Capítulo 45

¿A cuántos bailes había asistido? Cenicienta había perdido la cuenta a los cien. Por supuesto, siempre recordaría el primero. Había sido el mejor. De ahí en adelante, el resultado había sido previsible. Ocasionalmente, algo animaba las cosas, pero era raro.

Tenía el presentimiento, sin embargo, de que esta era una de esas raras ocasiones.

La música se detuvo y el Lord Canciller, tan fatuo como eran siempre los Lores Cancilleres, golpeó un bastón ceremonial y ruidosamente contra el suelo

Cenicienta suprimió un suspiro. Si no podía recordar a cuantos bailes había asistido, desde luego tampoco podía recordar cuántos discursos había escuchado.

Esta parte probablemente era una bendición.

- Hasta su vigésimo primer cumpleaños -dijo el Lord Canciller-, el trono ha recaído con toda confianza en él. Pero antes de que el Príncipe se convierta en Rey, debe demostrarnos que ha aprendido los tres valores: coraje, sabiduría y humildad.

El Lord Canciller levantó los ojos. Cenicienta siguió su mirada. Por un momento creyó estar viendo a un Cazador, pero eso no era posible. No había ningún Cazador en su historia y nunca lo había habido.

Aun así, el Lord Canciller parecía nervioso. Quizá pensaba que el buen Príncipe Wendell fracasaría en sus pruebas. Eso ciertamente haría las cosas interesantes. Cenicienta sonrió ligeramente.

El Lord Canciller continuó.

- Que el primer retador dé un paso al frente.

Hoja Otoñal, la Reina Elfa, se levantó y aproximó al Príncipe. Hoja Otoñal era una elfa delicada. Cenicienta siempre se aseguraba de mantenerse tan lejos de las elfas como le era posible, especialmente ahora que tenía doscientos años de edad. Las elfas siempre parecían chicas adolescentes y tenían esa piel perlada resplandeciente. La comparación sencillamente no era agradable.

- Es una responsabilidad grandísima la que recae sobre tus jóvenes hombros hoy -dijo Hoja Otoñal-, y me pregunto, ¿eres lo suficientemente valiente como para unirte a nosotros?

Cenicienta alzó una ceja. ¿Quién habría esperado tal pregunta de un elfo?

El Lord Canciller golpeó ruidosamente con su bastón.

- Su valentía es cuestionada.

Los invitados cayeron en el ritual.

- ¡Cuéntanos una historia! -gritaron-. Érase una vez. Érase una vez.

El Príncipe parecía bastante raro esta noche. Enterró la cara entre las manos con falsa vergüenza. Luego se levantó. La audiencia exclamó oooohhh y aaaaaahhh. Cenicienta reprimió un suspiro. Si ya había asistido a demasiados bailes y había oído demasiados discursos, sabía que había oído incluso más historias.

Se preparó para aguantar.

- Mi cuento es muy largo y peliagudo -dijo el Príncipe, olvidándose de la tradicional apertura Érase-una-vez-. El Rey Troll amenazaba este reino justo. Le desafié a una pelea, hombre a perro, y él era enorme y horrible. Desenvainó su espada, y luchamos, me obligó a retroceder contra un árbol, y cuando estaba a punto de atravesarme de lado a lado con su espada, envolví mi cola alrededor de su brazo de la espada, y después caí a cuatro patas. Yo estaba gruñendo y ladrando, y él se lanzó sobre mí y en ese instante clavé mis uñas en él e hinqué los dientes, desgarrándole la garganta.

Cenicienta se irguió en su asiento. Esto era una sorpresa. Nunca había escuchado una historia como aquella.

La historia fue recibida con silencio, y luego alguien comenzó a aplaudir. El aplauso estalló por todo el salón de baile.

Como todo el mundo ovacionó, Hoja Otoñal dijo:

- Ha pasado la primera prueba. Wendell es un Rey con Coraje.

El aplauso creció y el populacho vitoreó al Príncipe, “Wendell el Bravo, Wendell el Bravo”.

El baile se reanudó y el Príncipe devolvió su atención a la patéticamente joven princesa a la que había estado acosando.

Ésta se movió hacia Cenicienta, probablemente esperando protección. Mientras lo hacía, Cenicienta oyó sin querer al Príncipe decirle a la chica:

- ¿Te sentaría muy mal si te olisqueara el trasero?

Cenicienta alzó ambas cejas esta vez. Jóvenes. ¿Qué se les ocurriría a continuación?

