Rachel
Nicky abrió la puerta. Era media mañana y en el umbral estaba el inspector Clemo acompañado de Zhang.
—¿Hay alguna noticia? —preguntó Nicky.
Entre nosotros ese parecía ser el único tema de conversación. A mí empezaba a sonarme algo patético, como si nos castigáramos un poco más cada vez que lo preguntábamos, como si hubiera un Dios vengador ahí arriba que estaba contando las demostraciones de injustificable optimismo.
No había noticias. Clemo dijo que habían venido para «tener una conversación», aunque su tono sugería algo muy distinto. Yo me puse a la defensiva al oírlo, pero Nicky no pareció notar nada.
—Debería habernos avisado para que hubiéramos podido prepararnos —repuso Nicky—, pero me alegro de que haya encontrado tiempo para hablar con nosotras. Se lo agradecemos mucho. Tenemos muchas cosas que preguntarle.
Sacó unos papeles y tecleó en su portátil para buscar un documento.
—Aquí está —exclamó—. Tengo una lista. La he dividido más o menos en dos grandes categorías: preguntas sobre la investigación y propuestas de acciones para ayudar en la búsqueda de Ben. ¿Con cuál quiere empezar? ¿Y cómo quiere el té? ¿O prefiere un café?
Yo estaba observando a Clemo y a Zhang. Estaban esperando a que Nicky terminara. Zhang le echó un vistazo a su cuaderno, que había colocado cuidadosamente en la mesa delante de ella, y después miró de soslayo a Clemo. Fuera lo que fuera lo que habían venido a decir, era él quien tenía la voz cantante, y yo estaba cada vez más segura de que no habían venido a mi casa para hablar de la lista de Nicky.
—Sí, café, por favor —contestó Clemo. Zhang también pidió otro.
Mientras Nicky llenaba la cafetera con agua hirviendo y la ponía ante nosotros, Clemo la estuvo observando de una forma que hizo que se me helara la sangre.
—Esto nos parece muy importante —continuó Nicky—. He estado investigando, como ya habrán notado —les sonrió—, y en todas partes se dice que hay mejores posibilidades de encontrar a un niño si se establece una relación estrecha entre las fuerzas de la ley y la familia. Así que, gracias. Muchas gracias. Sírvanse leche y azúcar a su gusto. —Acercó el azucarero y una jarrita de porcelana. Su contenido humeaba un poco; había calentado la leche.
El inspector Clemo abrió su cuaderno y revisó lo que tenía escrito. Después lo volvió a cerrar. Nicky por fin se dio cuenta del extraño silencio.
—Perdónenme —se disculpó—. Estoy un poco acelerada, ¿verdad? Lo siento. —Sacó una silla, se sentó y miró con atención a Clemo y a Zhang.
Clemo carraspeó antes de hablar.
—¿Alguna de ustedes conoce a unas personas llamadas Andrew y Naomi Bowness?
Negué con la cabeza.
—No —respondí.
—¿Nicky? —le preguntó a mi hermana.
Su cara perdió todo el color de repente. Fue algo extraordinario.
—Oh, Dios, no —dijo, y los tendones de su cuello de repente me parecieron tensos y extraños cuando me miró primero a mí y después a Clemo, buscando algo en nuestras caras. Se levantó bruscamente, pero me dio la impresión de que no sabía qué hacer después.
—Esto será más fácil si se sienta y habla con nosotros —sugirió Clemo.
—No —suplicó Nicky—. No hagan esto.
Tenía las manos unidas y los dedos blancos por la presión con que se los estaba apretando.
—Siéntese, por favor —insistió Clemo.
No se sentó; se dejó caer en la silla como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago.
—¿Qué me dicen de su hijo, Charlie Bowness? —preguntó Clemo con un tono que evidentemente estaba modulando cuidadosamente para que pareciera displicente. Ajustó la posición de su silla para acercarse a Nicky. Ella no se atrevía a mirarle—. ¿Nicky? —volvió a preguntar—. Sabe de quién le hablo, ¿verdad?
—Ya sabe que sí —susurró.
Volvió a dirigirse a mí.
—¿Y usted? ¿Lo sabe?
—No he oído esos nombres en mi vida —contesté.
Estaba hipnotizada al ver a mi hermana tan vulnerable e indefensa. Me di cuenta de que probablemente debería moverme para estar más cerca de ella, pero había una energía espantosa en la habitación en ese momento y parecía que su avance era imparable.
—Ella no lo sabe —intervino mi hermana—. No tiene ni idea y así es como tiene que ser.
Había un odio evidente en su voz que iba dirigido contra Clemo.
Él insistió.
—¿Y Alice y Katy Bowness? ¿Saben quiénes son?
Nicky empezó a negar violentamente con la cabeza.
—Alice y Katy Bowness —repitió Clemo—. ¿Saben quiénes son?
Había hablado con lentitud, dándole espacio y peso a cada palabra, como si fueran piedras que estaba dejando caer en un estanque.
Ella le miró a los ojos, aunque pareció costarle un enorme esfuerzo. La rebeldía y la derrota estaban librando una batalla en su cara. Habló en voz baja.
—Sé quiénes son.
—¿Ha oído usted hablar de ellas? —me preguntó a mí.
—¡No! —grité—. ¿Quiénes demonios son? ¿Son ellas las que tienen a Ben?
—¿Está segura de que no sabe nada de ellas?
—¡No! ¡Ella no sabe nada! Les está diciendo la verdad —confirmó mi hermana.
Clemo permaneció imperturbable. Me observó a mí y después a mi hermana. Yo sentía una insoportable presión en el pecho.
—¿Se lo dice usted o se lo digo yo? —le dijo a Nicky.
—Cabrón.
Zhang intentó hablar, pero Clemo levantó una mano para que no dijera nada.
—Tenga cuidado —le advirtió a Nicky.
—Me estáis asustando —intervine—. No entiendo nada.
Nicky se volvió hacia mí. Estaba sentada enfrente y un poco a la derecha, a la cabecera de la mesa. Quiso cogerme la mano y se lo permití.
—¿Quién es esa gente? —pregunté.
—Andrew y Naomi Bowness… —empezó Nicky. Le costaba continuar. Se le escapó un sollozo—. Lo siento, Rachel.
Sus ojos volvieron a mirar a Clemo y él asintió para que continuara. Ella colocó una mano temblorosa sobre la otra, de forma que mi mano quedó cubierta por las suyas. Vi en sus ojos que esa batalla que había estado librando había acabado en derrota.
—Rachel —volvió a empezar—, Andrew y Naomi Bowness son nuestros padres. Nuestra madre y nuestro padre.
—¿Qué quieres decir? No, no lo son. Nuestros padres no se llamaban así. —Intenté sacar la mano de entre las de Nicky, pero ahora me la agarraba con fuerza.
—Sí. Esos son los nombres reales de nuestros padres —afirmó mi hermana.
Con los ojos parecía suplicarme que lo comprendiera, pero yo no entendía nada, todavía no.
—¿Y Charlie Bowness? —pregunté.
—Él… —Los ojos se le llenaron de lágrimas de nuevo, pero logró controlarse—. Era nuestro hermano.
—¿Hermano? Yo no tengo ningún hermano. ¿Y las otras? Supongo que serán hermanas también, ¿no?
—Cuénteselo todo —pidió Clemo.
Acababa de destrozar a Nicky. Todas las ganas de luchar la habían abandonado. En su expresión vi un terrible sufrimiento, una horrible vulnerabilidad y, lo que más miedo me dio, algo que parecía una petición de perdón.
—Alice y Katy Bowness somos nosotras. Esos eran nuestros nombres antes de cambiárnoslos. Nosotras éramos, somos, Alice y Katy Bowness.
Clemo sacó diligentemente algo de entre las páginas de su cuaderno. Era un recorte de periódico.
Si no me lo hubiera enseñado en ese momento, no sé si me habría creído todo aquello. Siempre me habían dicho que mis padres murieron en un accidente de coche. Era una historia que podía contar de carrerilla, y lo había estado haciendo durante años: nuestros padres murieron en una colisión frontal con un camión. No fue culpa de nadie, solo un trágico accidente. La dirección del camión estaba estropeada. Mis padres fueron incinerados y se esparcieron sus cenizas. No había lápida. Fin de la historia.
Pero aparentemente no era así.
Yo no era quien creía que era y tampoco lo era Nicky.
