Capítulo 9

Hace unos meses, la profesora nos llevó a dar la clase de ciencias naturales al exterior, fuera de la escuela, ¿te acuerdas?

—Sí, claro —contestó Yasmin muy atenta.

—El día era precioso —prosiguió Rania—, la primavera fluía suave antes del calor del verano. Estábamos todos sentados sobre los bancos de piedra que rodean la arboleda. La profesora nos hablaba sobre los tipos de mariposas: cuáles salían de sus capullos en cada mes del año, sus nombres, el tiempo que vivían, las largas distancias que algunas recorrían. Mientras ella lo hacía, nos sobrevoló un grupo de ellas. Entre las mismas había una mariposa de color azul celeste. Era muy bella, volaba libre, posándose de flor en flor, y embellecía los lugares por donde pasaba con sus fastuosos colores. Por un momento pensé que su fragilidad al viento la hacía más fuerte, porque volaba a favor de él, nunca en su contra. Y sentí pena.

—¿Pena por qué?

—No lo entiendes, Yasmin: porque yo a veces desearía ser como ellas, aunque viviera tan poco tiempo, pero tan libre.

—No te comprendo, Rania, ¿acaso no eres feliz?

—Sí, claro que lo soy, pero pienso que podríamos hacer tantas otras cosas que no hacemos...

—Bueno, es verdad, no tenemos mucho dinero, pero eso no lo es todo.

—¡Ay! Yasmin, si no me refiero a eso —exclamó Rania, con dulzura—; me refiero a volar con el viento.

—¿Volar con el viento? —Yasmin fruncía ligeramente el entrecejo, no entendía por dónde iba su amiga.

—Ya somos adultas; sin embargo, solo hacemos lo que se supone que debemos hacer.

—Lo que debemos hacer... —apuntó y añadió Yasmin—. ¿Y qué tiene eso de malo?

—Lo que nos perdemos, lo que no conoceremos ni haremos nunca. —Rania trataba de explicarse—. Mira, ellas acarician con su vuelo cualquier flor; en ocasiones, exultantes de felicidad, cambian su dirección arriba y abajo, de derecha a izquierda; otras vuelan suavemente pero decididas, en busca del lugar que eligen para posarse; y a veces permanecen inmóviles, reflexivas, parece que están meditando. —Hizo una pausa, bajó la vista y de nuevo dirigiéndose a su amiga afirmó—: Hay momentos en que me gustaría ser tan libre como ellas. Siento que vuelo contra el viento, el viento de nuestra gente, nuestras tradiciones y creencias.

—Pero es nuestra cultura —le dijo muy seria Yasmin.

—Lo es y no reniego de ella, creo profundamente, pero quizá... No sé, no me puedo expresar como quisiera.

—No digas tonterías.

—¿Te acuerdas de hace dos años, el día que los tanques llegaron a la ciudad?

—Sí —contestó Yasmin, cada vez un poco más desconcertada.

—¿Cuando llegó Abdul y le abracé?

—Sí que me acuerdo, primero le abofeteaste. Qué vergüenza pasé.

—Mi madre me regañó al llegar a casa. Al día siguiente por la calle todos me echaban miradas de desaprobación. —Se le entristecía la mirada, hasta que dijo—: Sin embargo, yo sentí algo tan intenso al notar el roce de su piel pegada a la mía... Solo quería sentirla con fuerza, para no perderlo nunca. ¿Qué tenía eso de malo?

—Pues que una chica soltera no puede hacer eso en público.

—¿Lo ves, Yasmin? tú tampoco me entiendes.

—¿Y por qué recuerdas todo esto ahora?

—Porque en aquella clase en la que las mariposas volaban libres volví a sentirla.

—Volviste a sentir ¿qué?

—Abdul y yo estábamos sentados uno al lado del otro; mientras la profesora explicaba la lección, acerqué muy despacio la mano derecha hacia la suya, nadie se percató, ni siquiera él. Hasta que la posé sobre la suya, con la palma de la mano abierta.

