Capítulo 51

Cuando Debra sugirió a Rania que se tomara el viernes como sick day para hacer la mudanza, esta no entendió nada, porque no estaba enferma. Debra tuvo que aclararle que «sick day» era la expresión que utilizaban los americanos para no ir a trabajar determinados días al año pactados de antemano, aunque no estuvieran enfermos.

—Lo necesitarás para empaquetar todas tus cosas —le dijo.

El equipaje de Rania ocupaba tan solo una maleta; allí iba su vida entera. No le ocuparía más de media hora hacerlo, pero decidió seguir el consejo y tomarse el día entero; le vendría bien para dedicárselo a sí misma. La mayoría de gente solicitaba esos días para llevar a cabo alguna gestión inaplazable; ella decidió tomárselo para no hacer nada. Necesitaba parar un poco, todo había ido muy rápido.

Se levantó temprano, a las seis de la mañana. Era la hora a la que acostumbraba a levantarse en Jericó para ayudar a su madre en alguna tarea en el huerto antes de dirigirse a la escuela. Hasta que todo aquello ocurrió. Todavía no podía permitirse llamarla por teléfono, así que se dispuso a escribirle una segunda carta. La primera la mandó desde Egipto; seguramente fue una de las cartas más tristes jamás escritas. Narró por escrito todo lo sucedido; sabía que al hacerlo rompía el pacto, pero no podía alejarse sin más de su madre sin darle una explicación. Al final de aquel horrible relato le pidió algo: «Nunca me preguntes, jamás te hablaré de ello».

La mañana era espléndida. No tenía ordenador, en realidad no tenía casi de nada; se sentó en la única silla de la diminuta habitación que ocupaba en la pensión que iba a abandonar ese día y empezó un nuevo viaje. Esta vez emprendido sobre una bella caligrafía nacida de un afilado lápiz. Decidió hacerlo en inglés.

Querida madre:

Han pasado solo dos meses desde que llegué, pero en tan poco tiempo ya siento que todo es distinto. Todo resulta fascinante. En nuestro Jericó olía a antiguo y el tiempo transcurría lentamente, como si los días se fueran cociendo sobre brasas candentes. En Nueva York huele a todo y a nada; el tiempo vuela como un huracán y a veces se transforma en un tornado que te lleva de una semana a otra; con tantas cosas en las que ocuparse casi no nos da tiempo a vivir. Un día hace años me contaste que, al acabar la escuela secundaria, tu padre te trajo aquí a pasar unos días, así que ya lo conoces, pero te contaré lo que a mí más me llama la atención. Hasta hoy he estado viviendo en una pensión de Brooklyn, que es uno de los cinco condados de la ciudad. Pero precisamente esta mañana me cambio de residencia: ¡me voy a Manhattan!

Encontré trabajo nada más llegar, fue increíble. ¿Te acuerdas de aquella mujer de Nueva York que trabajaba en un canal de televisión que vino sola a visitar Jericó y a la que hice de guía? Entonces me pareció un poco rara, pero ahora, visto lo que hay por aquí, resulta de lo más normal. Se llama Anne Ryce. Me recibió en mi segundo día en la ciudad. Me miraba muy fijamente, y eso que aquí mucha gente casi no te mira a los ojos, es como si no tuvieran tiempo para hacerlo. El caso es que me ofreció un puesto como trainee-assistant con una chica solo unos pocos años mayor que yo, que se llama Debra y es fantástica.

Trabaja como reportera de televisión y lo hace de maravilla. La conoce mucha gente en la ciudad y, ¿adivina qué? me ha ofrecido una habitación pequeña que tiene en su casa; allí es adonde me mudo hoy. Vive en el West Village, junto a un barrio que se llama Meatpacking District; se ve que hace no mucho allí estaban los mataderos de carne. La verdad es que no sé si creérmelo, porque lo único que yo he visto son tiendas preciosas, bares y restaurantes agradables y pisos muy nuevos. Pero ellos dicen que sí, que en Nueva York los barrios se reinventan. No entiendo muy bien a qué se refieren con eso. ¿Te imaginas nuestros barrios reinventándose? Si precisamente lo bonito es que evolucionen lentamente con el paso del tiempo... Pero, bueno, aquí todo es un poco al revés.

