Capítulo 60
Heather realizó una primera búsqueda en los archivos internos del FBI. Con los resultados se presentó en una sala en la que estaban su compañero Charly Curtis y el director del FBI que les había asignado el caso: Jack Mercer, su verdadero jefe.
Tras un saludo de cortesía Heather inició su exposición:
—David Ackermann tiene treinta y cuatro años. De formación militar, se graduó en la academia Militar de West Point en el año 2001. Obtuvo doble graduación como ingeniero y economista, siendo el número uno de su promoción. Sin embargo, tras solo tres años en el ejército americano decidió reenfocar su carrera profesional y se matriculó para cursar el MBA de la Universidad de Harvard. Allí también obtuvo unas calificaciones brillantes: acabó como número tres. Esos excelentes resultados le dieron la oportunidad de trabajar en la banca de inversión; concretamente fichó por Goldstein Investment Bank.
—O sea, que es cierto que conoce bien a esos tipos. Interesante currículo. ¿Y luego? —apuntó el director.
—Pues aún hay mucho más, jefe. Tras cinco años en Goldstein, donde llegó a ser el jefe de la mesa de valores más joven de la historia del banco, decidió dejarlo todo. Se fue a vivir a Jerusalén y se alistó en el ejército israelí.
—¿El ejército israelí? —exclamó Charly con incredulidad.
—Sus abuelos eran judíos, emigraron de Alemania con la llegada del nazismo. Su madre conservó la nacionalidad israelí. Él es judío, aunque nunca se le observó practicar la religión. Parece que en un momento dado, aún trabajando en Goldstein, empezó a visitar con frecuencia la sinagoga de su barrio. Entabló una relación de gran confianza con el rabino y decidió renunciar a todos los placeres de una vida como ejecutivo exitoso de Wall Street para ir a conocer sus raíces.
—Joder, todavía hay gente rara —comentó Charly jocosamente mirando al director del FBI, que no le siguió la broma—. Hay que tener ganas de dejar Nueva York para buscar las «raíces»... —añadió intentando dotar a su comentario de algo de seriedad, sin éxito.
—De su etapa en el ejército israelí no tenemos mucha información —prosiguió Heather—; solo que llegó a ser capitán, nada sobre sus destinos ni misiones. Ya sabes que los israelíes mantienen clasificada toda información sobre los miembros de sus fuerzas armadas. Se podría hacer una petición específica, pero no creo que la atendieran sin un motivo firme.
—Me pregunto por qué dejó el ejército israelí y regresó a Nueva York —reflexionó en voz alta el director.
—Ninguna pista, señor; solo sabemos que hace unos seis meses se instaló en Nueva York y se asoció con Anthony Ross, un amigo de West Point que hace años montó una muy buena agencia de investigación. Él aporta todo su conocimiento del sector financiero. La sociedad ahora se denomina Ross & Ackermann.
—Vaya vida más singular. Llámale y queda con él, que te explique los intríngulis de cómo funciona por dentro Goldstein, ya sabes: quién manda allí, cómo son los procesos de toma de decisiones para los temas más importantes... Ah, también investiga cuáles son los principales hedge funds, cómo operan, etcétera. Y sería muy útil conocer quiénes son los otros socios de STAR I.
—OK, jefe. Me pongo con ello —contestó Heather.
Cuando regresó a su mesa, abrió de nuevo el archivo digital con la información sobre Ackermann y se quedó mirando su fotografía en la pantalla. No se trataba solo de su aspecto, que bien le habría podido llevar a hacer carrera en Hollywood; lo que más le sorprendía era la vida tan peculiar que había llevado hasta la fecha. Que alguien con formación militar hiciese un MBA en una de las mejores escuelas de negocios del país no era muy habitual, aunque tampoco era el primer caso. Pero que con toda una carrera de éxito por delante en finanzas, trabajando en Goldstein con una alta responsabilidad a temprana edad, lo abandonara todo para irse a Israel para conocer y vivir sus raíces, enrolándose después en el ejército de aquel país, era realmente extraordinario. Y después, ¿por qué lo había dejado todo de nuevo para volver a Nueva York y constituirse como investigador privado? Heather regresó al presente y marcó un número en su móvil.
—Ackermann —respondió.
—Hola, soy la agente especial Brooks —dijo Heather, adoptando de nuevo su rol superprofesional—. Me gustaría que nos viéramos, quisiera conocer algunos detalles sobre el modo de operación de estos hedge funds y bancos de inversión
—Cómo no. ¿Te va bien a las cuatro? Yo me puedo acercar a vuestra central.
—No, prefiero ir yo a tus oficinas —replicó ella.
—OK, como quieras. Estoy en el número 575 de Madison Avenue, justo debajo de la Calle 57.
Heather se quedó pensando durante un momento. El caso le complacía muchísimo, investigar ese mundo financiero era toda una oportunidad. Faltaban agentes con experiencia en casos de fraudes financieros; por otra parte, los fiscales, el Gobierno, los reguladores, los propios bancos, cada vez tenían más interés en poner orden en todo ese ámbito. Estaba sin duda ante una gran oportunidad de obtener visibilidad dentro del cuerpo que la podría posicionar muy bien para el futuro. Sin embargo, no podía obviar los hechos: uno de los principales investigados era el hombre que estaba saliendo desde hacía unos meses con su mejor amiga. Tampoco tenía ella mucha relación con él, habían coincidido unas cuantas veces en cenas. Es verdad que se había acostado en dos ocasiones con su mejor amigo, casi hermano. Aunque no sabía cuál sería la reacción del director del departamento, se dirigió a él.
