Capítulo 113

El sol tamizado en naranja se retiraba hacia el río Hudson, y cedía todo el protagonismo a una suave brisa de aire caliente; el verde fresco de la arboleda y los fornidos caballos enganchados a viejos carruajes expandían por doquier olor a campo mientras paseantes, vendedores callejeros, turistas y corredores se adentraban en el parque para participar en aquella desordenada armonía. Rania, de pie junto a la entrada de acceso de Columbus Circle, lo observaba todo como si no formara parte de la escena.

Estaba inmensamente feliz: hacía unas horas Debra había salido del coma. Los doctores le habían informado de que había muchas posibilidades de que se recuperara completamente. La pudo abrazar en el hospital e intercambiar entre sollozos de alegría unas pocas palabras con ella. Nada deseaba más en este mundo que su mejor amiga de Nueva York se repusiera pronto y parecía que eso iba a ocurrir. La pesadilla llegaba a su término.

Pero esa tarde ella iba a ser protagonista. Para cualquier otra chica de la ciudad una simple cita para dar un paseo por Central Park no tendría mayor importancia, pero para Rania significaba mucho; se trataba de la primera vez en su vida que accedía a citarse con un hombre a solas. Escogió cuidadosamente el vestuario.

Cuando Ackermann apareció con su caminar erguido sintió que las pulsaciones se le aceleraban. Pudo observarlo apaciblemente: su porte, sus cabellos rubios, los ojos de un azul imposible y sus armoniosas facciones le conferían ese colosal atractivo, tan distinto al tipo de hombre de sus tierras.

—Hola, Rania. —Se acercó para besarla en la mejilla.

Ella no se acostumbraba a esas maneras del mundo occidental, pero, simulando naturalidad, le ofreció su mejilla poniéndose de puntillas.

—Qué alegría que hayas podido quedar, hace una tarde maravillosa, ¿no te parece? —añadió David.

—Sí, en eso me estaba fijando. Está todo precioso, me recuerda a... —Se detuvo vacilante.

—¿A qué? —preguntó él al observar su duda.

—Cuando vivía en Jericó pasaba muchas horas junto a una higuera, a la que los cristianos llaman «el árbol de Jericó». Iba con una amiga, nos sentábamos en un muro bajo, hablando y mirando cómo el sol se ponía por occidente; el firmamento se tornaba anaranjado al atardecer, igual que aquí, aunque los personajes fueran muy distintos.

Desde que llegó a Nueva York jamás había hablado con nadie de los recuerdos de su pasado, y se sorprendió de la facilidad con que lo estaba haciendo. Pero con Ackermann era distinto, él conocía lo peor de su vida; quizá por ello instintivamente buscaba reivindicar los buenos momentos de su anterior existencia, desmaquillada de adornos pero exuberante de amor, hasta el día que todo aquello ocurrió.

—El sol se va y viene igual en todas partes, al final las diferencias nos empecinamos en construirlas los humanos. Si nos dejáramos llevar más por la naturaleza, su sabiduría y su placidez, todo sería más fácil —sentenció Ackermann, intentando sumarse al sentido de las palabras de ella.

Prosiguieron el paseo adentrándose en el parque por la calzada paralela a Central Park West. Caminaban en dirección contraria a la de los corredores, muchos de los cuales lucían orgullosos sus torsos desnudos, trabajados en los gimnasios durante el largo invierno. A medida que avanzaban en dirección norte, Rania se sentía más y más relajada. Cuando llegaron a la altura de la Calle 71, Ackermann se paró y le señaló un edificio a su izquierda con aspecto de palacio encantado.

—¿Lo conoces?

—No.

—Es el Dakota, ahí vivía John Lennon. ¿Sabes quién era?

—Claro que sí, David; Jericó está lejos en distancia, pero todavía en este planeta.

—Pues ven, te voy a enseñar un lugar muy especial. —Ackermann giró a su derecha hacia el interior del parque. De pronto se encontraron ante una especie de pequeña glorieta—. Mira esto, el Strawberry Fields Memorial; es un monumento en recuerdo a John Lennon. Fue erigido por la ciudad de Nueva York y contribuyeron a su construcción más de cien países, con piedras para dibujar este mosaico y con plantas traídas de los lugares más recónditos.