Clemo me pasó una fotocopia de un artículo de periódico del 30 de marzo de 1982, treinta años atrás. Había una fotografía de una pareja que reconocí: eran mis padres. Mi tía Esther tenía una foto suya en la repisa de la chimenea y esa imagen llena de grano mostraba a la misma pareja. La diferencia era que en esta imagen había tres niños con ellos.
Reconocí a mi hermana. Estaba junto a nuestra madre. Vi un bebé, una criatura regordeta de más o menos un año con vestidito de nido de abeja con canesú, y supuse que debía de ser yo. No reconocí al niño que estaba sentado en medio de la fotografía. Tendría unos cuatro años y se parecía tanto a Ben que me quedé sin aliento. Tenía el mismo pelo rebelde y sus facciones equilibradas, la misma postura, la misma sonrisa capaz de iluminarte el día y las mismas pecas cubriéndole la nariz. Estaba acurrucado entre mi padre y mi madre. Era una imagen preciosa, una familia perfecta.
El titular que había junto a la foto contaba otra historia:
FAMILIA GOLPEADA POR LA ENFERMEDAD DE BATTEN DA UN ÚLTIMO SALTO HACIA LA MUERTE
Me puse a leer por encima el artículo y diferentes fragmentos me fueron llamando la atención: «La pareja local formada por Andrew y Naomi Bowness decidió dar un salto hacia la muerte… se vieron empujados a hacerlo por la falta de apoyo para su hijo, que sufría una enfermedad terminal… todos los abuelos han fallecido… amigos y vecinos expresan su sorpresa… parecían llevarlo bien… tristeza por las dos hijas que han quedado desamparadas… querían terminar con su sufrimiento».
Miré a Nicky, que me estaba observando acongojada.
—¿Se mataron?
—Y arrastraron a Charlie con ellos.
La forma en que pronunció su nombre, la ternura y la sensación de pérdida que había en esa palabra, me dejaron claro que era a Charlie a quien más echaba de menos.
—¿Y nosotras?
Nicky miró hacia otro lado.
—¿Por qué nos abandonaron?
—¿No crees que llevo toda la vida preguntándomelo?
—¿Y por qué no me lo dijiste?
No respondió.
Volví a examinar el artículo y me quedé mirando fijamente la fotografía.
Clemo carraspeó.
—Hubo un informe del forense. ¿Quieren saber lo que dice?
—Yo lo he leído —contestó Nicky.
—Yo quiero saberlo —fue mi respuesta.
Sacó otra hoja de papel de su cuaderno y la repasó con la mirada.
—Dice que a su hermano Charlie le diagnosticaron la enfermedad de Batten a la edad de cinco años y que su estado empezó a deteriorarse rápidamente después de eso. Su diagnóstico llegó más o menos un año después de que naciera usted, Rachel, y más o menos en la época en que se tomó esa foto, y para entonces ya estaba mostrando algunos síntomas.
—En la foto parece que está bien —comenté. Era cierto. Era un niño precioso: parecía alegre, lleno de vida, encantado de estar arropado por su familia.
—No lo estaba —contradijo Nicky—. Estaba empezando a perder la vista. Fíjate en la foto. Verás que no está mirando directamente a la cámara, sino un poco más arriba. Es porque ya solo tenía visión periférica cuando se hizo la foto. Tenía que mirar por la parte inferior del ojo para poder ver algo.
Tenía razón. El niño miraba a algún punto por encima de la cámara.
—Poco después de eso se quedó completamente ciego —continuó Nicky—. Y algo más adelante ya no pudo caminar, ni hablar, y necesitaba un tubo para alimentarse porque no podía tragar. Además, le daban ataques epilépticos. La enfermedad nos lo fue arrebatando poco a poco.
—Le querías.
—Lo adoraba.
Sus palabras parecieron quedarse suspendidas en el aire entre las dos un momento. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz muy baja.
—No se lo merecía. Yo les habría ayudado. Habría estado cuidándole hasta el fin, pero no pudieron soportar el sufrimiento. Mamá se culpaba todo el tiempo.
—¿Por qué?
—Porque es una enfermedad genética.
—Pero nosotras no la tenemos.
Estaba haciendo todo lo posible por entender todo aquello.
—No todos los niños la heredan. Es cuestión de suerte.
—¿Así que saltaron de un acantilado con él? Es algo muy extremo.
