Capítulo 39

Tony no podía acordarse de la última vez que se había dormido sentado. Despertó, agarrotado y frío, acurrucado contra su hija. El viento en la cornisa era fortísimo.

Entonces vio lo que lo había despertado. El Príncipe Wendell… ahora más un Príncipe perro que Príncipe Wendell… bajando por el camino hacia ellos. Traía un enorme hueso apretado entre los dientes.

- Virginia, despierta. Príncipe ha vuelto.

Príncipe se detuvo delante de Tony y dejó caer el hueso a sus pies.

- ¿Qué es esto, chico? -dijo Tony, sabiendo de alguna manera que este tono era el apropiado-. ¿Qué traes?

- Gran hueso, gran hueso -dijo el Príncipe.

Tony lo cogió y lo miró con sorpresa.

Es un gran hueso. Nunca he visto nada parecido antes. ¿Dónde lo conseguiste?

Príncipe empezó a ladrar furiosamente. Tony hizo una mueca de dolor. Había esperado una respuesta verbal.

Virginia miró adormilada a Príncipe y a Tony. Ella estaba aun más fría que él. Tuvo que sacudirla un poco para conseguir que siguiera al perro.

Príncipe los llevó por un camino serpenteante. Había yelmos oxidados y restos de armaduras a ambos lados. Entonces rodearon la esquina y tropezaron con… la enorme cabeza del esqueleto de un dragón, guardando una cueva.

Era tan grande como un brontosauros y probablemente más imponente. Tony se acercó. El dragón estaba muerto hacía mucho. Su boca estaba completamente abierta, formando una entrada a la montaña. Una espada herrumbrosa sobresalía por lo que antes había sido el ojo del dragón.

El lugar era espeluznante, con los restos de caballeros y el viento soplando a través de ellos. La cabeza del dragón era la parte más escalofriante de todas.

Tony siguió a Príncipe y Virginia los siguió a ambos. Eligieron su camino por el sendero hasta llegar a la boca del dragón. Era enorme. Cada uno de los dientes puntiagudos era casi tan grande como Virginia.

Tony los rodeó y ayudó a Virginia a pasar. Entonces siguieron a través del esqueleto avanzando por la garganta del dragón.

Otras criaturas habían recorrido ese mismo camino. Los huesos estaban dispersos. No había olor, lo cual tenía sentido, supuso Tony, considerando el tiempo que el dragón llevaba muerto.

Por fin llegaron a la cola. Después de bajar por ella, estaban dentro de una auténtica cueva. Olía a moho y era más caliente de lo que Tony había esperado.

Virginia se paró a su lado, y juntos miraron a la oscuridad.

- Aquí ha estado gente -dijo Virginia-. Mira, hay palas y cosas.

Sin mencionar a los soportes de madera más adentro de la cueva. Virginia escarbó en la pila de herramientas. Después de un momento, sacó algo que Tony tuvo que examinar fijamente antes de comprender qué era. Una anticuada antorcha de madera, con una mecha hecha de yute embebida en aceite. La punta estaba encerrada en un armazón de hierro. Podía ser usada también como arma.

Virginia la encendió con una de sus cerillas. Tony nunca había estado tan contento de ver luz en su vida.

La llama apenas iluminaba el área donde se encontraban. Colgando de una viga del techo, sobre ellos, había otra señal con un dragón pintado contra un círculo rojo. La señal estaba ennegrecida y quemada, como si alguien la hubiera apuntado con un lanzallamas, pero Tony aún podía ver las palabras: