Capítulo 99
Charly Curtis masticaba un trozo de pizza margarita que había pedido hacía más de una hora. El queso, más que fundido, parecía una masa de chicle. Muchos días del año ese era su menú para cenar, pero tampoco en casa le esperaba nadie ni nada que comer, así que lo disfrutaba como si fuera un manjar. De pronto sintió el sonido de la vibración de un móvil; miró sobre su mesa pero no era el suyo. El sonido procedía de la mesa contigua, sobre la que hacía unos minutos se había sentado Heather mientras escuchaban juntos la grabación digital en árabe.
La curiosidad le incitaba a mirar la pantalla para averiguar quién la llamaba a esas horas, pero ella podía aparecer en cualquier momento y si le descubría fisgoneando en su móvil sería embarazoso. Dubitativo, miró a su alrededor para comprobar que en la sala no había nadie más. Finalmente desplazó lentamente su silla con ruedas hacia la mesa de al lado, pero justo cuando levantaba ligeramente la barbilla buscando un ángulo de visualización, el sonido procedente de su ordenador avisándole de la recepción de un email le hizo dirigir la vista hacia otro lado.
El email procedía del jefe del laboratorio y el asunto era: «Traducción grabación árabe». De inmediato desistió de su idea inicial y volvió a mover la silla de vuelta hacia su mesa. Mientras, el móvil de Heather lanzó su última vibración infructuosa, al tiempo que se extinguía el parpadeo de la llamada con el nombre del remitente sin que nadie la atendiera: «Debra».
Apenas unos segundos después apareció Heather, que venía del lavabo. Al verla, Charly suspiró; si no llega a ser por la entrada de aquel email seguro que le habría descubierto revisando su móvil.
—Mira esto —indicó Charly, dirigiendo la vista a la pantalla de su ordenador—, los chicos del laboratorio me han enviado la traducción de la grabación.
La incertidumbre ante su contenido les mantuvo atentos a la pantalla del ordenador, como si un presentador fuera a salir en ella para informarles. Charly hizo un doble clic en el archivo y pudieron leer al unísono el texto escrito en una página del procesador de textos, que decía:
—Hola.
—¿Quién es?
—¡Rania! ¡soy yo, Yasmin!
—¡Yasmin! ¡qué alegría oírte! ¿Cómo estás?
—Muy bien, vine a ver a tu madre.
—Pues ya te habrá contado cómo me va por aquí. Este mundo es muy distinto al nuestro pero voy sobreviviendo. Tengo un trabajo en un canal de televisión y vivo en un piso muy bonito con una amiga; bueno, es también mi jefa.
—Aquí te echo mucho de menos, ¿sabes? Por las tardes salgo sola a pasear; me siento junto a nuestro árbol y... a veces al atardecer, cuando el sol se pone de ese naranja intenso tan bonito y que tanto te gustaba, pienso que allá donde estés estará amaneciendo. Es como si el sol se llevara mis pensamientos para ti. Espero que alguna vez te lleguen.
—Claro que sí, Yasmin, siempre me llegan; yo te llevo muy dentro, cuando me ocurre algo siempre quisiera poder hablar contigo para contártelo. Te prometo que algún día te invitaré a que vengas y conocerás todo esto con tus propios ojos. ¿Cómo están los preparativos de tu boda?
—Bien, todo en marcha.
Seguía la transcripción con la entrada en la conversación de la madre de Rania. Heather, estupefacta, le dijo a su compañero:
—Es Rania, la amiga de Debra, hablando con una amiga y después con su madre. Pero qué extraño... —añadió confundida.
—Eso significa que el asesino recibió también grabaciones del móvil de Rania.
—Así parece, Charly, pero... si querían eliminar a Debra, ¿por qué iban a intervenir también el móvil de Rania? No tiene sentido... a menos que... —Heather se quedó pensativa y en silencio durante unos segundos.
—¿A menos que qué?
—¿Tenemos registrado el número de móvil sobre el que se hicieron las grabaciones?
—Sí, es el 666 98 77 43.
Heather, decidida, buscó en el bolsillo de sus jeans su smartphone pero no lo encontró.
—Lo dejaste allí encima —le dijo Charly.
—Gracias —contestó ella, al tiempo que lo cogía y seleccionaba el icono de agenda. En la ventana de búsqueda escribió: «Debra». De inmediato apareció en la pantalla: «Debra Williams: 567 38 49 38». Un gesto de asombro anegó su rostro.
Charly, que seguía con la mirada sus movimientos en el móvil, preguntó:
—¿Qué pasa?
—Ese número que me has dado no se corresponde con el de Debra. ¿Estás seguro de que los dos archivos provenían del mismo número?
—Eso dicen los tipos del laboratorio.
—Pues entonces las dos grabaciones provienen de llamadas hechas o recibidas desde un móvil distinto al de Debra, y solo puede ser el de Rania —afirmó tajante Heather.
Charly, incrédulo, inquirió.
—Pero ¿por qué diablos los cómplices del asesino iban a intervenir el móvil a una joven estudiante y reportera en prácticas en la CNN?
—Quizá estábamos equivocados y a la que querían matar en el accidente simulado era a Rania y no a Debra —dijo Heather intentando aclarar las ideas en voz alta.
—¿Y cómo explicas que luego fuera a casa de Debra a asesinarla?
—La casa de Debra también era la de Rania; además, en la declaración de Rania tras el ataque había algo que me llamó la atención: cuando llegó, Debra todavía estaba viva colgada de la soga, como si el asesino estuviera esperando. ¿Por qué no la mató cuando pudo hacerlo? ¿Quizá no era su verdadero objetivo?
—Puede ser, pero son solo suposiciones —dijo Charly—. Sigo sin entender quién y por qué querría matar a una joven estudiante; ella no salió en el programa New York Lords of Drugs.
—Charly, que el teléfono intervenido es el de Rania es un hecho.
—Sí, correcto.
—No queda ninguna duda entonces de que El Ácido ese preparó todo sabiendo que Rania iba a ir en el Ferrari, aunque por otra parte estoy de acuerdo contigo en que no tiene mucho sentido que quisieran matar a Rania si no participó en el programa de investigación, a menos que... —dudó Heather.
—¿Qué?
—Que ella no sea simplemente una joven estudiante en prácticas en la CNN.
Charly arqueó las cejas sorprendido ante el comentario de Heather, que, confusa por el nuevo cariz que estaba tomando la investigación, decidió llamar a Ackermann. Cogió de nuevo su móvil, recuperó las últimas llamadas y seleccionó «Shot»; es así como había registrado a Ackermann en su agenda. Sonó el timbre en la habitación del Mount Sinai que hasta hacía muy poco rato él había ocupado; nadie contestó.
Entonces Heather se percató de que tenía una llamada perdida, presionó sobre el icono correspondiente y apareció en la pantalla el nombre de su remitente: «Debra».
—¡No puede ser! —exclamó absorta al leerlo, poniéndose pálida.
—¿Qué ocurre? —preguntó Charly alarmado al observar la cara de su compañera.
—Mira quién me ha llamado —dijo mostrándole la pantalla.
—Debra —leyó Charly—. Pero si está ingresada en la UVI... ¿Quién tiene su móvil?