Nicky solo asintió. Giró la cara y no pude verle más que su perfil cuando se puso a mirar fijamente la débil luz del invierno que se colaba por la ventana de la cocina y teñía sus facciones de un color grisáceo.
—¿Pero por qué hacer algo así cuando tienes otros dos hijos? —pregunté.
Fue Clemo quien respondió.
—El informe del forense arroja algo de luz sobre ese tema. Aparentemente, como la enfermedad es hereditaria, les habían hecho las pruebas a ustedes también. Estaban esperando los resultados cuando se quitaron la vida.
—Pero yo estoy bien —repuse—. ¿Por qué no quisieron ver los resultados?
—Su madre se convenció de que usted no iba a estar bien y persuadió también a su padre. Por lo que sabemos, a esas alturas estaba muy deprimida e inestable. Le dijo a su hermana, su tía Esther, que no podría seguir si a usted le diagnosticaban la enfermedad de Batten y que su padre nunca había podido con todo aquello. Según el informe, hablaba de que se sentía muy sola y aislada. Había una gran estigmatización de las discapacidades mentales y físicas en esos tiempos y su madre no tenía una gran fuerza emocional. El forense concluyó que la presión de tener que cuidar de Charlie afectó profundamente a sus padres. Sentían que no tenían ninguna otra opción.
—No tiene sentido.
—Las cosas no siempre tienen sentido —apuntó Clemo—, sobre todo cuando la gente está bajo presión. Nosotros vemos cosas en nuestro trabajo que usted no se creería.
Me molestó que intentara consolarme, como si no hubiera sido él quien acabara de poner mi mundo patas arriba. Pero no quería que sus palabras me distrajeran, porque había algo más que necesitaba preguntar.
—¿Por qué nos cambiamos de nombre?
—La tía Esther creyó que sería lo mejor —explicó Nicky—. No quería que tuviéramos siempre esa sombra cerniéndose sobre nuestras cabezas, ni tampoco sobre la suya. Pensó que la gente nos juzgaría, que dirían que era algo de lo que debíamos avergonzarnos. Por suerte, al menos suerte para nosotras, la guerra de las Malvinas empezó cuatro días después, así que ese artículo fue la única atención que le prestó la prensa a nuestra historia familiar. En los días siguientes los periódicos estaban llenos de acorazados y submarinos. Pero como es mejor prevenir que curar, Esther decidió que lo mejor era que nos cambiáramos los nombres y los servicios sociales aprobaron la idea. Yo fui quien los escogió, ¿sabes? ¡Yo nos rebauticé!
Se obligó a darle un tono de entusiasmo sarcástico a su voz, pero no había nada en su expresión que sugiriera que ese detalle en concreto le produjera ningún placer.
Cogí el artículo y estudié la fotografía. Nunca antes había visto una foto mía de bebé. Tenía la cara rechoncha y un rizo en el pelo que no sabía que hubiese tenido alguna vez. Estaba en equilibrio sobre la rodilla de mi padre y solo se me veían los bracitos regordetes que salían del vestido. Las manos estaban borrosas, como si estuviera aplaudiendo. Mi hermana estaba de pie al lado de mi madre en la fotografía. Llevaba pantalones cortos y una camiseta y tenía la mano apoyada en el hombro de mi madre. Estaba descalza y tenía las piernas delgadas y frágiles de una niña prepubescente. Miraba a la cámara con una gran sonrisa. Cuando estudié las caras de mis padres, sentí una nueva emoción: una puñalada de traición. Quisieron dejarme. Sana o enferma, renunciaron a cuidar de mí cuando solo tenía un año. No me los arrebataron por casualidad. Me abandonaron y abandonaron a Nicky también de la forma más definitiva posible.
Tragué saliva e incluso ese reflejo físico me resultó un gran esfuerzo. Sentí como si toda la sangre hubiera abandonado mi cuerpo, igual que le había pasado a mi hermana minutos antes, y con ella se hubiera llevado toda la fuerza que me quedaba, todas las ganas de luchar. Tras quitarme todo lo que me hacía la persona que era, todas las cosas que constituían en mi esencia, ya no era más que un cascarón.
—¿Yo soy Alice o Katy? —pregunté.
—Katy. —Pronunció el nombre en un susurro y la cara llorosa de Nicky se contorsionó de dolor, igual que la mía.
