Capítulo 50

Max colgó el teléfono. Un minuto después su iPhone empezó a vibrar sobre la mesa. Observó en la pantalla «Larry Coach».

—Sí.

—¿Qué tal, Max? Hace tiempo que no hablamos. Te invito a un perrito caliente en el puesto de la Calle 43, ¿te va bien en diez minutos?

Max llegó al puesto de Joe antes de que lo hiciera Larry.

—Hola, Max —se alegró Joe al verlo—. Hace tiempo que no te veía por aquí.

—Es que he cambiado de oficina, ahora estoy unas calles más arriba.

—Pues no te olvides de los buenos amigos. ¿Qué te pongo?

—Uno con todo y un DrPepper —contestó Max más para complacer al bueno de Joe que por hambre, pese a que ya era la hora del break.

—Hola, Max —interrumpió Larry—. A mí ponme lo mismo, Joe.

Una vez que hubieron pagado los perritos calientes y sus bebidas se dirigieron caminando hacia Bryant Park.

—Me dijo la secretaria de Parker que querías hablar con él, ¿en qué te puedo ayudar?

A Max no le apetecía nada hablar con ese tipo. Como siempre, llevaba su negro cabello alborotado y lucía unas acentuadas ojeras de tonalidad morada que, junto a su nariz de boxeador, transmitían un aspecto realmente desagradable, casi intimidatorio.

—Sí, le he llamado hace unos minutos —contestó sin más Max.

—No te podrá atender, está en Washington; ya sabes, hay que cuidar a los parásitos.

—¿Los parásitos? —interrogó Max.

—Perdona, los políticos. —Rio Larry sin que Max le acompañara.

A Max no le quedaba otro remedio, así que se decidió a hablar.

—He recibido los emails de Alpha Analytics.

—¡Ah! perfecto —exclamó Larry.

—Me recomiendan invertir en Union Zurich Bank, Tropical Ltd. y en tres bancos europeos. Para todos ellos los analistas prevén subidas en sus cotizaciones a corto plazo, no bajadas.

—¿Y qué? —preguntó Larry sin inmutarse, con un trazo de mostaza en sus gruesos labios.

—Pues que nosotros alquilamos las acciones para venderlas, esperar a que bajen y volver a comprarlas más baratas para obtener un beneficio.

—Veo que entiendes el procedimiento —dijo Larry en tono burlesco y más preocupado por introducir con los dedos la salchicha que le quedaba dentro del pan.

—Larry, las cantidades de acciones que Alpha Analytics nos aconseja pedir prestadas tienen un valor de ochocientos millones de dólares; si tras alquilarlas y venderlas suben, cuando justo antes del vencimiento de la fecha del alquiler tengamos que comprarlas en el mercado para poder devolverlas en la fechas acordadas, nos generarán importantes pérdidas.

Larry, imperturbable, se limpió premiosamente la mostaza de los labios con una servilleta de papel y contestó:

—Sí, está bien, Max; eso puede pasar, pero también lo contrario, y ganaríamos mucho dinero.

Max intentó comunicarle su preocupación con argumentos simples del funcionamiento de los mercados:

—Pero para que las acciones caigan, los grandes tenedores de esos valores —gestoras de fondos, hedge funds, bancos— tendrían que vender sus acciones al mismo tiempo que nosotros, y si la mayoría de analistas hoy está recomendando comprar o mantener, eso no va a pasar; las acciones no bajarán.

—Bueno, nunca sabes cómo se van a comportar los mercados. —Larry encestó la servilleta que había convertido en una pequeña bola de papel en una papelera cercana. Entonces por primera vez en toda la conversación miró a los ojos de Max fijamente al tiempo que asía con fuerza la muñeca derecha de su interlocutor—. Chico, tú haz lo que tienes que hacer, esta gente de Alpha Analytics sabe lo que se cuece; si lo haces te irá muy bien. Confía en sus predicciones —cerró la conversación, no sin antes dirigirle una penetrante mirada y dar media vuelta para tomar la Sexta Avenida en dirección sur.

Horas más tarde Max recibía a Arito en su despacho.

—Escucha, Arito: respecto a las inversiones que vais a proponer mañana en el comité de inversión, pienso que habéis hecho un excelente trabajo pero tengo algunas recomendaciones alternativas: Union Zurich Bank, Tropical, Banco Norte, Credittaliano y Frankfurt Landesbank. Me gustaría que las tuvieras en cuenta.

Arito conocía perfectamente todos esos valores, su situación en el mercado y sus probabilidades de movimientos, así que contestó al instante:

—Pero, Max, todas esas empresas están en nuestros modelos y sobre ninguna de ellas hay perspectivas de que vayan a bajar a corto plazo.

—Bueno —contestó ralentizando el ritmo de sus palabras—, lo sé, pero tenemos una fuerte recomendación por parte de Alpha Analytics, la empresa de análisis de Bolsa que te comenté y que nos recomendó Goldstein; ellos manejan más información. No digo que sus modelos sean mejores que los nuestros, pero creo que deberíamos revisar nuestras propuestas. Alpha Analytics se ha ganado la confianza del mismísimo Parker.