***

El túnel era imposiblemente estrecho. Los hombros de Virginia arañaban los costados. Su padre tenía incluso más problemas, pero al menos estaba intentando tomárselo con alegría

- Estoy adquiriendo un montón de experiencia en escapar de prisiones -dijo Tony.

Tenía que obligarlo a acelerar el paso, sin embargo.

- Vamos -ella dijo-. Se ensancha a medida que avanzas.

- No, de eso nada -dijo uno de los ratones parlantes desde detrás de ellos.

Ella le hizo callar. No estaba segura de cuánto resistiría su espalda en esta posición. Y se le estaban despellejando las rodillas.

En ese momento su padre alcanzó el final del túnel. Éste se abría a un pasaje de piedra. Virginia se levantó agradecida. Su padre se llevó una mano a la espalda pero, para su sorpresa, no se quejó. En lugar de eso fue hacía la puerta de madera al final del túnel y tiró de ella decididamente.

Ella le siguió a través de la puerta. Estaban en una especie de armería. Armas oxidadas colgaban de las paredes delante de ellos. Virginia las examinó y finalmente escogió un hacha.

- Coge un arma -le dijo a su padre.

- ¿Por qué? -preguntó él-. No sabemos pelear. Déjala ahí.

Ella le lanzó una mirada desdeñosa y habló muy lentamente.

- Coge. Un. Arma. Papá.

Nunca le había hablado así antes. Él escogió una espada de la pared e intentó levantarla.

El peso de la espada casi lo tira al suelo.

***

Los mazasos del bastón de Lord Canciller le daban a Cenicienta dolor de cabeza. Se puso la mano en la frente, y fingió que todo este asunto había ya acabado.

- Es la hora del Segundo Reto -dijo Lord Canciller-. Reina Caperucita Roja III, gobernante del Segundo Reino.

Los ojos de Cenicienta se entrecerraron. La mismísima Caperucita Roja. La propia Reina Caperucita Roja, era ya de por sí una prueba. Siempre creyéndose tan importante. Todo lo que había hecho era salvar a su abuela de que ser devorada por un lobo. Eso no equivalía a todas las adversidades que Cenicienta había tenido que superar.

La nieta de Caperucita Roja ni siquiera tenía un auténtico nombre. Era una jovencita preciosa, pero no estaba hecha de la misma pasta que su abuela.

Caperucita Roja III se colocó de pie cerca del Príncipe. Vestía la ridícula capa de caperuza roja tradicional. Al menos ésta era nueva y forrada de piel auténtica.

- ¿Qué sabiduría has adquirido en tu reciente viaje a través de tu reino? -preguntó.

- Eso es un poco peliagudo -dijo el príncipe-. He recorrido cada camino, he olido todos los setos, he removido la tierra y encontrado todos los huesos.

¿Huesos? Interesante. Cenicienta se reclinó en su silla. Deseó quitarse sus zapatillas de cristal, pero si lo hacía, no podría conseguir volver a ponérselas.

- Encontré un montón, al menos cien huesos frescos y jugosos -dijo el Príncipe-, pero eran tan grandes, que sólo podía llevarme uno cada vez, así que tomé uno y enterramos lo otros noventa y nueve.

Eso no tenía ningún sentido. Cenicienta observó como los aduladores, alrededor de ella se preparaban una reacción. Silencio al principio, y después de un momento comenzaron los balbuceos de “brillante”, “astuto”, “sensato” y “que manera más militar de pensar”. Por amor de Dios. Literalmente solo había encontrado un montón de huesos.

Pero la pequeña y tonta Caperucita Roja no pensaba así. Ella dijo:

- Llenar nuestras reservas militares para tiempos de guerra. Sabio, sin duda.

El Lord Canciller golpeó otra vez.

- Ha pasado la segunda prueba.

Cenicienta se presionó una mano contra la frente cuando todo el mundo a su alrededor comenzó a entonar: “Wendell el Sabio. Wendell el Sabio”.

Ella no tomó parte en la alabanza.

***

Lobo oyó al paje anunciar que ya era medianoche. Hora del vals de Cenicienta. Esperó, como se le había instruido, a oir el sonido de zapatos de señoras golpeando el suelo. En ese momento empujó su carrito más cerca de la puerta de la cocina y observó como los jóvenes recogían un solo zapato y se iban en busca de su dueña, quien sería su pareja para el baile.