En la foto era imposible descifrar la expresión de mis padres. Los dos sonreían a la cámara e intenté en vano imaginarme qué se les estaría pasando por la cabeza. Miré a mi hermano. Estaba sentado en el centro, arropado entre sus cuerpos: un niño con una enfermedad terminal que nunca iba a llegar a tener una verdadera vida. Me pregunté si les habían dado el diagnóstico antes de que se hiciera esa fotografía o en ese momento solo estaban preocupados por su vista, pensando que eso ya era lo bastante terrible y sin poder imaginar los horrores que le esperaban a ese niño justo a la vuelta de la esquina. Un niño que se parecía muchísimo a Ben.
—¿Por qué está sacando ahora esta historia? —le pregunté a Clemo.
Él se dirigió a Nicky.
—Hemos hablado con el exmarido de su hermana esta mañana.
Mi hermana le miró con recelo y levantó un poco la frente con un aire de desafío. Me soltó la mano. La luz de la cocina fluctuaba; cuando las nubes empezaron a tupir el cielo, el ambiente se volvió más oscuro, plagado de sombras.
—Ya sé lo que va a decir y es una tontería —dijo.
—¿Y qué le hace decir eso?
—Sé lo que pretende, pero se está equivocando.
—¿Qué pretendo?
—No tengo por qué escuchar esto.
—Creo que los dos sabemos que sí tiene que escucharlo.
Nicky cruzó los brazos y bajó la mirada para fijarla a la mesa.
Yo seguía sentada en un estado de puro y simple shock. Para entonces ya sabía demasiado bien que se puede perder a un hijo en solo unos minutos, pero el impacto de descubrir de repente que en un espacio de tiempo similar también se puede ganar y perder un hermano que es igualito que tu hijo y unos padres que eran más imperfectos que cualquier imagen de ellos que te hubieras hecho me dejó sin palabras.
Clemo siguió hablándole a Nicky.
—John Finch nos ha dicho que cuando Ben nació le preocupó que usted tuviera lo que se puede describir como un interés insano por Ben. ¿Quiere decir algo al respecto?
—Es usted un hombre repugnante —replicó mi hermana—. No tienen ni idea de quién tiene a Ben, así que han decidido ir a por mí. Es más fácil que se trate de alguien de la familia, ¿no? Así no tienen que esforzarse tanto, ¿verdad?
La mirada de Clemo no se apartó de su cara.
—¿No quiere decir nada? —volvió a preguntar—. Me interesaría oír su respuesta a esa apreciación.
—Seguro que sí —respondió ella.
—Y sin duda a su hermana también —insistió.
Nicky me miró.
—Me he esforzado tanto durante tanto tiempo en protegerte… Solo quería que tuvieras una vida en la que no te sintieras rechazada. Quería que todo fuera fácil para ti. Pero tú eras… —Frustrada, intentó encontrar la palabra adecuada.
—¿Qué?
—Difícil y desagradecida.
—¿Por qué? ¿Desagradecida por qué?
—¡E irresponsable! Nunca entendiste nada. Creías que tenías derecho a todo. Hacías lo que querías cuando te daba la gana. No llevabas ninguna carga sobre tus hombros. No tenías que soportar ninguna pérdida.
—Tuve que soportar la pérdida de mis padres —dije con voz tranquila porque entendía que ella había tenido que cargar con mucho más, pero para entonces Nicky estaba enfadada y yo también.
—¡No tenías ni idea! ¡Ni la más mínima idea!
—¿Y qué iba a saber si tú no me contaste nada? Eso no fue culpa mía.
No respondió a eso porque todavía le quedaban cosas que soltar para desahogarse.
—Nunca me has dado las gracias.
—¿Gracias por qué?
—Por protegerte.
—¿Y cómo querías que supiera que lo estabas haciendo?
—Ellos tampoco me dieron nunca las gracias.
De repente perdió toda su energía, como si esa frase resumiera la desesperanza que encerraba toda aquella historia.
Clemo se inclinó hacia ella.
—¿Quién no le dio nunca las gracias?
—Mamá y papá.
—¿Y qué es lo que no le agradecieron? —volvió a preguntar.
—Que quisiera a Charlie, que le cuidara cuando ellos no podían más, que le hiciera sonreír cuando ellos estaban demasiado cansados, cuando ya no podían soportarlo.