Imagine —leyó en voz alta Rania la palabra escrita en el mosaico.

—En recuerdo a su canción, pero también a su espíritu de libertad y su sueño de un mundo mejor —apuntó Ackermann—. Strawberry Fields Forever es el título de una de las canciones más celebradas de los Beatles.

Rania escuchaba encantada las explicaciones de Ackermann. Cada vez más sentía crecer en su interior una atracción por él difícil de explicar. De pronto, en medio de aquel lugar que transmitía una magia especial, él se situó frente a ella y le dijo:

—Hay algo que tengo que contarte. —Rania reconoció de inmediato el gesto más serio de Ackermann y le miró con cautela—. Nunca más te hablaré de esto pero lo tienes que saber. —Hizo una pausa, tragó saliva y prosiguió—: El día en que todo ocurrió en Jericó... hubo una serie de dirigentes que decidieron que abandonases tu tierra y te marcharas a El Cairo, y a mí me encargaron que te lo transmitiera, ¿te acuerdas? —Rania, muy seria, no movió ni un músculo. Ackermann continuó—: Uno de ellos era una mala persona llena de odio, que quería acabar con tu vida, aduciendo que el soldado que... —Ackermann no sabía por dónde seguir—. Bueno, aquel soldado murió porque se le disparó el arma, pero ese hombre pensó que tú le habías disparado y decidió que tenías que morir. Fue él quien organizó todo para que te asesinaran aquí en Manhattan. Pero para que nadie investigara quería que pareciese un accidente. Le encargaron la acción al tipo que os atacó a ti y a Debra...

Rania escuchaba temblorosa toda aquella historia, le dolía en lo más profundo de su ser, pero quería conocerlo todo, por lo que al ver las vacilaciones de Ackermann le animó:

—Sigue, David, necesito saberlo todo.

Ackermann prosiguió:

—A ese sicario contratado para que llevara a cabo la acción no le importó causar daño a más personas, por eso manipuló el coche de Max el día de su fiesta. Pero falló, porque en contra de su previsión, tú no volviste con él. Después decidió ir a tu casa y se encontró con Debra; no le importó, te esperó. El asesino a sueldo murió delante de nosotros gracias a la rápida acción de Heather. Y, bueno, todo esto es muy triste pero...

Una lágrima caía por la mejilla de Rania, pensando que la muerte de Max y todo lo que había sufrido Debra en parte había ocurrido por su culpa...

—Solo quería que supieras el porqué de todo lo que sucedió e informarte de una cosa más: ayer detuvimos en Jerusalén al hombre que ideó todo este plan. Ya estás completamente a salvo; ahora sí puedes de verdad empezar tu nueva vida.

Rania no pudo contener las lágrimas, que ya brotaban impetuosas y resbalaban por su mejilla. Ackermann la abrazó de inmediato. Se quedaron unidos durante unos segundos. Suficientes para que ella, al sentir el cuerpo de él pegado al suyo, se estremeciera.

Tras unos segundos se separaron e, inevitablemente, unieron sus manos llenas de cariño. Siguieron caminando. Lo hicieron durante un buen rato, dejando que la cálida brisa y los olores de los árboles verdes refrescaran sus pensamientos. Avanzaron sin hablar, no hacía falta, con el solo contacto de la piel en sus dedos entrelazados se decían todo y les unía más y más en cada paso. Pasaron diez, treinta o hasta infinitos minutos, porque el tiempo dejó de contar para ellos. Una inmensa sensación de sosiego les acompañaba. En un momento dado se pararon uno frente al otro, mirándose fijamente con suma ternura. Y como si él pidiera permiso y ella lo concediera, sin hablar, con un palpitar profundo desde el corazón, un delicado y tímido roce entre los labios se fue transformando en un apasionado y profundo beso.

Sus almas se fundieron en una, donde solo cabía el amor, un amor que todo lo sabe y lo comprende, sin pasado.

El enigma de Rania Roberts
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