Capítulo 21

La Reina estaba de pie frente a uno de sus espejos, disgustada por la escena que tenía ante ella. Beantown era una zona de guerra. Los graneros ardían en el fondo, los edificios estaban obviamente siendo saqueados, y algunos estaban cubiertos de grafitis. Podía oír el débil sonido de gritos atravesando el cristal mágico.

El Rey Troll estaba de pie ante ella, con las manos en las caderas. Tenía hollín en un lado de la cara, y no parecía contento de ser convocado por ella.

- ¿Qué quieres? -preguntó el Rey Troll.

- Estás invitando problemas -dijo la Reina.

- Te diré algo -dijo el Rey Troll-. La guerra es una gran diversión cuando no hay ningún enemigo.

Detrás de él, una muchedumbre de lugareños estaban siendo reunidos en rebaños y dirigidos hacia el río por los trolls. Los lugareños parecían golpeados y sangrantes, los trolls victoriosos.

- Eres muy estúpido, hasta para ser un trolls -dijo la Reina-. ¿El reino de Wendell limita con todos los demás? Ellos no permitirán que caiga sin pelear. Los otros reinos enviaran tropas y te aplastarán.

- Los mataré, también -dijo el Rey Troll-. No tengo miedo a nadie.

Ella se inclinó hacia el espejo. Algo tenía que interesarle a esta criatura.

- Escúchame. Te daré todo lo que deseas, pero debes abandonar Beantown. Ahora.

Un batallón de trolls marchaba detrás de él. Tenían banderas y cantaban canciones de guerra.

- Beantown es noticia vieja -dijo el Rey Trolls-. Tenemos el control de cada pueblo en un radio de veinte millas. Y eso no se acaba aquí. Estoy tomando mi mitad del reino ahora mismo. ¿Quieres hacer algo al respecto?

Él se alejó del espejo, sonriendo. Ella intentó llamarlo de vuelta, pero no regresó. Con una floritura de su mano, deshizo la imagen y la sustituyó por otra.

El Cazador estaba en los bosques, mirándola fijamente desde un espejo de mano. No parecía disgustado porque se hubiera puesto en contacto con él.

Ella le dijo:

- El consejo de Wendell no cree en la carta que envié, informándoles de que Wendell se recupera en su pabellón de caza. Observé su estúpida reunión y han enviado a un hombre al pabellón. No debe regresar.

- Delo por hecho -dijo el Cazador.

La Reina le sonrió. Él, al menos, era un aliado digno.

***

Virginia seguía a Lobo adentrándose más en el bosque. Su padre caminaba detrás de ella, las ruedas de la carretilla del pobre Príncipe Wendell chirriaban a un ritmo regular. Casi lo encontraba consolador. Todo lo demás no lo era.

Estaba oscuro, aunque era mediodía. Los árboles estaban tan juntos que tenía que buscar espacios iluminados. En la distancia, podía oír chillidos y aullidos. Los cuales eran muy diferentes a cualquier ruido que hubiera oído antes, e hizo que se le erizaran los vellos de la nuca.

Pero aquellos ruidos no eran lo que la acobardaba más. Era el silbido del viento, el gemido de los árboles, y un sonido que no podía identificar, un sonido muy parecido a una respiración, como si todo el bosque estuviera vivo.

- Ey, ¿sólo soy yo -dijo su padre-, o podéis oír los gemidos?

- Oiréis muchas cosas -dijo Lobo-. El bosque es mágico.

Sonaba muy tranquilo al respecto. Virginia llevaba ya dos días en la presencia de la magia, y aún no estaba acostumbrada a esto. Tampoco estaba acostumbrada a las amenazas que parecían venir de todos lados.

Si no era una anciana que les advertía de que podrían ser asesinados, eran los trolls quienes los perseguían, o un horrible pez mágico que concedía deseos a su padre. Lobo los condujo a un claro y Virginia gimió. Esto era un muy buen ejemplo de lo qué había estado pensando.

Había animales muertos colgados por todo el perímetro a su alrededor: un conejo, ciervos, hasta un oso. Colgando al extremo de otro poste había un cartel con estas palabras: