Capítulo 76
En la planta cincuenta y cuatro del precioso rascacielos de cristal del número 1101 de la Sexta Avenida imperaba una calma absoluta, sorprendente. Desde los ascensores se pasaba a un gran vestíbulo en forma de media circunferencia y dimensiones desproporcionadas, todo un derroche de ostentación dado el coste por metro cuadrado de alquiler en esa zona de Manhattan. La moqueta, de un tono beis claro, parecía terciopelo fino. Se antojaba acariciarla deslizando la mano por encima de ella; pisarla con las suelas cariadas de los zapatos por las sucias calles de Nueva York era casi grotesco. Las paredes engalanadas con cuadros abstractos de arte moderno y la iluminación indirecta en tonos acaramelados y excesivamente baja proporcionaban al lugar una atmósfera más semejante a la de un spa de un hotel asiático de superlujo que a la planta ejecutiva de un gran banco de inversiones. Dos guapas y estilosas secretarias vestidas con uniforme negro acababan por confundir al visitante sobre el sitio en el que se encontraba. Solo las grandes mesas de madera de roble y diseño antique tras las que se sentaban y las siete puertas, también de esa costosa madera, dispuestas en la pared del fondo y que daban acceso a los despachos de los ejecutivos de más responsabilidad de la institución, proporcionaban alguna pista sobre la posibilidad de que aquello fuera un banco y no un centro de relax y cuidado personal.
La presencia de Heather y Ackermann con sus informales vestimentas sin duda alguna quebraba la armonía del lugar. Era muy infrecuente que personas con esos atuendos subieran hasta aquel oasis de distinción; en esas alturas lo habitual eran trajes de cuatro mil dólares con gemelos de oro en las camisas de puro algodón y faldas y chaquetas de marcas de lujo para las mujeres. A pesar de su aspecto, las elegantes uniformadas les atendieron con exquisita amabilidad; obviamente habían sido advertidas. No pasó ni un minuto y una tercera secretaria se presentó en la sala de espera en la que les habían acomodado. Se presentó como la asistente personal de Bill Parker:
—El señor Parker les está esperando.
Cuando Heather y Ackermann entraron en su amplio despacho, se encontraba sentado tras su gran escritorio de modernas líneas, con una única pantalla de ordenador sobre la mesa. En cuanto les vio entrar por la puerta, se puso en pie y se acercó desplegando su más amplia sonrisa.
Para Heather era la segunda ocasión en que lo veía: la primera fue cuando pasó junto a la mesa donde cenaba con sus amigos en el restaurante Café Boulud y saludó de lejos a Max. Le pareció muy distinto, ya no emulaba al educado y amable padre de familia de la primera vez. Claramente estaba en su medio natural. Lucía unos tirantes rojos sobre una camisa hecha a medida de rayas finas azul marino y blancas. Los puños de las mangas estaban ceñidos con gemelos de plata maciza con forma de pequeño tiburón, siguiendo los dictados de la moda del momento de acompañar algún complemento del vestir con la figura de esos temidos escualos, como si trabajar en Wall Street no fuera suficiente indicio. Su piel bronceada, especialmente intensa en su frente, y el blanco inmaculado de su pelo le conferían un aspecto muy peculiar. En una sala llena de ejecutivos cualquiera habría apostado a que ese tipo era el jefe.
—Soy Bill Parker —se presentó estirando el brazo y ofreciendo su mano.
—Heather Brooks, agente especial del FBI.
—David Ackermann, investigador privado.
—Es un placer tenerles aquí. ¿En qué puedo ayudarles?
Heather fue al asunto directamente, como hacía siempre:
—Queríamos hacerle unas preguntas sobre un empleado suyo.
—Magnífico, ¿de quién se trata? —La ironía de Bill podía llegar a empalagar y generaba cierta incomodidad y desconcierto, pero Ackermann, muy serio, ni se inmutó.
—Se trata de Max Bogart.
—Max —puso cara de falsa tristeza—, un buen chico, qué desgracia, pero creo que están ustedes confundidos porque no era empleado mío.
—Bueno, dirigía un hedge fund del que Goldstein es socio mayoritario —intervino Ackermann.
—Sí, pero eso es distinto a ser empleado. Digamos que fue empleado de Goldstein antes de su último desempeño y que ahora trabajaba para un fondo participado por el banco.
—OK, llámelo como quiera. ¿Solía despachar con él habitualmente?
—No, ¿por qué iba a hacerlo? STAR I era un hedge fund independiente. Solo le vi en algunos consejos.
—¿Qué opinión tenía de él? —intervino Heather, que hasta ese momento se había limitado a observar con cierta distancia.
—Un buen chico y muy competente, una gran desgracia que se matara —repitió Parker.
—¿Por qué cerraron el STAR I? —preguntó cambiando de tema Ackermann.
—Fue una decisión consensuada por todos los socios. Cuestiones de mercado. Pero... un momento... ¿Por qué tantas preguntas? —Miró fijamente a ambos sin parpadear, con su terrible intensidad.
—Verá, señor Parker. El accidente que mató a Max Bogart fue provocado —dijo suavemente Heather.
—¿Provocado? Pero ¿qué insinúa? —preguntó Parker. Aquella era la reacción exacta que cabía esperar. A Heather y Ackermann no les pareció que la noticia le sorprendiera en absoluto, volvieron a tener la impresión de que aquel tipo nunca decía lo que pensaba y siempre sabía mucho más de lo que decía.
—Me refiero a que alguien manipuló su automóvil para que se estrellara —insistió Heather.
—Pero eso es ridículo, ¿quién iba a querer hacerle daño?
—De eso se trata, señor Parker, es lo que tenemos que averiguar —dijo ella—. ¿Sabe si tenía algún enemigo?
—Mire, era un gran tipo y hacía muy bien su trabajo, estábamos muy contentos con él, nunca dio ningún problema; ha sido una tragedia. —Miró a un punto fijo del suelo como en forzada meditación y añadió en tono serio y algo más pausado—: Una pérdida irreparable. Lástima que a alguien tan joven y con ese brillante futuro por delante se lo haya llevado la vida.
—O más bien que alguien haya querido que se lo llevara la vida —apuntó Ackermann.
—Me encantaría poder prolongar este encuentro —añadió Parker sosegadamente—, pero yo no les puedo ayudar mucho más, no sé nada de su vida privada, salvo que salía con esa famosa reportera, pero eso no es una novedad: todo el mundo lo sabía. Estoy a su disposición para cualquier consulta que me quieran hacer más adelante, pero ahora, si me lo permiten, tengo una mañana muy complicada.
Y se encaminó hacia la puerta para invitarles a salir.
—Sí, cómo no —dijo muy educadamente Heather, dirigiéndose a la salida junto a Ackermann.
En ese momento este se giró hacia Parker y le preguntó:
—¿Cómo tomaban las decisiones de inversión en STAR I?
—Como en todos los hedge funds: a través del comité de inversiones —mintió Parker—. Pero ¿a qué viene esa pregunta? ¿qué tiene que ver el proceso inversor con el accidente de Max?
—No, nada. Era por curiosidad, habían obtenido unos resultados tan espectaculares que me preguntaba si tenían algún método especial.
—Si lo tuviéramos tenga por seguro que no lo iría contando, y menos a exejecutivos de banca como usted, señor Ackermann —respondió exhibiendo una amplia sonrisa.
A David esta observación le cogió por sorpresa; obviamente Parker le había investigado antes de la reunión.
—Veo que está bien informado —replicó.
—Ya saben, es la costumbre en estos ambientes; si quieres hacer dinero, procura saber hasta de qué lado duerme tu oponente.
—Creo que se equivoca en algo señor Parker: yo no soy su oponente, tan solo un investigador privado.
—Quién sabe, David, quién sabe. Quizá en unos años vuelva a la banca, creo que con nosotros se le dio muy bien hasta que se decidió a hacer patrullas por Tierra Santa. Cualquier día le podrían hacer una suculenta oferta —concluyó Parker, demostrando que su conocimiento sobre la vida de Ackermann era absoluto y esbozando de nuevo una amplia sonrisa para terminar.
Heather y Ackermann abandonaron el despacho, pero en su periplo por el vestíbulo y los ascensores no abrieron la boca. No se fiaban, podría haber dispositivos de escucha por el edificio. Ya en la calle, Heather comentó:
—Vaya tipejo, no me gusta nada, me parece más falso que un decorado del Oeste americano.
—Bueno, es muchas más cosas que falso; ambicioso hasta el infinito, maquiavélico, manipulador, extraordinariamente bien relacionado con los políticos, los medios y las autoridades; en fin, temible si está en tu contra... por algo incluso sus competidores le llaman «el boss».
—¿Crees que no intervenía en las operaciones de STAR I?
—Lo increíble sería que no lo hiciera, pero habrá que demostrarlo.
—Conocía tu pasado —indicó Heather.
—Por supuesto, ni se le ocurriría recibirnos sin antes investigarlo —respondió Ackermann—. Quizá la única cosa que ha dicho que realmente piensa es eso de que en Wall Street «si quieres hacer dinero, procura saber hasta de qué lado duerme tu oponente», y te aseguro que lo lleva hasta el extremo. Se conoce la vida privada de todos sus empleados y por supuesto conocía la de Max.
—¿Y qué opinas? ¿Tendrá algo que ver con su muerte? —preguntó Heather.
—No sé —dudó Ackermann—. Me cuesta entender por qué querrían hacerlo desaparecer. Pero por otro lado todo es muy extraño, empezando por el hecho de que Arito dimita y después cierren STAR I. Pienso que la clave es conocer mejor cómo funcionaba el hedge fund, eso nos podrá dar pistas. Hay que conseguir el PC, portátil y móvil de Max lo antes posible.
—Espero que Charly haya tenido suerte y ya estén analizando todo eso —respondió Heather—. Si la noticia de que fue un accidente provocado se hace pública mañana, será mejor que esta tarde nos acerquemos a casa de Debra para explicarle todo.
—¿Quieres ir tú sola? —preguntó Ackermann.
—No, está bien que me acompañes; ahora se trata de una investigación oficial. Quizá Debra sepa algo.