—¡Ay! Rania, siempre saltándote las normas. Pero, cuéntame, y él ¿qué hizo? —preguntó intrigada.

—Abdul parecía aburrido escuchando a la profesora. Cuando notó mi mano me miró ruborizado e inmediatamente giró de nuevo la cabeza hacia delante. Pero no apartó su mano.

—¿Cómo te atreviste a hacer eso en público? ¿Alguien lo vio?

—No, por lo menos eso es lo que me pareció a mí.

—Y mi hermano ¿qué hizo?

—Por un momento noté como si fuera a separar su mano de la mía, llegó a moverla ligeramente, pero al final no lo hizo, no pudo. —Sonrió llena de satisfacción por el recuerdo y prosiguió el relato—: Él, que había sido capaz de andar doscientos metros indefenso hacia una columna de tanques, era incapaz de retirar unos milímetros su mano de la mía. ¿Sabes por qué? —Yasmin negó con la cabeza—. Porque me ama tanto como yo a él. Permanecimos inmóviles durante varios minutos, rozándonos la piel. Sentí que con tan poco me dijo tanto... Por una vez era yo la que volaba arriba y abajo, de derecha a izquierda, en todas direcciones.

—Y ¿qué pasó luego?

—Cuando todos nos disponíamos a marchar, retiré la mano, pero al hacerlo dejé sobre la suya algo que llevaba conmigo. Abdul enseguida se dio cuenta y lo tomó.

—¿Qué era?

—Pues qué iba a ser: el corazón de estaño. ¡Ay! Yasmin, a veces pienso que no me entiendes nada.

—¿Habías grabado la erre mayúscula y la fecha?

—Sí, lo había planeado muchos días antes.

—¿Y por qué esa fecha: 22/7/2008?

—Como recuerdo a nuestra primera vez.

—¿Vuestra primera vez de qué?

—La primera vez que nos abrazamos. El día que entraron los tanques.

—Pero ¿crees que él relacionaría la fecha?

—Seguro que sí, cómo no iba a hacerlo si se jugó la vida delante de todos.

—Cuántas cosas te pasan, Rania... Al final tendrás razón con esas ideas tuyas de volar de un lado para otro, tendré que tomar un cursillo. —Y ambas rieron.

Aquel día, cuando Abdul llegó a su casa todavía con el puño cerrado, el objeto que le había entregado Rania se clavaba en la palma de su mano, pero no le importaba. En la única estancia de la vivienda que utilizaban como comedor y salón encontró a varios de sus hermanos pequeños, así que se fue a su habitación. Pero ahí estaba Ahmed durmiendo, se había acostado pronto porque salía a patrullar temprano. Dudó qué hacer por un instante; finalmente cogió el Corán y salió al patio trasero. Estaba impaciente por mirar aquel objeto que le había dado Rania, pero no quería que nadie se diera cuenta, así que se sentó a la sombra de la vieja higuera bajo la que acostumbraba a pasar horas memorizando los versículos.

Finalmente abrió el puño. Sus ojos vieron un pequeño trozo de estaño, en forma de corazón, con una letra grabada en el centro: «R». Le dio la vuelta y leyó una fecha inscrita en el metal: «22/7/2008». Inmediatamente recordó aquel día: fue cuando se plantó ante los tanques; desde entonces todos le consideraron un héroe, pero para él lo más significativo que ocurrió aquel día fue que por primera y única vez en su vida sintió el calor de la piel de una mujer, su amada Rania. Desde entonces todos los días pensaba en ella, no podía vivir sin hacerlo.

Luego se quedó inmóvil, reflexivo. Por un momento entendió que el amor en la Tierra también podía ser inmenso, podía llenarlo todo, y quizá también podía llevarle al paraíso. Entonces, una lágrima rodó por su mejilla; una lágrima de amor, pero también una lágrima de desesperanza; solo él sabía por qué.

El enigma de Rania Roberts
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