Capítulo 107
Unos minutos después Heather aceptó encantada la invitación de Ackermann para salir a comer algo fuera de la oficina; no era lo habitual, normalmente cuando llegaba la hora del almuerzo pedían a algún servicio de delivery una ensalada o un sándwich.
El deli al que se dirigieron tenía un surtido amplísimo. Bandejas repletas con múltiples ingredientes para elaborar tu propia ensaladas, pastas y diversos platos precocinados; un bufé de carnes y pollo asado; y en la parte de atrás del local, una zona separada de los clientes por un gran cristal en cuyo interior se ofrecía cocina al estilo mongol: los clientes seleccionaban y depositaban en un cazo hondo verduras, arroces, fideos, pescados blancos y carnes de ternera o cerdo y lo entregaban al cocinero para que, en una gran plancha caliente y con la ayuda de dos palillos gigantes de madera, agua, alguna salsa de soja y mucha destreza, removiera de un lado a otro los ingredientes elegidos por el cliente y se los devolviera poco cocinados y aderezados por la soja. Ambos optaron por dicha modalidad de cocina; Heather depositó solo verduras en su plato hondo, Ackermann añadió a las suyas una cuchara repleta de vieiras y otra de arroz blanco. Para acompañar la comida los dos eligieron unas botellas de agua mineral sin gas. Una vez sentados en una pequeña mesa del piso superior del abarrotado local, la única que además de libre estaba limpia de restos de sus anteriores comensales, empezaron a comer con apetito. Ackermann la miró sin que ella se percatara; su sentido de la honestidad llevaba días remordiéndole la conciencia. En su formación militar había aprendido a respetar los valores de la integridad y la lealtad como algo fundamental en la vida y que conformaban los principios de la camaradería entre los militares. Él apreciaba mucho esos principios y sentía que con Heather no había sido del todo transparente. Habían trabajado en equipo pero durante todo ese tiempo había retenido la información sobre el pasado de Rania, por salvaguardar su privacidad, pero ahora que sabían que ella era en realidad el objetivo del asesino no podía seguir ocultándosela. Con gesto que denotaba cierta trascendencia en las palabras que iba a pronunciar se dispuso a ello:
—Heather, hay algo que quiero que sepas.
Ella, ajena a la solemnidad de su tono de voz y sumida en su perenne jovialidad, afirmó:
—Si te vas a declarar, espera que me arregle un poco el cabello.
Tras la carcajada que soltaron al unísono, Ackermann continuó:
—No, no tiene nada que ver con mis sentimientos, se trata de una historia que ocurrió hace un tiempo.
—Soy toda oídos.
—Antes de incorporarme a Ross & Ackermann, la firma de investigación de la que hoy soy socio, estuve trabajando en Wall Street unos años, como ya sabes. Sin embargo, entre medias hubo un periodo de tiempo largo, de cinco años, en los que me enrolé en el ejército israelí y me fui a vivir a Israel.
—¿Y eso? —preguntó Heather, ya muy atenta a lo que Ackermann le estaba contando.
—Piensa que mis abuelos pertenecían a la comunidad judía de Berlín, eran prósperos comerciantes propietarios de varias tiendas de la ciudad. Pero en el año mil novecientos treinta y ocho se produjo la Noche de los Cristales Rotos, cuando los seguidores del Partido Nazi asaltaron todas las sinagogas y los comercios regentados por judíos. Entonces decidieron huir del que consideraban su país. Lo dejaron todo y se fueron con sus hijos y otros muchos miembros de la comunidad. Una vez en Estados Unidos, se instalaron en Nueva York; aquí se conocieron mis padres, se casaron y nací yo. —Heather seguía las explicaciones muy atenta, nunca antes Ackermann le había hablado sobre su pasado y aunque sabía que había estado enrolado en el ejército israelí, desconocía los motivos—. Tras unos inicios exitosos en Wall Street decidí que ese estilo de vida no era el que me satisfacía. Mi formación militar seguramente no era la más adecuada para vivir en un entorno en el que la lealtad y el compañerismo sencillamente no existen, y sin más decidí dar un cambio radical, quise experimentar lo que sería vivir en la cuna de mis antepasados. No me resultó difícil que me aceptaran en el ejército dado que conservo la doble nacionalidad y mi formación militar en West Point facilitaba las cosas. —Entonces hizo una pausa y miró fijamente a los ojos de Heather; pareció como si despertara y saliera de sus pensamientos—. No sé por qué estoy contándote todo esto, nunca antes lo había hecho con nadie; en realidad lo que quería que supieras no es esta historia, sino otra que ocurrió más tarde.
Heather hacía un buen rato que se preguntaba qué diablos tendría todo eso que ver con el caso del perturbado asesino que les había traído de cabeza las últimas semanas, pero estaba absorta escuchándole, así que se apresuró a decirle:
—En absoluto, David. —En realidad no sabía qué le cautivaba más, si la narración de esa vida tan llena de aventuras y distinta a la de la mayoría de hombres con los que se relacionaba o el hecho de que estuviera explicándosela precisamente a ella; sin duda Ackermann arrebataba sus sentimientos. Hacía muchos años que no sentía nada igual por alguien.
—El caso es que llegué a ser capitán del ejército al mando del regimiento desplazado a la zona sureste del país —prosiguió, algo más cómodo al acercarse al punto de sus explicaciones que realmente venía al caso—. Hubo un atentado en el mercado de Mahane-Yehuda de Jerusalén. Un joven palestino se inmoló haciendo estallar una potente bomba adherida a su cuerpo. Murieron muchas personas y entre las víctimas se encontraba una madre y una de sus pequeñas gemelas, de tres años de edad. Su hermano, el soldado Joseph Farlow, estaba destinado en el checkpoint situado en la carretera de entrada a Jericó. El chico, al enterarse de la muerte de su hermana y de una de sus sobrinas, enloqueció y se adentró en territorio controlado por los palestinos borracho y habiéndose tomado varios tranquilizantes. Fuimos a buscarlo en una misión arriesgada, porque aquel territorio estaba lleno de milicianos armados, pero finalmente dimos con él. —Heather seguía sus explicaciones fascinada, por la historia y por él; ni siquiera pestañeaba, casi podía vivir lo que Ackermann le contaba—. Le encontramos detrás de unas rocas y unos arbustos. Estaba muerto, un tiro le había atravesado la cabeza y tenía una pistola junto a la mano. A su lado yacía una joven desangrándose, moribunda, con claros indicios de que el soldado la había golpeado y abusado de ella. Cuando estábamos recogiendo el cuerpo del muerto llegó un grupo de milicianos palestinos en sus jeeps y empezaron a disparar con sus armas automáticas y desde nuestros helicópteros respondieron con fuego de ametralladora. En medio del caos más absoluto y cuando ya habíamos subido el cuerpo de Farlow a uno de los helicópteros, decidí sin consultar a mis superiores recoger también a aquella muchacha y sacarla de allí; nos la llevamos junto al cuerpo sin vida del soldado.
Heather, impaciente como era ella, no aguantó más y le preguntó al tiempo que se acercaba la botella de agua a los labios:
—¿Y qué tiene que ver esa historia con...?
—Aquella chica... —hizo una pausa— es Rania.
Heather se atragantó con tal virulencia que a punto estuvo de bañar de agua la camisa de Ackermann.
—Joder —exclamó—, ¿estás seguro?
—Sí, la misma.
—¿Y qué ocurrió?
—En su día se acordó no hacer publicidad del incidente. A nadie le interesaba que una chica palestina volviera a su ciudad diciendo que había sido violada por un soldado judío. Y por otra parte, ella, ante la vergüenza por la deshonra, seguramente tampoco quería volver a Jericó. Se instaló en El Cairo un tiempo y no supe nada más de ella... —hizo una nueva pausa— hasta el día que la vi en casa de Debra, lo que, como podrás imaginarte, me dejó desconcertado por completo.
—Por eso os quedasteis los dos callados y ella se comportó de forma tan extraña saliendo a toda prisa del piso...
—Sí, y tú me preguntaste si la conocía, tu instinto no te falló.
—¿Por qué no me dijiste todo esto antes? —preguntó Heather visiblemente molesta.
—Discúlpame, pero todo lo ocurrido, y el pacto posterior, se trató como información clasificada, secreto de Estado; además no había motivo relacionado con la investigación para hacerlo; hasta hoy, que, si como parece ella era el objetivo del asesino, te lo tenía que contar.
Heather experimentó sentimientos encontrados: por una parte impresionada por toda la historia, por otra defraudada porque, aunque en parte podía entenderlo, no le gustaba que Ackermann le hubiera ocultado todo hasta ese momento.
—Pero ¿crees que todo esto tenga algo que ver...?
—No lo sé, pero al escuchar a Charly informándonos sobre esas múltiples llamadas del cómplice de Guzmán a Israel... Me gustaría investigarlas.
—Ya lo vamos a hacer nosotros.
—Tengo muy buenos contactos en Israel, en diversos ámbitos; si me consigues el teléfono de Jerusalén con el que se comunicaba regularmente ese tal Ricky, quizá pueda averiguar algo.
—Pero este ya no es tu caso.
—Heather, no pienso parar ahora. Si alguien quiere matar a Rania no dejaré de investigarlo, aunque sea por mi cuenta, hasta entender realmente qué está ocurriendo.
Entonces Heather se levantó y le dijo fríamente:
—Discúlpame, tengo cosas que hacer. —Y abandonó la mesa y el local. Se sentía incómoda delante de él, y no solo por saber que le había ocultado esos detalles, más bien porque sintió unos inoportunos celos; algo le decía que tras ese afán de protección hacia Rania había algo más.
Ackermann se quedó un rato sentado a la mesa. Entendía que Heather se sintiera molesta, pero pensaba que había hecho lo correcto, le había hablado en el momento adecuado. Después se fue a su apartamento porque se sentía cansado, todavía convaleciente de la herida y algo afectado por las elevadas dosis de antiinflamatorios que le estaban suministrando. Eran las tres de la tarde. Decidió recostarse en su cama y cerró los ojos. No pasaron más de unos minutos y el cansancio le llevó a abandonarse a un sueño ligero, pronto interrumpido por la alerta de su móvil. Se maldijo por no haberlo apagado y lo cogió para desconectarlo, pero no pudo evitar revisar previamente ese último mensaje. Se trataba de un mensaje de texto, provenía de Heather; lo abrió de inmediato y pudo leer: «(972) 2 654 788 776».