¿Cómo podían ser tan estúpidos? Si Lobo hubiera estado bailando, se habría fijado en qué zapatos llevaba puestos su enamorada antes del lanzamiento ritual del zapato. Pero eso supondría demasiada planificación para esta gente.

Los hombres se arrodillaron ante las mujeres e intentaron deslizar el zapato en sus pies. No llevó tanto rato como Lobo había anticipado. En el plazo de algunos minutos, la música ya había empezado y la mayoría de la gente estaba bailando.

Empujó el carrito hacia delante y ofreció bebidas a los que no bailaban. Le llevaría la mayor parte del vals repartir todas las copas, y cuando éste acabara, los bailarines tomarían las suyas.

Todo el mundo necesitaba una bebida para el brindis real.

***

Tony se estaba acostumbrando a la espada. Era pesada, pero podía manejala. Virginia había tenido razón. Se sentía mejor con un arma en las manos.

Habían emergido de la armería a una delgada torre de piedra con una escalera en espiral que parecía perpetuarse infinitamente. A gran altura arriba, se podía oír un vals. La música era mucho más fuerte que antes.

Llevaban mucho tiempo subiendo cuando alcanzaron un pasillo que se derivaba en una bifurcación, mientras las escaleras continuaban ascendiendo.

- ¿Por dónde? -preguntó Virginia.

- Por aquí -dijo Tony, señalando al pasillo.

- No, no podemos estar lo suficientemente alto aún. Tenemos que continuar subiendo. -Subió velozmente por las escaleras.

Él se quedó de pie delante del pasillo. No tenía ni la mitad de energía que su hija.

- ¿Por qué me preguntas si no vas a escucharme?

Ella no le hizo caso, por supuesto. Continuó sin él. Tuvo que acelerar el paso para alcanzarla. Para cuando alcanzaron la cima, estaba jadeando.

La música era fortísima. Tony estaba empezando a comprender que odiaba los valses.

- Conté los pisos -dijo Virginia-. Ésta debe ser la planta del salón de baile.

Tony agarró el picaporte y empujó contra la puerta. Ésta se abrió algunos centímetro pero no pudo seguir empujando. La puerta se cerró ruidosamente.

- No está cerrada con llave, pero debe haber algo muy pesado apoyado contra ella.

- Vamos, Papá. Se nos está acabando el tiempo. Empuja.

Empujó tan fuerte como pudo. Virginia añadió su peso al de él, y juntos forzaron la puerta a abrirse

Dentro estaban los tres trolls.

- ¡Oh, mierda! -dijo Tony y cerró la puerta de golpe.

- ¡Desolladlos! ¡Desolladlos vivos! -gritaban los trolls a través de la puerta.

Tony colocó su espada a través del picaporte y el marco de la puerta, apuntalándola a fin de que no pudiese ser abierta desde dentro.

Los trolls comenzaron a sacudirla ruidosamente.

- ¡Destrozadla!

Tony agarró a Virginia y giró con ella.

- Volvamos por donde hemos venido. Rápido -dijo Tony-. Tomemos la otra ruta.

Corrieron escalera hasta el pasillo. Virginia despareció en él. Tony la siguió. Para cuando la alcanzó, ella ya estaba probando otra puerta.

- Está cerrada con llave. -Virginia dio un paso hacia atrás y le dió un golpe con su hacha. Tony se aseguró de quedar fuera de su alcance.

Tras un momento, se dio cuenta de que la puerta era sumamente gruesa.

- Esto va a tardar demasiado tiempo -le dijo-. Volveré a las escaleras. Son muy estrechas. Sólo uno de esos trolls podrá atravesarla a la vez.

- No lo hagas, Papá -dijo Virginia-. Conseguirás que te maten.

Lo haría, ¿verdad? Clavó la mirada en ella durante un momento. Luego sonrió. Todo iría bien. Esto ya no se trataba de él.

- Todo irá bien -dijo Tony-. Es tu destino.

- No te dejaré.

- Vete -dijo Tony-. Tienes que salvar a todo el mundo. Lo que me suceda a mí no importa.

Volvió corriendo hacia las escaleras, gritando.

- ¡No me esperes! Adelante. Yo me quedaré y los entretendré.

Mientras atravesaba el corredor, agarró un escudo y una nueva espada. Por primera vez en su vida, no tenía miedo, iba a enfrentar a los trolls solo.

Volvió a subir a duras penas las escaleras. Estaba a la mitad cuando oyó que la puerta que había atascado finalmente cedía. Los trolls bajaban corriendo hacia él.

Tony agarró su espada, alzó su escudo, y de repente tenía a los trolls encima.

- Victoria para la nación troll -gritó Burly mientras se lanzaba sobre Tony con un hacha.

Tony rechazó la estocada con su espada. Peleó como un hombre loco, reteniéndolos en la estrecha escalera. Tenía que ganar algún tiempo para Virginia. Esa era su única meta aquí.

Los trolls seguían atacando. Volaban chispas despedidas de sus hachas cuando las hojas golpeaban la pared. De algún modo Tony encontró una abertura y atravesó a Burly.

Burly cayó hacia atrás, pero Blabberwort tomó su lugar.

Estaba fresca para la lucha y se movia más rápido que su hermano. Dirigió el hacha hacia el brazo de Tony.

El dolor fue repentino e intenso. Tony gritó:

- Le tenemos -gritó Blabberwort-. Está vencido.

Lo presionaron, dando golpes cortantes al escudo de Tony y haciéndole retroceder.

***

Virginia oyó a su padre gritar. Miró por encima su hombro y vaciló un momento, preguntándose si debería ir a ayudarle. En ese momento comprendió que no podía. Él había estado en lo cierto. Todo el mundo dependía de ella ahora.

Bajó el hacha con fuerza una vez más y abrió un agujero en la puerta lo suficientemente grande como para pasar la mano. Quitó la llave de la puerta del otro lado, después la abrió y la atravesó corriendo.

* * *

Y en ese momento alguien trajo la corona más fea del mundo. Realmente deberían haberla retirado hacía mucho tiempo. Cenicienta observó como algún paje la llevaba hacia el Príncipe.

Suspiró. La corona era bastante inapropiada… brillante y demasiado grande… pero en cierta forma no podía imaginarla del todo en la cabeza de este príncipe.

- Si no queda nadie más que le cuestione -estaba diciendo el Lord Canciller-, entonces solemnemente proclamo…

- ¡Espera! -Cenicienta se puso de pie. Oh, pero que apretadas le quedaban las zapatillas de cristal-. Yo le cuestiono.

El salón de baile se quedó en silencio, y en ese silencio, Cenicienta creyó haber oído al príncipe ladrar.

¿Ladrar?

El príncipe tenía una mano en la boca como si hubiera tosido.

- ¿De veras? -dijo él.

Ella lo miró fijamente.

- ¿Eres en realidad quien dices ser?

Parecía muy nervioso.

- Soy… soy…

Cenicienta frunció el ceño.

- ¿Eres realmente el Príncipe Wendell Blanca, nieto de la Blancanieves y el hombre que será Rey?

Él se aflojó el cuello, viéndose perdido. Miraba fijamente hacia las cortinas y lucía una expresión de pánico en la cara. En ese momento cerró los ojos y dijo:

- ¡No! ¡No, soy un impostor!

Todo el mundo se quedó sin aliento. Hubo gritos a lo largo del vestíbulo. Cenicienta esperó. Estaba claro que no había terminado.

- No soy un príncipe -dijo él-. Soy vulgar. Nunca seré genial como Blancanieves. Algunos nacen para el liderazgo, pero yo soy un animal de carga. No soy un líder, soy un perro. Desearía arrancarme de un tirón estas ropas y correr por los campos. No quiero el trabajo. No aceptaré el trabajo. No soy digno.

Había un silencio absoluto en el salón. Cenicienta lo estudió un largo rato. Ojalá hubiera oído este discurso de Caperucita Roja III o de cualquiera de los demás nietos de los grandes monarcas. Todos ellos se creían mejores que sus abuelos, y por supuesto nunca darían la talla.

Asintió con la cabeza lentamente, todavía no estaba segura del por qué se sentía tan intranquila.

- Ha pasado la tercera prueba. Ha mostrado humildad.

Alguien aplaudió, y en ese momento el ridículo ritual continuó mientras los invitados gritaban: “Qué franqueza. Qué honradez”.

Por supuesto, el Lord Canciller escogió ese momento para golpear con su estúpido bastón.

- Ha pasado las tres pruebas -dijo el Canciller-. Ahora será coronado.

* * *

Tony combatía en una acción desesperada de retaguardia, golpeando y balanceando su espada. Los dos trolls que quedaban lo habían forzado a meterse en el pasillo, pero no iba a dejarles acercarse a Virginia.

De algún modo estaba logrando mantener alejado a Blabberwort con su escudo y a Bluebell con su espada. Su energía se iba desvaneciendo. Pero entonces recordó cuánto confiaba Virginia en él.

Utilizó toda su energía en renovar la lucha.

- ¡Hora de patear traseros troll! -gritó.

Ondeó su espada salvajemente, forzándoles a retroceder. Un golpe de Blabberwort casi lo derriba, pero se repuso y le clavó la hoja de la espada en el brazo.

* * *

Virginia se había confundido a causa del sonido. El pasillo había desembocado por encima del salón de baile. Estaba en una galería a casi diez metros por encima del suelo. La cúpula de cristal, lejos en lo alto, era lo que había hecho que la música pareciera cercana y por eso había pensado que el salón de baile estaba más arriba.

Corría hacia las escaleras que conducían hacia abajo, al salón de baile propiamente dicho, cuando una mano se cerró sobre de su boca.

- Echa solo un vistazo -dijo el Cazador.

La empujó contra él. Ella luchó, pero la sostenía firmemente.

Abajo, la multitud celebraba al Príncipe Perro como si fuera Wendell.

Uno de los Lores golpeó un bastón contra el suelo.

- Levantaos, Rey Wendell.

El Príncipe Perro sujetaba una copa y sonreía ampliamente. Lobo estaba delante de él. Virginia dejó de luchar y observó como Lobo vertía hasta la última gota en la copa del Príncipe Perro.

- Es el momento del brindis, Vuestra Majestad -dijo Lobo.

El Príncipe Perro miró hacia atrás. Virginia siguió esa mirada. Las cortinas doradas de la parte trasera de la habitación estaban ligeramente separadas, y a través de ellas, pudo ver a la Reina, sujetando al auténtico Príncipe Wendell y sonriendo.

- Oh, sí -dijo el Príncipe Perro.

Se puso de pie muy lentamente.

- ¡El brindis del Rey! -gritó alguien.

El Príncipe Perro alzó su copa. Todo el mundo hizo lo mismo en el salón excepto Lobo, que tenía una expresión horrible en la cara.

En ese momento Virginia lo supo. Esto era lo que había dicho Blancanieves. La Reina los envenenaría a todos. El Cazador apretó su presa sobre la boca de Virginia como si supiese que ésta iba a gritar una advertencia.

- Por la paz eterna -dijo el Príncipe Perro-, y por todos los huesos que podamos roer.

- Por la paz eterna -repitió todo el mundo-, y por todos los huesos que podamos roer.

Virginia luchó realmente enconadamente mientras el Príncipe Perro apuraba su copa. No podía liberarse. Todos los demás ocupantes de la estancia hicieron lo mismo, tragándose el veneno como si fuera vino.

El Príncipe Perro se sentó y sonrió abiertamente.

- ¡Lo hice realmente bien!

Una mujer mayor que llevaba puestas unas zapatillas de cristal, cayó sobre una mesa. La gente dejó escapar un grito ahogado. Cuando las damas de honor corría a ayudarla, sufrieron un desmayo también. En ese momento una elfa bellamente vestida se cayó hacia atrás de su silla.

El Príncipe Perro intentó mantenerse erguido, pero se derrumbó también. Los invitados comenzaron a gritar a medida que más y más personas caían sobre sus mesas.

- ¡Veneno! -gritó una mujer con una caperuza roja-. Hemos sido… -Se derrumbó antes de poder terminar la frase. Los invitados que quedaban cedieron al pánico, corriendo en busca de la puerta, y cayendo. Los más fuertes probaron a saltar sobre los demás, pero cayeron también.

Lobo observaba todo aquello con una expresión impasible. Había cometido un asesinato en masa para la Reina, y eso no parecía molestarle.

El Cazador sujetaba fuertemente a Virginia, pero ella había perdido el deseo de luchar. No podía creerse lo que estaba viendo.

Sólo Lobo permanecía de pie en el salón de baile. Todos los demás estaban muertos.

* * *

Bluebell era el único troll que seguía peleando. Tony estaba sangrando por cuatro heridas diferentes, era más viejo y más débil que el maldito troll. No sabía cuanta energía le queda.

El hacha y la espada chocaban ruidosamente una y otra vez. Finalmente el hacha cortó la espada de Tony por la mitad.

Bluebell rió ante su triunfo y alzó su hacha.

Pero Tony era más alto que este pequeño Troll y todavía tenía un arma. Su escudo. Lo bajó con fuerza sobre la cabeza de Bluebell. Bluebell, cayó hacía atrás completamente inconsciente.

Tony se derrumbó contra la pared. Nunca se había sentido tan exhausto en su vida. Pero no podía detenerse ahora.

- Venga, Tony -se dijo a sí mismo.

Tropezó, cayó al suelo, y se obligó a sí mismo a levantarse.

* * *

El Cazador arrastró a Virginia escalera abajo. Ella logró sobreponerse a la impresión, y comenzó a enojarse. Había visto la cara del mal y había comprendido que ésta pertenecía a su madre.

La Reina había salido de detrás de la cortina. Arrastraba al auténtico Wendell. Lobo estaba todavía de pie junto a su carrito de bebidas. Lo observaba todo como si no fuese real para él.

La Reina vio a Virginia y sonrió.

- Desde luego eres persistente -dijo la Reina. Se detuvo a menos de treinta centímetros delante de Virginia.

Virginia alzó la barbilla. El Cazador le había soltado la boca, ahora que ya no había nadie a quien advertir.

- ¿Vas a matarme a mí también?

- Iba a dejarte ir -dijo la Reina-. No sé por qué.

- Sabes por qué -dijo Virginia.

- Vete -dijo la Reina-. Sal mientras puedas.

El Cazador la soltó. Nadie la sujetaba ya. Podía irse si quería.

- ¡No! -dijo Virginia.

- No eres sino un accidente. Deberías haber muerto al nacer.

Virginia la abofeteó en la cara tan fuerte como pudo. Había veinte años de cólera detrás de ese golpe. La Reina se tambaleó hacia atrás.

- ¿Cómo te atreves a hablarme así? -dijo Virginia-. ¿Cómo te atreves?

La Reina se levantó lentamente, llevándose una mano a la boca. Dijo al Cazador:

- Mátala ahora. Ahora, o lo hago yo misma.

- Sí, milady -dijo el Cazador.

Alzó su ballesta hacia Virginia. Estaba a punto de disparar cuando Lobo atacó al Cazador con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo.

La flecha de la ballesta se disparó al aire y rompió el techo de cristal del salón de baile. El Cazador forcejeaba con Lobo por la ballesta y le aplastaba la cara, forzándole a retroceder.

Virginia gritó su nombre. Él la había salvado otra vez.

El Cazador sacó su cuchillo dentado, pero se produjo un crujido arriba. La flecha de la ballesta había regresado a través del techo de cristal, y mientras Virginia observaba, cayó con mortífera exactitud.

Directamente en el corazón del Cazador. Lobo jadeó cuando el Cazador cayó sobre él. La flecha los aprisionó a los dos contra el suelo.

- Cáspita -dijo Lobo. Luchó pero no parecía conseguir librarse.

La Reina observó la muerte del Cazador con horror, entonces se enfrentó a Virginia. Hundió las uñas en el cuello de su hija y comenzó a estrangularla.

Virginia alzó las manos, pero no podría quitársela de encima. La Reina era excepcionalmente fuerte.

Virginia no podía respirar.

La Reina enterró los dedos en la garganta de Virginia, y el dolor que sintió ésta fue enorme.

Tuvo que luchar para no perder el conocimiento.

Su visión se oscurecía. Probablemente no se había recuperado de la última vez.

Lobo todavía estaba aprisionado contra el suelo, incapaz de liberarse.

Iba a tener que hacer esto por sí misma, pero no sabía cómo.

Probó a empujar a la Reina, probó golpeándola, pero nada surtía efecto.

Entonces, cuando ya las luces bailaban ante sus ojos, vio la peineta. Extrajo la peineta del cabello de la Reina y, usó toda la fuerza que le quedaba para clavárselo en la nuca.

La Reina soltó la garganta de Virginia.

Virginia jadeó.

La Reina se sacó el peineta del cuello, rociando su vestido blanco de sangre. Clavó la mirada en los dientes de la peineta, que estaban manchados de un rojo oscuro.

- Me has hecho sangrar. -La Reina se restregó la mano por la parte trasera del cuello.

Virginia dio un paso atrás, horrorizada.

La Reina dio un paso incierto adelante, luego cayó sobre una rodilla. Levantó la mirada hacia Virginia, después la bajó hacia la peineta. Su mano se abrió lentamente, y la peineta cayó al suelo.

