Capítulo 38

Max decidió ir a su apartamento dando un paseo. Los rayos de sol se reflejaban en los escaparates de las decenas de tiendas de lujo que brillaban tentadoras en las fachadas. Sacó del bolsillo de su chaqueta las gafas de sol de Tom Ford que por prevención siempre llevaba cuando salía de noche y se las colocó cuidadosamente con las dos manos.

Sin mayores contratiempos, el agradable paseo prosiguió por la Calle 57, superó Madison Avenue y continuó hasta el cruce con la Quinta Avenida; una vez allí, se dirigió a Central Park South. Los carruajes de caballos y los hoteles adornaban con gentes y olores el camino. Pronto llegó al otro lado del parque en la esquina de Central Park South con Columbus Circle, donde se encontró con el Trump International Hotel & Tower. A menudo pasaba por allí porque estaba muy cerca de su casa. Esta vez se paró y miró al cielo, como tratando de ver los pisos más altos de aquel rascacielos de superlujo de tonos marrones y elegantes dorados. El Trump Hotel ocupaba una parte de las plantas del edificio. Las de arriba eran seguramente las que tenían mejores vistas a Central Park de toda la ciudad; habían sido vendidas como apartamentos de superlujo. Podían costar diez millones de dólares por apenas cien metros cuadrados. Solo al alcance de consagrados actores, cantantes, financieros y prominentes empresarios. Decían que en su tiempo la malograda Lady Di llegó a poseer uno. Siempre le habían parecido inalcanzables, pero esta vez...

«Un día no muy lejano viviré allí arriba», pensó con satisfacción. Sabía que STAR I iba a cambiarlo todo.

Decidió comer algo antes de ir al fisio. Pasó de largo la Calle 62, donde residía, y siguió andando hasta llegar al Gregory Cafè Bar, en la Calle 65 con Broadway; nunca había estado allí un viernes por la mañana.

En el Gregory se podía tomar un buen desayuno americano con huevos cocinados de todas las maneras imaginables, al mediodía era perfecto para una sabrosa ensalada caprese o una gran hamburguesa con patatas fritas, por la noche una cena tranquila en un ambiente acogedor y bien entrada la noche, unas copas en el bar.

—Hola, John.

—Qué pasa, Max, tú por aquí a estas horas...

—Joder, si te contara... Ayer pillé una buena, creo que mezclé de todo, incluidas buenas dosis de tequila.

—Eso sube de muerte... ¿Con quién estabas?

—Con Checo, celebrando que cambio de trabajo. Estábamos cenando en el Nobu y de la nada aparecieron dos barbies tejanas de mucho nivel. Me he despertado esta mañana en una habitación del Four Seasons con las dos desnudas y metidas en la cama. La pena es que no me acuerdo de los detalles de la noche.

—Pues yo casi lo prefiero... ¿Y el trabajo nuevo?

—Una sociedad de inversión que ha creado el banco; tiene muy buena pinta, me voy de jefe.

—Enhorabuena, tío. ¿Por qué no me cambias la vida aunque solo sea un fin de semana?

—Venga, no te quejes, cabrón, tú no sabes lo duro que es esto. Levantarse a las cinco y media cada día para ir a la oficina, catorce horas trabajando. Llego todas las noches agotado. Y el fin de semana, a arreglarse lo justo para salir de caza, ya me entiendes. Y si encuentras algo, acompañarlas a su casa. Luego viene lo más aburrido: darles conversación, besarlas y acariciarlas. Cuando se acerca el momento, alguna hasta quiere que la desvistas, ¿no te jode? como si no tuviera bastante desvistiéndome a mí mismo. Y al final hay que tirárselas.

—Qué pena me das, Max —dijo John irónicamente—, si es que te voy a tener que dar yo trabajo para alegrarte la existencia.

—No, si follar es bueno, pero tiene sus efectos colaterales. Verás, la primera vez que lo haces con una tía hay que quedar bien, un latino tiene que dar cierto nivel, ¿me entiendes? —Pero, cabrón, ¡si tú eres más neoyorquino que la Estatua de la Libertad!

—Bueno, pero creo que mi bisabuelo era español, y además camarero como tú —dijo Max sarcásticamente, dado que John era el propietario de cinco garitos de mucho éxito de la ciudad.