Mi trabajo me encanta; soy la segunda asistente de producción y la verdad es que hago de todo. Al principio cualquiera me daba órdenes, era la chica del «tráeme eso, avisa a aquel o al otro...». A los nativos de la ciudad a veces no les entiendo, porque utilizan palabras extrañas y dicen muchos tacos. Bueno, tacos utilizan todos. Un día Debra les dijo a todos que yo estaba para ayudarla a ella y desde entonces lo paso mejor. Es mi jefa, pero me trata con un cariño inmenso; aunque ya es conocida aquí, porque sale por la tele casi cada día, sigue siendo una chica encantadora y humilde, y además es guapísima, rubia como tú, mamá. Tiene ojos azules y viste siempre con muchísimo estilo. ¿Y sabes qué? No te lo podrás creer pero le regalan la ropa. Todas las marcas, esas que aparecían en mi revista, quieren que luzca sus modelos porque dicen que es una trend setter. Eso significa que lo que lleva ella puesto cuando sale en antena se pone de moda y lo compran muchas mujeres; ¿no es increíble que miles de mujeres imiten su estilo de vestir? Un día me enseñó el vestuario; la ropa no le cabía en los armarios. Me dejó que me probara todo y me llevara lo que quisiera. Por supuesto, yo le dije que no, pero insistió, me decía que necesitaba cambiar, que en Nueva York no podía ir vestida igual cada día. Es muy buena, tiene la misma bondad que Yasmin.

¡Ay, Yasmin! ¡la echo tanto de menos! Como te dije en mi primera carta, tengo que borrar un trozo de mi pasado; aquella anciana del hospital de El Cairo tenía razón: hay que vivir mirando hacia delante.

Me han apuntado en una escuela para que estudie y pueda llegar a ser periodista algún día. Se llama Arthur L. Carter Journalism Institute; dicen que es la mejor de la ciudad, hasta viene gente de otros países a estudiar allí. Es muy difícil encontrar plaza, pero la empresa me ha conseguido una beca para que pueda cursar los estudios, ¿no es increíble? Yo creo que papá está por aquí cuidándome. Lo siento muy cerca, más que en Jericó, es un poco como si me acompañara a todos lados. No sé, será que en la soledad y la distancia las almas queridas se acercan.

Pero me acuerdo mucho de nuestra vida allá, de ti, por supuesto, y de Yasmin. ¿Cómo está ella? ¿Y su madre y sus hermanos? Espero que le contaras lo que te dije de que me fui por una temporada a Egipto con unos amigos. Ahora le puedes explicar que me enviaste a casa de unos parientes tuyos en América y así olvidar lo que ocurrió con su hermano. Cuando la veas, dile que pronto le escribiré a ella. También echo de menos la comida, los olores, a nuestra gente, nuestra lengua, todo un poco. A veces, por las noches, cuando estoy sola me pongo triste, incluso se me escapa alguna lágrima. Por momentos pienso que quisiera volver, pero creo que tampoco podría vivir allí; siento como si yo hubiese hecho algo malo, aunque lo único que hice fue llorar y huir desesperada. Después de un rato me repongo, sé que he de ser fuerte, quedarme aquí y construirme una vida. Quién sabe, quizá algún día más adelante... Bueno, te envío mi dirección definitiva y así me puedes contar. ¡Ay, madre, cuánto te echo de menos!

Te quiero. القبلات (Besos).

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Rania, pero por suerte no cayó sobre la carta. No quería que su madre se preocupara más de lo debido.

El enigma de Rania Roberts
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