Capítulo 45
Cuando Rania recibió la llamada de la asistente personal de Anne, se emocionó. Le parecía increíble que la volvieran a citar. No le dijo para qué la querían ver y no deseaba hacerse ilusiones, pero se sentía realmente excitada. Decidió no tomar el metro para volver a la pensión de Brooklyn en la que se hospedaba y que le habían recomendado en la embajada americana de El Cairo. Prefirió irse a Central Park a pasear.
Entró al parque por la puerta de Columbus Circle y se quedó fascinada. La primavera estaba a punto de estrenarse y las plantas y árboles lucían frescos y empezaban a florecer. Sus olores eran maravillosos, la gente corría o se desplazaba sobre patines... Observó a mujeres con pantalones cortos ceñidos; solo contemplarlos le escandalizaba. Pero tenía que hacerse al lugar, acercarse a sus costumbres. Recordaba que los turistas procedentes de Nueva York le habían explicado que en esa ciudad todo era posible y las cosas ocurrían muy deprisa; la clave era saber adaptarse rápido, y ella no iba a ser menos. Compró una botella de agua y se relajó sentada en un banco del parque a la altura de la Calle 62. Contempló frente a ella un gran edificio marrón y dorado con cristales oscuros en cuya entrada se podía leer: «Trump International Hotel & Tower». Experimentaba sensaciones inéditas y una gran agitación ante los acontecimientos que estaba viviendo. Después de unos minutos sacó su móvil y marcó un número que había guardado en la memoria.
A las dos menos diez Rania llegaba a las oficinas de la CNN. Vicky la recibió esta vez con una sonrisa.
—Hola, Rania. Me ha pedido Anne que te ayude a rellenar esta ficha para optar a un puesto de trabajo en la compañía. —Rania sintió en su interior una absoluta conmoción—. ¿Cuál es tu nombre completo?
—Rania Abdallah.
Todavía desconcertada, Vicky prosiguió con las instrucciones de su jefa.
—Ya...¿Y, el apellido de tu madre?
—Roberts.
—Casi mejor escribiré ese —prosiguió—: ¿Dónde estudiaste?
—En la escuela pública de Jericó.
—Muy bien. ¿Y en qué Estado se encuentra Jericó?
Rania sabía que los americanos no reconocían Palestina como un Estado, así que, para no entrar en polémicas, contestó:
—Cisjordania.
—¿Cómo? ¿qué Estado es ese? —preguntó Vicky, que no entendía nada.
—Bueno, todavía no se trata exactamente de un Estado, más bien unos territorios.
—Pero ¿eso está en Estados Unidos? —añadió desconcertada Vicky.
—No, está junto a Israel.
—OK. ¿Y qué experiencia de trabajo tienes?
—Ayudaba a mi madre en el cultivo de hortalizas.
—Ya, muy interesante, quizá lo podamos incluir como hobby —dijo Vicky, que no sabía qué cara poner—. ¿Y no has desempeñado ningún otro trabajo? Anne me mencionó que eras guía turística.
Rania entendió el juego de Anne y enseguida añadió:
—Sí, claro, durante los dos últimos años atendía a los turistas que llegaban a la ciudad.
—¿Llegaban muchos?
—Sí.
—¿Y qué hay en Jericó? —preguntó Vicky por curiosidad.
—Pues en Jericó hay unas ruinas muy antiguas de más de diez mil años y está el árbol de Jericó, desde donde Jesucristo predicó. También las cuevas en las que hizo su ayuno... Son muy interesantes.
—Sí, ya veo —murmuró Vicky, que cada vez entendía menos por qué su jefa le había dicho que Rania iba a trabajar de prácticas en la CNN—. ¿Cómo se llamaba la agencia?
—¿Qué agencia? —preguntó desconcertada Rania.
—La agencia de viajes de Jericó en la que trabajabas.
—¡Ah! —exclamó Rania—, Jericó Local Travel —improvisó.
—OK, muy bien, lo pondremos por aquí.
En ese momento se abrió la puerta del despacho y apareció Anne.
—Hola, Rania, ya estás aquí. Ven, te presentaré. Debra, esta es la chica de la que te hablé.
Debra, que iba tan elegante como siempre, en cuanto la vio le tendió la mano.
Rania dudó un instante y miró a Anne, que le hizo una señal arqueando las cejas y moviendo al mismo tiempo la cabeza hacia arriba para indicarle que se apresurara a darle la mano. Rania lo entendió rápidamente y se la estrechó a Debra.
Esta quedó tan impactada por la belleza de Rania como decepcionada por su currículo escrito en la hoja de aplicación que le entregó Vicky.
—Ya veo que mucha experiencia no tienes en los medios de comunicación. —No sabía qué preguntar a aquella chica de la que tan bien le había hablado Anne. Finalmente se decidió—: Así que te llamas Rania Roberts. Y en esa agencia turística ¿qué hacías?
—Acompañar a los clientes por los lugares de visita de la ciudad.
—Ya... —Debra no sabía qué más inquirir. Solo se le ocurrió—: ¿Y qué cultivabas?
—Un poco de todo: hierbabuena, comino, canela, habas, lentejas, pepinos, cebollas...
—Y ahora vas a postularte para estudiar en el Arthur L. Carter Journalism Institute.
Rania, que no sabía qué era el Arthur L. Carter Journalism Institute, miró de nuevo a Anne, quien asintió casi imperceptiblemente.
—Sí —contestó—, es lo que me gustaría.
—OK, acompáñame a mi oficina y seguimos hablando allí.
Debra se levantó y se giró para mirar a Anne con cara de «en vaya lío me has metido» y se fue con Rania una planta más abajo.
Durante cuarenta minutos Debra explicó a Rania en qué consistía su trabajo. La interrumpieron seis veces. Rania estaba fascinada, le encantaba aquella chica rubia tan estilosa. En una de las ocasiones en que le entró una llamada se fijó con detalle en su vestuario. Llevaba una camiseta negra de algodón con acabado arrugado, unos pantalones pitillo con efecto encerado de color burdeos y un blazer negro. Un montón de brazaletes de distintos materiales: cuero, metal y tela; negros, plateados y rojos. Zapatos salón en punta y de tacón clásico de diez centímetros y de charol negro. Le parecía preciosa, nunca había visto a una mujer con tanto estilo.
Al colgar el teléfono Debra se dirigió a ella:
—Mira, todo esto que te estoy explicando lo aprenderás trabajando. Me ha dicho Anne que te vas a matricular en el curso que empieza en agosto; perfecto, así aprendes un poco cómo funciona esta profesión. Y al mismo tiempo trabajas con nosotros haciendo prácticas. Mañana te esperamos aquí a las nueve, ¿está bien?
—Sí, claro, perfecto —contestó Rania, casi llorando de emoción. No pudo evitar acercarse a Debra y abrazarla con fuerza.
La periodista se quedó sorprendida; aquella muchacha le inspiraba ternura. Anne estaba en lo cierto cuando le dijo que era muy peculiar, pero no pensó que lo fuera tanto; la había puesto en un compromiso al pedirle que la aceptara de segunda asistente a prueba, pero pensó que sus razones tendría, así que se lo tomó con su acostumbrada paciencia y buen talante.
—¿Dónde vives? —le preguntó por curiosidad antes de que abandonara su oficina.
—En una pensión de Brooklyn —contestó Rania.
—OK, pues nos vemos mañana.
Rania salió del elegante edificio colmada de felicidad. Se paró en la planta baja, que tenía un escaparate frente a la calle desde el que se podía ver cómo realizaban en directo los informativos. Estaba entusiasmada. Quizá esa sí era la ciudad de los sueños.