Tenía los ojos vidriosos por la pérdida. Los de Clemo eran penetrantes.
—Nicky, ¿se puso celosa cuando Rachel tuvo a Ben?
Ella respondió como si aquello fuera un simple cuestionario.
—Sí, estaba celosa, sí.
—Pero tú tenías a las niñas —repuse.
—No espero que lo entiendas —fue su respuesta.
—¿Por qué estaba celosa? —insistió Clemo.
—Porque era igual que Charlie desde el principio. Cuando lo miraba, solo veía a Charlie.
—¿Creía que Rachel no podría cuidar bien de Ben? —continuó Clemo.
—Estaba preocupada —contestó, y se volvió para mirarme—. Eras tan irresponsable, ya sabes, tan joven.
Fue como si llevara años ensayando esas palabras. Sus respuestas adquirieron velocidad, parecía que estuviera confesando algo.
—Estuviste años haciendo el tonto, no te preocupabas por los estudios aunque todo el mundo decía que podrías haber conseguido resultados brillantes si hubieras querido. Nunca te importó nada y de repente apareció John. Y menos mal, porque estabas tirando tu vida por la ventana, siempre de fiesta, pero de repente todo era perfecto. ¿Y qué habías hecho tú para merecértelo? Nada.
—Nos enamoramos —dije, pero ella no me escuchaba. Ahora parecía no poder parar.
—Supe que era un niño en cuanto me dijiste que estabas embarazada. Y cuando nació y fui a verlo y lo cogí en brazos, vi a Charlie en él. Fue como si Charlie hubiera vuelto a nacer. Era tan precioso… y no estaba segura de que fueras capaz de cuidarle.
—Así que llamó a John Finch —intervino Clemo.
—Solo para comprobar que podía con todo, que lo estaba haciendo bien.
—El señor Finch dice que era usted muy insistente con sus llamadas.
—¡Bueno, es que no quería darme ninguna información!
—John nunca me dijo nada —interrumpí.
Ambos me ignoraron. Se miraban fijamente el uno al otro, Nicky furiosa, con la mirada fría como el hielo; su terrible diálogo estaba arrancando poco a poco los puntos que habían mantenido unidos los trozos de mi vida hasta entonces. Y yo había quedado relegada al mero papel de espectadora.
—Nicky —dijo Clemo—, ¿quería tener a Ben para usted sola? ¿Para poder cuidarle como es debido?
—Pues es curioso —contestó—, pero no. No quería que lo tuviera ella, pero tampoco lo quería yo. Me habría recordado todos los días lo que perdí, y esa es la razón por la que se equivoca.
—¿Me equivoco en qué?
—¡Por todos los cielos! —soltó una carcajada aguda y triste—. ¡Deje de jugar conmigo! ¿Qué podría haber hecho con él? ¿Dónde cree que le tendría metido?
—Creo que le gustaría tenerlo. Creo que es lo que ha querido siempre.
La simplicidad de esa afirmación y la forma lenta y calmada con la que la hizo provocaron que mi hermana se detuviera un momento a recomponerse antes de volver a hablar, como si acabara de darse cuenta de que no podía combatir sus acusaciones solo con emoción.
—Bueno, no está seguro, ¿verdad? Si tuviera pruebas, me habría arrestado ya, así que esto es solo un intento patético de hacerme confesar algo que no he hecho.
Ahora fue ella la que se inclinó sobre la mesa hacia él.
—Me ha obligado a contarle a mi hermana lo de nuestra familia. Eso ha sido rastrero. No va a conseguir nada más. Ya le he dicho que no tengo nada que ver con la desaparición de Ben y eso es todo lo que necesita saber. El resto es privado. ¿Por qué no sale ahí fuera y empieza a buscarlo antes de que sea demasiado tarde?
Se levantó y salió al jardín, cerrando la puerta de la cocina de un portazo. Zhang fue tras ella.
Yo me quedé sentada en la mesa con Clemo.
Carraspeó de nuevo.
—Siento haber tenido que soltarle esta bomba así. Espero que entienda que tenemos que seguir todas las pistas.
Yo solo me quedé mirándolo, preguntándome por qué alguien querría hacer un trabajo como el suyo. En ese momento me creí de verdad y por primera vez que ese hombre era capaz de hacer todo lo que fuera necesario para encontrar a Ben.