—Sí, y el mío debía de ser un sioux, por eso estoy calvo como una bola. Bueno, y eso de quedar bien ¿para qué? si a la mayoría nunca las vuelves a ver.

—Eso es verdad, pero las cosas hay que hacerlas bien. El caso es que después de la faena hay que volverse a vestir, tomar un taxi de vuelta a casa, desvestirse otra vez para ponerse el pijama... Es duro, tío, te lo aseguro. Y luego el lunes los putos mercados otra vez.

—No, si al final me vas a dar pena. Pues se me ocurre que para que sea menos «duro», te las lleves a tu casa; así te ahorras desvestirte y vestirte dos veces, y el taxi...

—¡Estás loco! ¿Y que se queden a dormir? No fastidies, hombre. Tú lo que eres es un pichón, no tienes ni idea. Mira, las tías en cuanto pueden se te enganchan, no hay que darles opción. ¿Te imaginas levantarte al mismo tiempo que ellas, verlas sin su maquillaje, que te pregunten por tu vida, de dónde eres, a qué te dedicas...? Ni hablar. Luego pillan el teléfono, conocen tu dirección... Peligroso.

—Venga, hombre, seguro que a alguna que esté muy buena le has pedido tú el teléfono para repetir.

—Mira, John, eres mi amigo y muy majete, pero en el tema de mujeres eres un puto aficionado. ¿Pedir el teléfono? eso jamás. En la vida hay que ser muy profesional, sobre todo con las mujeres.

—Hasta que conozcas a una especial, que se quede contigo —sentenció el dueño del Gregory.

—John, de tanto dar conversación a tus clientas ya te pareces a ellas. Anda, ponme la hamburguesa y no me jodas más.

Max se sentó en la barra y empezó a hacer memoria de los últimos días. La cena con Parker, el nuevo trabajo... Se sentía exultante. Era muy consciente de que estaba ante una oportunidad única; si Parker se había fijado en él era por algo. Siempre se había sentido distinto a la mayoría. Su etapa en la Universidad de Yale, compaginando los estudios de Económicas con los duros entrenamientos con el equipo de fútbol. Su debut como quarterback. Después vino la lesión de codo que le apartó de una posible carrera profesional en la NFL. El MBA en el Instituto Tecnológico de Massachussetts, que terminó también con excelentes calificaciones. Su entrada en Goldstein. Llevaba cinco años trabajando duro en diversos mercados: de divisas, derivados, hipotecas basura, y siempre con buenos resultados. Y viviendo la ciudad a tope. A sus treinta años, la propuesta de Parker colmaba todas sus aspiraciones; suponía pasar de ser un trader exitoso a un financiero en el top de los negocios. Así es como lo sentía. Tenía que llamar a sus padres a Boston, estarían orgullosos de él.

Una de las camareras del local le sirvió una Coca-Cola Light con una sonrisa:

—Aquí tienes, Max.

—Gracias, Tina. —Todos le conocían y él conocía a todos.

Cogió el vaso y lo levantó para dar un trago. Al hacerlo, observó en la pared de enfrente una gran pantalla Samsung que sintonizaba la CNN. Le llamó la atención el mensaje en su parte inferior; se podía leer «Breaking news» sobre un fondo amarillo. Sin bajar del taburete acercó su cabeza ligeramente y pudo leer: «Ataque terrorista en el mercado de Jerusalén, al menos doce muertos». Pudo apreciar a una mujer joven en el suelo en un gran charco de sangre, abrazada a su hija, y un metro más allá, una segunda pequeña, inmóvil, parecía muerta. Arrodillado junto a ellas, un hombre con una bata blanca salpicada de sangre sostenía a una de las niñas sobre su antebrazo y con su mano la cabeza de la madre. Mientras, con el brazo izquierdo levantado pedía ayuda desesperado. Las imágenes eran devastadoras.

Por un momento se quedó en estado de shock, pensativo; su inmensa felicidad se vio desbaratada por aquella dura visión. Clavados sus ojos azules en la pantalla. Transcurrieron unos segundos, luego se giró y gritó:

—John, cambia el canal a ESPN, vamos a ver el resumen de la NBA.

No podía estropear su momento de entusiasmo. «Piensa en ti, gana para ti», en Wall Street eso se aprendía pronto y con ello se sobrevivía; uno no disponía de tiempo para pensar en los demás, y menos si estaban sufriendo a miles de kilómetros.

El enigma de Rania Roberts
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml