Virginia-, me darías un poco de comida, por favor?

Virginia sonrió.

- Le daré lo que tengo.

Rebuscó en su bolso y entregó a la anciana sus dos últimos sándwiches.

- Virginia -dijo Tony-, eres muy confiada.

¿Confiada? Lobo la habría llamado una santa. La gente no regalaba comida tan fácilmente. O al menos, los lobos no lo hacían.

- Ya que has sido amable, tengo una lección para todos vosotros. Toma este palo. -Le dio a Virginia una de las ramitas que había juntado. Virginia la tomó, parecía un poco confundida.

- Rómpelo -dijo la anciana.

Virginia lo hizo.

La anciana le dio otra ramita.

- Y este.

El chasquido resonó entre los árboles. Virginia parecía aún más confusa. Lobo estaba fascinado.

- Pon estás tres ramitas juntas -dijo la anciana, dándole tres ramitas más a Virginia.

Virginia las ató en un hato con esmero, como si fuera a ser examinada en su labor. Lobo fruncía el ceño. ¿Adónde quería llegar la anciana?

- Ahora trata de romperlas.

Virginia las dobló como hizo con las primeras dos. Pero ni siquiera pudo conseguir que las ramitas se movieran. Alzó la vista a la anciana.

- No puedo -dijo Virginia.

- Esa es la lección -dijo la anciana.

Lobo inclinó ligeramente la cabeza. Él no lo captaba. Por lo visto tampoco lo hacía Tony, porque fruncía el ceño.

- Al menos devuelve uno de los sándwiches -dijo Tony.

- Cuando los estudiantes están listos -dijo la anciana-, el maestro aparece.

- En nuestra escuela no -dijo Tony.

Pero Virginia no parecía disgustada por esta lección. Ella le dijo a la anciana:

- ¿Ha visto a un enano que conducía una carreta?

- Muy temprano esta mañana -dijo la anciana-. Ha tomado el camino principal del bosque, pero no debes seguirlo. Debes abandonar el camino.

Lobo emitió un silbido agudo. Una advertencia. Lo había presentido esa mañana. Pero le dio a la anciana el argumento que se había dado a sí mismo.

- El camino es la única cosa segura en todo este bosque.

La anciana lo contempló durante un momento. Sus ojos mostraban cansancio, su rostro permanecía impasible.

- No para vosotros -dijo ella-. Alguien os sigue. Tienen intención de asesinaros.

Entonces se alejó, con mucha facilidad a pesar del peso de las ramitas. Lobo la observó irse, con la inquietud que había sentido desde que abandonaron el caudal del río incrementándose.

- ¿Qué es eso de “tienen intención de asesinaros”'? -preguntó Tony, siguiendo con la mirada a la anciana.

Lobo se temía que lo sabía.

- Hay un hombre que controla este bosque. El Cazador. He oído que sirve a la Reina. Pero con seguridad no esperará que abandonemos el único camino y atravesemos por el bosque mismo.

- ¿Por qué no? -preguntó Virginia.

- Porque sólo un tonto pasaría por el Bosque Encantado. -Lobo salió del camino. Se le erizaron los vellos de la piel, pero siguió caminando. Tendría que estar alerta.

- Ah, genial -dijo Tony-. Háblanos un poco más.

Lobo resistió el impulso de tomar la mano de Virginia. Mejor que fueran en fila india.

- De aquí en adelante -dijo Lobo-, yo encabezaré la marcha. Pisad sólo donde lo haga yo.

Esperaba que Tony y Virginia escucharan e hicieran cuanto él decía. Cualquier error podría costarles a todos la vida.