Capítulo 96
Rania abandonó el centro médico y tomó un taxi en dirección a su casa. Sorprendida por cómo había actuado, sentía la misma agitación que solo había experimentado una vez en toda su vida: el día que en el colegio entregó a Abdul sigilosamente el corazón de estaño grabado con su nombre. Pero en esta ocasión había sido todo distinto, se había acercado a aquel hombre dormido y lo había besado en la mejilla. Pasaban los minutos y no podía creer lo que había hecho. Nunca antes había besado a un hombre, tenía esa sensación única que produce experimentar atracción por otra persona, pero, a diferencia de su amor puro e inocente por Abdul, esta vez lo hacía desde la madurez sobrevenida por sus agitadas vivencias.
El estrépito causado por la sirena de una ambulancia que abandonaba apresurada el Mount Sinai le hizo despertar en medio de aquel gran bazar de vida y energía que era Manhattan. Desde la ventanilla del taxi se fijó en un muchacho negro que andaba por la acera; iba enchufado a unos grandes auriculares rojos, que parecían dirigir el ritmo de sus andares. Por un momento le recordó la estética del caminar de los camellos del desierto, solo que el muchacho daba los pasos aceleradamente, como siguiendo una coreografía nunca escrita. Sus jeans, un palmo por debajo de la cintura y desafiando la gravedad, mostraban desvergonzadamente su ropa interior, por supuesto roja a juego con los auriculares. Se cruzaba con él una chica con altos tacones y perfectamente conjuntada con una falda y chaqueta negra; parecía una elegante ejecutiva, apropiadamente vestida y peinada para gustar más que para trabajar. Al instante Rania dirigió la vista hacia la placa identificativa del taxi: «Rahmad Musfalah» parecía pakistaní o de algún país cercano. «¿Qué historias fascinantes de su tierra contará?», se preguntó. Entonces pensó en lo mucho que le gustaría tener allí a Yasmin y explicárselo todo, ese mundo tan extravagante que veían sus ojos, donde cada cual hacía e iba como le daba la gana sin importarle qué pensarán los demás; quizá ella ya empezaba también a ser de allí, por eso había besado a Ackermann sin importarle nada; seguro que Yasmin se escandalizaría y luego reirían juntas. Las últimas horas habían sido increíbles: el horror de aquel asesino en la casa, la pobre Debra en estado de coma, después su precipitado debut en el programa y finalmente su comportamiento en la habitación del hospital; todo ocurría muy rápido. Había pasado de la más profunda consternación por el estado de su compañera de apartamento a los infinitos nervios por salida en antena, y ahora ese imán de seducción salido no sabía bien de qué recoveco de su ser que tanto le atraía a aquel hombre. La vida era sorprendente. La distancia entre lo mejor y lo peor era mínima, a veces nada se podía comprender.
Necesitaba despejarse. Pensó en ir a casa, cambiarse y dirigirse a Central Park, le fascinaba ver a tanta gente allí corriendo, en bici o patinando, pero era algo tarde, por lo que finalmente decidió acercarse al gimnasio próximo a su casa.
Ackermann despertó unas horas después. Había dormido profundamente; sus primeras sensaciones fueron las de esa singular nebulosa producida por la anestesia. Recordó su última conversación con Heather; además tenía una confusa imagen de su silueta acercándose y besándole en la mejilla.
El sonido de su móvil interrumpió abruptamente el silencio de la habitación.
—¿Sí? —articuló con voz irreconocible.
—David, ¿cómo te encuentras? —El vigoroso hablar de Heather le sacó del limbo de fatiga en el que se encontraba.
—Bien. ¿Qué hora es? —contestó con un timbre ya más parecido al de su interlocutora.
—Las ocho de la noche. Disculpa por molestarte, pero acabamos de tener una reunión breve con los chicos y el jefe Jack y hemos encontrado algo —le dijo sin rodeos—. Pensé que querrías conocer...
—Sí, claro. ¿De qué se trata? —preguntó al tiempo que se incorporaba sobre la almohada.
—Tenemos la identidad del asesino, Charly envió el retrato robot a los colegas de la Policía Federal de México y lo han identificado rápidamente: se llama Pancho Guzmán Medina. Es un sicario a sueldo de uno de los más importantes cárteles del narcotráfico. Parece ser que ha participado en cientos de ejecuciones y asesinatos, y adivina...
—¿Qué? —preguntó impaciente Ackermann.
—Es un experto en el uso de ácido. A muchas de sus víctimas las deshace en toneles llenos de sustancias químicas. Hace unos meses los federales mexicanos rodearon un rancho en las afueras de Tijuana en el que acostumbraba a cometer sus crímenes. Hubo un largo asedio en el que murieron diez narcos, tres militares y un federal. Logró escapar, parece ser que a través de un estrecho túnel de doscientos metros de largo. Desde entonces no habían sabido nada de él. Seguramente los cárteles de la droga lo introdujeron en Estados Unidos para tenerlo una temporada fuera de la primera línea de acción y a salvo del ejército y la Policía mexicana. Es una práctica habitual: cuando algún sicario de cierto nivel en la organización está acorralado, lo sacan del país por un tiempo y luego lo vuelven a recuperar para que siga cometiendo crímenes.
—Entonces parece que es nuestro hombre. Pero ¿por qué quería matar a Debra?
—¿Te acuerdas de lo que nos dijo Debra cuando la visitamos en su casa tras el accidente de Max? Había acabado una serie de investigación llamada New York Lords of Drugs; pues bien, según hemos investigado, en la productora recibieron amenazas de muerte tras la emisión del primer programa dirigidas a la directora del mismo y a Debra. Presentaron una denuncia pero ella nunca me dijo nada, supongo que para no preocuparme. Imaginamos que algunos cómplices de la mafia de Nueva York grabaron las conversaciones de su móvil, entre ellas la que escuchamos en la que Debra invitaba a Rania a la fiesta de Max y a que fueran juntas en su Ferrari. Se la enviaron al depravado ese, que pensó que la fiesta sería una buena oportunidad: podría manipular el coche de Max con el ácido que tanto le gusta utilizar en sus crímenes y cargarse así a Debra; no le importó en absoluto que pudieran morir Max y Rania. Lo demás ya lo sabes: Max se fue solo del local y al descubrirse que el accidente era en realidad un asesinato, como es lógico todos pensamos que alguien iba a por él.
—¿Entonces se confirma que Larry y Parker no tienen nada que ver con el asesinato de Max?
—Parece que no, fue un daño... —hizo una pausa— colateral; en realidad querían cargarse a Debra. Qué bestias estos tipos, no reparan en nada.
—No sé por qué pienso que de todas maneras no les vino mal que él muriera.
—Viendo la actitud de Larry en el interrogatorio, eso desde luego —sentenció Heather.
—Esos narcos son muy peligrosos, si les molestas... tu vida no vale nada —expresó sus pensamientos en voz alta Ackermann, y añadió—: ¿Hay alguien de guardia en la antesala de la Unidad de Cuidados Intensivos donde está Debra?
—Sí, no te preocupes, hay dos policías las veinticuatro horas.
—Pues ahora queda encontrar a ese tipo cuanto antes; mientras esté suelto, Debra se encuentra en peligro.
—Pero esto queda ya fuera del caso STAR I, David, tú no tienes por qué seguir investigándolo.
—Ahora no voy a abandonarlo, te ayudaré a cerrar los últimos flecos. —Ackermann ni se planteaba dejar la investigación, sabía que estaba prácticamente resuelta pero no quería que Heather sufriera ningún daño y aquel asesino era demasiado peligroso y seguía en paradero desconocido. Su socio Ross no le pondría ningún obstáculo para hacerlo aunque no tuvieran un beneficio económico, dado que pensaba igual que él: antes que el dinero estaban las personas.
—Será mejor que descanses, David.
—Sí, gracias por la información, Heather; ¡ah! y por tus cuidados —añadió.
Ella no entendió muy bien a qué se refería con lo de «tus cuidados»; solo añadió:
—De nada, te veo mañana.
La enfermera entró de nuevo en la habitación para controlar sus constantes vitales.
—Hola, David —dijo con familiaridad—, ¿has dormido bien?
—Sí, gracias.
—A partir de ahora se acabaron las visitas, ya son casi las nueve de la noche.
—Sí, claro —contestó él.
—Tu novia se alegrará —añadió mostrando una sonrisa traviesa.
—¿Mi novia? —preguntó Ackermann sorprendido.
—Sí, fue irse ella y a las pocas horas aparecer tu otra amiga. Si yo fuera tu prometida, no me haría mucha gracia que te visitara otra mujer.
Ackermann recordó entonces el comentario que hizo Heather a la enfermera sobre su supuesto compromiso de boda y entendió por qué esta pensaba que era su novia, pero del resto... no sabía de qué le hablaba.
—Perdona, pero debía de estar algo atontado. ¿A qué otra visita te refieres?
—A la mujer morena.
—¿La mujer morena?
—Pues sí que estabas ofuscado porque... no pasa desapercibida, es una chica imponente y parecía muy preocupada cuando entró.
—Pero ¿qué más? ¿cómo era?
—Alta, de labios gruesos, ojos negros, muy exótica, llamaba mucho la atención porque además venía muy bien maquillada y con el cabello arreglado; sería una admiradora. Entró muy seria pero salió con una sonrisa en los labios. ¿Seguro que no te acuerdas? Bueno, no te preocupes, yo haré como que tampoco —agregó sonriendo con picardía mientras abandonaba la habitación.
Ackermann se quedó pensativo; si no era Heather, con esa descripción solo podía ser... Rania. ¿Era ella quien había estado allí y le había besado en la mejilla? No pudo evitar una sonrisa de satisfacción.