—Jack, ¿tienes un momento?
—Sí, pasa, Heather. ¿De qué se trata?
—Conozco a uno de los investigados, Max Bogart —dijo Heather sin rodeos, como era habitual en las conversaciones entre los agentes y con un tono de voz muy femenino, desconocido para sus compañeros de trabajo.
—¿De qué le conoces?
—Sale con una amiga mía desde hace unos meses.
—¿Tienes mucha relación con él?
—No, jefe, la verdad es que lo habré visto cuatro o cinco veces. —Por supuesto obvió los detalles de su relación sexual con Checo.
El maduro director meditó un momento sin hablar, mirándola atentamente; casi podía sentir los latidos del corazón de su interlocutora. Heather era una de las mejores agentes y este caso podía ser una gran oportunidad; el compañero que le habían asignado, Charly Curtis, era un tipo eficiente, pero no tan listo como ella.
Heather, intuyendo que Jack estaba a punto de tomar su decisión, incidió:
—Por favor, jefe, si tuviera algún conflicto personal se lo diría de inmediato.
—Está bien. —Se decantó finalmente por mantenerla en el caso—. Pero...
—Sí, jefe, no lo dude: actuaré igual que si se tratara de un desconocido. Se lo agradezco mucho.
—OK, lárgate a ver a ese Ackermann, a ver si nos puede servir de ayuda —refunfuñó Jack.
Heather adoraba a su veterano jefe. Salió feliz del despacho; la situación era algo delicada porque Debra le contaba a veces confidencias sobre Max, aunque nunca referidas a su trabajo; de hecho, se había enterado de que este dirigía un hedge fund hacía solo unas horas.
Cuando llegó a las oficinas de Ross & Ackermann, descubrió que se trataba de una de las mejores localizaciones de Manhattan. Él ocupaba un despacho grande en la planta nueve, con tres ventanales que daban a la famosa avenida, muy cerca de una de las esquinas con las tiendas más lujosas de la ciudad. Frente a su edificio estaba el de SONY, de un elegante color tierra y bello diseño. Al otro lado del pasillo había un despacho interior sin ventanas, donde estaba Jenny, la assistant de Ackermann, una mujer de unos cincuenta años, que fue quien la acompañó desde la recepción hasta los despachos. La decoración en toda la planta era muy impersonal y discreta, con moquetas y paredes en tonos azulados.
Una vez en su despacho, Ackermann se levantó, le tendió la mano y se la estrechó con firmeza. Heather, que por una vez se había preocupado de su aspecto al salir de la oficina, no dejó de advertir nuevamente su atractivo. Era imposible no hacerlo. Realmente Ackermann parecía más un actor de cine que un investigador privado. Su cabello era liso rubio, su piel bronceada, sus ojos azules de un tono muy singular, y tenía las espaldas muy anchas, acabadas en una estrecha cintura. «Una combinación explosiva», pensó Heather.
Sus maneras eran amables pero con una actitud seria, lo cual le confería aún más magnetismo.
Pasaron toda la tarde repasando el funcionamiento de los hedge funds y también quién era quién en Goldstein. Ackermann conocía a Parker y a su jefe de gabinete, Larry Coach. Bill ya era director ejecutivo en el tiempo que él estuvo en la compañía y Larry por aquel entonces era uno de los traders que más despuntaba por su agresividad en los deals. Sin embargo, no se acordaba de Max, no había coincidido con él en ninguna mesa. Tras un buen rato dedicado a esos detalles, procedieron a investigar a los socios de STAR I. Su assistant, Jenny, entró en dos ocasiones para traerles unos cafés con unas galletas. Por el trato que ella le daba a Ackermann, supuso que además de ayudarle en los asuntos propios de la oficina, también hacía de asistente para sus asuntos personales, casi como una «cuidadora». «Quizá Ackermann sea soltero», dedujo. Intuía que sí. «Qué extraño que con ese aspecto no le haya cazado ya alguna mujer de buen ver y posición, aunque, claro, con la vida que ha llevado, cambiando de país y ciudad con frecuencia...». Heather mantenía dos conversaciones a la vez: una con su interlocutor y otra, más personal, consigo misma.
Al final de la jornada, después de inspeccionar diversas bases de datos de registros públicos y algunos de acceso restringido a agentes del FBI, pudieron identificar a todos los socios de STAR I.
Por un lado estaba Goldstein, con un sesenta por ciento de las acciones; un diez por ciento se hallaba en manos de otro fondo de inversión denominado ACK y el treinta por ciento restante, en una sociedad llamada Lightcore, ubicada en la isla de Jersey, paraíso fiscal perteneciente a Gran Bretaña y situado en el canal de La Mancha, entre Francia y el Reino Unido. Conseguir averiguar quiénes eran los dueños de esa sociedad les llevaría mucho más tiempo, si es que alguna vez lo lograban, dado que salvo por orden judicial sería muy complicado obtener esa información.
En ese punto Ackermann consultó su reloj y a continuación le propuso a la agente:
—¿Cenamos algo por aquí abajo y seguimos hablando?
Heather tuvo la impresión de que, pese a llevar juntos cinco horas, era la primera vez que él la miraba. No se lo pensó, como era habitual en ella.
—Sí, claro, ¿dónde vamos?
—Por aquí cerca está el Nello, ¿lo conoces?
«Vaya, el restaurante de las comidas de los sábados con Debra», recordó Heather.
—Sí, muy bien, vamos allí.