Arito salió del despacho dispuesto a revisar sus modelos, pero tenía serias dudas de que sus nuevos análisis fueran a cambiar las recomendaciones que habían preparado. No podía perder ni un minuto: el comité en el que se iban a aprobar las nuevas propuestas de inversión se iba a celebrar al día siguiente, así que reunió de inmediato a su equipo y se pusieron a trabajar. Tenían que revisar todas las variables de sus modelos sobre los valores de esas cuatro compañías. Quizá con el trabajo tan intenso de esas últimas semanas se les habían pasado por alto determinadas informaciones de mercado o parámetros de negocio. Arito pasó el briefing a sus colaboradores y todos se pusieron manos a la obra; el resto del día y la noche iban a ser muy largos. Finalmente, solo frente a sus pantallas, se recostó hacia atrás sobre el respaldo de la silla mirando al techo, como siempre hacía cuando reflexionaba con intensidad sobre algo. Tenía plena confianza en su equipo y en sus capacidades en cuanto a los modelos predictivos, dudaba seriamente que otra empresa de analistas pudiera hacerlo mejor que ellos. «Claro está —pensó—, salvo que dispusieran de información adicional no pública. Pero eso sería...».

A las once de la mañana del día siguiente, justo una hora antes de que comenzara el decisivo comité de inversiones, Max llamó a Arito a su despacho. Este apareció con un aspecto desolador, más pálido de lo acostumbrado, con pronunciadas ojeras y el cabello despeinado. Llevaba la camisa por fuera en la parte de atrás, el botón del cuello desabrochado y el nudo de la corbata visiblemente flojo.

—¿Qué tal, Arito? pareces cansado.

—No hemos ido a casa desde ayer.

—Joder, me sabe mal. Espero que hayáis llegado a conclusiones interesantes.

—Son conclusiones rotundas —dijo muy serio el japonés.

—¿Y?

—Hemos revisado los modelos y vuelto a cargar todas las variables de las que disponemos, nos ha llevado muchas horas hacerlo... y, finalmente, nada.

—¿Qué quieres decir con «nada»? —preguntó incómodo Max, que no quería ni pensar en la respuesta que imaginaba.

—Pues que no hay ningún factor que haga predecir que los valores sobre los que propone apostar Alpha Analytics vayan a bajar, más bien al contrario.

—Arito, pero algo debe de haber, no puede ser que Alpha Analytics considere que las acciones de esas cinco compañías van a bajar y que nosotros preveamos lo contrario, algo debe de fallar en todo esto. —Max a veces encontraba difícil relacionarse con los matemáticos financieros.

—Solo si manejan información distinta a la nuestra, Max; es lo único que se me ocurre —sentenció Arito.

—Podría ser, pero prácticamente tenemos las mismas fuentes, ¿no?

—Se supone que sí —dijo Arito poco convencido.

—¿Y qué hacemos? —se preguntó en voz alta Max.

El matemático no contestó. Para él obviamente había que seguir las propuestas de su equipo. Pasaron unos segundos y Max continuó expresando sus pensamientos en voz alta y mirando a algún punto perdido del espacio...

—No podemos desestimar las recomendaciones de Alpha Analytics. —Entonces dirigió la mirada a los ojos de Arito y dijo pausadamente y con cara de circunstancias—: Lo siento, Arito.

Este, que había permanecido de pie todo el rato, se sentó casi cayendo con todo su peso sobre la silla frente al escritorio de Max. Aquello suponía una terrible decepción después de tanto tiempo empleado en construir aquellos modelos.

—Lo tienes que entender, Arito —se dirigió a él Max en un tono amable—, estas cosas pasan. La próxima vez seguro que podremos utilizar nuestras propuestas.

Arito no comprendía el aprieto en el que se encontraba Max, se le hacía muy dura la situación. Más que el esfuerzo y las interminables horas dedicadas a desarrollar sus modelos de análisis, lo que le dolía era el hecho de que al final confiaran en las predicciones de otra compañía antes que en las suyas. La fatiga acumulada, que había permanecido escondida bajo la tensión de los últimos días, le cayó de golpe encima como una losa. Se quedó inmóvil.

—Arito, además te tendré que pedir una última cosa. —El matemático le miró a los ojos sin apenas gesticular—. Tienes que apoyarme con las propuestas de Alpha Analytics en el comité de inversiones.

—Pero yo no creo en esas apuestas.

—Lo sé, Arito, pero el acta del comité no puede recoger que el director de inversiones de STAR I no está de acuerdo con la selección de esas compañías. —Le miró fijamente a los ojos. Formalmente, Max, como consejero delegado de STAR I, tenía potestad para ordenar qué operaciones hacer, pero necesitaba la aprobación de Arito para que todo se hiciera siguiendo los procedimientos establecidos. El acta del comité de inversiones recogería que el comité en pleno, atendiendo a los informes internos, decidía invertir en esos valores. Era importante que fuera así porque esas actas estaban sujetas a inspecciones de reguladores—. ¿Lo harás? —preguntó finalmente.

Arito miró a Max fijamente a los ojos. Se levantó y abandonó el despacho sin contestar.

El enigma de Rania Roberts
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