Capítulo 44

A las siete de la mañana del día siguiente, Anne Ryce, la directora general de la CNN en Nueva York, sorbía el primer caffè latte de la jornada, que estaba ardiendo. Su frenético día estaba a punto de empezar. Siempre era la primera en llegar y la última en irse. Probablemente la más productiva del equipo. En los estudios, situados en la planta baja del edificio, en el número diez de Columbus Circle, la actividad era intensa a cualquier hora del día; sin embargo, a las siete de la mañana los despachos de los directivos estaban como los boxes de un circuito de Fórmula 1 la madrugada antes de la carrera: desérticos.

Siguiendo la rutina de cada día, abrió la agenda desde su ordenador. Martes 13 de marzo de 2010: tenía por delante seis reuniones de no más de veinte minutos cada una. La primera, para ajustar la parrilla de programación de la semana, análisis de datos de audiencias, un casting final para seleccionar a un nuevo presentador... lo habitual; llevaba más de veinte años en la industria de la televisión. Sin embargo, la reunión de las nueve y media despertaba su curiosidad.

Repasó las audiencias del día anterior, pasó por encima de los titulares de la prensa digital económica y especializada del sector y escribió más de veinte emails. A las nueve en punto empezaron a llegar a su despacho las cuatro personas responsables de programación. La primera reunión del día fue un «pequeño» desastre, nadie se ponía de acuerdo sobre una serie de cambios que querían realizar en la programación. Se alargó por un plazo de una hora. Finalmente todos se retiraron de su despacho. El único acuerdo que alcanzaron fue que los cuatro se volverían a reunir antes de subir de nuevo al despacho de la directora.

Vicky, la asistente personal de Anne, entró en el despacho.

—Te está esperando la visita de las nueve y media.

Anne, que exteriorizaba en su rostro todo su mal genio por el resultado de la reunión anterior, contestó sin levantar la vista de la pantalla del ordenador:

—Dile que pase. —Apenas un minuto después alguien llamó en su puerta de cristal—. Adelante.

Por fin apareció, caminando con seguridad, con aquel porte de gacela. Volvió a impresionarle su físico al igual que lo hizo la tarde que la conoció, cuando la vio cruzar aquella calle llena de polvo y dirigirse hacia ella. Había pasado algo más de un año, pero parecía más adulta. Llevaba suelta su cabellera morena, que lucía larga, ondulada y resplandeciente. Realzaba esplendorosamente su exótica belleza. Los labios carnosos, sus magnéticos ojos negros y los pómulos aún más marcados; sin duda estaba algo más delgada, quizá demasiado y parecía mayor.

—Hola, ¿cómo estás?

—Muy bien, gracias —respondió con serenidad Rania.

—Me alegro mucho de verte. ¿Quieres un café? ¿agua?

—No, señorita Ryce, estoy muy bien, gracias.

—Por favor, llámame Anne. ¿Desde dónde me llamaste?

—Estaba en El Cairo.

—Ah, ¿sí? ¿Qué te llevó allí?

—Fui a visitar a unos parientes.

—La verdad es que nunca creí que me llamaras, pero estoy encantada de que hayas venido a verme.

Anne observó detenidamente a Rania. Vestía unos pantalones de lana ligera de color azul marino, de corte muy angosto en la cintura y que en las piernas se ensanchaban muy suavemente hasta los pies. Una camisa metida por dentro, de seda con cuello inglés de un color cítrico entre verde y amarillo lima. Por debajo del cuello de la camisa asomaba un collar muy femenino y ecléctico, de pequeñas cuentas de latón dorado, otras de seda teñida y perlitas de roca de lava. Zapato cerrado negro y una bandolera de piel, también en negro. Todo su atuendo estaba perfectamente conjuntado. «Bien podría haberlo adquirido en una fina tienda multimarca de la Quinta Avenida o en un mercadillo de cualquier lugar...», pensó Anne.

—Creo que no podré ser tan buena guía como tú lo fuiste para mí —dijo sonriendo—, pero si te puedo ayudar en algo en tu visita a Nueva York estaré encantada de hacerlo.

—Señorita Ryce, no he venido de visita a la ciudad, he venido a vivir.

—¡Vivir aquí! —repitió sorprendida—. ¿Y qué va a hacer una chica de Jericó en una jungla como esta? —Frunció el ceño.

—Me gustaría estudiar periodismo en alguna escuela de la ciudad.

—¿Cómo? —exclamó atónita la directora de la CNN.

—Quisiera prepararme para llegar a ser algún día periodista y reportera de televisión.

Anne no daba crédito a lo que oía: aquella humilde chica de Jericó, plantada frente a ella, con todo su aplomo pese a su juventud, y tan decidida...

—Pero ¿y tu familia... tus padres?

—Mi padre murió hace muchos años y mi madre está conforme con mi decisión, recuerde que ella es americana.

—Pero tu vida allí... tus amigos.

—Todo está decidido, señorita Ryce —prosiguió con gesto serio—. Quiero empezar una vida aquí. No la quería molestar, pero —realizó una breve pausa—, como se podrá imaginar, mi familia es muy humilde, así que necesito trabajar al mismo tiempo que me formo, y pensé que quizá usted me podría ayudar. No conozco a nadie más en esta ciudad.

Anne Ryce tenía fama de ser una ejecutiva muy agresiva, a veces despótica e implacable; muchos de sus colaboradores la temían. Sin embargo, atesoraba un gran corazón tras esa armadura profesional. Inmediatamente se sintió conmovida por Rania.

—OK. ¿Puedes trabajar en este país?

—Sí, tengo pasaporte estadounidense.

—Déjame que lo piense. ¿Dónde te podemos llamar?

—Tengo un teléfono móvil; el número es 666 98 77 43. —Rania recitó satisfecha el número del teléfono con tarjeta prepago que había adquirido y memorizado al instante.

—OK, mejor dáselo al salir a Vicky, mi asistente personal.

—Muchas gracias por recibirme, señorita Ryce. —Le tendió la mano y se retiró.

Anne se quedó sentada en su despacho, pensativa; estaba sorprendida por el arrojo de aquella joven. Cuando la conoció en Jericó, además de llamarle poderosamente la atención su físico, le pareció encantadora y muy buena persona. Recordaba perfectamente cómo se desvivía por explicarle con orgullo los detalles de la historia de aquellas ruinas a cambio de nada, simplemente «para hablar y conocer a gente de fuera de su ciudad». Sin duda era una chica inquieta, pero ¿desplazarse a Nueva York con la intención de vivir sin apenas medios económicos? Era cuando menos sorprendente, aunque ¿había algún lugar mejor en la Tierra para intentar hacer realidad los sueños? antes que ella, miles de personas habían llegado a esa ciudad sin nada en los bolsillos. Se convenció de que tenía que ayudarla de alguna manera.

Con la crisis habían suspendido todas las nuevas contrataciones, incluso de becarios, y además la chica no tenía ninguna experiencia, así que debía buscar algún camino. Lo cierto es que su físico era espectacular, seguro que en cámara daba bien.

Una llamada de Vicky por el teléfono interior interrumpió sus profundos pensamientos.

—Anne, Debra Williams quiere hablar contigo —dijo su asistente personal.

—Sí, claro, pásamela. —Pese a su juventud, pues apenas tenía veinticinco años, Debra empezaba a despuntar como reportera, por lo que había que tratarla muy bien. Pronto la competencia la tentaría.

—Hola, Debra, ¿cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar?

—Hola, Anne. Te llamaba por el reportaje de investigación que estamos preparando sobre las mafias de la ciudad. Quería verte para comentar su estructura, porque me surgen algunas dudas sobre lo que acordamos ayer.

—Sí, cómo no; pásate a las dos de la tarde por mi despacho —dijo mirando la agenda para asegurarse de que no tenía ninguna reunión a esa hora—. Por cierto —añadió antes de colgar—, quizá podamos hacer algo respecto a la segunda asistente que llevas tiempo pidiendo.

—Al fin... Qué bueno, ¿de quién se trata?

—Es una chica joven, os podría ayudar como trainee, se llama Rania... —En el momento de mencionar su nombre se dio cuenta de que desconocía su apellido, así que rápidamente buscó en su agenda la cita de las nueve y pudo leer: Rania Abdallah. Hizo un gesto contrariado para continuar—: Casi mejor te lo explico cuando subas.

Colgó el teléfono y marcó el de su asistente personal.

—Sí, Anne —contestó su muy competente ayudante.

—Llama a Rania, la chica que acabo de recibir. Cítala para las dos de la tarde y pregúntale cuál es el apellido de su madre. ¡Ah! otra cosa más: entérate de con qué escuelas de periodismo y televisión tenemos ahora acuerdos. —Antes de pasar al siguiente asunto del día, Anne dedicó unos segundos más a reflexionar sobre la situación: «A ver cómo le vendo a Debra que esta chica le será muy útil».

El enigma de Rania Roberts
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