- No, no, no, no -dijo Virginia, comprendiendo de repente lo que había hecho. Se apresuró al lado de su madre.

Su padre apareció en la galería por encima de ellos.

- Oh, Dios mío -gritó Tony-. ¿Qué ha ocurrido?

Y sin esperar respuesta, corrió escalera abajo.

Virginia acercó a su madre de un tirón.

- Oh, por favor, no te mueras.

Ahora que el hechizo se había roto, podían tener una oportunidad.

- Por favor -dijo Virginia-, por favor recuerda quién eres en realidad.

- ¿Qué importa eso? -preguntó la Reina. Su voz fue un susurro gutural.

El padre de Virginia había llegado a su lado. La Reina comenzó a estremecerse y a jadear. Por un momento, su cara se convirtió en la de la Madrastra Malvada, cruel y amarga en la derrota. Entonces esa imagen se desvaneció, dejando una cara que Virginia apenas recordaba.

Su auténtica madre, de hacía tanto tiempo. Su expresión era suave y afectuosa cuando miró a Virginia.

- No llores -dijo. Inclinó la cabeza. Su voz era simplemente un susurro-. He entregado mi alma.

- ¡No! -lloró Virginia-. ¡No voy a dejarte ir! ¡Ahora no!

Pero era demasiado tarde. Su madre murió en sus brazos.

Su padre se arrodilló a su lado y amablemente soltó a su madre del agarre de Virginia. Luego abrazó a Virginia.

Lobo logró liberarse y se acercó a ellos. Su cara estaba magullada. Se quedó quieto cerca de ella sólo un momento, con aspecto indefenso; luego salió de su campo visual.

Al mismo tiempo alguien más se movió. De repente el Príncipe Perro se puso derecho.

- He bebido demasiado champaña -dijo el Príncipe Perro.

En el otro extremo del salon, las dos hermanas gemelas preguntaron al unísono:

- ¿Qué ha pasado?

Al instante había movimiento por todas partes. La gente se despertaba como si hubieran estado inmersos en un largo sueño. Tony se echó hacia atrás para observar.

Virginia se sentó erguida, atónita.

- ¿Por qué no están todos muertos? -preguntó Tony.

- Polvo de troll -dijo Lobo. Sujetaba al Príncipe Wendell, liberándole del bozal y la cadena-. Intercambié el veneno por una pizca de polvo de Troll, sólo para hacerlo creíble.

Eso era lo mejor que Virginia había oído en toda la noche.

Lobo acabó de quitar las cadenas a Wendell y lo dejó marchar.

- A por él -le dijo.

El Príncipe Wendell trotó a través de la habitación y saltó a los brazos del sobresaltado Príncipe Perro. Wendell cambió primero. Por un momento, parecía como si se estuviera cogiendo en brazos a sí mismo. Entonces se encontró de pie mientras los brazos del Príncipe Perro se convertían en patas, su cara volviendo a cambiar a la de un perro.

En el transcurso de un instante, estaban de regreso a sus formas verdaderas.

- Eso debería resolver el problema -dijo Lobo, sonriente.

Wendell se palpó su cuerpo humano con obvio alivio.

- He vuelto -dijo-. He vuelto. He vuelto.

Entretanto, el Príncipe Perro, que había vuelto a su forma de perro, ladraba excitado y meneaba su cola tan fuerte, que parecía que ésta pudiera desprenderse.

- Lobo -preguntó Tony-. ¿Estuviste de nuestra parte todo el tiempo?

Su padre parecía aliviado.

Virginia sabía que ella lo estaba.

A su alrededor la gente se alzaba. La mujer que llevaba las zapatillas de cristal, la cual debía ser Cenicienta, dijo:

- … algo malo. Lo sabía.

Señaló a la Reina muerta.

- Era ella -dijo la bella elfa-. El príncipe Wendell nos ha salvado de la malvada Reina.

Wendell dio unos pasos vacilantes hacia su madrastra y se agachó. Tocó su piel gentilmente. Estaba real y verdaderamente muerta. Alzó la mirada hacia Virginia.

Ella reconoció esos ojos. Llevaba viéndolos alrededor de una semana en un perro que originalmente la había seguido a su casa.

Él lo había oído todo, lo había visto todo, comprendido todo.

Y todavía lo hacía.

Había una gran tristeza en sus ojos… y una nobleza aún más grande.